– No soy un político -enarcó una ceja-. Jamás lo seré. ¿Oyes lo que digo? No puedes seguir esquivando el tema. No pienso presentarme a alcalde. Y no voy a aceptar un trabajo en ningún bufete poderoso, ni irme a vivir a un edificio de lujo ni, peor aún, regresar a la mansión.
Su padre soltó un suspiro apenado.
– Eliges vivir en esta… barraca. Tu madre y yo lo hemos aceptado. Es obvio que no tenemos elección. Pero por el simple hecho de que vivas por debajo de tus medios no significa que tengas que juntarte también con mujeres de clase baja.
Se había excedido. Logan apretó los puños, reacio a escuchar a su padre insultar a una mujer que no conocía. «Mi mujer», pensó, y ya era hora de que el juez lo entendiera.
– Escúchame, porque sólo voy a decirlo una vez. No vas a insultar a la mujer con la que pienso casarme. ¿Lo has entendido? Va a ser tu nuera. Acéptalo o sal de mi vida, porque, en este asunto, no transigiré -le palpitaba la cabeza.
A pesar de todas sus disputas, en ningún momento se había distanciado de verdad de su familia. Física y mentalmente, sí, era independiente. Pero emocionalmente se aferraba a la esperanza de que algún día tendría la familia sólida que siempre había querido.
Su padre palideció bajo el bronceado de jugar al golf. Echó la mano hacia atrás para apoyarse en la pared.
– ¿Papá? -nunca antes había tenido motivos para cuestionar la salud del juez y el temor superó su furia.
– No seas ridículo -su padre recuperó la compostura con celeridad, al igual que su airada palidez-. Esa mujer se ganó a una anciana senil para poder terminar exactamente donde se encuentra ahora. En tu cama.
La decepción y el pesar atravesaron a Logan. Su padre jamás vería la verdad como tampoco aceptaría lo que era importante en la vida.
– Adiós, papá.
– Hijo, piensa en tu futuro. No tienes por qué arruinar tu vida para frustrarme. Piensa. La unidad de la familia es importante. Yo lo sé. ¿Por qué crees que descubrí un modo de usar tu… estilo de vida a nuestro favor? Esta oportunidad fotográfica te habría puesto como el Montgomery que se relaciona con la gente corriente. Como de costumbre, destruiste mis esfuerzos. Pero lo intenté. Tú debes hacer lo mismo.
Logan meneó la cabeza.
– Si la unidad de la familia es tan importante para ti, piensa tú. Piensa en todo lo que he dicho hoy, porque hablo en serio. Abandona la necesidad de controlarme y acepta mi vida. Acepta a Catherine.
– Su atractivo desaparecerá -gruñó el juez, aunque por primera vez no sonó tan convencido.
– Jamás.
– Tienes demasiado de tu abuela dentro de ti -musitó-. ¿Te das cuenta de que la prensa te espera? ¿Qué pretendes contarle?
– La verdad.
Sin decir otra palabra, Edgar salió por la puerta.
Logan sacudió a cabeza. Deseó que las cosas pudieran ser diferentes, pero no era el momento de pensar en ello. Debía reclamar su vida. Cuando hubiera acabado, todo el mundo tendría claro quién era Logan Montgomery y hacia dónde se encaminaba.
Incluyendo Catherine.
A Catherine le dolía la cabeza y sabía que era por el estrés. Junto con sus ayudantes, había pasado la tarde creando centros de mesa para la fiesta del día siguiente. El pequeño estudio que Kayla y ella habían alquilado como sede de Pot Luck había quedado lleno a rebosar.
El cuerpo aún le hormigueaba en aquellos sitios que Logan había tocado. Tembló al recordarlo, luego decidió que no se hallaba lo bastante cansada si aún era capaz de pensar, y reaccionar, al pensamiento de hacer el amor con él.
Convencida de olvidar, sacó la harina del armario y luego la leche y los huevos del frigorífico. A continuación el azúcar y el agua. Después de la pesadilla de aquella mañana con la prensa, se encontraba tan tensa que probablemente terminaría con suficiente comida para alimentar a todo el edificio. Se conformaría con Nick y su novia, que vivían del otro lado del pasillo.
