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Anne Perry: La médium de Southampton Row

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Anne Perry La médium de Southampton Row

La médium de Southampton Row: краткое содержание, описание и аннотация

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Londres, Junio de 1892. Pronto habrá elecciones. El clima está caldeado. En el Parlamento y en las calles se discute sobre la autonomía de Irlanda. La reducción de la jornada laboral a ocho horas, el coste y la preservación del Imperio, el derecho al voto de las mujeres. Los liberales creen que podrán acceder al poder; los conservadores, que deben jugar todas sus bazas para no perderlo. Y una de sus principales cartas es Charles Voisey, el acérrimo enemigo del superintendente Thomas Pitt. Voisey va a presentarse a un escaño en un distrito electoral conflictivo. Pitt, que, pese al éxito de la resolución del complot de Whitechapel, ha vuelto a ser destinado a la Brigada Especial, recibe la orden de vigilar todos sus pasos. Sin embargo, cuando la médium consultada por toda la alta sociedad victoriana aparece muerta en su casa en sospechosas circunstancias, Pitt es apartado de sus actuales obligaciones para indagar en este extraño crimen. Ignora que ambos casos pueden estar más relacionados de lo previsto.

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– ¿Qué clase de confitura?

– De ciruela.

– ¿Está totalmente segura?

– Sí. Era la confitura de la señora Wray, la favorita del señor.

– ¿No era de frambuesa?

– No teníamos de frambuesa. El señor Wray se la había comido. Era su favorita.

– ¿Podría jurarlo ante un tribunal, si tuviera que hacerlo? -inquirió Narraway.

– Sí, por supuesto. Soy capaz de distinguir la frambuesa de la ciruela. Pero ¿por qué? ¿Qué ha pasado?

Narraway pasó por alto la pregunta.

– ¿ La señora Cavendish vino a ver al señor Wray justo cuando se iba el señor Pitt?

– Sí. -Desplazó la mirada de Pitt a Narraway-. Trajo unas tartaletas de confitura de frambuesa y una tarta de crema con unos libros.

– ¿Cuántas tartaletas?

– Dos. ¿Por qué? ¿Qué pasa?

– ¿Y sabe si se comió él las dos?

– ¿Qué pasa? -Estaba muy pálida.

– ¿Se comió usted alguna? -insistió Narraway.

– ¡Por supuesto que no! -replicó ella furiosa-. ¡Se las trajo a él! ¿Por quién me toma? ¿Cree que me comería las tartaletas que le ha traído una amiga al señor?

– Creo que es usted una mujer honrada -respondió Narraway con repentina suavidad-. Y creo que la honradez le ha salvado la vida al heredar una casa que un hombre generoso deseaba que usted tuviera en agradecimiento por lo amable que fue con él.

Ella se ruborizó al oír el elogio.

– ¿Vio los libros que trajo la señora Cavendish? -preguntó Narraway.

Ella levantó rápidamente la vista.

– Sí. Eran de poemas.

– ¿Estaba entre ellos el libro que encontraron junto a él cuando murió? -Narraway hizo una ligera mueca ante la osadía de la pregunta, pero no la retiró.

Ella asintió, con los ojos llenos de lágrimas.

– Sí.

– ¿Está segura?

– Sí.

– ¿Sabe escribir, Mary Ann?

– ¡Por supuesto que sí! -Pero lo dijo con tanto orgullo que la posibilidad de que no supiera era muy real.

– Bien -dijo Narraway con tono de aprobación-. Entonces tome papel y pluma, y escriba exactamente lo que nos ha dicho: que no había confitura de frambuesa en la casa ese día hasta que la trajo la señora Octavia Cavendish, y que apareció con dos tartaletas de frambuesa, y que las dos se las comió el señor Wray. Añada, si es tan amable, que trajo el libro de poesía que encontraron a su lado. Y ponga la fecha y fírmelo.

– ¿Por qué?

– Por favor, hágalo, luego se lo explicaré. Escríbalo primero. Es importante.

Mary Ann reparó en la gravedad de su cara, y se disculpó y fue al gabinete. Casi diez minutos más tarde, después de que Pitt hubiera apartado el hervidor del fuego, la sirvienta volvió y tendió a Narraway una hoja escrita cuidadosamente, fechada y firmada.

Él la cogió y la leyó, y luego se la dio a Pitt, quien le echó un vistazo y se la guardó tras quedar satisfecho.

Narraway le miró fijamente, pero no le pidió que se la devolviera.

– ¿Bien? -preguntó Mary Ann-. Ha dicho que me lo explicaría si le escribía todo eso.

– Sí -asintió Narraway-. El señor Wray murió tras haber comido una confitura de frambuesa que contenía veneno. -No se fijó en la cara pálida de Mary Ann y en sus esfuerzos por respirar-. El veneno, para ser exactos, era digital, que se produce de forma natural en la dedalera, una planta de la que tiene varias muestras hermosas en su jardín. Algunos supusieron que el señor Wray había tomado un poco de las hojas y se había preparado una pócima que había bebido con la intención de poner fin a su vida.

– ¡El jamás habría hecho una cosa así! -exclamó ella furiosa-. ¡Lo sé, aunque algunos no piensen como yo!

