Ella suspiró y tiró del bajo de la camisa. Logan comprendía la humillación que sentía. Y todo por él. Demonios, recurriría a su fideicomiso si el dinero pudiera impedir que se publicara la foto. Pero no era así. Para los buitres una noticia suculenta valía más que cualquier cantidad de dinero.
– Percibo la manipulación de tu padre en todo esto y lamento que aún intente controlarte -el dolor danzó en sus ojos junto con lo que parecía resignación-. Pero no sé si podré soportar ser carnaza para la prensa -bajó la vista a sus piernas desnudas y recordó que la camisa estaba por encima de las braguitas cuando se sacó la foto.
– Cat…
– También creo ver la mano de tu abuela en esto. Nos encerró en un cuarto para abrigos y me envió cosas calculadas para hacer que me ena… que cayera en tus brazos.
Él enarcó una ceja ante el desliz. Eso sí que era algo en lo que le gustaría profundizar. Y también el posible papel desempeñado por su abuela en toda la situación. No se le escapó que habría podido ser Emma quien hubiera sugerido ese escenario.
Pero aún no estaba dispuesto a ceder ante Emma.
– Reconozco que ella tenía sus propios planes. Incluso te lo mencioné el otro día. Pero tenderte una trampa jamás figuró entre ellos.
A pesar de todos sus defectos, la anciana tenía un gran corazón y era obvio que Catherine le importaba. Logan no tuvo más opción que hacer un acto de fe y creer en la integridad de Emma. De lo contrario, todo lo bueno de su infancia y su vida se habría basado en otra ilusión.
Catherine cruzó los brazos.
– No importa que sean Emma o tu padre los que han convocado la rueda de prensa. Solo quiero largarme de aquí antes de que esto se convierta en un circo periodístico.
Él soltó un juramento, inseguro de cuáles eran los sentimientos de Catherine detrás de la barrera que había erigido. No disponía de tiempo para averiguarlo porque ella tenía razón. Debía sacarla de allí a toda velocidad.
Un vistazo por la ventana reveló que un sedán negro entraba hasta la parte frontal de la casa. Como de costumbre, la llegada de su padre era oportuna y nada bienvenida. Se pasó la mano por los ojos y gimió.
Esperó que contemplar su realidad le hiciera abrir los ojos al juez. Se sentía irritado; a pesar de insistir en ser un hombre independiente, aún manejaban sus hilos como si fuera una maldita marioneta.
Pero iba a parar. Y ese mismo día.
Ira y frustración palpitaron en su interior, tan fuertes como el deseo que había sentido unos momentos antes. Lo último que quería era brindarle a Catherine un camino para que saliera de su vida. Pero se lo debía. Si esperaba recuperar en algún momento el corazón que tanto le había costado ganar, debía dejarla partir.
Recogió las llaves del jeep.
– Está aparcado justo al otro lado de la puerta. Sal y no hables con nadie. No contestes ninguna pregunta. Métete en el vehículo, da la vuelta alrededor de cualquiera que haya llegado y sigue conduciendo.
– Gracias -dijo con ojos tristes.
¿Por qué esa palabra le sonaba tanto a una despedida? Contempló sus labios separados y experimentó la necesidad de saborearla una última vez.
Le asió los antebrazos y la atrajo hacia sí. Ella no se apartó, pero el júbilo había desaparecido. Igual que la expresión abierta.
En ese momento, llamaron a la puerta. Logan bajó la cabeza y le dio un beso fugaz. Catherine suspiró y él ahondó el beso, introduciendo la lengua. Volvieron a llamar, con más fuerza.
Ella dio un paso atrás.
– Yo abriré la puerta, tú pasa a su lado y sigue caminando. ¿Entendido? -ella asintió-. Esto no se ha terminado, Cat. Nosotros no hemos terminado.
– Eres demasiado idealista -murmuró, acariciándole la mejilla.
Él sacudió la cabeza y al mismo tiempo alargó la mano hacia la puerta.
