De repente, se sintió en desventaja, algo que no le gustó.
– ¿Sabes una cosa? Esta conversación está un poco descompensada. Tú sabes mi nombre y mis ocupaciones, pero yo no sé nada sobre ti.
– Sabes que tengo un aspecto muy fresco cuando salgo de la ducha -replicó él, con una sonrisa-. Y eso es mucho más de lo que yo sé sobre ti -añadió, mirándola directamente a los ojos.
– No es a eso a lo que me refería.
– Lo siento -exclamó él, mientras se reía y sacudía la cabeza-. Volvamos a empezar.
– Eso ya lo hemos probado -susurró ella, cruzándose de brazos, más que nada para cubrir la reacción que su tórrida mirada le había provocado en los pechos.
– Entonces, volvamos a hacerlo hasta que nos salga bien.
Extendió la mano. En los ojos de él, Brianne vio un desafío en toda regla, como si supiera lo mucho que su tacto podría afectarla, y la estuviera retando a estrecharle la mano. Sin embargo, ella había aprendido a no arredrarse nunca ante un desafío. Por eso, se armó de valor y tomó la mano que él le ofrecía.
– Jake Lowell -añadió-. Encantado de conocerte.
Aunque Brianne se había preparado para todo, la unión entre ellos fue fuerte y firme. Entonces, Brianne comprendió lo que él acababa de decirle y dio un paso atrás, atónita.
– ¿Jake Lowell? ¿Me estás diciendo que tú eres el que necesita terapia? ¿Que tú eres el hermano de Rina?
– Efectivamente. Soy el hermano de Rina en carne y hueso -contestó él, con una amplia sonrisa en los labios.
La mirada de Brianne volvió a bajar a la toalla, sujeta de un modo tan precario que parecía a punto de abrirse al más ligero movimiento. No tenía ninguna duda de que lo que había bajo esa toalla era tan increíble como el resto de él y tragó saliva.
No era el novio de Rina. Era el hombre de las fantasías de Brianne, que era a la vez su terapeuta en carne y hueso…
– ¿Y tú eres el regalo sorpresa que Rina me dijo que me dejaría mientras estuviera fuera?
– ¿Fuera? -preguntó ella. Entonces, recordó que minutos antes él había mencionado algo sobre el aeropuerto y una limusina y sintió que se le secaba la boca.
– A Europa para pasar el verano.
– Estás de broma, ¿verdad?
Él negó con la cabeza, con un aspecto más divertido del que a ella le hubiera gustado.
– ¿Y dices que yo soy el regalo sorpresa?
– Aparentemente.
– ¿Y qué diablos quieres decir con eso? -le espetó ella, sintiéndose furiosa y traicionada a la vez-. La terapia física no es un regalo sino una necesidad.
Aquello era algo que Rina había parecido entender. Había mostrado preocupación por la lesión de su hermano y había querido acelerar su recuperación a pesar de sus reticencias, algo que Brianne podía entender perfectamente. Su hermano, Marc, había sido un niño bastante frágil y con frecuencia había sufrido roturas en los huesos y a menudo habían tenido que contratar a un terapeuta para que lo ayudara a recuperarse. La presencia de aquellos profesionales había despertado su vocación y el deseo de trabajar con niños, de ahí que hubiera solicitado trabajo en el Rancho para Niños Especiales, un lugar en el que los niños podían curarse acompañados de sus familias.
– ¿Por qué diablos iba ella a querer meterse en ese tipo de juegos?
– Creo que puedo imaginármelo.
Entonces, hizo un gesto muy significativo, señalándolos a ambos, lo que provocó que Brianne se diera la vuelta inmediatamente y se dirigiera a la puerta. En el último momento, se volvió. No estaba dispuesta a marcharse sin dejar muy claros sus sentimientos.
– Déjame decirte algo. No me gusta que se aprovechen de mí. Me tomo mi trabajo y mis habilidades muy seriamente y no me interesa en absoluto verme implicada en un plan para emparejarme con nadie.
