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Laura Rowland: La Marca del Asesino

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Laura Rowland La Marca del Asesino

La Marca del Asesino: краткое содержание, описание и аннотация

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El sexto caso de Sano Ichiro, el «muy honorable investigador de sucesos, situaciones y personas» Por primera vez desde que trabajan juntos en la resolución de los crímenes más variopintos, la singular pareja formada por Sano Ichiro y su combativa esposa Reiko se ve abocada a dos casos independientes. En efecto, una oleada de muertes inexplicables se abate sobre los más altos funcionarios imperiales y, cuando le toca el turno a Ejima Senzaemon, jefe del servicio de espionaje del sogún -asesinado misteriosamente durante una carrera de caballos en el castillo de Edo-, Sano recibe la orden de hacerse cargo. Entretanto, a petición de su padre, el juez Ueda, Reiko ha de investigar una turbia trama secreta con el fin de demostrar la inocencia de Yugao, una hermosa joven que se ha declarado culpable de cometer un espantoso crimen. Cuando en el transcurso de sus respectivas pesquisas Sano y Reiko descubren estupefactos que el hombre que él intenta atrapar y la mujer que ella intenta salvar están relacionados de algún modo, y que detrás de todo ello puede haber un movimiento clandestino para derrocar al sogún, enseguida comprenden que no sólo hay en juego vidas inocentes, sino la estabilidad del país. Ahora, todo dependerá de su acierto en desentrañar un laberíntico caso de ramificaciones y consecuencias imprevisibles.

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– Ciertos problemas son menos agobiantes que hace unos días. -Miró de reojo a los ancianos Kato e Ihara, que charlaban con varios de sus compinches. Ellos le devolvieron la mirada con rencor-. Si ciertos individuos desean atacarme, tendrán que hacerlo en persona en lugar de confiar en Kobori. Además, me he ganado unos aliados nuevos, a la vez que ellos han perdido mucho terreno, porque habéis eliminado a su Fantasma. Buen trabajo, Sano-san.

Sano hizo una reverencia para agradecer la alabanza, aunque la encontrara de mal gusto. Setenta y cuatro hombres habían muerto, y él casi había sacrificado la vida, pero lo único que le importaba a Matsudaira era que el final del Fantasma había apuntalado su régimen.

– Pero no os dejéis llevar por la complacencia -le advirtió el primo del sogún-. Os siguen quedando muchas oportunidades de dar un paso en falso, y sobran hombres ansiosos por ocupar vuestro puesto.

Antes de alejarse, su mirada dirigió la atención de Sano hacia la otra punta del santuario. El comisario de policía Hoshina deambulaba entre un grupo de gente que rodeaba al sogún. La ira inflamó sus facciones cuando se encaminó hacia Sano. Antes de que llegara, Sano se vio rodeado de funcionarios que lo saludaron, se interesaron por su salud y le dieron la bienvenida de regreso a la corte. Algunos eran hombres de los que Hoshina había reclutado para sus innobles fines. Sano notaba lo ansiosos que estaban por compensar su espantada al verlo peligrar, su preocupación porque ahora les echara en cara su deslealtad. Era evidente que la campaña de Hoshina contra él había fracasado.

El comisario se abrió paso a codazos entre la multitud. Se detuvo junto a Sano y murmuró:

– Por esta vez habéis ganado. Pero todavía no he acabado con vos. -Luego se alejó hecho una furia.

Sano sintió que el mundo se asentaba en su familiar y precario equilibrio. Los temblores de tierra vibraban bajo sus pies. Se imaginó grietas que se ramificaban en el subsuelo, hacia su casa, donde había reparado en que Reiko parecía inquieta y distante. No le había confiado qué le pasaba y él había percibido que no quería agobiarlo con sus problemas durante la convalecencia, pero sabía que estaba contrariada por el modo en que había concluido su investigación. Sintió una necesidad repentina de hablar con ella, antes de que su torbellino de tareas lo reclamara.

– Disculpadme -dijo a los funcionarios.

Hizo una seña a los detectives Marume y Fukida, que le despejaron el camino hacia la puerta.

Unos nubarrones se acumulaban sobre los pinos que daban sombra a un cementerio del distrito del templo de Zojo. Hileras de pilares de piedra señalaban las tumbas adornadas con retratos de los difuntos y ofrendas de flores y comida. El cementerio estaba desierto salvo por un pequeño grupo reunido en torno a un claro de tierra desnuda.

Reiko, el teniente Asukai y sus demás escoltas observaban a un trabajador que cavaba una nueva tumba. Su pala removía la tierra oscura y húmeda por la estación de lluvias, que se había adelantado ese año. El fresco aroma de la tierra y los pinos no lograba aliviar el dolor que consumía a Reiko.

