Gastón Leroux - El Fantasma de la Opera

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El Fantasma de la Opera: краткое содержание, описание и аннотация

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El fantasma de la Ópera no solamente es la obra más famosa de Gaston Leroux, sino también la que ha logrado más perdurabilidad e interés, sobre todo por dos elementos muy especiales: el aspecto visual de la novela, que la predisponía a las futuras adaptaciones cinematográficas, y -la música, determinada por el ambiente de la Ópera de Paris, donde se desarrollan las correrías del fantasma. La historia, una mezcla de La Dama de las Camelias y los ambientes góticos de Nuestra Señora de Paris, relata los amores del vizconde Raoul de Chagny y la cantante Chistine Daaé, y su rapto por Erik, el Fantasma de la Ópera, quien mora en los subsuelos de ese enorme edificio, el teatro más grande del mundo, con sus más de 2.000 puertas y su lago subterráneo, construido por el famoso arquitecto Garnier. Una novela a la que la arquitectura y la música harán mantener siempre su interés, con un héroe al mismo tiempo diabólico y vulnerable, fiel heredero del romanticismo.

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Se hizo el silencio.

Cada silencio suponía para nosotros una esperanza. Nos decíamos: «Quizás detrás de la pared, él se ha ido y dejado a Christine Daaé sola».

Sólo pensábamos en indicar a Christine Daaé nuestra presencia sin que el monstruo se diera cuenta.

Ahora, la única forma de salir de la cámara de los suplicios era que Christine nos abriera la puerta; de no ser así, no podríamos socorrerla, ya que ignorábamos incluso dónde se encontraba la puerta.

De repente, el silencio de al lado fue turbado por el ruido de un timbre eléctrico.

Al otro lado de la pared se oyó un salto y la voz de trueno de Erik:

– ¡Llaman! Que entre -una lúgubre carcajada sarcástica-. ¿Quién viene a molestarnos? Espérame aquí un momento…, voy a decirle a la sirena que abra.

Unos pasos se alejaron, una puerta se cerró. No tuve tiempo de pensar en el nuevo horror que se preparaba; olvidé que quizás el monstruo salía para cometer un nuevo crimen. No pensé más que en una cosa: ¡Christine se encontraba sola al otro lado de la pared! El vizconde de Chagny ya la llamaba. -¡Christine, Christine!

Si oíamos lo que decían en la habitación de al lado, no había motivo para creer que mi compañero no fuera oído a su vez. Sin embargo, el vizconde tuvo que repetir varias veces su llamada.,Por fin, una voz débil llegó hasta nosotros. -¿Estaré soñando?

– ¡Christine, Christine! ¡Soy yo, Raoul! -Silencio-. Contéstame Christine… ¡Si está sola, contésteme, por lo que usted más quiera!

Entonces, la voz de Christine murmuro el nombre de Raoul.

– ¡Sí, sí, soy yo! ¡No es un sueño!… Christine, tenga con

fianza… Estamos aquí para salvarla… ¡Ni una imprudencia…! Cuando oiga al monstruo, avísenos.

– ¡Raoul, Raoul!

Se hizo repetir varias que no soñaba y que Raoul de Chagny había podido llegar hasta ella, conducido por un fiel compañero que conocía el secreto de la mansión de Erik.

Pero en seguida, a la rápida alegría que le traía nuestra presencia, siguió un temor aún mayor. Quería que Raoul se marchara en el acto. Temblaba de miedo a que Erik descubriera su escondite, ya que en ese caso no hubiera dudado en matar al joven. Nos hizo saber en pocas palabras que Erik se había vuelto absolutamente loco de amor y que estaba decidido a matar a todo el mundo y a él mismo con el mundo, si ella no consentía en convertirse en su mujer ante el alcalde y el párroco, el párroco de la Madeleine. La había dejado hasta el día siguiente a las once para meditar. Era el último plazo. Entonces, tendría que elegir, como decía él, entre la misa de bodas o la de difuntos.

Y Erik había pronunciado esta frase que Christine no había comprendido enteramente: «¡Sí o no; si es no, todo el mundo puede darse por muerto y enterrado!».

Pero yo comprendí aquella frase perfectamente, porque res

pondía de forma amenazante a mi temible pensamiento.

– ¿Podría decirnos dónde está Erik? -le pregunté. Ella contestó que debía haber salido de la mansión. -¿Podría asegurarse de ello?

– ¡No!… Estoy atada…, no puedo hacer ni un solo gesto. Al saberlo, el señor de Chagny y yo no pudimos contener un grito de rabia. La salvación de los tres dependía de la libertad de movimientos de la joven.

– ¡Oh! ¡Liberarla, llegar hasta ella!

