Peter Tremayne - Sufrid, pequeños

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En esta tercera entrega de la serie sobre sor Fidelma de Kildare, Tremayne nos traslada al espacio natural de la monja detective, la Irlanda del siglo VII, regida por sus peculiares leyes brehon y en la que la Iglesia celta permite la convivencia de hombres y mujeres en los monasterios. De hecho, el celibato no era un concepto muy popular por aquellos lares.
En esta ocasión, Fidelma debe esclarecer la más que sospechosa muerte de un reputado erudito, el venerable Dacán, en la abadía de Ross Alitihir; una muerte que puede tener funestas consecuencias e incluso desencadenar una guerra entre los reinos de Laigin y Osraige. Sin embargo, todo parece indicar que hay algo más que una intriga política tras el asunto.
Sor Fidelma deberá luchar contra el tiempo.

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Capítulo XII

A la mañana siguiente, cuando sor Fidelma iba de camino a la biblioteca para ver si sor Grella había regresado, recibió un llamamiento para presentarse en las habitaciones del abad Brocc.

– Prima, tengo un mensajero que se va a Cashel esta tarde. Me pregunto si quisierais aprovechar la oportunidad para enviar un mensaje a vuestro hermano.

Fidelma estaba a punto de contestar con una negativa cuando se le ocurrió una idea.

– Sí. Quiero que mi hermano contacte con el jefe brehon y ordene la asistencia del comerciante de Laigin, Assíd de Uí Dego, a la asamblea cuando se trate el asunto de la muerte de Dacán. Resulta esencial que le haga algunas preguntas a Assíd.

– ¿Assíd? ¿El comerciante que se hospedaba aquí la noche en que mataron a Dacán? -Los ojos de Brocc mostraron cierta esperanza-. ¿Creéis que Assid…, creéis que puede ser el responsable…?

Fidelma lo decepcionó al negarlo con la cabeza.

– Lo único que exijo es su presencia en la vista.

La mirada esperanzada de Brocc se convirtió en una preocupación que mostró frunciendo el ceño.

– Ah, yo creía que al menos un misterio se podría resolver ahora.

– ¿Un misterio? -inquirió Fidelma que había captado el matiz.

– Por lo que sé, la pasada noche, ¿buscabais a sor Grella?

– Así es. ¿Qué ha pasado con sor Grella? -preguntó, presintiendo algo.

– Ojalá lo supiera. A sor Grella no se la ha visto desde poco después de las vísperas de ayer. Esta mañana no se ha abierto la biblioteca y el hermano Rumann me dice que en su habitación no parece que haya dormido allí. Le preguntó al hermano Conghus y éste le dijo que estabais investigando algo sobre ella la pasada noche.

Fidelma se sentó frente a la mesa del abad antes de continuar.

– ¿Había desaparecido antes alguna vez?

– No, que yo sepa -contestó el abad-. Todo esto es de lo más angustioso, prima. Primero, tenemos la muerte de Dacán; luego, sor Eisten es encontrada muerta y, ahora, sor Grella desaparece. ¿Qué tengo yo que hacer con todo esto?

Por un momento, Fidelma compadeció a su pomposo primo. Parecía un niño perdido, desamparado, necesitado de que alguien le dijera qué hacer.

– Ojalá os pudiera ayudar, Brocc. En este momento, yo me siento igual de desconcertada. Pero os quiero preguntar algunas cosas y que tengáis absoluta confianza en mí.

El abad esperó expectante.

– ¿Sabéis algo del pasado del hermano Midach?

– ¿El hermano Midach? -preguntó Brocc sorprendido-. Es un buen médico. Lleva cuatro años en Ros Ailithir. Veamos…, vino procedente de la abadía de Cealla.

– ¿Y sor Necht?

– Llegó a la abadía hace unos seis meses.

– ¿También procedente de Cealla?

– No. ¿Quién os ha dicho eso? Creo que vino de un pueblo no muy lejano de aquí. ¿Por qué no se lo preguntáis a ella?

– Era sólo una idea. -Fidelma se sintió decepcionada-. Pensaba que había alguna conexión entre Midach y Necht.

– Bueno, en realidad él la presentó en la abadía; eso es cierto. Visitaba a su padre en uno de los pueblos y, cuando éste murió y ella quedó huérfana, Midach propuso que ingresara aquí como novicia. Creo que todavía es su alma amiga.

Fidelma dejó ir un suspiro de decepción. Había pensado que tal vez hubiera otro tipo de relación con Osraige, y entre Midach y Necht. Si algo había realmente, ella no estaba segura. Osraige estaba sin duda en el meollo del misterio.

