– ¿Solo? -preguntó la mayor, mientras Gus advertía que su euforia iba en aumento y saltaba y se contorsionaba al ritmo de la música que ahora se había convertido en una baraúnda de tambores y guitarras eléctricas.
– Nadie está solo mientras haya música y bebida y amor -dijo Gus brindando por las dos con el whisky con soda al tiempo que ingería un trago y pensaba en lo elocuente que le había salido la frase y en que ojalá pudiera recordarla más tarde.
– Bueno, pues siéntate y cuéntame más cosas, encanto -le dijo la rubia señalándole una silla vacía.
– ¿Os puedo invitar a un trago, chicas? -preguntó Gus apoyando ambos codos en la mesa y pensando que la más joven no estaba del todo mal, prescindiendo de su fea nariz que la tenía torcida a un lado y de sus pobladas cejas que empezaban y no acababan, pero tenía un pecho enorme y él se lo miró con descaro y después la miro a ella maliciosamente, llamando con un chasquido de dedos a la camarera que le estaba sirviendo a Anderson otro trago.
Las dos mujeres pidieron manhattans y él pidió otro whisky con soda observando que Anderson tenía un aspecto más enojado que de costumbre. Anderson se terminó dos tragos mientras la rubia gorda contaba un largo chiste obsceno acerca de un pequeño judío y un camello de ojos azules y Gus se desternillaba de risa a pesar de no haber entendido el significado; al calmarse Gus, la rubia dijo:
– Ni siquiera nos hemos presentado. Yo me llamo Fluffy Largo. Ésta es Poppy La Farge.
– Yo me llamo Lance Jeffrey Savage -dijo Gus levantándose temblorosamente ante las dos mujeres que se reían.
– ¿No es un encanto? -le dijo Fluffy a Poppy.
– ¿Dónde trabajas, Lance? -le preguntó Poppy al tiempo que apoyaba una mano en su antebrazo y dejaba al descubierto dos centímetros más de la hendidura del pecho al inclinarse hacia adelante.
– Trabajo en una fábrica de melones -dijo Gus mirando fijamente el pecho de Poppy-. Quiero decir en una fábrica de trajes de confección -añadió levantando los ojos para ver si las mujeres le habían entendido.
– Melones -dijo Fluffy y soltó una estridente carcajada que terminó en un resoplido.
Estupendo, pensó Gus. Era francamente estupendo. Y se preguntó cómo era posible que se le ocurrieran unas cosas tan espectacularmente chistosas esta noche, y después miró a Anderson que estaba pagando otro trago y les dijo a las mujeres:
– ¿Veis a aquel individuo de allí?
– Sí, el bastardo ha querido venir hace un momento -dijo Fluffy rascándose el abultado vientre y levantándose la tira del sujetador que se le había caído desde el hombro al rosado y fofo bíceps.
– Le conozco -dijo Gus -. Invitémosle.
– ¿Le conoces? -preguntó Poppy-. A mí me parece que es un policía.
– Ja, ja, ja -se rió Gus-. Un policía. Hace cinco años que conozco a este sinvergüenza. Poseía una cadena de estaciones de servicio. Su mujer se ha divorciado de él y ahora sólo le han quedado tres. De todas maneras el pan no le falta.
– ¿Y tú tienes pan, Lance? -preguntó Fluffy de repente.
– Sólo setenta y cinco dólares -dijo Gus -. ¿Es bastante?
– Bueno -dijo Fluffy -. Esperamos poder ofrecerte una buena diversión cuando este sitio cierre y, como es natural, las cosas buenas son caras.
– ¿Qué clase de vestidos te gustan, Fluffy? -preguntó Gus con aire satisfecho -. Tengo unas muestras en el coche y quiero veros bien vestidas, muñecas.
– ¿De verdad? -dijo Poppy con una ancha sonrisa-. ¿Tienes algo de la talla catorce?
– Tengo, nena -dijo Gus.
– ¿Y tienes de la veintidós y medio? -le preguntó Fluffy-. Estos harapos verdes que llevo encima están que se caen.
– Tengo, Fluffy -dijo Gus y ahora ya empezó a sentirse molesto porque había perdido la sensibilidad de la mandíbula inferior, la boca y la lengua.
