Mientras Yu acababa de leer el informe el secretario del Partido Li convocó otra reunión de emergencia en el Departamento.
– Fíjense en el titular: «Shanghai en crisis» -espetó el secretario del Partido lívido de rabia, atropellándose al hablar-. Nuestro Departamento ha quedado en ridículo.
Ni Yu ni Liao supieron qué responderle. El titular tal vez era exagerado, pero no cabía duda de que el Departamento estaba atravesando una crisis.
– ¡La tercera! ¡En el Bund! -siguió protestando Li-. ¿Han descubierto algo?
Yu y Liao aspiraban con fuerza sus cigarrillos, envolviendo el despacho en humo. Hong parecía ruborizada, y se tapaba la boca con la mano por miedo a que la oyeran toser.
– La investigación debe tomar un nuevo rumbo -afirmó Liao-. Dos de las tres víctimas trabajaban en el negocio del entretenimiento. Es decir, en el negocio sexual. Tanto la segunda como la tercera eran blancos fáciles. Puede que el asesino contactara con ellas en un restaurante, o en un karaoke. La mayoría de estas chicas no les contarían nada a sus familias sobre sus actividades, por lo que sería difícil encontrar pistas de su desaparición. Es más, estas chicas suelen creer que cualquiera que les pida una cita es un cliente, así que lo llevan a algún lugar escondido para hacer lo que tengan que hacer. Seguro que no se resistieron hasta que fue demasiado tarde.
– ¿Y qué hay de Jazmín? -preguntó Yu.
– Trabajaba en un hotel -respondió Liao-, pero podría habérsela ligado fácilmente. De hecho, su novio la conoció así. Por eso he estado presionando para que adoptemos un enfoque distinto.
– ¿Qué quiere decir? -inquirió Li.
– El móvil es evidente. Odio hacia esas chicas. Tal vez el asesino pagara un terrible precio por culpa de alguien procedente de ese mundillo. Quizá le contagiaran una enfermedad de transmisión sexual, por ejemplo, y ahora quiere vengarse. Por eso desnudó a las víctimas sin mantener relaciones sexuales con ellas.
– ¿Y qué hay del vestido mandarín rojo? -volvió a preguntar Li.
– Viste a sus víctimas como la mujer que le contagió la enfermedad. Es algún tipo de simbolismo.
– Tal vez hayan otras posible explicaciones sobre su deseo de venganza -sugirió Yu-. Una mujer a la que amó, pongamos, lo dejó por otro. Para él, esa mujer no es mejor que una prostituta.
– Eso explica también por qué elige lugares públicos para abandonar los cuerpos de sus víctimas. Me refiero a la teoría del inspector Liao -interrumpió Hong-. Es una protesta contra la floreciente industria del sexo en la ciudad. Creo que no sólo culpa a esas chicas, sino también al Gobierno municipal por permitir sus actividades.
– No meta a nuestro Gobierno en esto, Hong -ordenó Li-. Sean cuales sean las hipótesis o las teorías que se nos ocurran, los asesinatos continuarán. ¿Y qué vamos a hacer para impedir que el asesino siga matando?
Se produjo un breve silencio en el despacho.
La industria del entretenimiento era cada vez más próspera en la ciudad, por lo que al asesino no le sería difícil encontrar nuevas víctimas. Y cerrar el negocio, como sabían todos los presentes en la habitación, quedaba totalmente descartado.
– Deberíamos investigarlo en los hospitales -propuso Liao-. Guardan todos los historiales de las enfermedades de transmisión sexual.
– La probabilidad de encontrarlo es remota -replicó Li-. Antes de que pudiéramos revisar todos los historiales el asesino ya habría vuelto a matar. Sólo tenemos una semana, inspector Liao. Además, incluso considerando su hipótesis, el asesino podría haber buscado ayuda médica en secreto.
– La mayoría de asesinos sexuales son impotentes -afirmó Yu. Según Chen, el asesinato es una especie de orgasmo mental, por lo que la teoría de una enfermedad de transmisión sexual podría no ser válida.
