Ésos eran los mensajes. Ninguno de Morelli. Es curioso cómo funciona la cabeza de las mujeres. Ahora estaba hundida porque Morelli no llamaba.
Le dije a mi madre que iría a cenar. Luego le dije a Tina que había decidido no quedarme con el vestido. Cuando le colgué a Tina me sentí diez kilos más ligera. El Porreta y Dougie estaban bien. La abuela estaba bien. Yo era rubia y no tenía vestido de novia. Aparte de los problemas con Morelli, la vida no podía ser mejor.
Eché una breve siesta antes de ir a casa de mis padres. Al levantarme, el pelo se me había puesto muy raro, así que me di una ducha. Después de lavarme y secarme el pelo me parecía a Art Garfunkel. Pero más. Era como si el pelo me hubiera estallado.
– No me importa -le dije a mi reflejo en el espejo-. Soy la Stephanie nueva y mejorada -por supuesto, era mentira. A las chicas de Jersey eso nos importa.
Me puse un par de vaqueros negros nuevos, botas negras y un polo rojo de canalé de manga corta. Salí al salón y me encontré con Benny y Ziggy sentados en el sofá.
– Hemos oído la ducha y no queríamos molestarla -dijo Benny.
– Sí -siguió Ziggy-, y debería arreglar la cadena de seguridad. Nunca se sabe quién puede entrar en casa.
– Acabamos de volver del funeral de Louie D y nos hemos enterado de cómo encontró al chavalito ese, el mariquita, y a su amigo. Sophia hizo una cosa horrible.
– Incluso cuando Louie estaba vivo, ella ya estaba loca -dijo Ziggy-. No se le puede dar la espalda. No está en sus cabales.
– Y dígale a Ranger que le enviamos nuestros mejores deseos. Esperamos que lo del brazo no sea muy serio.
– ¿Han enterrado a Louie con el corazón?
– Ronald se lo llevó directamente al enterrador, se lo pusieron y le cosieron; le dejaron como nuevo. Hoy Ronald ha acompañado al coche fúnebre otra vez hasta Trenton para el funeral.
– ¿No estaba Sophia?
– Había flores en la tumba, pero no ha estado en la ceremonia -sacudió la cabeza-. Demasiada presencia policial. Estropeaban la intimidad.
– Supongo que sigue buscando a Choochy -dijo Benny-. Debería tener cuidado con él. Está un poquito… -hizo un movimiento circular con el dedo índice en la sien para indicar que «le faltaba un tornillo»-. Aunque no como Sophia. Chooch tiene un buen corazón.
– Es por culpa del infarto y del estrés -dijo Ziggy-. No se puede menospreciar el estrés. Si necesita ayuda con Choochy, llámenos. A lo mejor podemos hacer algo.
Benny ásintió con la cabeza. Tendría que llamarles.
– Tiene el pelo muy bonito -dijo Ziggy-. Se ha hecho la permanente, ¿verdad?
Se levantaron y Benny me dio una caja.
– Le he traído un poco de mantequilla de cacahuete. Estelle la trajo de Virginia.
– Aquí no se encuentra una mantequilla de cacahuete como la de Virginia -dijo Ziggy.
Les di las gracias por la mantequilla y cerré la puerta en cuanto salieron. Les di cinco minutos para que salieran del edificio y luego agarré mi chupa de cuero negro y el bolso y cerré con llave.
Mi madre miró a los lados cuando me abrió la puerta.
– ¿Dónde está Joe? ¿Dónde está tu coche?
– Cambié mi coche por la moto.
– ¿Esa moto que está en la acera?
Asentí con la cabeza.
– Parece una de esas motos de los Ángeles del Infierno.
– Es una Harley.
Entonces se dio cuenta. El pelo. Los ojos se le abrieron como platos y la mandíbula se le descolgó.
– Tu pelo -susurró.
– He pensado probar algo nuevo.
– Dios mío, te pareces a esa estrella de la canción…
– ¿Madonna?
– Art Garfunkel.
Dejé el casco, la cazadora y el bolso en el armario de la entrada y ocupé mi sitio a la mesa.
– Has llegado justo a tiempo -dijo la abuela-. ¡Madre del amor hermoso! Qué pinta. Te pareces a esa estrella…
– Lo sé -atajé-. Lo sé.
