Dorothy Sayers - Los nueve sastres

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La noche de fin de año, Peter Wimsey sufre un accidente de coche y se ve obligado a pernoctar en Fenchurch St. Paul, donde el párroco de la aldea le ofrece alojamiento. Muchos de los aldeanos han enfermado a causa de una fuerte gripe, entre ellos el campanero, de modo que Wimsey se ofrece a cubrir su puesto esa noche.
Meses después, fallece el marido de una de las víctimas de la epidemia. Durante el entierro, descubren un cadáver sin identificar y Wimsey se verá implicado en la investigación de este desconcertante hallazgo, que oculta mucho más de lo que en principio aparenta.
Las historias de lord Wimsey se publicaron entre 1920 y 1940 y relatan las aventuras del hermano menor del duque de Denver, Peter Wimsey. En algún momento previo a las primeras novelas, Wimsey empezó a investigar crímenes como aficionado; ahora, la policía (especialmente el inspector Parker) valora su colaboración y lo considera un competente sabueso. Los nueve sastres es uno de los libros más conocidos de la serie de lord Peter.

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– No sabemos el método que usó la persona que escribió el mensaje ni qué campana debemos tomar como referencia. Pero vamos a suponer que serán Batty Thomas o Sastre Paul. Si el método son Gransire Triples, no puede ser Sastre Paul, porque la tenor siempre se toca la última y, en ese caso, deberíamos leer el mensaje siguiendo la última letra de cala columna, y no es así. No apostaría por el método grandsire major, porque aquí no lo tocan nunca. Probemos con Batty Thomas. ¿Qué nos da la séptima campana? CIDLEFERNRNAU. No es demasiado alentador. Tenemos que intentarlo con las otras campanas. No. No. No. ¿Puede haber empezado con un Bob o un Single?

– Seguro que no.

– Bueno, nunca se sabe. No está componiendo un carrillón, sólo está cifrando un mensaje y puede que haga algo poco habitual a propósito.

El lápiz volvió a recorrer las columnas.

– No. Por ahí tampoco. Descartamos los Grandsire. Y creo que también debemos descartar los Stedman, porque implicaría que las campanas significativas estuvieran demasiado juntas. Probemos con un Kent Treble Bob, y primero seguiremos a Sastre Paul , dado que la tenor suele ser la campana guía en ese método. Empieza por el quinto lugar, ese. Luego el sexto, e. Sigue con el séptimo, ese; el quinto, i; y el séptimo, e: «SESIE». Bueno, al menos es pronunciable, que ya es algo. Seguimos por el octavo, ENE; el tercero, TE; y el 6, a: «SESIENTA». ¡Padre, mire esto! Tenemos dos palabras: «SE SIENTA». Quizá se refiere al collar. Sigamos con esto.

El párroco, con las gafas en la punta de la larga nariz, iba de un lado a otro del papel mientras el lápiz trazaba una línea entre las letras.

– «Se sienta en…», esto es un verso del Salmo 99, ¿lo ve? ¿Qué le había dicho? «Se sienta en querubines». ¿Y esto qué puede querer decir? ¡Dios mío! Aquí debe haber un error, la siguiente letra debería ser una ele: «La tierra se estremece».

– Bueno, la ele viene después. Espere un momento. Ahora viene «ALE», no «ALEG»; eso es, «ALÉGRENSE». Lo siento padre, no puede ser que esto esté aquí por equivocación. Sólo un segundo, lo acabamos y después me dice lo que quiera… ¡Oh! ¿Qué pasa al final? ¡Ah, sí! Me olvidaba. Debe ser el final de la entrada. Sí -dijo calculando mentalmente-, y ahora viene la cuarta y la tercera. Aquí lo tiene. Mensaje completado; aunque no me pregunte lo que quiere decir.

El párroco se limpió las gafas y lo miró detenidamente.

– Son versos de tres salmos -dijo-. Qué curioso. «Se sienta en querubines», del Salmo 99, 1. Luego: «Alégrense las islas numerosas», del Salmo 97, 1. Estos dos salmos son parecidos: «Dominus regnavit», «El Señor reinó». Y luego tenemos: «Como torrentes en el sur», del Salmo 126, 5. De «In convertendo», «Cuando el Señor liberó Sión». Este es un caso de obscurum per obscuriora: la interpretación es incluso más complicada que el mensaje cifrado.

– Sí. Quizá los números tienen algo que ver. Tenemos 99.1.97.1.126.5. ¿Debemos tomarlo como un número único: 9919711265? ¿O los dejamos como están? ¿O los dividimos? Las posibilidades son casi infinitas. O quizá los tendríamos que sumar. O convertirlos en letras con algún sistema que todavía no hemos descubierto. No puede ser tan sencillo como seguir el orden alfabético. Me niego a creer un mensaje así: IIAIGIABFE. Tendré que darle unas cuantas vueltas más. Pero usted ha estado prodigioso, padre. Debería dedicarse a descifrar códigos.

