– Si hablamos, a lo mejor le duele la cabeza.
– Es imposible que me duela más, y usted tiene una voz preciosa. Por favor, quédese aquí un rato.
– Le he traído una carta que ha llegado al college.
– Un acreedor o algo, como si lo viera.
– No. Es de Roma.
– El tío Peter. ¡Dios mío! En fin. Supongo que tendré que prepararme para lo peor.
Harriet le puso la carta en la mano izquierda y vio cómo manoseaba torpemente el ancho sello rojo.
– ¡Puaj! Lacre y el sello de la familia. Sé lo que significa: el tío Peter más estirado que nunca.
Luchó impaciente con el grueso sobre.
– ¿Quiere que lo abra yo?
– Sí, por favor… Y otra cosa: sea buena y léamelo. Incluso con los dos ojos en buen estado, algo de su puño y letra pone nervioso.
Harriet sacó la carta y echó un vistazo a las primeras palabras.
– Parece de carácter privado.
– Mejor usted que la enfermera. Además, lo soportaré mejor con un poquito de comprensión femenina. Por cierto, ¿lleva algún documento anexo?
– No. Ninguno.
El enfermo emitió un gemido.
– El tío Peter se revuelve. Se acabó lo que se daba. ¿Cómo empieza? Si es con «Pepinillo», «Jerry» o incluso «Gerald», aún queda esperanza.
– Empieza con «Mi querido Saint-George».
– ¡Santo Dios! Eso quiere decir que está hecho una furia. Y habrá firmado con todas las iniciales que haya podido sacar a relucir, ¿no?
Harriet le dio la vuelta a la carta.
– Ha firmado con los nombres y apellidos completos.
– ¡Monstruo implacable! Ya me daba a mí la impresión de que no se lo iba a tomar demasiado bien. No sé qué demonios voy a hacer.
Parecía tan enfermo que Harriet preguntó preocupada:
– ¿No sería mejor que lo dejáramos para mañana?
– No. Tengo que saber en qué situación me encuentro. Continúe, pero hable con dulzura a esta criaturita. Cántelo. Lo voy a necesitar.
Querido Saint-George:
Si he comprendido correctamente el estado de tus asuntos, que tan incoherentemente presentas, has contraído una deuda de honor que asciende a una suma de la que no dispones. La has satisfecho con un cheque por una cantidad de la que no disponías. Para cubrirlo, le has pedido prestado dinero a un amigo, a quien le has dado un cheque con fecha posterior por una cantidad de la que tampoco tienes razón alguna para pensar que dispondrás. Me propones que avale tu cuenta a seis meses, y que en caso de no poder responder, a ) «lo intentaré otra vez con Levy» o b ) te volarás la tapa de los sesos. Como tú mismo reconoces, la primera alternativa aumentará tu pasivo; la segunda, como me atrevería a señalar, no compensaría a tu amigo; meramente contribuiría a añadir la ignominia a la insolvencia.
Lord Saint-George cambió de postura, incómodo, entre las almohadas.
– Vaya forma tan lúcida y desagradable de poner las cosas.
Tienes la decencia de decir que acudes a mí en lugar de a tu padre porque, en tu opinión, es probable que yo sea más comprensivo con tu turbia situación económica. No puedo decir que tal opinión me halague.
– Yo no quería decir eso exactamente -gimió el vizconde-. Él sabe muy bien a qué me refiero. El jefe perdería los estribos. ¡Maldita sea, es culpa suya! No tendría que ser tan tacaño. ¿Qué es lo que espera? Teniendo en cuenta lo que despilfarró durante su loca juventud, podría saber algo del asunto. Y el tío Peter está forrado… No le pasaría nada por soltar un poco.
– No creo que sea tanto por el dinero como por los cheques sin fondos, ¿no?
– Ese es el problema. Pero ¿por qué demonios tiene que largarse a Roma precisamente cuando se le necesita? Sabe que no habría dado un cheque sin fondos si tuviera con qué cubrirlo, pero no podía hablar con él si no estaba aquí. En fin, continúe leyendo. Oigamos lo peor.