– Liao tiene razón -dijo Hong con más firmeza-. De las tres víctimas, dos prestaban algún tipo de servicio sexual. Eso al menos indica un patrón. A menudo las víctimas responden a cierto estereotipo que desempeña un papel importante en las fantasías sexuales del asesino. Puede que una de estas chicas de triple alterne le hubiera hecho daño, o puede que no, pero es evidente que les guarda rencor.
– Entonces, ¿qué propone usted? -preguntó Li.
– Me gustaría que nos basáramos en el análisis de Liao. Si el asesino va a matar de nuevo, probablemente elegirá a una de esas chicas. Necesitamos un señuelo.
– Hay un sinfín de karaokes, clubes nocturnos y restaurantes en la ciudad -observó Yu-. ¿Cómo vamos a saber en cuál va a escoger a su próxima víctima?
– No creo que se repita.
– Por favor, explíquese. -Li parecía interesado.
– Después de Jazmín, de las dos chicas de triple alterne una era acompañante para comidas y la otra acompañante para karaokes. La siguiente, lógicamente, sería una acompañante para bailes. Todos somos animales de costumbres -afirmó Hong-, por lo que el asesino localiza a sus víctimas frecuentando establecimientos de este tipo. Estas chicas son blancos fáciles, como usted acaba de decir. Pero, lo que es más importante, se trata de un hombre al que le gustan los simbolismos. El vestido mandarín rojo podría ser un ejemplo de lo que digo. Así que lo más probable es que escoja a una acompañante para bailes como la próxima víctima, siguiendo sus elaborados planes.
– Pero ponerle un señuelo podría ser como esperar a que un conejo se dé un golpe contra un árbol viejo, como reza el proverbio -repuso Yu-. Y el asesino es mucho más peligroso que un conejo. He hablado con Chen; él cree que un psicópata de estas características es capaz de todo.
– ¿Tiene una idea mejor? -Li se dirigió a Yu con hostilidad mal encubierta-. ¿O la tiene su inspector jefe Chen?
– Quizás el Departamento sea un templo demasiado pequeño para alguien como Chen -añadió Liao.
Yu, sorprendido por la animadversión que mostraron tanto Li como Liao, prefirió no responder.
Nadie presentó más objeciones a la propuesta de Hong. Nadie tenía una idea mejor, como había dicho Li. Así que Hong iría a un salón de baile aquella misma tarde.
Al finalizar la reunión Yu creyó necesario ponerse en contacto con Chen. Después de leer el titular «Shanghai en crisis», no le pareció que Chen quisiera continuar enfrascado en la literatura.
Mientras cogía el teléfono, se le ocurrió la forma de conseguir que Chen le prestara toda su atención.
– Tengo que hablar con usted ahora mismo, jefe. Quedemos delante del Parque Bund.
– ¿Por qué en el Parque Bund?
– La tercera víctima vestida con un qipao rojo ha sido hallada allí esta mañana, cerca de la Esquina del Taichi en el Bund, a un tiro de piedra del parque.
– ¿Qué? ¿La tercera ha aparecido en el Bund?
– Lo leerá en los periódicos, quizá junto a la carta de un lector preguntándose «¿Qué está haciendo nuestro inspector jefe Chen al respecto?».
– Ahora mismo voy, Yu.
Yu volvió al Bund al cabo de veinte minutos.
Echó un vistazo a su alrededor y se sentó en un banco verde frente al parque, desde el que se divisaba el bosquecillo de arbustos en el que había examinado antes el cuerpo. Un grupo de gente permanecía aún allí. El bosquecillo de arbustos se parecía un poco al parterre en el que apareció la primera víctima, pero podría ser una coincidencia. Yu no creía que el asesino hubiera escogido los lugares donde depositó los cuerpos por esa razón.
Debido al denso tráfico en la calle Zhong, no resultaría práctico acordonar la zona. No habían puesto una cinta amarilla para indicar que aquél era el escenario de un crimen, lo que habría atraído a un número aún mayor de curiosos. Y tampoco era necesaria. Cualquier prueba habría desaparecido ya.
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