– Pero, ¿dónde están? -volvió a preguntar Christine-. Hay t, sólo dos puertas en mi habitación, la habitación estilo Luis Felipe de la que le he hablado, Raoul…, una puerta por la que entra y sale Erik, y otra que no ha abierto jamás delante de mí y por la que me ha prohibido pasar por ser, según dice, la más peligrosa de las puertas…, ¡la puerta de los suplicios!

– ¡Christine, estamos detrás de esa puerta!…

– ¿Están en la cámara de los suplicios? -Sí, pero no vemos la puerta.

– ¡Ay!… Si al menos pudiera arrastrarme hasta allí… Golpearía contra la puerta y así sabrían dónde está. -¿Es una puerta con cerradura? -pregunté.

– Sí, con cerradura.

Pensé: se abre del otro lado con una llave, como todas las puertas, pero por nuestro lado se abre con el resorte y el contrapeso, y no va a ser fácil descubrirlo.

– ¡Señorita! -dije-. ¡Es absolutamente necesario que nos abra esa puerta!

– Pero, ¿cómo? -respondió la voz desolada de Christine. Oímos un cuerpo que se movía, que intentaba librarse de las ligaduras que la aprisionaban…

– Sólo nos salvaremos con astucia -dije-. ¡Necesitamos la llave de esa puerta!

– Sé dónde está -contestó Christine que parecía agotada por el esfuerzo que acababa de hacer-, pero estoy bien atada… ¡Miserable!…

Se oyó un sollozo.

– ¿Dónde está la llave? -pregunté, ordenando al señor de Chagny que se callara y me dejara llevar el asunto porque no podíamos perder ni un instante.

– En la habitación, junto al órgano, con otra llavecita de bronce que igualmente me ha prohibido tocar. Están en una bolsita de cuero a la que él llama La bolsita de la vida y de la muerte… ¡Raoul! ¡Raoul… Huya… Aquí todo es misterioso y terrible… Erik se ya volver completamente loco… ¡Y ustedes en la cámara los suplicios!… ¡Salgan por donde han venido! ¡Esa cámara debe tener motivos para llamarse así!

– ¡Christine, saldremos de aquí juntos o moriremos juntos! -dijo el joven.

– Tenemos que salir de aquí sanos y salvos -susurré-, pero debemos conservar la sangre fría. ¿Por qué la ha atado, señorita? No puede huir de aquí, y él lo sabe.

– ¡Quise matarme! El monstruo, esta noche, después, haberme traído aquí desvanecida, medio cloroformizada, se había ausentado. Había ido, parece ser -es él quien me lo ha dicho-, a visitar a su banquero… Cuando ha vuelto, me ha encontrado con el rostro ensangrentado… ¡yo había querido matarme! ¡Me había golpeado la frente contra las paredes!

– ¡Christine! -gimió Raoul, y empezó a sollozar.

– Entonces, me ató… No tengo derecho a morir hasta mañana a las once…

Toda esta conversación a través de la pared fue mucho más «entrecortada» y mucho más cautelosa de lo que podría dar idea transcribiéndola aquí. A menudo nos deteníamos en medio de una frase, porque nos había parecido oír un crujido, un paso, un murmullo insólito… Ella nos decía:

– ¡No, no es él!… Ha salido… ¡Estoy segura de que ha salido! He reconocido el ruido que hace al cerrarse la pared del lago.

– Señorita -declaré-, el monstruo mismo la ha atado… También será él quien la desate… No tiene más que simular una comedia… ¡No olvide usted que la ama!

– ¡Desgraciada de mí! -oírnos-. ¿Cómo podría olvidarlo?

– Recuérdelo para sonreírle… suplíquele, dígale que esas ataduras le hacen daño.

Pero Christine Daaé nos dijo:

– ¡Chisss!… Oigo algo en la pared del lago… ¡Es él!… ¡Váyanse! ¡Váyanse!… ¡Váyanse!…

– No nos iríamos aunque pudiéramos -dije para impresionar a la joven-. ¡No podemos irnos! ¡Además, estamos en la cámara de los suplicios!

– ¡Silencio! -volvió a susurrar Christine. Los tres nos callamos.

Pasos sordos se arrastraban lentamente detrás de la pared y volvían a hacer crujir el suelo.

Luego, hubo un enorme suspiro seguido de un grito de horror de Christine, y oímos la voz de Erik.

– ¡Te pido perdón por enseñarte un rostro como éste! Mira en qué estado me encuentro? ¡Es culpa del otro! ¿Por qué habrá llamado? ¿Acaso pregunto a los que pasan qué hora es? No volverá a preguntar la hora a nadie. Es culpa de la sirena…

De nuevo un suspiro más profundo, más amplio, salido de lo más hondo del abismo de un alma.

– ¿Por qué has gritado, Christine?

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