Philip Kerr - Réquiem Alemán

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Berlín 1947. Tras la derrota de la Alemania Nazi en la II Guerra Mundial Bernie Gunther,sobrevive como detective privado en una dura postguerra en que los berlineses se encuentran atemorizados por la represión que sufren por parte de las tropas soviéticas (el Ejército Rojo) sobre todo en la llamada Zona Este de la ciudad. Gunther luchó en el frente ruso y pasó una temporada en un campo de concentración soviético antes de poder regresar a Berlín con 15 kilos menos de peso y una ligera cojera como recuerdo.
En Réquiem Alemán Bernie Gunther recibe el encargo por parte de un coronel de la inteligencia soviética de investigar el caso de Emil Becker, un amigo común antiguo compañero de Gunther en la policía criminal (la Kripo). Becker, que después de la guerra controlaba parte del mercado negro en la ciudad austríaca de Viena, ha sido detenido por los estadounidenses acusado del asesinato de uno de los suyos. Pero Becker se declara inocente y reclama a Gunther como el único hombre en que confía para demostrar la verdad. Pero para conseguir la verdad, Gunther deberá sumergirse en las luchas secretas entre los distintos servicios de inteligencia aliados en lo que fueron los inicios de la llamada Guerra Fría.

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– Te llamaré por la mañana -dijo.

– Hazlo -dije, y cerré la puerta de golpe.

Se alejó conduciendo como si fuera el cochero del mismísimo diablo.

28

No dormí bien. Inquieto por lo que Belinsky me había dicho, mis pensamientos hacían que mis brazos y mis piernas se movieran sin cesar y, al cabo de muy pocas horas, cuando aún no había amanecido, me desperté bañado en un sudor frío para no volverme a dormir. «Si por lo menos no hubiera hablado de Dios», me dije.

Yo no era católico hasta que estuve prisionero en Rusia. El régimen del campo era tan duro que me pareció que había una posibilidad cierta de que acabara conmigo y, deseando estar en paz con lo más profundo de mi mente, acudí al único hombre de Iglesia que había entre mis compañeros de prisión, un sacerdote polaco. Me crié en la religión luterana, pero las creencias religiosas parecían una cuestión de escasa importancia en aquel sitio atroz.

Convertirme en católico cuando esperaba la muerte sólo me hizo aferrarme con más tenacidad a la vida y, cuando conseguí escapar y regresar a Berlín, continué asistiendo a misa y honrando la fe que parecía haberme librado de esa muerte.

Mi nueva Iglesia no tenía un buen historial en sus relaciones con los nazis, y también ahora se había distanciado de cualquier imputación de culpabilidad. De ahí se deducía que si la Iglesia católica no era culpable, tampoco lo eran sus miembros. Había, parecía, alguna base teológica para rechazar la culpabilidad colectiva de los alemanes. La culpa, decían los sacerdotes, era algo personal entre un hombre y su Dios, y su atribución a una nación por otra era una blasfemia, ya que solo podía ser una prerrogativa divina. Después de todo, lo único que quedaba por hacer era rogarpor los muertos, por los que habían pecado y porque toda aquella horrible y embarazosa época se olvidara lo más rápidamente posible.

Eran muchos los que seguían sintiéndose incómodos por la forma en que se escondía la suciedad moral debajo de la alfombra, pero es verdad que una nación no puede sentir una culpabilidad colectiva, que cada hombre debe hacerle frente personalmente. Solo ahora comprendía la naturaleza de mi propia culpa, y quizá no era muy diferente de la de muchos otros; era que no había dicho nada, que no había levantado la voz contra los nazis. También comprendí que me sentía resentido contra Heinrich Müller, porque como jefe de la Gestapo había hecho más que cualquier otro hombre para lograr la corrupción del cuerpo de policía al cual en una época yo me sentí orgulloso de pertenecer. De aquello había nacido un horror absoluto.

Ahora parecía que no era demasiado tarde para hacer algo, después de todo. Era posible que, al encontrar a Müller, símbolo no solo de mi propia corrupción, sino también de la de Becker, y llevarlo ante la justicia, pudiera quedar limpio de mi parte de culpa por lo que había sucedido.

Belinsky telefoneó temprano, casi como si ya hubiera adivinado mi decisión, y le dije que le ayudaría a encontrar al Müller de la Gestapo, no por el Crowcass ni por el ejército de Estados Unidos, sino por Alemania. Pero sobre todo, le dije, lo ayudaría a atrapar a Müller por mí mismo.