– Escucha, Lance -le dijo Poppy acercándose con la silla -. Normalmente no nos acostamos con nadie por menos de cien dólares cada una. Pero quizás a cambio de estos trajes podría dejártelo por cincuenta y a lo mejor podríamos convencer a Fluffy de que te lo dejara por veinticinco. ¿Tú qué dices Fluffy? Es un chico muy simpático.
– Es un encanto -dijo Fluffy -. Lo haré.
– De acuerdo, muñecas -dijo Gus levantando tres dedos en dirección a la camarera a pesar de constarle que Anderson debía estarle mirando furioso a través de la oscuridad llena de humo.
– ¿Por qué no empezamos ya? -preguntó Poppy -. Ya son casi la una.
– Todavía no -dijo Gus -. Creo que hay juerga en este sitio después de cerrar. ¿Qué os parece si subimos arriba después de las dos? Después de beber y divertirnos un poco, podemos irnos al motel.
– George cobra mucho por beber arriba -dijo Poppy -. Tú sólo tienes setenta y cinco dólares y nosotras los necesitamos más que George.
– Escucha -murmuró Cus sintiendo durante breves momentos compasión por una mosca que se estaba ahogando en una mancha de líquido de la estropeada mesa -. Invitemos a este individuo que conozco y nos lo llevaremos arriba cuando George cierre. Y todos beberemos con su dinero. Está podrido de dinero. Y después, cuando hayamos bebido un poco, nos desembarazaremos de él y nos iremos los tres. Ahora todavía no me apetece acostarme, me estoy divirtiendo mucho.
– No sabes lo que es divertirse, encanto -dijo Fluffy comprimiendo el muslo de Gus con su rosada y rolliza mano e inclinándose hacia adelante para besarle en la mejilla con una boca que parecía una cámara de neumático deshinchada.
– Estáte quieta, Fluff -dijo Poppv -. Si te meten en la cárcel por borracha, ¿qué vamos a hacer?
– No está borracha -dijo Gus con voz de borracho resbalándole el codo de encima de la mesa como consecuencia del pesado cuerpo de Fluffy.
– Es mejor que nos marchemos de aquí en seguida y nos vayamos al motel -dijo Poppy -. Los dos vais a echar a perder todo el negocio si os detienen por borrachos.
– Un momento -dijo Gus agitando la mano en dirección al lugar en el que creía que se encontraba Anderson.
– No queremos a este sujeto -dijo Poppy.
– Cállate, Poppy -dijo Gus.
– Cállate, Poppy-dijo Fluffy-. Cuántos más seamos, más divertido.
– Es la última vez que vienes conmigo, Fluffy -dijo Poppy ingiriendo un gran trago de su cóctel.
– ¿Me buscabas? -preguntó Anderson y Gus levantó los ojos hacia el sargento de ojos enrojecidos que se encontraba de pie a su lado.
– Pues claro -murmuró Gus-. Siéntate… Chauncey. Chicas, éste es Chauncey Dunghill, mi viejo amigo. Chauncey, te presento a Fluffy y a Poppy, mis nuevas amigas.
Gus levantó el vaso de whisky brindando por los tres e ingiriendo un trago cuyo sabor apenas notó.
– Encantado de conoceros -dijo Anderson secamente, y Gus miró de reojo al sargento y recordó que Bonelli le había dicho que Anderson no podía trabajar bares porque se embriagaba con dos tragos, puesto que era abstemio, exceptuando los casos en que el deber le llamaba. Gus sonrió y se inclinó hacia adelante para observar el curioso sesgo de los ojos de Anderson.
– El viejo Chauncey tendrá que ponerse a nuestra altura -dijo Gus -, si quiere venir con nosotros al bar privado de George a tomar unos cuantos latigazos después de las dos.
– Mierda -dijo Poppy.
– ¿Bar privado? -dijo Anderson mirando con astucia a Gus mientras jugueteaba con su bigote.
– Claro, estas chicas nos acompañarán arriba. Conocen a George que tiene un tugurio muy divertido después del cierre y tú podrás acompañarnos siempre que pagues todas las consumiciones, ¿de acuerdo, chicas?
– Está bien -dijo Fluffy besando sonoramente a Gus en la mejilla, no pudiendo éste evitar una mueca, a pesar del alcohol que llevaba dentro, al pensar en las enfermedades que las bocas de las prostitutas debían transmitir. Se vertió furtivamente un poco de whisky en la mano y se frotó con él la cara para matar los gérmenes.
Читать дальше