Soy consciente de que tu prematuro fallecimiento me dejaría como heredero presuntivo del título…
– ¿Heredero presuntivo?… Ah, ya. Mi madre podría estirar la pata y mi padre volver a casarse. Qué mente tan calculadora tiene.
… heredero presuntivo del título y del patrimonio. Por fastidiosa que pueda resultar semejante herencia, me perdonarás que diga que seguramente sería un administrador más honrado que tú.
– ¡Caray! ¡Eso es un golpe bajo! -exclamó el vizconde-. Sigue así, adiós muy buenas.
Me recuerdas que cuando llegues a la mayoría de edad, el próximo julio, recibirás una renta más elevada. Sin embargo, como la suma que mencionas asciende aproximadamente a los ingresos de un año en la escala más elevada de pago, tus posibilidades de liquidar las deudas en el plazo de seis meses son remotas, y tampoco comprendo cómo piensas vivir si has anticipado tus ingresos hasta tal extremo. Además, ni se me ocurre pensar que la suma en cuestión represente la totalidad de tu pasivo.
– ¡Maldito adivino! -gruñó su señoría-. Claro que no, pero ¿cómo lo sabe?
Dadas las circunstancias, he de declinar la posibilidad de avalar tu deuda o de prestarte dinero.
– Bueno, está muy claro. ¿Por qué no lo dice desde el principio?
Sin embargo, como has firmado un cheque con tu apellido, y ese apellido no debe quedar deshonrado, he dado instrucciones a mis banqueros…
– ¡A ver! Eso suena mejor. ¡Ay, tío Peter! Es fácil pillarlo por el buen nombre de la familia.
… les he dado instrucciones a mis banqueros para que cubran tus cheques…
– ¿Cheque o cheques?
– Cheques, en plural. Lo dice con toda claridad.
… tus cheques desde ahora hasta el momento en el que yo regrese a Inglaterra y pueda verte. Seguramente será antes de que acabe el trimestre de verano. Te ruego que antes te encargues de saldar todo tu pasivo, incluyendo las deudas pendientes en Oxford y tus compromisos con los hijos de Israel.
– Vaya. Un destello de humanidad -dijo el vizconde.
¿Puedo ofrecerte, además, un pequeño consejo? Ten muy en cuenta que el profesional aficionado es especialmente codicioso, algo aplicable a las mujeres y a los jugadores de cartas. Si apuestas por un caballo, apuesta por un precio razonable en ambos sentidos. Y, si te empeñas en volarte la tapa de los sesos, hazlo en un sitio donde no salpiques ni causes molestias.
Afectuosamente, tu tío,
PETER DEATH BREDON WIMSEY
– ¡Uf! ¡Qué horror! -exclamó lord Saint-George. Me da la impresión de que se ablanda un poco en el último párrafo, porque si no, diría que jamás había llegado carta más brutal para aliviar la atormentada frente del doliente. ¿A usted qué le parece?
En su fuero interno, Harriet pensó que no era la clase de carta que le habría gustado recibir. Es más, ponía de manifiesto casi todo lo que le contrariaba de Peter: la superioridad condescendiente, la arrogancia de casta y aquella generosidad que sentaba como una bofetada. Sin embargo…
– Ha hecho mucho más de lo que usted le había pedido -dijo-. Por lo que veo, no hay razón que le impida librar un cheque de cincuenta mil y dilapidarlo enterito.
– Eso es lo malo. Me tiene cogido y bien cogido. Me ha cargado con todo el maldito equipo. Yo pensaba que se ofrecería a pagar mis deudas, pero lo que hace es dejármelo a mí sin siquiera pedirme cuentas, y eso significa que tengo que hacerlo. No sé cómo voy a salir de esta. Es de lo más ingenioso para hacerte sentir como una rata. ¡Caray! ¡Me va a estallar la cabeza!
– Intente tranquilizarse y dormir. Ya no tiene de qué preocuparse.
– No, espere un momento. No se marche. Lo del cheque, que es lo más importante, está solucionado. Menos mal, porque me las habría visto negras para conseguir el dinero en otra parte, estando como estoy, pero pasa una cosa… Como no puedo mover este brazo, no tendré que escribir todo un testamento lleno de agradecimiento y arrepentimiento.
Читать дальше