Dorothy Sayers - Los secretos de Oxford

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Cuando Harriet Vane regresa a la Universidad de Oxford, encuentra a los profesores y alumnos de su college nerviosos por los extraños mensajes de un lunático. Con la ayuda de lord Peter Wimsey, Harriet empieza una investigación para desenmascarar al autor de las amenazas.
Una novela de misterio, e incluso de terror, Los secretos de Oxford es también una obra sobre el papel de las mujeres en la sociedad contemporánea, una reflexión sobre la educación y una historia de amor entre dos mentes privilegiadas.
Una de las mejores novelas de misterio del siglo XX y la obra maestra de Sayers, precursora de Patricia Highsmith, Iris Murdoch o A.S. Byatt.

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Harriet dijo que estaba de acuerdo, y tras subrayar los nombres relevantes de la lista que le dio la administradora, fue a buscar a la tesorera.

La señorita Allison le entregó un plano del college y le mostró la situación de las habitaciones que ocupaban diversas personas.

– Espero que esto signifique que tiene intención de encargarse personalmente de la investigación -dijo-. Supongo que no podríamos pedirle que dedique mucho tiempo a semejante asunto, pero estoy convencida de que la presencia de detectives a sueldo en este college resultaría sumamente desagradable, por discretos que fueran. Llevo al servicio del college un considerable número de años y me preocupo enormemente por sus intereses. Usted sabe lo desaconsejable que es que una persona extraña intervenga en un asunto de estas características.

– Desde luego que sí -dijo Harriet-. Sin embargo, en cualquier sitio puede ocurrir la desgracia de tener un sirviente rencoroso o deficiente mental. No me cabe duda de que lo más importante es llegar al fondo del misterio lo antes posible, y un par de detectives profesionales resultarían mucho más eficaces que yo.

La señorita Allison la miró pensativa y balanceó lentamente las gafas que llevaba colgadas de una cadena de oro.

– Veo que se inclina por la teoría más cómoda, probablemente como todas nosotras, pero existe otra posibilidad. Claro, desde su punto de vista, comprendo que no le gustaría contribuir al desenmascaramiento de alguien del claustro, pero si se diera el caso, yo confiaría más en su tacto que en el de un detective profesional. Y usted cuenta con la gran ventaja de conocer el funcionamiento del sistema universitario.

Harriet dijo que seguramente podría aportar alguna sugerencia cuando hubiera realizado un examen preliminar de todas las circunstancias.

– Si inicia las pesquisas, creo que es de justicia avisarla de que podría toparse con cierta oposición. Ya han dicho que… pero quizá no debería contárselo.

– Solo usted puede decidirlo.

– Ya han dicho que reducir las sospechosas a los límites mencionados en la reunión que hemos mantenido hoy se basa única mente en lo que usted ha presentado. Por supuesto, me refiero los dos papeles que encontró el día de la celebración.

– Comprendo. ¿Creen acaso que me lo he inventado?

– No creo que nadie llegue a ese extremo, pero usted ha dicho que a veces recibe cartas semejantes, de lo que se desprende que…

– ¿Qué si hubiera encontrado algo parecido debería haberlo traído? Sí, posiblemente, pero da la casualidad de que el estilo d esos papeles se parece mucho al de estos. No obstante, tengo que reconocer que solo cuentan con mi palabra.

– No lo he puesto en duda ni un instante. Lo que dicen es que, si acaso, su experiencia en estas cuestiones es una desventaja. Y perdone, no es lo que yo digo.

– Por eso me apetecía tan poco participar en la investigación. Es absolutamente cierto. No he llevado una vida precisamente intachable, y eso no se puede pasar por alto.

– Si quiere que le diga la verdad, en la vida intachable de algunas personas hay muchas cosas censurables. No soy tonta, señorita Vane. No cabe duda de que mi vida ha sido intachable en lo que se refiere a los pecados más generosos, pero hay ciertos puntos sobre los que espero que usted sostenga una opinión más equilibrada que ciertas personas. No creo que haga falta que añada nada más, ¿no le parece?

A continuación Harriet fue a ver a la señorita Lydgate, con la excusa de preguntarle qué pensaba hacer con las pruebas mutiladas que obraban en su poder. Encontró a la tutora de inglés corrigiendo pacientemente un montoncito de trabajos de las alumnas.