– Fue pura casualidad, y todo por culpa de mi poca visión. Es curioso. Me ha dado una idea para un sermón sobre el diablo que queda anulado por el bien. Aunque nunca se me hubiera ocurrido que se pudieran construir mensajes cifrados a partir de un carrillón. Es muy ingenioso.

– Todavía podría haberlo sido más. Se me ocurren mil maneras de mejorarlo. Suponga que…, aunque… no voy a perder el tiempo con suposiciones. Ahora sólo quiero saber qué demonios tengo que hacer con esto: 99.1.97.1.126.5.

Apoyó la cabeza en ambas manos y el párroco, después de observarlo durante unos minutos, se fue a la cama sin hacer ruido.

Novena parte

Emily se adelanta a Bunter

Deje que la campana a la que la Treble adelanta toque en tercer lugar, y luego regrese atrás.

Rules for Change-Ringingon Four Bells

– Míe gustaría -dijo Emily, entre sollozos- que me pagaran y marcharme esta misma semana.

– ¡Por todos los santos, Emily! -exclamó la señora Venables, que pasaba por delante de la cocina con un cubo de comida para los pollos-. ¿Qué te pasa?

– Estoy segura de que no tengo derecho a hablarles así a usted y al párroco, porque siempre se han portado muy bien conmigo, pero si el señor Bunter va a hablarme así, teniendo en cuenta que no soy ni quiero ser su sirvienta, ni servirlo forma parte de mis obligaciones, pero ¿cómo iba yo a saberlo? Me hubiera cortado la mano derecha antes que desobedecer a milord, pero tendría que habérmelo dicho y no fue culpa mía, así se lo he dicho al señor Bunter.

La señora Venables palideció. Lord Peter no le suponía ningún problema, pero Bunter ya era otra cosa. Sin embargo, ella era una mujer fuerte y la habían educado enseñándole que un sirviente era un sirviente y que tenerles miedo (ya sea a uno propio o ajeno) era el primer paso para crear un ambiente de ineficacia doméstica. Se giró hacia Bunter, que estaba de pie con cara de pocos amigos al otro lado de la cocina.

– Bien, Bunter -dijo con firmeza-. ¿A qué viene todo esto?

– Le ruego que me perdone, señora -repuso Bunter, dominando su ira-. Me temo que he perdido los nervios. Pero llevo al servicio de milord casi quince años, contando los años de la guerra, que me mantuve a su lado, y nunca me había pasado algo semejante. Llevado por la impresión y la mortificación interna, hablé con un tono bastante fuera de lugar. Le ruego, señora, que no me lo tenga en cuenta. Debería haberme controlado mejor. Le aseguro que no volverá a suceder.

La señora Venables dejó el cubo en el suelo.

– Pero ¿qué ha pasado?

Emily tragó saliva y Bunter señaló con un trágico dedo la botella de cerveza que estaba encima de la mesa.

– Señora, ayer milord me confió esa botella. La dejé en un armario de mi habitación con la intención de fotografiarla esta mañana antes de enviarla a Scotland Yard. Al parecer, ayer por la noche esta joven entró en la habitación en mi ausencia, investigó entre mis cosas y se llevó la botella. Y no contenta con llevársela, la lavó.

– Si me permite, señora -dijo Emily-. ¿Cómo iba yo a saber que la necesitaba para algo? Algo tan viejo y sucio. Yo sólo estaba quitando el polvo del cuarto, señora, y vi la botella en una estantería del armario y pensé: «Mira esta botella tan vieja. ¿Cómo ha podido llegar hasta aquí? Alguien se la habrá olvidado». Así que me la llevé y cuando Cook la vio me dijo: «¿Qué llevas ahí, Emily? Ah, esa botella es perfecta para poner el alcohol de quemar»; y yo la lavé…

– Y ahora las huellas han desaparecido -dijo Bunter para finalizar la frase-. Y ahora no sé qué decirle a milord.

– ¡Dios mío! ¡Dios mío! -exclamó, desesperada la señora Venables. Luego se centró en el punto de las tareas domésticas que le había llamado la atención-. ¿Y por qué se te hizo tan tarde para sacar el polvo?

– Si me permite, señora. No sé qué pasó. Todo el día fui retrasada y, al final, me dije: «Mejor tarde que nunca», aunque si lo hubiera sabido…

Empezó a llorar y Bunter sintió lástima por ella.

– Lamento haberme expresado con tanta brusquedad -dijo-, y asumo la culpa por no haber cerrado el armario con llave. Pero debe entender, señora, cómo me siento cuando pienso en que milord se levantará inocentemente sin poderse imaginar la mala noticia que le tengo guardada. Me duele en el alma, si me permite mencionar algo tan espiritual en este asunto material. Aquí tengo preparado el té para subírselo a la habitación, sólo me falta echarle el agua hirviendo y me siento como si le fuera a echar una poción mortal que ningún aroma de Arabia podría suavizar. Ya ha llamado dos veces -añadió Bunter algo desesperado-, y por la tardanza debe imaginarse que ha sucedido algún desastre…

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