– ¿Dónde está Joseph? -preguntó mi madre-. Creí que venía a cenar.
– Hemos… roto, o algo así.
Todos dejaron de comer excepto mi padre. Mi padre aprovechó la ocasión para servirse más patatas.
– Es imposible -dijo mi madre-. Ya tienes el vestido.
– He devuelto el vestido.
– ¿Joseph lo sabe?
– Sí -dije intentando parecer natural, picoteando la comida, pidiendo a mi hermana que me pasara las judías verdes. Puedo pasar por esto, pensé. Soy rubia. Puedo hacer lo que quiera.
– Ha sido por el pelo, ¿no? -preguntó mi madre-. Ha suspendido la boda por el pelo.
– La boda la he suspendido yo. Y no quiero hablar más de eso.
Sonó el timbre de la puerta y Valerie se levantó de un salto.
– Es para mí. Tengo una cita.
– ¡Una cita! -dijo mi madre-. Qué maravilla. Con el poco tiempo que llevas aquí y ya tienes una cita.
Puse los ojos en blanco mentalmente. Mi hermana es una insustancial. Esto es lo que pasa cuando toda tu vida has sido la buenecita. No aprendes el valor de las mentiras y del engaño. Yo nunca traía los ligues a casa. Una queda con sus ligues en el centro comercial para que a los padres no les dé un infarto al ver a tus acompañantes con tatuajes y piercings en la lengua. O, como en este caso, cuando tu acompañante es una lesbiana.
– Ésta es Janeane -dijo Valerie, presentando a una mujer baja y de pelo corto-. La he conocido en la entrevista del banco. No conseguí el trabajo, pero Janeane me pidió salir.
– Es una mujer -dijo mi madre.
– Sí, somos lesbianas -dijo Valerie.
Mi madre se desmayó. Plaf. Todo lo larga que era en el suelo. Todo el mundo corrió a socorrerla.
Mi madre abrió los ojos pero no movió un músculo durante sus buenos treinta segundos. Luego chilló:
– ¡Lesbiana! Madre de Dios. Frank, tu hija es lesbiana.
Mi padre miró a Valerie con los ojos entornados.
– ¿Esa corbata que llevas es mía?
– Qué poca vergüenza tienes -dijo mi madre, tumbada todavía en el suelo-. Todos los años que has sido normal y tenías marido has vivido en California. Y ahora que vienes aquí, te haces lesbiana. ¿No te parece suficiente que tu hermana mate gente? ¿Qua clase de familia es ésta?
– Casí nunca le disparo a nadie -dije.
– Estoy segura de que ser lesbiana tiene muchísimas ventajas -dijo la abuela-. Si te casas con una lesbiana nunca tendrás que preocuparte porque alguien deje el asiento del retrete levantado.
Yo agarré a mi madre por debajo de un brazo, Valerie por debajo del otro y entre las dos la levantamos del suelo.
– Arriba -dijo Valerie alegremente-. ¿Ya te encuentras mejor?
– ¿Mejor? -dijo mi madre-. ¿Mejor?
– Bueno, nosotras nos vamos ya -dijo Valerie saliendo al vestíbulo-. No me esperéis levantados. Tengo llave.
Mi madre se excusó, fue a la cocina y destrozó otro plato.
– Nunca la había visto destrozar platos -le dije a la abuela.
– Esta noche voy a esconder todos los cuchillos, por si acaso -dijo ella.
Entré en la cocina con mi madre y la ayudé a recoger los fragmentos.
– Se me ha resbalado de la mano -dijo mi madre.
– Eso me había parecido.
En casa de mis padres parece que nada cambia. La cocina parece igual que cuando yo era pequeña. Pintan las paredes y cambian las cortinas. El año pasado pusieron linóleo nuevo en el suelo. Los electrodomésticos se reemplazan cuando ya no admiten más reparaciones. Y hasta ahí llegan las modificaciones. Mi madre lleva haciendo las patatas en la misma olla desde hace treinta y cinco años. Y los olores también son los mismos. Repollo, salsa de manzana, puding de chocolate, cordero asado. Y los rituales son los mismos. Sentarnos a la pequeña mesa de la cocina para comer.
Valerie y yo hacíamos los deberes en la mesa de la cocina, bajo la atenta mirada de mi madre. Y ahora, me imagino que Angie y Mary Alice le hacen compañía a mi madre en la cocina.
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