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Carly Phillips: Una terapia muy especial

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Carly Phillips Una terapia muy especial

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Noche tras noche, la fisioterapeuta Brianne Nelson fantaseaba con el apuesto desconocido que había visto en la cafetería en la que trabajaba media jornada. Lo que no sospechaba era que aquel desconocido acabaría convirtiéndose en cliente suyo… Gracias a la generosidad de su hermana, Jake Lowell iba a disfrutar de los servicios de Brianne durante una temporada. Aunque no tenía la menor gana de volver a su empleo de policía, debía encontrar al tipo que le había disparado. Pero antes necesitaba una buena terapia, y lo cierto era que Brianne estaba consiguiendo que se sintiera mucho mejor…

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Tenía una preocupación más importante: el novio de Rina. Brianne esperaba de todo corazón no encontrarse con el hombre de sus fantasías durante su estancia en la casa. Estaba segura de que si Rina había sospechado la atracción que había surgido entre ellos, se encargaría personalmente de mantenerlos separados. Aunque le dolía, sabía que era lo mejor para ella misma, para su hermano, por tantas razones…

El ascensor se detuvo suavemente y las puertas se abrieron. Estaba directamente en la entrada y se quedó atónita por lo grande que era aquel ático. Aparentemente, Rina lo compartía con su hermano, lo que le iría muy bien para sus sesiones de fisioterapia de por las tardes.

El lujo era increíble. Arañas de cristal, enormes ventanales, suelos de mármol… De repente, Brianne se sintió abrumada por la enormidad de su decisión. Sin embargo, igual que se había dicho antes, si una rica viuda, tal y como Rina se había denominado, quería gastarse el dinero facilitándole la vida a su hermano, Brianne sólo podía congratularse por su suerte y trabajar mucho.

Miró a su alrededor mientras se estiraba los leggins que se había puesto para ir a conocer al hermano de Rina. En vez de vestirse para impresionarle, había tratado de conseguir el efecto opuesto para demostrar que sólo quería trabajar y que estaba lista para comenzar. No obstante, al ver el ambiente, se preguntó si se habría equivocado. Fuera como fuera, era demasiado tarde para poder rectificar.

Rina había descrito a su hermano como «muy difícil y poco dispuesto a proseguir con la terapia». Brianne trató de calmarse. Tiempo atrás había aprendido a ocultar sus inseguridades y a aprovechar al máximo cualquier oportunidad.

– ¿Hola? -dijo.

El ático ocupaba toda la última planta del edificio y nadie podía entrar en el vestíbulo privado sin una llave de acceso. Brianne nunca había estado en un lugar tan elegante como aquél. Ni tan vacío. Considerando que el portero le había dicho que la estaban esperando, no podía entender dónde estaban los dos hermanos.

– ¿Hay alguien aquí?

Como respuesta, el regordete perro que había conocido en su primera visita fue a saludarla, moviendo el rabo por la excitación. Brianne sabía que no tenía nada que temer.

– Menudo perro guardián estás tú hecho -dijo la joven, tras agacharse frente al animal para rascarle detrás de las orejas-. Eres muy mono. ¿Hay alguien en casa, Norton? -añadió, tras consultar el nombre en la placa que llevaba al cuello. Como respuesta, el animal le lamió la mano-. Tienes la lengua negra. ¡Qué interesante!

– ¿Rina? ¿Por qué has vuelto? -exclamó una voz de hombre desde algún lugar del apartamento-. Pensé que ya ibas de camino al aeropuerto. No me dijiste que ese maldito perro le lame a uno las piernas cuando se sale de la ducha…

La voz se interrumpió abruptamente. Brianne se enderezó y, al levantar los ojos, sintió que le daba un vuelco el corazón. El hombre de sus fantasías estaba delante de ella… y no estaba vestido. A menos que se considerara que una pequeña toalla que llevaba alrededor de la cintura y otra alrededor de los hombros fueran dignas de llamarse ropa. Las partes que quedaban al descubierto eran espectaculares. Tenía la piel muy bronceada, a excepción de la piel más blanca que se adivinaba por debajo de la toalla que cubría partes en las que ella ni siquiera quería pensar.

Decidió rápidamente que sí, que quería hacer mucho más que pensar en ellas. Aquellos pensamientos ilícitos iban aumentando con la misma rapidez que los latidos de su corazón. Entonces, trató de tomar oxígeno rápidamente y se obligó a encontrar la atónita mirada que él le estaba dirigiendo.