– Conociendo a Rina, podría ser muy bien un plan -dijo él, acercándose a ella, tanto, que Brianne podía sentir el calor que emanaba de su cuerpo.
– Te agradecería mucho que dejaras de acercarte a mí.
– ¿Y cómo si no voy a demostrarte que estás equivocada? -le preguntó él. Entonces, empezó a tomarle el pulso en la base del cuello. Brianne estaba segura de que él podía sentir cómo latía a toda velocidad.
– ¿Equivocada sobre qué?
– Sobre qué te interesa -contestó él, con una nota de seducción en la voz.
– Estoy tan interesada como tú necesitas terapia.
– Entonces, eso significa que tenemos algo en común -replicó Jake. Entonces, se echó mano a la toalla que llevaba alrededor del cuello.
– ¿Qué vas a hacer?
– Demostrarte algo. ¿Ves esto?
Antes de que Brianne pudiera discutir u oponerse, Jake se levantó la toalla y le mostró unos hematomas que le cubrían el pecho.
– Estuve herido y mi movilidad es limitada -añadió, al tiempo que levantaba el brazo con evidentes gestos de dolor-, lo que significa que necesito la ayuda de un fisioterapeuta. Por lo que has dicho, eso significa que te necesito a ti y que tú, por lo que acabas de decir, estás interesada en mí.
Brianne abrió la boca y la volvió a cerrar. El corazón le latía a toda velocidad. No se podía creer cómo la afectaba saber que estaba herido. Quería reconfortarlo, curarlo, hacer que se sintiera mejor…
No quería apartar la mirada de los ligeros hematomas que le cubrían el pecho y el hombro, pero, de nuevo, no pudo evitar que los ojos le bajaran hasta la toalla. Como evidentemente hablaba en serio, Brianne se obligó a concentrarse en lo que se acababa de presentar ante ella. Además, necesitaba demasiado el dinero que le habían ofrecido como para marcharse.
Si realizaba su compromiso, podría mudarse al oeste aunque no le ofrecieran el puesto que tanto deseaba en el rancho. Trabajar con Jake suponía un desafío, pero ella nunca se había arredrado ante nada. ¿Qué importaba que la hubieran manipulado para aceptar aquel trabajo?
Poco a poco, consiguió empezar a tragarse su orgullo. No había sido él sino su hermana quien la había colocado en aquella situación. Sin embargo, los beneficios de aquella situación serían suyos a la larga y aquello era lo único que importaba. Todo continuaría como había planeado. Aceptaría aquel trabajo, se mudaría a aquel apartamento y rehabilitaría el hombro de Jake… ¡Dios santo! ¿En qué lío se había metido?
Jake la miró a los ojos, que ella tenía tan grandes como platos. Notó también que tenía los labios entreabiertos y sintió que el deseo de saborearlos nunca había sido más fuerte. No sabía lo que le sorprendía más, que su hermana hubiera mediado en todo aquello o la mujer que ella había escogido como su regalo. Resultaba sorprendente que Brianne hubiera resultado ser terapeuta.
Sin embargo, no le cabía la menor duda de que, fuera cual fuera la ocupación de Brianne, Rina habría encontrado algún modo de unirlos. Simplemente había dado la coincidencia de que Brianne era la mujer perfecta para sus actuales necesidades. Si no dejaba de mirar la toalla que le ceñía la cintura con tanta curiosidad, algunas de aquellas necesidades iban a materializarse… y muy pronto.
Ya se había acercado lo suficiente a ella como para poder oler el aroma a fresas que tenía en el cabello. Era un olor limpio, fresco y, a pesar de todo, despertaba en él una necesidad tan fuerte, tan intensa… Para ser un hombre que tenía un terrible matrimonio y un desagradable divorcio a las espaldas, que trataba de mantener una vida libre de ataduras emocionales, su interés por Brianne Nelson era excesivo.
Efectivamente, no había esperado encontrarla allí. Su único consuelo era que ella se sentía tan sorprendida como él. No se podía negar la química que había entre ellos, pero la atracción era algo fácil y lo que vibraba entre ellos no lo era. Había algo más que deseo entre ellos.
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