– ¡Bunter!
– ¡Milord! -contestó Bunter, como si rezara.
– ¿Qué demonios ha pasado con mi té? ¿Por qué…? Oh, le ruego que me disculpe, señora Venables. Disculpe mi vocabulario y que me presente en batín en la cocina. No sabía que estaba usted aquí.
– ¡Oh, lord Peter! -exclamó la señora Venables-. Ha sucedido algo terrible. Su sirviente está muy disgustado y esta chica estúpida…, no lo hizo con mala intención, claro, todo ha sido un accidente, pero hemos lavado su botella y las huellas se han borrado.
– ¡Buaaa! -gritó Emily entre sollozos-. ¡Oooh! ¡Buaaa! Fui yo. Yo la lavé. No lo sabía…
– Bunter -dijo lord Peter-. ¿Cómo decía ese verso sobre el águila golpeada que quedaba tendida en la llanura? ¿Nunca volverán las nubes a elevarse por encima del cielo? Ese verso expresa perfectamente mis sentimientos. Súbeme el té a la habitación y tira la botella a la basura. Lo hecho hecho está. Además, en cualquier caso, posiblemente las huellas no me hubieran servido de nada. Una vez William Morris escribió un poema llamado El hombre que nunca volvió a sonreír. «Si el grito de los que triunfan, la canción de los que festejan jamás pudieran volver a salir de mis labios, sabrás por qué. Posiblemente, mis amigos me estarán devotamente agradecidos. Que os sirva de consejo: nunca busquéis la felicidad en una botella». Emily, si sigues llorando, tu novio no te reconocerá el domingo. Señora Venables, no se preocupe por nada, sólo era una botella vieja y odiaba verla por ahí. Hace una mañana preciosa para levantarse temprano. Permítame que la ayude con el cubo. Le ruego que no le dé más vueltas a este asunto, y tú tampoco, Emily. Es una chica especialmente agradable, ¿no cree? Por cierto, ¿cómo se apellida?
– Holliday -contestó la señora Venables-. Es sobrina de Russell, el director de pompas fúnebres, ya lo conoce, y está emparentada con Mary Thoday aunque, claro, en este pueblo todos están emparentados los unos con los otros. Es lo que pasa en los pueblos tan pequeños, aunque ahora que todos tienen motocicletas y que el autobús pasa dos veces a la semana regularmente, ya no está tan mal. Al menos ya no habrá tantas criaturas desgraciadas como el Loco Peake. Los Russell son muy buena gente, todos.
– Por supuesto -dijo lord Peter Wimsey.
Se quedó pensando en un montón de cosas mientras echaba comida a los pollos con el cucharón.
Pasó las primeras horas de la mañana dándole vueltas al criptograma, sin acabar de entender nada y, tan pronto como consideró que la taberna ya estaría abierta, fue al Red Cow a tomarse una botella de cerveza.
– ¿Amarga, milord?
– No, hoy no. Para variar, tomaré una Bass.
El señor Donnington se la sirvió y se alegró de que Wimsey la encontrara tan buena.
– Nueve décimas partes del sabor de una buena cerveza dependen del estado -dijo Wimsey-, y eso depende, en gran medida, del proceso de embotellamiento. ¿Quién se la embotella a usted?
– Los Griggs, de Walbeach. Son muy buena gente; no tengo ni una sola queja. Pruébela, aunque se ve con sólo mirarla, ya me entiende. Dorada como el sol aunque, claro, tiene que fiarse de mí, que soy el especialista. Una vez tuve a un chico trabajando aquí y jamás conseguí que no colocara la Bass hacia abajo en la caja, como si fuera cerveza negra. La negra puede estar boca abajo, aunque yo nunca la guardo así, ni lo recomiendo, pero para poder disfrutar de una Bass en todo su esplendor, debe estar boca arriba y no debe agitarse.
– Estoy de acuerdo. No hay nada de malo en esto. A su salud. ¿Usted no toma nada?
– Gracias, milord. Claro. A su salud -dijo el señor Donnington, levantando el vaso a la luz-. Esto sí que es un vaso de Bass en condiciones.
Wimsey le preguntó si ganaba mucho dinero con las botellas de litro y medio.