– Usted no es Rina.

Mientras Brianne negaba con la cabeza, no pudo evitar pensar si se sentiría desilusionado. El curvó los labios para esbozar la sonrisa más increíble que había visto. «Respira», se ordenó Brianne, en silencio.

– No creí que usted pudiera ser ella. La limusina la recogió hace un rato para llevarla al aeropuerto.

Brianne contempló una vez más la toalla que le ceñía las caderas. Tenía que enfrentarse a aquella situación. Apretó los puños. Cuando aceptó la proposición de Rina, se había convencido de que nunca se encontraría con él. Había estado segura de que Rina no lo permitiría. Y, de repente, se lo encontraba en el ático. Si vivía en el ático también, lo vería con más frecuencia de la que deseaba. Al admirar de nuevo el amplio pecho, bronceado y musculado, Brianne sintió que se mareaba.

En aquel momento, él dio un paso al frente. El limpio aroma del jabón se mezclaba con un masculino aftershave, que la iba envolviendo poco a poco. Brianne no pudo soportarlo más, al menos si quería mantener la dignidad.

– No se mueva -le ordenó-. No dé un paso más.

– Vaya, si habla. Y yo que creía que era muda.

– Muy gracioso…

– ¿Y por qué no puedo acercarme más? -le preguntó él, cruzando los brazos sobre el pecho.

Brianne deseó que no hiciera gestos que atrajeran más su atención hacia el físico espectacular de aquel hombre. Gracias a las muchas noches que se había pasado fantaseando con él sentía que su propio cuerpo estaba al límite. No importaba que nunca se hubieran conocido hasta aquel momento. Era el hombre que se había llevado a su casa, a su cama, todas las noches…

Inmediatamente, decidió que no habría cantidad de dinero que le hiciera aceptar aquel trabajo. Entonces, como si Norton le hubiera leído el pensamiento, colocó la cabeza sobre el suelo y la miró con ojos suplicantes. Sin embargo, en aquel momento, el hombre de sus fantasías le frotó suavemente la barbilla y le hizo levantar el rostro hasta que sus miradas se encontraron, lo que la hizo olvidarse del perro.

– Parece que está a punto de desmayarse.

El calor que irradiaba su cuerpo era potente. La necesidad de acercarse a él y dejar que su húmeda piel se uniera a la suya era fuerte. Demasiado fuerte…

– Le he dicho que no se acerque…

– Y yo le he preguntado que por qué no puedo hacerlo. Y no me ha respondido.

Brianne se dio cuenta por primera vez de que tenía los ojos de un profundo color azul, tan oscuro que hubieran podido pasar por negros. Trató de encontrar una respuesta que no la dejara completamente humillada, pero no encontró ninguna. No podía decirle la verdad.

Al ver que ella permanecía en silencio, él soltó un gruñido y bajó la mano.

– De acuerdo. Volvamos a empezar. Yo no sabía que Rina estaba esperando compañía. ¡Qué diablos! Ni siquiera sabía que Rina y usted se conocieran.

– Nos conocimos la semana pasada -respondió Brianne por fin-. En realidad, no es exactamente Rina la que me está esperando, sino su hermano.

– ¿De verdad? -preguntó él, muy sorprendido.

– Supongo que sí. Rina dijo que lo informaría de que yo iba a venir. Me llamo Brianne Nelson -contestó ella, extendiendo la mano. Para ello tuvo que armarse de valor, considerando que él llevaba sólo una toalla y nada más.

– Brianne… Es muy hermoso. Te va muy bien.

– Gracias.

– Bueno, dime, ¿por qué crees que el hermano de Rina te está esperando?

Brianne entornó los ojos. ¿No le habría mencionado Rina que había contratado a alguien para que se ocupara de la terapia de su hermano? ¿Acaso era su relación tan superficial que no hablaban de cosas importantes? Aquella imagen no concordaba con la que se había hecho de Rina. Le había parecido una persona decente y cariñosa. Por mucho que le hubiera gustado sentir antipatía por la otra mujer, no podía.

– Soy terapeuta -dijo, optando por dar explicaciones mínimas. No le gustaba el modo en que aquel hombre la estaba mirando.

– Pensé que eras una camarera.

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