El abad no insistió más.

– ¿Qué tengo yo que hacer con todo esto? -repitió casi con patetismo.

Fidelma había estado considerando por qué caminos avanzar y ahora se daba cuenta de que, con la desaparición de sor Grella, no había nada que pudiera hacer a menos que encontrara otro nuevo camino que seguir. Para eso, tenía que revelar parte de la información que había recabado y exponerla como un señuelo para extraer datos nuevos.

– ¿Sabíais que sor Grella había sido la esposa del venerable Dacán? -preguntó inocentemente.

El abad Brocc abrió la boca expresivamente.

– ¿Qué estáis diciendo? ¿Os lo dijo ella?

– Me lo dijo alguien que la conoció en Laigin. ¿Así que no lo sabíais?

– Yo sólo sabía que venía de Cealla y estaba capacitada hasta el grado de sai. Pero, de eso de que había sido esposa del venerable Dacán, ¿estáis totalmente segura?

– Tengo un testigo. La pasada noche registré su habitación. Tengo derecho -añadió rápidamente, al percibir cierta preocupación en el rostro de Brocc-. Dacán fue atado antes de ser asesinado. Las ataduras, por suerte, las guardó el hermano Martan, vuestro boticario. La pasada noche encontré la falda de la que se rasgaron esas tiras. La falda estaba oculta en una mochila en la habitación de sor Grella.

La respuesta del abad Brocc, cuando se dio cuenta de las implicaciones que tenía aquello, fue llevarse ambas manos a la cabeza y gimotear.

– La reputación de esta abadía está deshonrada -gimió-. ¿Qué puedo hacer? ¿Me queréis decir que Grella es la asesina y el motivo es algún sórdido asunto pasional?

– Os podéis olvidar de la deshonra de la abadía, de momento, primo -replicó Fidelma secamente-. Primero resolvamos el enigma.

– Pero esa información hace que me avergüence -gimió Brocc.

– Entonces recordad lo que escribió Diógenes: «El rubor es el color de la virtud» -citó Fidelma con cinismo-. La única vergüenza es no tenerla.

Lo había herido en su orgullo.

– No me importa por mí -gimoteó contrito-. Tan sólo pensaba en la reputación de la abadía. ¿Así que creéis que Grella mató a Dacán?

Fidelma no se molestó en contestar.

– ¿Sabíais, Brocc, que sor Grella visitó la fortaleza de Salbach en Cuan Dóir hace una semana? Si así fue, ¿tenía vuestro permiso para salir de la abadía y visitar a Salbach?

El abad se la quedó mirando un momento sin expresión alguna.

– No. Yo le di permiso a sor Grella para ir a Rae na Scríne hace una semana, para visitar a sor Eisten, que trabajaba allí. La visita era para ir a recoger un libro y llevar algunas hierbas y medicinas del hermano Martan que ayudaran a combatir la peste amarilla. ¿Por qué iba a dirigirse en dirección opuesta para ver a Salbach?

– Quizás primero visitó a sor Eisten y luego fueron juntas a la fortaleza de Salbach.

– ¿Pero por qué?

Una idea rondó de improviso por la cabeza de Fidelma. Si Eisten había estado buscando unos pasajes para ella y sor Grella, quizá Grella huyó a bordo del barco mercante. Fidelma se levantó y fue hacia la ventana a mirar abajo a la ensenada.

El mercante franco, con sus pesadas líneas, todavía estaba anclado cerca del barco de guerra de Mugrón. El abad se había acercado y observaba sorprendido.

– ¿Qué veis, prima?

– Temía que el mercante franco ya hubiera levado anclas.

Brocc frunció el ceño.

– Supongo que debe de zarpar con la marea de mediodía.

– Entonces quiero que deis una autorización a Cass para subir a bordo y registrar ese barco antes de que zarpe.

– ¿Registrar?

– Sí. Un registro minucioso, como lo oyes -insistió Fidelma con tranquilidad-. Lo ordeno bajo la autoridad que me confiere ser dálaigh. - Se enderezó un poco y siguió hablando-. Es posible que sor Grella esté a bordo.

Brocc se mostró escandalizado, pero no respondió. Lo que hizo fue llamar con su campana para emplazar al scriptor y luego dictó las órdenes necesarias para encontrar a Cass y darle las instrucciones que había indicado Fidelma.

– Si hay algún problema, decidle a Cass que informe al capitán franco de que, mientras esté anclado en la bahía, tiene que obedecer las leyes de este reino -indicó Fidelma al scriptor, que se apresuraba en tomar nota.

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