En el altillo del establo se conserva un nombre de aquella época, pero no es de hombre .
«EN MEMORIA DE GRETA 1943», está grabado con finas letras .
MIRJA RAMBE
La alarma sobre la desaparición de la chica de dieciséis años llega al puesto de vigilancia aérea de ludden el día después de la gran tormenta de nieve.
– Se perdió durante la nevasca -dice Kaminen, el jefe del puesto, cuando los siete hombres se reúnen en la cocina por la mañana; todos visten el uniforme gris de la Corona.
En realidad, Kaminen se llama Bengtsson, pero le han puesto ese apodo, que significa «estufa», porque cuando hace viento prefiere quedarse junto a la estufa. Y en ludden en invierno siempre hace viento.
– No hay muchas esperanzas -prosigue-. Pero de cualquier manera tendremos que buscarla.
Kaminen se queda dentro, a cargo de la radio: todos los demás salen a la nieve. A Eskil Nilsson y Ludvig Rucker -que, con diecinueve años es el más joven del puesto- los envían al oeste a buscar por la ciénaga.
Es un día soleado, aunque están a quince grados bajo cero, y sopla un viento suave: mucho más suave que en los anteriores años de guerra, cuando el termómetro marcaba entre treinta y cuarenta grados bajo cero.
Dejando aparte la tormenta de nieve de la noche anterior, ludden ha vivido un invierno tranquilo. Los aviones Messerschmitt alemanes casi han dejado de verse por la costa, y después de la batalla de Stalingrado, el mayor temor de Suecia es la hegemonía de la Unión Soviética en el Báltico.
El hermano mayor de Eskil ha sido enviado a Gotland, donde ha tenido que vivir en una tienda de campaña todo el año. ludden tienen contacto por radio con Gotland: si la flota soviética ataca, serán los primeros en saberlo.
Ludvig enciende a toda prisa un cigarrillo cuando salen al campo y comienzan a avanzar con dificultad por la nieve. Fuma como una chimenea, pero nunca invita. Eskil se pregunta de dónde sacará tanto tabaco.
Hace tiempo que en la casa casi todo está racionado. Del mar obtienen pescado y de las dos vacas de ludden, leche, pero escasea el combustible, los huevos, las patatas, la tela y el café de verdad. Lo peor de todo es el racionamiento de tabaco, que ha quedado reducido a tres cigarrillos al día.
Pero no parece que Ludvig tenga problemas para conseguirlos, ya sea por correo o en alguno de los pueblos de los alrededores. ¿Cómo puede permitírselo? El sueldo de los reclutas es de una sola corona al día.
Eskil se detiene tras avanzar un centenar de metros y busca la carretera. No la ve: ha sido borrada por la tormenta de nieve. Clavaron ramas de pino a modo de señales para los trineos, pero las ramas han debido de salir volando durante la noche.
– Me pregunto de dónde vendría -dice Eskil, y se sube a un montículo de nieve.
– Venía de Malmtorp, a las afueras de Rörby -contesta Ludvig.
– ¿Estás seguro?
– También sé su nombre -añade su compañero-: Greta Friberg.
– ¿Greta? ¿Cómo lo sabes?
Ludvig se limita a sonreír y saca otro cigarrillo.
Ahora Eskil ve la torre de vigilancia del oeste. Una cuerda conduce hasta allí desde la carretera. Es una torre de madera, aislada con ramas de pino y camuflada con tela verde grisácea. La tormenta ha empujado la nieve contra ella, formando una pared casi vertical en el lado este.
El faro sur es la segunda torre de vigilancia aérea de ludden, se electrificó justo antes de que empezara la guerra, y tiene calefacción. Resulta bastante cómodo vigilar la aparición de aviones extranjeros desde allí. Pero Eskil sabe que Ludvig prefiere estar solo allí fuera, en la ciénaga.
Sospecha que su compañero no siempre está solo en la torre de vigilancia. Los muchachos de Rörby odian a Ludvig, y Eskil cree saber la razón. Las chicas del pueblo están locas por él.
Ludvig se acerca a la torre. Borra sus huellas en la nieve con el guante, sube y desaparece un minuto. Luego vuelve a bajar.
