Philip Kerr - Plan Quinquenal

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Dave Delano conoce la libertad después de cinco años alojado a costa del estado. Un alojamiento que ha merecido por encubrir a un apreciado mafioso de Florida, Tony Nudelli, al cual, desde luego, no le hace ninguna ilusión la liberación de Delano: después de cinco años a la sombra, uno puede volverse un tanto vengativo…
Pero el ex preso viene con las mejores intenciones. De hecho, propone a Nudelli un plan para hacerse en alta mar con un fabuloso envío de dinero -negro, por supuesto- que va a remitirse a Rusia. Una cantidad que arreglaría la vida de los más exigentes. La que también quiere cambiar su vida es Kate Furey, agente del FBI destinada en Miami, que ha detectado un cargamento de cocaína que va a ser enviado a Europa. Interceptarlo significa para Kate no sólo un éxito profesional sino, sobre todo, escapar de la rutina de un trabajo burocrático.

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La mujer se envolvió con rabia en la sábana y sacudió la cabeza furiosa.

– No me lo puedo creer. Es que no me lo puedo creer. Mierda. Es una cabronada -dijo-. Mierda, mierda, mierda.

– Cálmese, ¿quiere? -dijo Dave-. Mire, tenemos que hacer un arresto en otro barco. Unos traficantes de drogas. Pero antes, queremos advertir a todos los pasajeros que permanezcan en sus barcos. Si oyen disparos, tienen que tumbarse en el suelo, hasta que les digamos que el peligro ha pasado. Es sólo por precaución, por si acaso. No creo que haya necesidad de preocuparse.

– Me cago en… -dijo Nicky Vallbona.

– Capullo de mierda -dijo Gay Gilmore, dándole un fuerte puñetazo.

– ¿Yo? ¿Qué coño he hecho yo?

– Te dije que nos iban detrás, ¿no? En Lauderdale; te dije que nos estaban vigilando. Pero no, no quisiste escucharme. Tú no, claro; tú lo sabes todo. El señor Capullo Profesional.

– ¿Han oído lo que he dicho? -preguntó Dave.

– No podías creer que yo hubiera visto algo y tú no. Bueno, si crees que voy a ir a prisión por un pedazo de hijo de puta como tú, Nicky, olvídalo. No lo haré. Se lo contaré todo. Tengo toda la vida por delante y no voy a pasarla entre rejas.

– ¿Quieren dejar de gritar?

– Que te jodan -rugió Gay-. ¿Qué diferencia hay? Si vas a arrestarnos, arréstanos, pero no esperes que nos alegremos, tío. ¿O eso de que te arresten es como ir a una fiesta? Dímelo, señor G-Man. Me gustaría saber cómo tengo que reaccionar a esta mierda.

– ¿Arrestar? -Dave frunció el ceño. De repente lo comprendió. Aquella era una de las voces que había en la cinta de Kate. Éste era el barco de la droga. Claro que se habían puesto histéricos al verlo. Si consiguiera que ella se callara aunque fuera un segundo, podría aclarar las cosas.

– Nos tomamos un poco de coca hace un rato -explicó Vallbona-. Todavía está subida.

– Ya no, cariño. Gracias a ti, ahora estoy con un jodido bajón de mierda.

– ¿Quieres callarte? -le espetó Dave-. Cierra el pico, aunque sea un minuto. Mirad, esto no es una redada. No estáis arrestados.

– Dijiste que nos echáramos al suelo -insistió Gay.

– Entonces, hazlo, joder -Sacudió la 45 con silenciador señalando al suelo. De todos modos, iba a tener que ponerse duro con ellos, cuando llegara el momento de robarles el barco. Puede que ahora fuera un momento tan bueno como cualquier otro-. No puedo perder tiempo con toda esta mierda.

De repente la puerta se abrió detrás de Dave, golpeándole en la cabeza. Oyó que alguien en el pasillo decía:

– ¿Qué coño pasa ahí dentro?

Era la ocasión que aquellos dos necesitaban. Cada uno saltó a coger una pistola.

La enorme automática de la mano de Dave pareció hacerse cargo de lo que pasó a continuación y con la mira de láser era tan fácil como hacer fotografías con la cámara a prueba de idiotas de un idiota. Por un instante el mundo de Dave quedó reducido a un círculo rojo con un punto flotando en el centro y, antes de que la puerta a su espalda se abriera de golpe, lanzándolo encima de la cama llena de sangre, había disparado varias veces más.

