John Gardner - La Venganza De Moriarty

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El Profesor James Moriarty, el Napoleón del crimen, el ilustre archienemigo de Sherlock Holmes, regresa de los Estados Unidos con una fortuna conseguida a fuerza de estafas, fraudes y todo tipo de pillajes. También trae un minucioso y diabólico plan de venganza para quitarse de en medio a sus enemigos, los líderes de los bajos fondos de Europa: Wilhelm Schleifstein, de Berlín; Jean Grisombre, de París; Luigi Sanzionare, de Roma, y Esteban Segorbe, de Madrid. La venganza ha de alcanzar también al inspector Crow, de Scotland Yard, y, sobre todo, al más odioso de sus enemigos: el señor Sherlock Holmes, de Baker Street.

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– Solía decirse que un acre de terreno alrededor del puerto de Liverpool valía diez veces más que cien acres del mejor suelo de cultivo en Wiltshire.

– Es posible. Y aquí ya hay muchos surcos arados.

– Y otras cosas -reflexionó Moriarty.

Algunos minutos más tarde pasaron por la ancha e imponente Lime Street y se pararon en el exterior del Hotel Saint George, donde los mozos y botones formaron un gran alboroto en el momento de su llegada. Moriarty firmó utilizando su nombre falso y dando como domicilio una dirección de alguna institución académica poco conocida de América central.

Los Jacobs habían reservado para su líder una gran suite con varias habitaciones, que incluía un salón, un gran dormitorio y un cuarto de baño privado, el mejor del hotel, decorado con gusto y con ventanas que daban a la bulliciosa calle.

Los mozos dejaron el equipaje en el dormitorio y se fueron empujando sus carros, mientras Moriarty pasaba la palma de la mano sobre el maletín de piel como si fuera un objeto de gran belleza.

– Tengo una pequeña sorpresa para usted, Profesor-afirmó Bertram una vez que los mozos se habían ido-. Si me perdona un momento.

Moriarty asintió con la cabeza y fue a abrir una botella del buen brandy Hennessy que había traído con el equipaje. Se sintió cansado e indispuesto a consecuencia, según pensaba, de la tensión del viaje.

Su buen humor volvió rápidamente, cuando Bertram abrió la puerta e hizo pasar a Sally Hodges a la habitación.

– Me alegra volver a verte.

Sally Hodges ofreció la mano y se acercó al Profesor, cogiendo sus manos entre las suyas y besándole con ternura en ambas mejillas.

Sally Hodges ocupaba un lugar especial en el grupo de Moriarty, ya que había sido un importante miembro de su banda -su puta encargada de las mujeres de la calle y de los prostíbulos-, incluyendo la famosa casa de Sal Hodges en el West End. También le proveía de mujeres jóvenes para su uso personal, y a intervalos frecuentes también era su querida favorita.

En la actualidad, con treinta y tantos años, era una mujer llamativa con el pelo de color cobrizo y una figura tremendamente proporcionada que siempre hacía resaltar al máximo, como ahora, que llevaba un vestido de terciopelo azul que agraciaba su cuerpo de forma más que insinuante.

Moriarty retrocedió, como examinándola, y una breve sonrisa se dibujó en sus labios.

– Bien, Sal, entonces me has sido fiel.

– No ha sido fácil, James. -Ella era uno de los pocos confidentes que podía 1llamarle por su nombre propio con total impunidad-. Los viejos tiempos ya pasaron. Ya lo sabes. Ahora sólo tengo una casa en Londres y no existe ningún control de las chicas de la calle desde que te fuiste.

– ¿Pero…?

– Sin embargo, estaré orgullosa de calentar tu cena la noche que desees.

Dio un paso hacia el Profesor, que retrocedió un poco, ya que no le gustaba demostrar excesiva prodigalidad hacia las mujeres en presencia de sus lugartenientes. En ese momento se produjo una gran conmoción en el pasillo, que anunciaba la llegada de William Jacobs y los Spear.

Hubo numerosos apretones de manos y algunos besos y susurros entre las mujeres. A continuación se sirvieron unas buenas dosis de brandy.

Cuando todo estuvo más tranquilo, y Bridget Spear se sentó, todavía con mala cara, Bert Spear elevó su vaso hacia el Profesor.

– Le deseamos un buen comienzo -brindó.

Cuando cesó el murmullo de asentimiento, Moriarty observó los rostros de su pequeña banda.

– Por un buen comienzo -repitió él-. Y triunfar sobre todos los que se han cruzado en nuestro camino.

– Amén a todo -susurró Spear.

– Confusión para ellos -dijo Bertram Jacobs mientras agitaba el vaso.

