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Iris Johansen: Segunda Oportunidad

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Iris Johansen Segunda Oportunidad

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Nell Calder era una mujer tímida y amable, una esposa que intentaba contentar a su ambicioso marido, una madre que amaba a su hijita con pasión. En suma, no era el tipo de mujer capaz de inspirar envidia, deseo ni pasiones asesinas. ¿Quién iba a querer hacerle daño? Pero ocurrió una tragedia: una noche, en una exótica isla del mar Egeo durante una elegante reunión en la que su marido esperaba culminar su fulgurante carrera en el mundo de las finanzas, y que fue interrumpida por el estruendo de los disparos y la afilada hoja de un cuchillo. El ataque fue despiadado. La niña murió, y ella quedó terriblemente desfigurada. Sin embargo, la pesadilla convierte a Nell en una mujer distinta. La mejor cirugía le de un rostro de exquisita hermosura; la posterior rehabilitación, un cuerpo ágil y esbelto. Y Nicholas Tanek, el misterioso desconocido que suscita en ella temor y fascinación, le da una razón para seguir viviendo: la venganza. Preparar su venganza s lo único que la mantiene viva. El asesino de su hija no puede seguir viviendo. Ella le dará muerte… con sus propias manos.

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Nicholas Tanek sintió otra ligera punzada de impacien-cia al entrar en el coche.

– Debería haberlas traído. Nada como unas buenas botas para dar patadas en el culo.

– ¿En el mío o en el de Conner? -preguntó Jamie-. Debe ser el de Conner. Nadie querría herir mi venerable culo.

Conner soltó una risita nerviosa mientras maniobraba y salía del aparcamiento.

El ovalado rostro de Jamie se iluminó como el de un niño travieso mientras sus taimados ojos se clavaban justo en la nuca de Conner.

– Y me imagino lo enfadado que debes de estar con Con-ner. Es un largo vuelo desde Idaho sin un buen motivo.

– Yo ya te advertí que podía ser una falsa alarma -pro-testó Conner-. Y yo no le dije que viniera.

– Tampoco le dijiste que no lo hiciera -murmuró Ja-mie-. Y quien calla otorga, ¿verdad, Nick?

– Dejadlo, ya es suficiente. La cuestión es que estoy aquí. -Nicholas, agotado, se arrellanó en el asiento de cue-ro- Dime: ¿he venido por nada, Jamie?

– Probablemente. No hay signos de que la DEA se lo tome en serio. Y, desde luego, Kabler no piensa gastar ni un centavo de los fondos del gobierno para conseguir una invi-tación.

Otro callejón sin salida. Por Dios, Nicholas estaba har-to de todo aquel asunto.

– Pero alejarte de vez en cuando de esos enormes espa-cios abiertos es una buena terapia para ti -dijo Jamie-. Cada vez que vienes del rancho, te pareces más a John Wayne. Y eso no puede ser sano.

– John Wayne murió hace bastantes años.

– Ya te he dicho que no era sano.

– ¿Y acaso lo es desperdiciar tu vida dentro de un pub?

– Ah, Nick, ¿es que no vas a entenderlo nunca? Los pubs irlandeses son el centro cultural del universo. La poesía y el arte florecen como las rosas en verano, y las conversaciones… -entornó los ojos, recreándose en el recuerdo-. En otros sitios la gente habla, pero en mi pub la gente conversa.

Nicholas sonrió burlonamente.

– ¿Y qué diferencia hay?

– La diferencia entre decidir el destino del mundo y comprar el último videojuego para el niño. -Levantó una ceja-. ¿Por qué estoy perdiendo el tiempo describiéndote una belleza tal? ¿Qué sabrás tú de eso, si sólo tienes a unos cuantos novillos castrados como interlocutores, en el salva-je Idaho?

– Ovejas.

– Lo que sea. No me sorprende que los vaqueros tengan fama de ser fuertes y callados. Sus cuerdas vocales están atrofiadas de no usarlas.

– Vale más estar callado que decir una estupidez detrás de otra.

Jamie resopló.

– La lista -interrumpió Conner.

– Ah, Conner está deseando que le des tu aprobación -dijo Jamie-. Te tiene miedo, ¿sabes?

– Qué tontería. -La risa de Conner sonaba falsa.

– Yo intenté convencerle de que ya no estás en el nego-cio, pero me parece que no se lo cree. Tenía la esperanza de que llevaras puestas las botas de vaquero. Te dan un aspecto tan saludable y bonachón…

– Basta, Jamie -dijo Nicholas.

Jaime sonrió.

– Era sólo un toque de humor -y añadió en un tono inaudible para Conner-: No me gusta nada este tipo. Es como un ratoncillo sabelotodo. Cada vez que abre la boca, me entran ganas de despellejarlo.

– No tiene por qué gustarte. Pero nos conviene su hom-bre infiltrado en la DEA.