Dave resbaló hasta el suelo, perseguido por el nuevo atacante, que agarró con una mano el puño en el que sostenía la pistola con tanta firmeza como con la otra le apretaba la garganta. Dave lo golpeó con fuerza por debajo de la barbilla, pero sin resultado alguno, y mientras forcejeaban, volvieron a ponerse de pie y fueron a parar a la puerta del baño de la suite. Durante un segundo se aflojó la presa en la garganta de Dave y éste olió la cordita que había quedado en el aire cuando disparó. Podía haber disparado también contra su atacante si el cañón del arma hubiera sido más corto. Cayeron sobre el borde de la bañera, la muñeca de Dave se enganchó en la puerta de la ducha y la automática salió disparada al interior de la bañera. Dave se lanzó de cabeza contra el hombre, golpeándole fuerte en la boca y luego resbaló hacia atrás, dando contra la pared de azulejos. Alargó la mano hacia abajo para coger la pistola, pero para cuando consiguió alcanzarla, el hombre ya había sacado la cuerda de tender de nailon del soporte de la pared y se la había enrollado alrededor del cuello. Esta vez la presión era más fuerte y Dave dio una patada hacia delante, rompiendo el cristal de la puerta de la ducha. Aquel tipo lo estaba estrangulando. Retorciéndose de un lado para otro, como un perro con una correa corta, Dave trató de golpearlo con el codo en el estómago, pero el chaleco y la automática que el hombre llevaba le estorbaban. Un minuto más y todo habría acabado. Otros sesenta segundos y estaría muerto. Ya podía sentir como los límites de su mundo se iban volviendo oscuros y borrosos, como si el vacío se cerniera sobre él.

La puerta del baño se abrió de golpe y algo escupió dos veces al aire, sacudiendo al hombre como una descarga eléctrica. La presión del cordel alrededor del cuello se aflojó y un líquido húmedo y caliente se le deslizó por el cuello. Pasaron un par de segundos antes de que Dave se diera cuenta de que la sangre era del otro, que gimió agonizante cuando Al se lo quitó de encima. Luego, Al dio un paso atrás, apuntó y disparó otra vez al hombre en la garganta, sólo para estar seguro.

Al miró ansiosamente a su socio, que no dejaba de toser, y preguntó:

– ¿Estás bien?

Temblando, Dave respiró honda y libremente. Aguantándose el cuello, quemado por el nailon, metió la cabeza, que parecía que le iba a estallar, debajo de la ducha fría, sin prestar apenas atención a la sangre que seguía manando de las heridas de bala del muerto y que desaparecía por el desagüe. Cuando Dave pudo contestar por fin a Al, la voz le sonaba como si se hubiera fumado un par de cartones de cigarrillos.

– Creo que sí. Gracias. Me habría estrangulado sin remedio.

– De nada. Pero ¿qué clase de mierda de actor eres? Quiero decir, no te dan un Óscar por lo que ha pasado aquí abajo. Ni siquiera una mierda de Emmy. Joder con la habitación. Parece salida de Grupo salvaje -Al encendió un cigarrillo y se lo dio a Dave-. Toma, te ayudará a respirar. ¿Qué fue lo que pasó aquí abajo? Sólo por curiosidad.

Dave se envolvió la cabeza con una toalla y suspiró.

– Que me cuelguen si lo sé.

– ¿Lo ves? Es lo que yo te dije. ¿El factor Alias Smith & Jones? Es pura mierda. La gente lleva armas, a la gente le disparan. Es de pura lógica.

– No me dieron ninguna opción. Tuve que dispararles. Eran ellos o yo.

– Claro. Supongo que hubo algo en tus modales que les disgustó. Yo puedo comprenderlos. A veces, tu labia puede ser como las pulgas. Pica más que la leche. Puede que ver esa placa también los provocara. ¿Quién coño puede saberlo? Pero tuviste suerte de que yo bajara, tío, si no ahora estarías más muerto que John Brown.

– Pensaron que los habíamos atrapado. Pensaron que era un arresto de verdad. Por eso trataron de coger las pistolas.

Pero a Al todo eso no le importaba. Estaba volviendo ya hacia el camarote, donde los dos cuerpos yacían en una postura grotesca, retorcidos en la cama manchada de sangre, para encaminarse escaleras arriba.

– ¿Qué coño importa eso ahora? -dijo-. Están muertos, ¿no? Para ellos fue un arresto de verdad. Estar muerto es el mayor arresto que hay.

Cuando subió y salió a la luz de la luna, Dave respiró hondo, aspirando el aire fresco de la noche. El Britannia parecía tan puro y blanco que era difícil relacionarlo con la sangrienta escena del camarote bajo cubierta. Pasaron un par de minutos antes de que se diera cuenta de que había pasado algo más.

– La tormenta ha amainado -dijo.

– Eso es lo que bajé a decirte -dijo Al-. Ha pasado así, sin más.

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