– ¿De litro y medio? No, no sirvo demasiadas. Pero creo que Tom Tebbutt, el de la taberna, sí que las sirve. También se las embotellan los Griggs. -¡Ah!
– Sí. Hay uno o dos que prefieren las botellas de litro y medio. Aunque aquí casi todo el mundo quiere barriles. Pero siempre hay algún granjero que quiere que le lleven las botellas de litro y medio a casa. Hace años, todo el mundo se hacía su propia cerveza; hay muchas granjas que aún conservan las máquinas, y algunas incluso todavía curan el jamón en casa. El señor Ashton es uno de ellos, jamás querrá nada que se haya fabricado en grandes cantidades. Sin embargo, con todas estas cadenas de tiendas con las furgonetas de transporte y con todas esas chicas que quieren salir en la foto enseñando las medias de seda y toda la comida enlatada que venden, no hay demasiados lugares donde se pueda comer algo criado y curado en casa. Y, encima, fíjese en el precio de la comida para los cerdos. Lo que digo es que los granjeros deberían estar protegidos por alguien. Yo me crié como un comerciante independiente, pero los tiempos han cambiado. No sé si alguna vez había pensado en estas cosas, milord. Quizá a usted no le afecten. O… me olvidaba, a lo mejor usted se sienta en la Cámara de los Lores. Harry Gotobed insiste en que sí, pero yo le dije que debía haberse confundido… ¡aunque nunca se sabe! Usted lo sabrá mejor que yo.
Wimsey le explicó que no estaba cualificado para sentarse en la Cámara de los Lores. El señor Donnington dijo, satisfecho, que en ese caso el sacristán le debía media corona y, mientras éste escribía una nota en la solapa de un sobre para que quedara constancia, Wimsey se marchó y se fue a la taberna.
Allí, haciendo una demostración de tacto, obtuvo una lista de los granjeros que pedían que les llevaran la Bass a casa en botellas de litro y medio. La mayor parte eran gente de los alrededores, pero al final, después de pensar un poco, la señora Tebbutt mencionó un nombre que hizo que Wimsey pusiera los ojos como platos.
– A Will Thoday le llevamos algunas mientras Jim estuvo con ellos; una docena más o menos. Ese Jim es un buen chico, te hace reír a carcajada limpia explicándote historias de sus viajes. Le trajo ese loro a Mary aunque, como yo le digo, ese pájaro no es un buen ejemplo para las niñas. ¡Si hubiera oído lo que le dijo al párroco el otro día! Aunque creo que él no entendió nada. El señor Venables es un auténtico caballero, no como el párroco de antes. Era amable, sí, pero el señor Venables es distinto; además, dicen que solía decir cosas impropias de un clérigo. Aunque, pobre hombre. Dicen que era un poco débil… ya me entiende. En los sermones solía decir: «Haced lo que os digo, no hagáis lo que yo haga». Siempre estaba colorado y se murió así, de repente, de un ataque.
Wimsey intentó sin éxito redirigir la conversación hacia Jim Thoday. Pero la señora Tebbutt estaba lanzada recordando al viejo párroco y el lord tardó una media hora en poder salir de la taberna. Camino de la vicaría, se dio cuenta de que había acabado llegando a la puerta de Will Thoday. Miró hacia un lado y vio a Mary, ocupada tendiendo la colada. Decidió arriesgarse con un ataque frontal.
– Espero que me disculpe, señora Thoday -dijo después de anunciarse y entrar-, si le vuelvo a traer a la memoria un episodio tan penoso del pasado. Quiero decir que lo pasado pasado está y que a nadie le gusta revivir las cosas malas, ¿no es cierto? Sin embargo, cuando se trata de cadáveres en las tumbas de otros, bueno, uno empieza a darle vueltas y ya sabe…
– Sí, claro, milord. Si le puedo ayudar en algo, sólo tiene que decírmelo. Pero, como le dije al señor Blundell, no sé nada de eso ni de cómo fue a parar allí ese cadáver. El me preguntó por el sábado por la noche y, aunque lo he estado repasando una y otra vez, no recuerdo haber visto nada extraño.
– ¿Recuerda a un hombre que se hacía llamar Stephen Driver?
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