– Para lo que nos ha servido hasta el momento… -Jamie buscó en su bolsillo, sacó un pedazo de papel doblado y se lo entregó a Nicholas-. Y esto parece otro acertijo sin respuesta.

– ¿Quién da la fiesta? -preguntó Nicholas.

– Un banquero. Marín Brenden, vicepresidente del ban-co Continental, que va detrás de las inversiones de Kavinski en el extranjero. Brenden ha alquilado un palacete en la isla de Medas para el fin de semana y ha montado la fiesta en honor de Kavinski.

– ¿Cuál es la conexión entre Brenden y Gardeaux?

– Ninguna que parezca significativa.

– ¿Kavinski?

– Es posible. Desde que Kavinski fue elegido presidente de Vanask está cerrando todo tipo de negociaciones, dentro y fuera de la legalidad. Puede que haya ofendido a Gardeaux al no permitirle entrar con sus drogas en Vanask. -Hizo una pausa-. Pero su nombre no está en la lista.

– Entonces, apuesto por la interpretación de Kabler: so-borno. Ha sido el jefe de la DEA durante el tiempo sufi-ciente para saber distinguir el grano de la paja. Es un astuto bastardo.

– ¿Significa eso que no irás a Medas?

Nicholas se quedó pensativo por unos instantes. Proba-blemente, si el mensaje de Gardeaux era sólo una lista de sobornables, todo el asunto no fuera más que una pérdida de tiempo. Y Tanek ya había participado en demasiadas cacerías con la esperanza de encontrar una clave para capturar a Gardeaux.

Pero si en realidad era una lista de objetivos, alguna de las posibles víctimas podía tener información de mucha uti-lidad. Y si Gardeaux los quería muertos, entonces, él, desde luego, los querría bien vivos.

– ¿Y bien? -le apremió Jamie.

– ¿Cómo puedo llegar hasta allí?

– Habrá varias lanchas a disposición de los invitados en uno de los muelles de Atenas. Zarparán a partir de las ocho de la noche, y harán varios viajes. Sólo tienes que mostrar la invitación.

– Me gustaría saber cuántos hombres de Gardeaux lleva-rán invitaciones como la mía.

– He investigado a los invitados -dijo Conner-. Y todos están limpios.

«Sí, quizá sí.»

– ¿Hay alguna otra manera de acceder a la isla?

Conner negó con la cabeza.

– Tiene una costa muy escarpada, y sólo es accesible por un único muelle. La isla de Medas es exactamente del mismo tamaño que en las postales. Uno puede recorrerla en menos de una hora. Aparte de la mansión donde se va a celebrar la fiesta, tan sólo hay unas pocas dependencias anexas.

– Y los hombres de Kavinski estarán vigilando el muelle -dijo Jaime-. No parece ser la situación que Gardeaux ele-giría para librarse de sus enemigos. -Sonrió-. Pero Kaifer también parecía un objetivo imposible, y lo conseguimos.

– Eran otros tiempos y no nos importaba jugarnos el pe-llejo -matizó Nicholas-. Gardeaux es, hoy en día, un gato gordo que prefiere esperar frente a la guarida del ratón para saltar sobre él. Pero supongo que deberé ir y comprobarlo.

– Podría ir yo, si quieres. O podrías enviar a cualquier otro.

– No. Lo haré yo mismo.

– ¿Por qué? -La mirada de Jamie se concentró en su ex-presión-. ¿Acaso vivir entre tantos parajes idílicos, en la más absoluta paz, te pone nervioso?

Por Dios, sí, estaba nervioso. Nervioso, inquieto, impa-ciente y con ganas de acabar con todo aquel asunto. Y, sin embargo, no estaba más cerca de capturar a Gardeaux de lo que lo había estado un año antes.

– Estás demasiado acostumbrado a vivir al límite -dijo Jamie, con tono despreocupado-. Y nunca vas a dejar de ju-garte el pellejo. Admito que yo también lo echo de menos, a veces -suspiró-. Lamentablemente, la triste realidad es que conversaciones no me faltan…

– No lo echo de menos. Simplemente, quiero a Gar-deaux.

– Si tú lo dices…

– Necesitaré un informe sobre todos los nombres de la lista.

– Está en el hotel, encima del escritorio de tu habitación. Como verás, no parece haber ninguna conexión entre ellos.

No, Medas iba a ser una auténtica maraña de suposicio-nes, incertidumbres e incoherencias.

Pero aquel nombre marcado con un círculo que Conner había mencionado podía significar algo; el principal candi-dato a soborno o quizás el principal objetivo de un atenta-do. Fuera lo que fuese, merecía atención. Sacó el papel que le había entregado Jamie.

El nombre, dentro del círculo, que encabezaba la lista estaba, además, subrayado.

Nell Calder.

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