– Hagamos que desaparezcan -desembuchó William Jacobs.

Las mujeres movieron la cabeza en señal de asentimiento y todos bebieron un trago de brandy como si sus vidas dependieran de ello, mientras que Bertram volvía a llenar los vasos en cuanto se vaciaban.

En ese momento, Sal Hodges, siguiendo la indicación de Moriarty, llevó a Bridget Spear a un lado y le sugirió que debían dejar solos a los hombres para que trataran sus negocios.

Cuando salieron las mujeres, Moriarty miró a los hermanos Jacobs, primero a uno y después al otro.

– Bien -comenzó-. ¿Qué gestiones habéis realizado?

Bertram Jacobs actuaba como portavoz.

– La casa está preparada: ésa es la mejor noticia que puedo darle. Es lo que llaman una atractiva residencia, cerca de Ladbroke en Notting Hill, es decir, está bien situada. Hay mucho espacio para todos, y un pequeño jardín y un invernadero en la parte trasera. Hemos hecho correr la voz de que usted es un profesor americano a quien no le agrada el trato con las personas. Está aquí para estudiar, aunque pasará bastante tiempo en el continente.

– Bien -la cabeza de Moriarty se movió lentamente-. ¿Y el mobiliario está completo?

– Todo lo que necesita.

– ¿Y mi cuadro?

– El Greuze estaba exactamente donde Ember nos dijo. Está colgado en su nuevo estudio y podrá verlo mañana mismo.

Moriarty asintió con la cabeza.

– ¿Y qué hay de nuestra gente?

La mirada de los hermanos Jacobs se volvió grave y sus sonrisas se desdibujaron.

– Sal ya le ha informado de lo suyo -Bertram frunció el ceño-. Las chicas se han dispersado o están trabajando en grupos de dos o tres. Y lo mismo para el resto de los negocios. Nuestros antiguos demandantes se han levantado contra ellas; las chicas de la calle van por libre. Sin nadie que controle todo esto, los mejores ladrones realizan sus robos y los peristas hacen los negocios directamente. Ya no hay orden.

– Entonces, ¿nadie ha tomado el control? -la voz de Moriarty se fue apagando hasta convertirse casi en un susurro.

– Existen varios grupos, pero ninguno grande, no como en nuestros tiempos, Profesor. Ahora no hay nadie que vaya abriendo camino.

– ¿Quieres decir que realmente nadie lo está planificando? [5]

Ahora llegaba el turno de William Jacobs.

– Algunos asuntos concretos sí que están planeados. Los peristas lo hacen de vez en cuando. Pero no es…

– ¿Y quién más?

– Se hablaba del francés planeando una estafa en Mesopotamia [6]hace algunos meses.

– Y el alemán… -comenzó a decir Bertram.

– ¿Schleifstein? -su voz se volvió cortante y enfadada.

– Sí, se dice que está tramando algo que despierte su imaginación.

– Buitres, carroñeros. ¿Qué hay de nuestros informadores?

Los informadores eran un gran ejército de mendigos y vagabundos que formó Moriarty para que le sirvieran de fuente de información.

– La mayoría están al acecho por su cuenta.

– Cuánto tiempo nos llevará volver a regularizarlos.

Bertram se encogió de hombros.

– Si se les paga de forma regular, conseguiremos que vuelva la mitad en el plazo de un mes.

– ¿Sólo la mitad?

– Ya no es lo que era, Profesor. Algunos han muerto, otros han desaparecido. Y los policías…

– Crow y sus hombres.

– No es sólo el inspector Crow. Los polis también han sido más activos. Se han producido muchos arrestos. Incluso algunos de nuestros mejores cacos han comenzado a llevar una vida respetable.

– ¿Y los matones?

– Sólo han servido para una cosa: para estafar.

– Oh, son buenos para atemorizar a la gente y para beber y estar en compañía de putas. -Moriarty lo dijo sin ningún sentido del humor.

– Va con la profesión, Profesor. -Fue la primera vez que Spear habló durante el intercambio entre los hermanos y el líder.

– ¿Y sobre Terremant?

– Terremant está trabajando en unos baños turcos. -Bertram respondió mientras se iluminaba su rostro. El fuerte y duro como el acero Terremant era quien había colaborado en la huida de la cárcel de los hermanos-. El resto hace trabajos casuales para cualquiera que pague por sus servicios. Me imagino un grupo de asaltadores por cuenta propia. Yo conozco un chulo más abajo de Dilly que utilizó a dos de ellos contra tres de sus chicas. Deseaban organizarse por propia cuenta. Las chicas, quiero decir. Ellos las disuadieron.

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