– Toma -dice, y le alarga a Eskil una botella.
Es aguardiente. El porcentaje de alcohol es bastante alto, porque no se ha congelado; Eskil desenrosca el tapón y bebe un reconfortante trago. Luego mira la botella, que está medio llena.
– ¿Conque ayer estuviste bebiendo en la torre? -pregunta.
– Ayer por la tarde -responde Ludvig.
– ¿Regresaste a casa en plena tormenta?
El otro asiente.
– Casi a gatas. Ni siquiera podía verme la mano. Es una suerte que tengamos la cuerda.
Guarda la botella en la torre y luego prosiguen avanzando con dificultad por la nieve hacia Rörby.
Quince minutos después, encuentran el cuerpo de la chica.
En medio de la nieve, al norte de la ciénaga, Eskil ve sobresalir algo que puede ser un rastrojo de abedul. Entorna los ojos y se acerca.
De pronto, ve que se trata de una mano pequeña.
Greta Friberg casi había llegado a Rörby cuando la nieve la atrapó. Al retirar la nieve, aparece el rostro helado con la vista clavada en el cielo y los ojos cubiertos de cristales de hielo.
Eskil no puede dejar de mirarla. Se agacha en silencio.
Ludvig está detrás de él, fumando.
– ¿Es ella? -le pregunta Eskil en voz baja.
Su compañero sacude la ceniza del cigarrillo y se inclina hacia delante para echar un vistazo.
– Sí, es Greta.
– Estuvo contigo, ¿verdad? -lo interroga Eskil-. Ayer, en la torre.
– Quizá -responde el otro, y añade-: Tendré que mentirle un poco a Kaminen sobre esto.
Eskil se pone en pie.
– Dime la verdad, Ludvig -le espeta.
Este se encoge de hombros y apaga el cigarrillo.
– Quería irse a casa. Tenía frío y le aterrorizaba pasar la noche conmigo en la torre. Así que cada uno siguió su camino en plena tormenta.
Eskil lo mira a él y luego al cuerpo en la nieve.
– Tenemos que buscar ayuda. No podemos dejarla aquí.
– Cojamos el trineo -propone Ludvig-. Solo tenemos que ponerla encima. Vamos.
Se da la vuelta y se encamina a la casa. Eskil retrocede despacio para no darle la espalda a la muerta, y luego se apresura a alcanzar a su compañero.
Avanzan por la nieve con dificultad y en silencio.
– ¿Grabarás el nombre en el establo? -pregunta-. ¿Como hicimos con Werner?
Werner era un recluta de diecisiete años que se cayó de una barca y se ahogó cerca del cabo durante el verano de 1942. Eskil cree que deberían grabar el nombre de Greta a su lado en el altillo del establo. Pero Ludvig niega con la cabeza.
– Apenas la conocía.
– Pero…
– Fue culpa suya -lo interrumpe el otro-. Debería haberse quedado conmigo en la torre. Yo la habría calentado.
Eskil no dice nada.
– Aunque hay chicas de sobra en los pueblos -prosigue Ludvig, y mira hacia el otro lado de la ciénaga-. Lo mejor de las chicas es que nunca se acaban.
Eskil asiente, pero ahora no puede pensar en chicas. Solo piensa en los muertos.
Había comenzado un nuevo mes, el mes de Navidad, y era viernes por la tarde. Joakim había subido al helado altillo del establo y ahora se hallaba frente a la pared con los nombres de los muertos. En las manos sostenía un martillo y un escoplo recién afilado.
Subía allí una hora antes de ir a buscar a Livia y a Gabriel, cuando el sol se ponía y las sombras se apoderaban del patio. Era una especie de recompensa que se concedía a sí mismo cuando el trabajo de la reforma iba bien.
A pesar del frío, sentarse allí arriba en medio del silencio lo tranquilizaba. Le gustaba estudiar los nombres grabados en la pared. Leía una y otra vez el nombre de Katrine como si fuera un mantra.
Al tiempo que se aprendía muchos de los nombres de memoria, la propia pared, con sus nudos y anillos, empezó a resultarle familiar. A la izquierda, en el rincón, una de las vigas del medio de la pared tenía una profunda hendidura que llamó la atención de Joakim.
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