– Pase, pase -dijo la señorita Lydgate animadamente-. Casi he acabado con esto. Ah, ¿es por lo de mis pruebas? Pues creo que no me van a servir de gran cosa. Francamente, son indescifrables. Me temo que no me queda más remedio que reescribirlas desde el principio. En la imprenta deben de estar tirándose de los pelos, los Pobres. No tendré muchas dificultades con la mayor parte, o eso espero, y tengo el borrador de la introducción, o sea que no es tan terrible como podría haber sido. Lo peor es la pérdida de varias notas a pie de página del manuscrito y dos apéndices que tuve que incluir a última hora para refutar ciertas conclusiones, en mi opinión poco meditadas, del señor Elkbottom en su último libro, La versificación moderna. Cometí la estupidez de escribirlos en las páginas en blanco de las pruebas, y son irrecuperables. Tendré que verificar todas las citas en el libro de Elkbottom. Resulta tedioso, sobre todo a final de curso, cuando hay tanto trabajo, pero es culpa mía, por no anotarlo todo como es debido.

– No sé si yo podría ayudarla con las pruebas. De buena gana dedicaría unas cuantas noches a esa tarea, si sirviera de algo. Estoy acostumbrada a hacer auténticos malabarismos con las pruebas, y creo que recuerdo lo suficiente de mis tiempos escolares para mostrarme razonablemente preparada con respecto a los anglosajones y los primeros ingleses.

– ¡Eso me resultaría de enorme ayuda! -exclamó la señorita Lydgate, y se le iluminó el rostro-. Pero ¿no sería abusar demasiado de su tiempo?

Harriet dijo que no, que llevaba bastante adelantado su trabajo y le gustaría dedicar algún tiempo a la Prosodia inglesa . Lo que tenía pensado era que si realmente quería hacer pesquisas en Shrewsbury, las pruebas de la señorita Lydgate proporcionarían una buena excusa para su presencia en el college.

La oferta quedó en el aire de momento. Con respecto a la autora de los desaguisados, la señorita Lydgate no pudo sugerir nada, salvo que, quienquiera que fuese, la pobre debía de tener una enfermedad mental.

Al salir de la habitación de la señorita Lydgate, Harriet se encontró con la señorita Hillyard, que descendía la escalera desde sus aposentos.

– Bueno, ¿cómo va la investigación? Ah, claro, no debería preguntárselo. Se las ha ingeniado para arrojar la manzana de la discordia entre nosotras, y con ganas. Sin embargo, como está usted tan acostumbrada a ser la destinataria de comunicados anónimos, no cabe duda de que es la persona idónea para encargarse de esta situación.

– En mi caso, solo he recibido lo que hasta cierto punto me merecía, pero este asunto es completamente distinto. No se trata del mismo problema. El libro de la señorita Lydgate no podría haber sido motivo de ofensa para nadie.

– Excepto para algunos de los hombres cuyas teorías rebate -replicó la señorita Hillyard-. Sin embargo, dadas las circunstancias, el sexo masculino parece excluido de la investigación. En otro caso, este ataque en serie contra un college femenino para mí sería indicio del típico resentimiento masculino contra las mujeres cultas, pero claro, usted lo consideraría ridículo.

– En absoluto. Hay multitud de hombres resentidos, pero no creo que haya hombres rondando de noche por el college.

– Yo no estaría tan segura -replicó la señorita Hillyard, sonriendo sarcásticamente-. Lo que dice la administradora, que las puertas se cierran con llave, es absurdo. ¿Qué podría impedirle a un hombre ocultarse en el jardín antes de que se cierren las puertas y escabullirse cuando vuelven a abrirlas por la mañana? ¿O incluso saltar por los muros, ya puestos?

A Harriet aquella teoría le pareció inverosímil, pero interesante a pesar de todo, como prueba de los prejuicios de su interlocutora, prácticamente obsesivos.

– Lo que, en mi opinión, apunta a la autoría de un hombre es la destrucción del libro de la señorita Barton, que es abiertamente feminista. Supongo que no lo habrá leído y que probablemente no le interesará, pero ¿por qué otra razón habrían escogido ese libro? Harriet se despidió de la señorita Hillyard en la esquina del patio y se dirigió al edificio Tudor. No albergaba muchas dudas sobre quién podría oponerse a que ella investigara. Si había que buscar a alguien de mente calenturienta, saltaba a la vista que la de la señorita Hillyard era un tanto retorcida. Y, pensándolo bien, no podía demostrarse de ninguna manera que las pruebas de la señorita Lydgate hubieran llegado a la biblioteca ni que hubieran salido de las manos de la señorita Hillyard. Además, no cabía duda de que la habían visto en el umbral de la sala del profesorado antes de la hora de la capilla el domingo por la mañana. Si la señorita Hillyard era tan demente como para propinar semejante golpe a la señorita Lydgate, debía ser internada en un manicomio, y lo mismo era aplicable a cualquier otra persona.

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