– Soy realista, y cuando todo esto haya acabado, tú formarás parte de mi realidad -giró el pomo-. Ahora vete.
Abrió la puerta, esperando que ella esquivara al juez sin decir una palabra. Pero se detuvo delante de él.
– Hola, juez Montgomery.
El padre pareció aturdido un momento mientras miraba de Catherine a los reporteros que esperaban.
– Señorita…
– Luck. Catherine Luck.
A Logan no le preocupó que le hubiera dado su nombre. Los periódicos lo imprimirían de todos modos. Hizo una mueca de disgusto ante el esnobismo de su padre, que ni siquiera la recordaba después de la fiesta. Pero tuvo la impresión de que a partir de ese día el juez Montgomery jamás olvidaría el nombre de Catherine Luck.
Ella extendió la mano y, tras una breve vacilación, el otro aceptó el saludo.
– ¿La conozco?
– La semana pasada me ocupé del catering de su fiesta -le recordó.
Logan vio que la curiosidad en los ojos de su padre se convertía en manifiesta desaprobación.
– Emma la contrató -afirmó-. Pero recuerdo que mantuve una conversación con usted acerca de confraternizar con los invitados.
– Sí, así es.
– No hace falta que le pregunte qué hace ahora aquí -indicó con desdén.
Logan sintió la tentación de salir en su defensa, pero percibió que, si violaba su sentido de seguridad en sí misma, jamás se lo perdonaría. Diablos, sería afortunado si alguna vez volvía a hablarle.
La mirada de Catherine en ningún momento se apartó de la de su padre. Para su mérito, teniendo en cuenta que sólo llevaba puesta su camisa, se mantuvo firme con un hombre que intimidaba incluso a aquellos que lo conocían bien.
– No, no hace falta. Pero como ya no trabajo para usted, no hay mucho que pueda decir. Aunque a mí me gustaría informarle de una cosa antes de irme.
– Catherine, no tienes por qué pasar por esto en mi casa.
– No, es verdad -le sonrió, aunque sin ningún gozo evidente-. Considéralo un regalo de despedida -volvió a mirar al juez-. Cuanto más intente controlar a la gente que quiere, más se alejarán de usted -carraspeó-. Señor.
Antes de que su padre pudiera asimilar las palabras, pasó a su lado. Cuando el juez comenzó a reaccionar, Cat había desactivado los cerrojos y entrado en el jeep.
Logan sintió una mezcla de orgullo y tristeza mientras observaba el frenesí que había provocado en la prensa. Controlar la ira contra su padre no resultó fácil y se tomó un minuto para centrarse.
– Luck -musitó el juez-. Recuerdo ese apellido. Fue noticia en todos los tribunales. Tiene agallas y carácter, lo que no me sorprende dadas sus raíces, aunque es admirable de todos modos -miró a su hijo-. Y ahora, ¿quieres contarme qué hay entre vosotros dos? ¿Y cómo piensas explicárselo a la prensa?
La furia hirvió en el interior de Logan, pero siguió el ejemplo de Cat. Debía mantener el control. El juez Montgomery jamás perdía la serenidad. La determinación y un aire de autoridad harían que llegara más lejos que si perdía los nervios, algo que había aprendido de niño. La mejor manera de conseguir algo de él era en su mismo terreno. El humor y un sarcasmo frío ya no conseguirían nada. La verdad clara y honesta sí.
Se volvió hacia su padre.
– No tengo nada que explicarle a la prensa. Ni a ti. No sé qué hace falta para convencerte de que soy yo quien maneja mi vida. Y manda en mi casa -respiró hondo-. Y no sabes cuánto me molesta el modo en que le has hablado a la mujer que amo.
– No te entiendo, hijo -el juez meneó la cabeza-. Eres joven y veo lo atractiva que es, a pesar de lo que me disgusta reconocerlo. Pero no eches a desperdiciar tu vida por amor. No existe. Lo que sobrevive es una alianza entre iguales. Y eso es lo que necesita un político. Una mujer capaz de aparentar integridad y estar al lado de su marido. Sin ningún escándalo de por medio.
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