Heckenberger tomó prestado mi cuaderno de notas y empezó a esbozar un círculo grande, luego otro y después otro. Eran las plazas y los poblados, dijo. A continuación dibujó aros a su alrededor que, comentó, eran los fosos. Por último, añadió varias líneas paralelas que partían de los asentamientos con formas geométricas: las carreteras, los puentes y los pasos elevados. Cada una de las formas parecía encajar en un todo complejo, como un cuadro abstracto cuyos elementos solo adquieren coherencia desde la distancia.
– Cuando mi equipo y yo empezamos a cartografiarlo todo, descubrimos que nada era casual -dijo Heckenberger-. Todos estos asentamientos estaban dispuestos de acuerdo con un plan muy elaborado, con cierta noción de ingeniería y matemáticas que rivalizaba con todo lo que estaba ocurriendo en gran parte de Europa en aquel tiempo.
Heckenberger dijo que antes de que las enfermedades occidentales asolaran a la población, cada conjunto de asentamientos albergaba entre dos mil y cinco mil habitantes, lo que significaba que la comunidad más grande era del tamaño de muchas ciudades medievales europeas.
– Esta gente tenía un gusto por lo monumental -añadió-. Disponían de carreteras, plazas y puentes de gran belleza. Sus monumentos no eran pirámides, lo que explica que sean tan difíciles de encontrar; se trataba más bien de elementos horizontales, pero no por ello menos extraordinarios.
Heckenberger me comentó que acababa de publicar su estudio en un libro titulado The Ecology of Power. Susan Hecht, geógrafa de la School of Public Affairs de la UCLA, definió los hallazgos de Heckenberger como «portentosos». Otros arqueólogos y geógrafos me los describieron después como «monumentales», «transformadores» y «revolucionarios». Heckenberger ha contribuido a transformar la visión del Amazonas como un paraíso ilusorio que nunca podría albergar lo que Fawcett había previsto: una civilización próspera y espléndida. 6
Más adelante, descubrí que otros científicos 7estaban contribuyendo a esta revolución en la arqueología, que desafía abiertamente todas aquellas creencias que durante un tiempo se tenían sobre las Américas precolombinas. Estos arqueólogos se ayudan con frecuencia de aparatos que superan todo cuanto el doctor Rice pudiera haber imaginado. Entre ellos se cuentan radares de penetración en la tierra, imágenes de satélite para cartografiar los asentamientos, y sensores remotos capaces de detectar campos magnéticos para localizar artefactos enterrados. Anna Roosevelt, bisnieta de Theodore Roosevelt y arqueóloga de la Universidad de Illinois, ha excavado una cueva cercana a Santarém, en el Amazonas brasileño, que estaba llena de pinturas rupestres: interpretaciones de figuras animales y humanas, similares a las que Fawcett había asegurado ver y había descrito en varios puntos del Amazonas y que reforzaban su teoría de Z. Anna Roosevelt encontró restos de un asentamiento, enterrados en la cueva, de al menos diez mil años de antigüedad, casi el doble de tiempo en que los científicos habían estimado la presencia humana en el Amazonas. De hecho, el asentamiento es tan antiguo que podría cuestionar la tan arraigada teoría de cómo se poblaron las Américas. Durante años, los arqueólogos creyeron que los primeros habitantes americanos fueron los clovis, que deben su nombre a las puntas de lanza encontradas en Clovis, Nuevo México. Se creía que estos cazadores de caza mayor habían cruzado el estrecho de Bering desde Asia hacia el final de la Era Glacial, que se habían asentado en Norteamérica hacía unos once mil años, y que después, progresivamente, habían ido migrando a Centroamérica y Sudamérica. El asentamiento del Amazonas, sin embargo, podría ser tan antiguo como el irrefutable primer asentamiento clovis de Norteamérica. Asimismo, según Roosevelt, las reveladoras particularidades de la cultura clovis -como, por ejemplo, las lanzas con punta de piedra estriada- no estaban presentes en la cueva del Amazonas. Algunos arqueólogos creen que podría haber existido un pueblo previo a los clovis. 8Otros, como Roosevelt, consideran que el mismo pueblo procedente de Asia se expandió por todo el continente de forma simultánea y desarrolló diferentes culturas, propias y diferenciadas.