Comenzó a batir los ingredientes con más fuerza de la necesaria. No importaba que las tortitas de Nick fueran muy superiores a las suyas, en entusiasmo y energía no la superaba.
El sonido del teléfono no la sobresaltó. Hasta el momento Logan había llamado cinco veces, según el contestador. Sólo una vez escuchó su mensaje. Después había quitado el sonido. No quería hablar con él y no estaba lista para oír su voz.
No hasta que no se desvaneciera la preocupación. No hasta poder comprender cómo una familia podía tenderse trampas y despreocuparse del resultado. Logan y ella en ningún momento habían hablado en serio sobre el futuro, pero aunque lo hubieran hecho, Catherine desconocía si era capaz de vivir en una pecera, sin saber jamás cuándo iba a surgir el siguiente incidente que la humillaría. Lo único positivo de aquel día era su enfrentamiento con el juez Montgomery.
Siguió mezclando la masa y despacio añadió más leche. Ya tenía lista la salsa de arándanos en un cuenco en el mostrador. Se limpió la nariz con el dorso de la mano y se preguntó qué diría su madre si supiera que se había alejado por propia voluntad del hombre al que amaba. «Serías una tonta en perder a ese hombre, Catherine».
El sonido del timbre surgió como un alivio para sus pensamientos. Abrió la puerta.
– Estás muerto de hambre, Nick. Dije que llamaría cuando las tortitas… -calló al ver a su visitante-. Logan.
– Es evidente que esperabas a otra persona. Lamento decepcionarte.
Jamás podría decepcionarla. Incluso con barba de dos días y los ojos cansados como nunca antes le había visto, todavía era la respuesta a todos sus sueños. Era una pena que la realidad hubiera chocado con ella, de lo contrario sería más receptiva a la fantasía.
– ¿Qué puedo hacer por ti? -preguntó.
– Para empezar, invítame a pasar -apoyó el codo en el marco. Ella respiró hondo, sin saber si lo deseaba en su casa-. Tienes mi coche, por lo que me vi obligado a venir en taxi. No echarías a un pobre trabajador, ¿verdad? -exhibió una sonrisa encantadora pero cauta.
Nick se lo iba a llevar al día siguiente, pero dudó que en ese momento Logan quisiera oír el nombre de su amigo. También que aceptara las llaves y se marchara. Lo mejor que podía hacer era mantener la serenidad y la distancia. Que entrara y saliera, tanto de su apartamento como de su vida, sin importar lo mucho que eso doliera.
– Pasa.
Él se dirigió al pequeño salón y observó los muebles. Vestido con un polo negro y vaqueros, parecía como en casa en su acogedor apartamento. Y eso era lo último que pretendía Catherine.
Logan se concentró en la alfombra, una de las piezas preferidas de ella. Enarcó una ceja ante el dibujo de leopardo. Era imposible que comprendiera cuánto le gustaban los accesorios con motivos animales.
– Iría bien en la cabaña.
El corazón de Cat estuvo a punto de pararse.
– ¿Qué quieres de mí? ¿No crees que el día de hoy demostró lo imposible que es? -señaló a ambos, manteniendo la distancia física.
Él la redujo y la envolvió con su presencia. Alargó la mano y le tocó la nariz.
– ¿Harina? -quiso saber.
Ella asintió, sin desear revelarle lo mucho que la afectaba ese gesto sencillo. Con timidez, se frotó la nariz con el dorso de la mano.
– Estoy preparando tortitas.
– Suena delicioso -le crujió el estómago y ella rió.
– Suena que tienes hambre.
– Entonces, dame de comer -sonrió.
– Espero que no tengas un apetito voraz porque hay poco -advirtió, dirigiéndose hacia la cocina.
– Lo que haya me bastará -se sentó en uno de los taburetes.
Catherine suspiró, abrió el armario, sacó una caja de galletas y se la tiró.
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