Retumbó un trueno en la distancia. El sepulturero finalizó su trabajo. Reiko se agachó y levantó una vasija negra de cerámica que se hallaba al lado de la tumba y contenía las cenizas de Tama. La depositó con delicadeza en la fosa. Se hincó de rodillas, agachó la cabeza y murmuró una plegaria por el espíritu de la chica.

– Que renazcas a una vida mejor que la que has dejado.

Sus escoltas esperaban silencios y taciturnos. Reiko susurró a la tumba:

– Lo siento. Perdóname, por favor.

Se levantó y el sepulturero rellenó el agujero y aplanó la tierra. El teniente Asukai colocó el pilar conmemorativo de piedra con el nombre de Tama. Reiko depositó ante él el pastel de arroz, la jarra de sake y el ramillete de flores que había llevado. Empezó a llover. Asukai abrió un paraguas sobre la cabeza de su señora y se lo entregó. Reiko vaciló un momento, reacia a marcharse. Nunca había esperado llorar tanto por alguien que hubiera conocido tan brevemente. Qué extraño que la muerte de una práctica desconocida pudiera cambiarle la vida a alguien.

Oyó cascos de caballos delante del cementerio. Al alzar la cabeza vio que Sano entraba por la puerta, seguido de Marume y Fukida. Su marido se colocó a su lado ante la tumba mientras los detectives se unían a los escoltas de Reiko bajo los pinos. La lluvia arreció hasta empapar la tumba y las ofrendas. Reiko obtenía magro consuelo de Sano, apretado contra ella bajo el escaso cobijo seco de su paraguas.

– Las criadas me han dicho que te encontraría aquí. -Sano la observó con preocupación-. ¿Qué pasa?

– Acabo de enterrar las cenizas de Tama. No había nadie más para hacerlo -explicó Reiko-. Fui a la casa donde trabajaba para preguntar si tenía algún pariente. Sus patrones me dijeron que no. Y no les interesaba lo que pasara con su cuerpo. De modo que celebré un funeral por ella el día después de su muerte. No asistió nadie excepto mi padre. -Reiko sentía pena por Tama, que había estado tan sola en el mundo, y por el magistrado Ueda, que tenía sus propios remordimientos por el desenlace del caso-. Y no había nadie para ofrecerle una tumba como corresponde, sólo yo.

Sano asintió en señal de aprobación.

– Has hecho bien.

– No es suficiente. -A Reiko la reconcomía el sentimiento de culpa-. Intentaste advertirme de que el poder es peligroso. Me dijiste que lo que hacemos con él puede parecer bueno en su momento pero luego tener malas consecuencias. Pues bien, tenías razón. Abusé de mi poder y perjudiqué trágicamente a una niña inocente.

– Fue la propia Tama la que dejó entrever que sabía demasiado sobre Yugao -señaló Sano-. Si se hubiera callado, Yugao le habría permitido regresar a la ciudad, antes de que yo llegara con mis hombres.

– No podía esperarse que Tama supiera lo que debía o no debía decir -replicó Reiko-. No era más que una simple campesina, mientras que yo debería haber previsto todos los riesgos.

– No podías saber lo que pasaría. El incendio que sacó a Yugao de la cárcel fue una circunstancia imprevisible.

Reiko le agradecía que no la cargara con más recriminaciones por haber desoído sus consejos, pero ella no podía absolverse.

– Me advertiste que podía suceder algo inesperado. Y no te hice caso.

– De tu investigación salieron también muchas cosas buenas -le recordó Sano-. Si no hubieses retrasado la ejecución de Yugao, y ella no hubiera escapado de la cárcel, puede que todavía estuviera buscando a Kobori. Él podría seguir asesinando gente.

– A lo mejor, pero ¿cómo saberlo? De lo único que estoy segura es de que, si no hubiera mantenido a Yugao con vida, ella no habría matado a Tama.

– Hiciste lo posible por salvarla. Arriesgaste tu propia vida.

– Fracasé. Yo estoy viva y Tama está muerta. -En ese momento Reiko reconoció el problema que más la angustiaba-. Y no acepté la investigación sólo porque quisiera descubrir la verdad o servir a la justicia. Tenía ganas de aventura. La encontré, sí, pero Tama pagó un precio muy alto.

La expresión de Sano se ensombreció; Reiko vio que sus palabras le habían tocado una fibra sensible.

– No eres la única que siempre ha tenido motivos personales egoístas. Cuando el caballero Matsudaira me ordenó atrapar al asesino, me alegré de alejarme de mis aburridas ocupaciones. Tenía tantas ganas de aventuras como tú.

– Pero tú cumplías órdenes -puntualizó Reiko, capaz de justificar el comportamiento de Sano pero no el propio-. Querías salvar vidas y castigar a un asesino.

– Cierto, pero también quería salvar mi posición, que podría haber perdido en caso de fallar. Mi honor estaba en juego. Y no eres la única cuya investigación se desbarató. -El dolor acentuó las magulladas facciones de Sano-. Yo conduje a muchos hombres a lo que se demostró una misión suicida.

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