En la cueva y en un asentamiento ribereño próximo, unos científicos han empezado a encontrar también enormes montículos de tierra hechos por el hombre, muchos de ellos conectados por pasos elevados sobre el Amazonas, en particular en las llanuras bolivianas que se inundan de forma anual. Allí, precisamente, fue donde Fawcett encontró por primera vez fragmentos de alfarería e informó que «donde hay alturas, es decir, tierra elevada sobre planicies […], hay artefactos». Clark Erickson, antropólogo de la Universidad de Pensilvania que ha estudiado estos terraplenes en Bolivia, me comentó que los montículos permitían a los indígenas seguir cultivando durante la época de lluvias para evitar el proceso de filtrado que arrastra los nutrientes del suelo y lo empobrece. Crearlos, afirmaba Erickson, requería un esfuerzo y una técnica extraordinarios: había que transportar toneladas de tierra, modificar el curso de ríos, excavar canales, interconectar carreteras y construir asentamientos. En muchos sentidos, dijo, los montículos «rivalizan con las pirámides egipcias».
Quizá más asombrosa es la evidencia de que los indígenas transformaron el paisaje incluso donde sí era un paraíso ilusorio, es decir, donde el suelo era demasiado yermo para alimentar a una población numerosa. Algunos científicos han desenterrado por toda la jungla grandes extensiones de tetra preta do Indio, o «tierra negra indígena»: tierra enriquecida con desechos orgánicos humanos y carbón de las hogueras, haciéndola excepcionalmente fértil. No está claro si la tierra negra indígena fue fruto accidental de la presencia humana o, como opinan algunos científicos, se debe a un proceso deliberado de «carbonización», que consiste en quemar la tierra muy despacio y de forma sistemática, como hacen los kapayó en el Xingu. En cualquier caso, muchas tribus amazónicas parecen haber explotado este suelo tan fértil para cultivar donde la agricultura se consideró en un tiempo inconcebible. Algunos científicos han excavado tanta tierra negra de antiguos asentamientos en el Amazonas que actualmente creen que la selva podría haber alimentado a millones de personas. Y, por primera vez, los eruditos están reconsiderando las crónicas de El Dorado que Fawcett utilizó de base para elaborar su teoría de Z. Tal como lo definió Roosevelt, lo que Carvajal describió no era, sin lugar a dudas, ningún «espejismo». 9 Muchos científicos admiten no haber encontrado pruebas del fantástico oro con el que habían soñado los conquistadores; pero el antropólogo Neil Whitehead afirma: «Con ciertas salvedades, El Dorado existió». 10
Heckenberger me dijo que los científicos apenas estaban empezando a comprender este mundo ancestral, y, al igual que la teoría de quienes fueron los primeros pobladores de las Américas, todos los paradigmas tradicionales tenían que ser reconsiderados. En 2006 apareció una prueba de que, en ciertas regiones del Amazonas, los indígenas habían construido con piedra. Varios arqueólogos del Amapa Institute of Scientific and Technological Research encontraron enterrado, en la región septentrional del Amazonas brasileño, un observatorio astronómico con forma de torre construido con enormes rocas de granito; cada una de ellas pesaba varias toneladas, y algunas tenían una altura de casi tres metros. Las ruinas, cuya antigüedad se estima entre los quinientos y los dos mil años, han sido denominadas «el Stonehenge del Amazonas».
– Los antropólogos -dijo Heckenberger- cometieron el error de ir al Amazonas en el siglo xx, limitarse a ver tan solo pequeñas tribus para luego afirmar: «Bien, esto es todo lo que hay». El problema es que, en aquel entonces, muchas poblaciones indígenas habían desaparecido a consecuencia de lo que, en esencia, fue un holocausto provocado por la presencia de los europeos. Este es el motivo por el que los primeros europeos que pisaron el Amazonas describieron asentamientos inmensos que, tiempo después, nadie consiguió encontrar.
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