– Apuesto a que ganó premios por ese toque, bastardo de medio pelo.
Al oírme, el letón se animó a pegarme fuerte en la cara. La súbita sacudida de la cabeza me envió un dolor atroz hasta las uñas de los pies y me hizo chillar.
– No, no, Rainis -dijo Müller como si hablara con un niño-, tenemos que dejar hablar a Herr Gunther. Puede queahora nos insulte, pero finalmente nos dirá todo lo que queremos saber. Por favor, no le pegues si yo no te lo ordeno.
Nebe habló.
– No sirve de nada, Bernie. Fräulein Zartl nos lo ha contado todo sobre cómo tú y ese norteamericano os deshicisteis del cuerpo del pobre Heim. Me preguntaba el porqué de tu curiosidad por ella. Ahora lo sabemos.
– De hecho, ahora sabemos mucho -dijo Müller-. Mientras estaba durmiendo la siesta, Arthur se hizo pasar por policía a fin de tener acceso a sus habitaciones. -Sonrió con petulancia-. No le resultó muy difícil. ¡Los austríacos son una gente tan dócil, tan respetuosa de la ley! Arthur, cuéntale a Herr Gunther lo que has descubierto.
– Tus fotografías, Heinrich. Supongo que el norteamericano se las debió de dar. ¿Qué me dices, Bernie?
– Vete al diablo.
Nebe continuó, impertérrito.
– También había un boceto de la lápida de la tumba de Martin Albers. ¿Recuerda aquel desgraciado asunto, Herr Doktor?
– Sí -dijo Müller-, fue un descuido imperdonable por parte de Max.
– Me atrevería a decir que ya habrás adivinado que Max Abs y Martín Albers eran una y la misma persona, Bernie. Era un hombre anticuado y muy sentimental. No podía fingir que estaba muerto, como el resto de nosotros. No, tenía que tener una lápida para conmemorar su fallecimiento, para hacer que pareciera respetable. Realmente, muy vienés, ¿no te parece? Supongo que fuiste tú quien les diste el aviso a los PM de que Max iba a llegar a Munich. Por supuesto, tú no podías saber que Max llevaba varios juegos de papeles y permisos de viaje. Verás, los documentos eran la especialidad de Max. Era un maestro falsificador. Como antiguo jefe de la sección clandestina de Budapest, era uno de los mejores en su especialidad.
– Supongo que fue otro de los conspiradores fallidos contra Hitler -dije-. Otra anotación falsa en la lista de los que fueron ejecutados. Igual que tú, Arthur. Tengo que reconocértelo, has sido muy listo.
– Eso fue idea de Max -dijo Nebe-. Ingenioso, sí, pero con la ayuda de König no muy difícil de organizar. Verás, König mandaba el escuadrón de ejecuciones de Plotzensee y colgaba a conspiradores a cientos. Él nos proporcionótodos los detalles.
– Así como los ganchos de carnicero y los cables de piano, sin duda.
– Herr Gunther -dijo de forma ininteligible a través del pañuelo apretado contra la nariz-, espero poder hacer lo mismo por usted.
Müller frunció el ceño.
– Estamos malgastando el tiempo -dijo con tono de eficiencia-. Nebe le dijo a su casera que la policía austríaca creía que lo habían raptado los rusos. Después de eso, fue de la máxima ayuda. Por lo que parece, sus habitaciones las paga Ernst Liebl. Ahora sabemos que ese hombre es el abogado de Emil Becker. Nebe es de la opinión de que lo contrataron a usted para que viniera a Viena y tratara de exculpar a Becker del asesinato del capitán Linden. Yo también comparto esa opinión. Todo encaja, por así decir.
Müller asintió con la cabeza en dirección a uno de los dos matones, que avanzó y cogió a Veronika entre sus brazos, del tamaño de torres eléctricas. Ella no hizo ningún movimiento y, salvo porque su respiración se volvió más ruidosa y más difícil cuando la cabeza se le inclinó hacia atrás, uno podría haber pensado que estaba muerta. Parecía como si la hubieran drogado.
– ¿Por qué no la deja fuera de esto, Müller? -dije-. Le diré todo lo que quiere saber.
Müller fingió estar desconcertado.