29

Lo primero que hice por la mañana, después de telefonear a König y concertar una reunión para entregarle el material aparentemente secreto de Belinsky, fue ir al despacho de Liebl en la Judengasse para que lo arreglara todo para que yo pudiera ver a Becker en la prisión.

– Quiero enseñarle una fotografía -le expliqué.

– ¿Una fotografía? -Liebl parecía esperanzado-. ¿Es una fotografía que puede llegar a ser una prueba?

Me encogí de hombros.

– Eso depende de Becker.

Liebl hizo un par de rápidas llamadas telefónicas, explotando la muerte de la prometida de Becker, la posibilidad de nuevas pruebas y la proximidad del juicio, que nos ganaron un acceso casi inmediato a la prisión. Hacía un hermoso día y fuimos hasta allí a pie, con Liebl enarbolando el paraguas como si fuera el abanderado de un regimiento de la guardia imperial.

– ¿Le ha contado lo de Traudl? -pregunté.

– Anoche.

– ¿Cómo se lo tomó?

Las grises cejas del viejo abogado se movieron con aire dubitativo.

– Sorprendentemente bien, Herr Gunther. Al igual que usted, yo esperaba que nuestro cliente quedaría deshecho por las noticias. -Las cejas volvieron a moverse, esta vez con un aire de consternación-. Pero no fue así. No, era su propia y desgraciada situación lo que parecía preocuparle. Además de sus progresos, o de la falta de ellos. Herr Becker parece tener una fe extraordinaria en su poder de detección. Un poder del cual, si puedo serle sincero, he visto pocas pruebas.

– Tiene derecho a tener su opinión, Doktor Liebl. Imagino que es usted como la mayoría de los abogados que he conocido: si su propia hermana le enviara una invitación a su boda, solo se daría por satisfecho si viniera firmada y sellada y en presencia de dos testigos. Puede que si su cliente se hubiera mostrado más comunicativo…

– ¿Sospecha que está ocultando algo? Sí, ya recuerdo que dijo algo de eso por teléfono ayer. Sin saber muy bien de qué estaba hablando, no me sentí en disposición de aprovecharme del… -vaciló un segundo mientras trataba de decidir si era razonable utilizar la palabra y luego decidió que sí-… dolor de Herr Becker para hacer esa acusación.

– Muy sensible por su parte, estoy seguro. Pero quizá esta fotografía le refresque la memoria.

– Así lo espero. Y puede que haya comprendido mejor su pérdida y muestre mejor su dolor.

Me pareció un sentimiento muy vienés.

Pero cuando vimos a Becker, apenas parecía afectado. Después de que un paquete de cigarrillos hubiera convencido al guardia para que nos dejara solos a los tres en el locutorio, traté de averiguar por qué.

– Siento lo de Traudl -dije-, era una chica encantadora de verdad.

Asintió con rostro inexpresivo, como si hubiera estado escuchando algún aburrido aspecto del procedimiento legal explicado por Liebl.

– Debo decir que no pareces muy disgustado -comenté.

– Lo estoy llevando de la mejor manera que sé -dijo en voz baja-. No hay mucho que yo pueda hacer desde aquí. Lo más probable es que ni siquiera me dejen asistir al funeral. ¿Cómo crees que me siento?

Me volví hacia Liebl y le pregunté si no le importaría salir de la sala unos minutos.

– Hay algo que quiero comentarle a Herr Becker en privado.

Liebl miró a Becker, que asintió secamente. Ninguno de los dos habló hasta que la pesada puerta se cerró detrás del abogado.

– Escúpelo, Bernie -dijo Becker bostezando a medias al mismo tiempo-. ¿Qué tienes en la cabeza?

– Fueron tus amigos de la Org los que la mataron -dije, observando atentamente su larga y delgada cara en buscade alguna señal de emoción. No estaba seguro de si era verdad o no, pero tenía interés en ver qué podía hacerle revelar. Pero no hubo nada-. En realidad, me pidieron que la matara yo.

– Así que estás en la Org -dijo entrecerrando los ojos. Su tono era cauto-. ¿Cuándo fue?

– Tu amigo König me reclutó.

Pareció que la cara se le relajaba un poco.

– Bueno, ya suponía que solo era cuestión de tiempo. Para ser sincero, no estaba del todo seguro de que no estuvieras en la Org cuando viniste a Viena. Con tus antecedentes, eres el tipo de persona que reclutan enseguida. Si estás dentro ahora, quiere decir que has trabajado rápido. Estoy impresionado. ¿Te dijo König por qué quería que eliminaras a Traudl?

– Me dijo que era una espía del MVD. Me enseñó una fotografía suya hablando con el coronel Poroshin.

Becker sonrió con tristeza.

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