– No -convino Narraway-. Y usted ha sido de gran ayuda al demostrarlo. Sin embargo, sería muy prudente, por su propia seguridad, que no dijera nada a nadie. ¿Me comprende?

Ella le miró con un miedo que se reflejaba en sus ojos y en su voz.

– ¿Está diciendo que fue la señora Cavendish quien le dio las tartaletas que le envenenaron? ¿Por qué iba a hacer eso? ¡Le tenía mucho aprecio! ¡No tiene sentido! Debió de darle un ataque al corazón.

– Sería mejor que creyera eso -afirmó Narraway-. Mucho mejor. Pero el dato de la confitura es muy importante, de cara a demostrar que no se suicidó. Su Iglesia lo considera pecado y no querrían enterrarle en terreno sagrado…

– ¡Eso es perverso! -gritó ella furiosa-. ¡Es absolutamente mezquino!

– Es perverso -dijo Narraway profundamente emocionado-. Pero ¿cuándo ha detenido eso a los hombres que se consideran a sí mismos rectos por juzgar a los que creen que no lo son?

Mary Ann se volvió hacia Pitt con los ojos encendidos.

– ¡Él confiaba en usted! ¡Tiene que impedir que lo hagan! ¡Tiene que hacerlo!

– Para eso estoy aquí-dijo Pitt con suavidad-. Por su bien y por el mío. Tengo enemigos y, como sabe, algunos aseguran que fui yo quien le empujó al suicidio. Se lo digo por si la he inducido a error. Nunca creí que él fuera el hombre que fue a Southampton Row, y ni siquiera me referí a ello la última vez que estuve aquí. El hombre que fue a ver a la médium es el obispo Underhill, y también está muerto.

– Él nunca…

– No. Murió en un accidente.

La cara de Mary Ann se llenó de compasión.

– Pobre hombre -murmuró.

– Muchas gracias, señorita Smith. -No cabía duda de la sinceridad de Narraway-. Ha sido de gran ayuda. Nos ocuparemos del asunto a partir de aquí. El juez de instrucción establecerá que se trató de una muerte accidental, porque yo me encargaré de que así lo haga. Si usted aprecia su seguridad no lo desmentirá, independientemente de con quien hable o de cuáles sean las circunstancias, a menos que yo o el señor Pitt la llevemos ante un tribunal y sea interrogada sobre el tema bajo juramento. ¿Me ha comprendido?

Ella asintió, tragando saliva con esfuerzo.

– Bien. Ahora debemos ir a hablar con el juez.

– ¿No quieren una taza de té? De todos modos, tiene que llevarse su confitura -añadió dirigiéndose a Pitt.

Narraway lanzó una mirada al agua.

– La verdad es que sí, nos quedaremos a tomar el té. Solo una taza, gracias. Ha sido un día increíblemente agotador.

Mary Ann miró la ropa mugrienta y llena de rasgones de los dos, pero no hizo ningún comentario. Le habría parecido una grosería. Cualquiera podía pasar por un mal momento, y ella lo sabía mejor que nadie. No juzgaba a la gente que le caía bien.

* * * * *

Pitt y Narraway caminaron juntos hasta la estación.

– Voy a volver a Kingston para hablar con el juez -anunció Narraway mientras cruzaban la calle-. Me presentará el informe que queramos. Francis Wray será enterrado en terreno sagrado. Pero de poco nos servirá demostrar que murió envenenado por las tartaletas de la señora Cavendish. La acusarían de asesinato, basándose en pruebas circunstanciales indiscutibles, y dudo mucho que ella tuviera la menor idea de lo que hacía. Voisey le dio la confitura o, lo que es más probable, las mismas tartaletas, para asegurarse de que no involucraba a nadie más, tanto por su propia seguridad en caso de que siguieran el rastro hasta dar con él, como porque si hay alguien que le importe es ella.

– Entonces ¿cómo diablos pudo utilizarla como instrumento del crimen? -preguntó Pitt. No podía entender tamaña crueldad. No concebía una cólera lo bastante intensa para emplear como arma mortal a una persona inocente, y menos a alguien querido y que confiaba en uno por encima de todo.

– ¡Pitt, si quiere serme de alguna utilidad, debe dejar de creer que todos los demás se mueven en el mismo plano moral y emocional que usted! -exclamó Narraway-. ¡Porque no es así! -Miró con ferocidad el sendero que tenía ante sí-. ¡No sea tan rematadamente estúpido como para pensar en lo que haría usted en una situación parecida! ¡Piense en lo que ellos harían! Se está enfrentando a ellos… no a cien imágenes de usted mismo reflejadas en un espejo. Voisey le odia con una pasión que no puede ni imaginar. ¡Téngalo presente! Téngalo presente cada día y cada hora de su vida… porque si no lo hace, algún día lo pagará caro. -Se detuvo y le tendió una mano, haciendo que Pitt chocara con él-. Y yo me quedaré con el testimonio de Mary Ann. Lo guardaremos junto con el resultado de la autopsia donde Voisey no pueda encontrarlo nunca. Es preciso que se entere, y que se entere de que si le pasa algo a usted o a su familia, los haremos públicos, lo cual sería muy desafortunado para la señora Cavendish, realmente desafortunado, y a la larga para el mismo Voisey, tanto si ella está dispuesta a testificar contra él como si no.

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