– Eso, seguramente, es lo que está por ver. -Se levantó, al igual que Nebe y König-. Trae aquí a Herr Gunther, Rainis.
El letón me puso de pie de un tirón. El esfuerzo de verme obligado a ponerme de pie hizo que me sintiera mareado. Me arrastró unos metros hasta colocarme al lado de una gran cuba circular de roble, con las dimensiones de un estanque para peces de grandes dimensiones, que estaba hundida en el suelo. La cuba estaba unida a una placa rectangular de acero que tenía dos alas semicirculares de madera, como las alas de una gran mesa de comedor, por una gruesa columna de acero que se alzaba hacia el techo. El matón que llevaba a Veronika bajó al fondo de la cuba y la depositó allí. Luego salió y tiró de las dos hojas de roble de la placa hasta hacer que formaran un perfecto círculo mortal.
– Es una prensa para vino -dijo Müller con total naturalidad.
Me debatí débilmente entre los enormes brazos del letón, pero no podía hacer nada. Me pareció que tenía el hombro o la clavícula rotos. Les dediqué varios insultos y Müller asintió, aprobador.
– Su interés por esta joven es estimulante -dijo.
– Era a ella a quien buscabas esta mañana -dijo Nebe-, cuando te tropezaste con Rainis, ¿verdad?
– Sí, es verdad, era a ella. Ahora, déjala ir, por amor de Dios. Te doy mi palabra, Arthur, ella no sabe absolutamente nada.
– Sí, eso es verdad -admitió Müller-. O por lo menos, no mucho. En cualquier caso, eso es lo que me dice König, y es una persona muy persuasiva. Pero le halagará saber que, a pesar de todo, consiguió ocultar durante bastante rato el papel que usted tuvo en la desaparición de Heim, ¿no es así Helmut?
– Sí, general.
– Pero al final nos lo contó todo -continuó Müller-. Incluso antes de su increíblemente heroica entrada en escena. Nos contó que usted y ella habían tenido relaciones sexuales y que usted había sido bueno con ella, razón por la cual le había pedido que la ayudara cuando trató de librarse del cuerpo de Heim. Y que es también la razón por la que usted vino a buscarla cuando König se la llevó. Por cierto, tengo que felicitarle. Mató a uno de los hombres de Nebe de una forma muy experta. Es una enorme lástima que un hombre con unas habilidades tan formidables no llegue nunca a trabajar para la organización. Pero hay una serie de cosas que aún son un rompecabezas y espero que usted, Herr Gunther, nos las aclare.
Miró alrededor y vio que el hombre que había colocado a Veronika en la cuba ahora estaba de pie al lado de un pequeño panel de interruptores eléctricos que había en la pared.
– ¿Sabe algo de la elaboración del vino? -preguntó mientras caminaba alrededor de la cuba-. El prensado, como la palabra indica, es el proceso mediante el cual la uva es aplastada, rompiéndole la piel y dejando salir el zumo. Como sin duda sabrá, en otros tiempos se hacía pisando las uvas en enormes toneles. Pero la mayoría de las prensas modernas son máquinas neumáticas o eléctricas. El prensado se repite varias veces y es una indicación de la calidaddel vino; el del primer prensado es el de mejor calidad. Cuando cada gota de zumo ha sido exprimida, el residuo (me parece que Nebe lo llama «la pasta») se envía a una destilería o, como en el caso de esta pequeña propiedad, se convierte en fertilizante. -Müller miró a Nebe-. Dime, Nebe, ¿lo he explicado bien?
Nebe sonrió con indulgencia.
– Perfectamente bien, Herr General.
– Detesto inducir a alguien a error -dijo Müller con buen humor-. Incluso a un hombre que va a morir. -Hizo una pausa y miró al fondo de la cuba-. Claro que, en este preciso momento, la máxima presión no recae sobre su vida, si se me puede permitir este pequeño chiste de mal gusto.
El enorme letón me soltó una carcajada en la oreja y toda mi cabeza se vio envuelta en su aliento, que apestaba a ajo.
– Así que le aconsejo que sus respuestas sean rápidas y precisas, Herr Gunther. La vida de Fräulein Zartl depende de ello.
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