Y para ello, en principio, sólo existía una fórmula: prometer a los posibles catecúmenos no sólo la inmortalidad del alma, sino también la del cuerpo.
Así, como una ramplona cuestión de marketing, pudo surgir la idea de lo que andando el tiempo se convertiría en dogma simultáneo de la resurrección carnal de Cristo y de todos los mortales.
La segunda hipótesis es un desbarro de tal calibre que no voy a molestarme en discutirlo. Si se es reencarnacionista, y yo confieso que lo soy a machamartillo (también lo eran, por cierto, los primeros cristianos-con Orígenes a la cabeza- hasta que un grupo de sátrapas más preocupados por las cosas del César que por las de Dios declaró herética la doctrina del transmigracionismo y la preexistencia de las almas en el segundo Concilio de Constantinopla [42]), ¿cómo hacer cuadrar la creencia en la resurrección de un determinado cuerpo físico con la evidencia de que el alma que en su día lo habitó fue también habitante de otros cuerpos?
Y en cuanto a la primera hipótesis, la de la resurrección corporal de Jesús de Galilea, ¿por qué le damos tanta importancia a algo que no quita ni pone ni añade absolutamente nada al mensaje evangélico? Éste, creo yo, convence (o debería convencer) sólo por sí mismo, por su contenido, por su eficacia, por sus resultados, por su nobleza y belleza, por su elevación espiritual y no por los milagros que de cara a la plebe supersticiosa y sedienta de prodigios lo refrendan y avalan.
Yo, al menos, no soy cristiano porque Jesús resucitara o dejase de resucitar, sino por lo que dijo y lo que hizo. Y si algún día-ojalá no llegue nunca- se demostrara que no resucitó, mi fe seguiría incólume. Endeble, muy endeble, debe de ser en cambio la que necesita de fábulas, de juegos de prestidigitación y de fenómenos sobrenaturales para no desmoronarse.
Digo a este respecto, y siento, lo mismo que sentía, y decía, el autor anónimo del Soneto a Jesús crucificado (que me parece-hoy como en mi infancia-una de las tres o cuatro páginas más hondas, más altas y más bellas de la literatura de mi país): No me mueve, mi Dios, para quererte / el cielo que me tienes prometido / ni me mueve el infierno tan temido / para dejar por eso de ofenderte… Y hago mío, sobre todo, lo que dice su tercera estrofa: Muéveme, en fin, tu amor y en tal manera, / que aunque no hubiera cielo yo te amara / y aunque no hubiese infierno te quisiera.
Amor: ésa es la palabra clave de la teología.
De todas las teologías. No conozco otra.
Y ya corro hacia mi refugio antiatómico huyendo de los reproches, de los alaridos, de los insultos, de las amenazas y de los argumentos que contradicen lo que acabo de exponer.
Viene el conformista de turno-helo ahí-y me pregunta como si manejara una cachiporra: ¿y las apariciones de Jesús después de su muerte? Todos los evangelistas las mencionan, señor Ramírez.
Y yo le respondo: sí, pero ni Mateo ni Marcos -que son los más antiguos- hablan de la resurrección física de Jesús. Y yo, señor conformista de turno, no pongo en duda (ni creo que estén bajo sospecha) las apariciones de su cuerpo astral o sutil. O, directamente, de su alma.
Eso, por una parte.
Por otra, amigo mío, conviene no olvidar que todos los evangelios son posteriores a la conversión de Pablo. De modo que si éste, tal y como insinué más arriba, manipuló astutamente los hechos y las palabras de Jesús con miras a conseguir su proyección ecuménica…
Que entienda quien tenga oídos para entender.
Martes 15 de mayo
¿Y mi madre? ¿Qué dirá mi madre si lee lo que escribí ayer?
El asunto me preocupa tanto que esta noche no he podido pegar ojo. Palabra de tuareg. Ya explicó Faulkner que el buen novelista, para serlo, tiene que considerarse capaz de vender a la autora de sus días en letras de molde cuando así lo exijan las circunstancias.
Si eso es cierto, y seguramente lo es, yo no puedo ni quiero llegar a ser un buen novelista.
Prefiero ser un buen hijo.
A mi madre, en todo caso, le diría lo que en cierta ocasión dijo Zola a quienes le reprochaban su forma de pensar, de contar y de expresarse: si Dios quiere, yo lo quiero.
Contundente afirmación que, desde luego, suscribo y que se entiende mucho mejor volviéndola del revés: si yo quiero, Dios lo quiere.
O lo que tanto monta: si yo dudo de la resurrección de Jesús, es porque Jesús lo desea y lo permite.
Y estoy absolutamente seguro de que eso no hace de mí un mal cristiano.
Me parece bien que millones y millones y millones de personas de buena voluntad crean a pie juntillas en la resurrección del Maestro, pero me gustaría ser pagado con la misma moneda. Vale decir: que a ellos, a los resurreccionistas, no les parezca mal la actitud de quienes no lo somos tanto o, más sencillamente, no convertimos ese asunto en condición sine qua non de nuestra fe y de nuestra religiosidad.
O diciéndolo de otra forma: yo nunca me excluiré de la Iglesia, por muy graves que sean mis divergencias con ella, y espero, en justa reciprocidad, que la Iglesia no me expulse de su seno a causa de sus divergencias conmigo. La libre interpretación de las Sagradas Escrituras es, probablemente, el único punto en que coincido con Lutero.
Esta tarde cruzaré la frontera. He pasado en Palestina cuarenta y ocho días de armas tomar.
Que Dios reparta suerte. Voy a necesitarla.
1. Desde Egipto (15 de mayo a 5 de julio)
Las vestiduras de Isis son abigarradas para representar el cosmos; la de Osiris es blanca y simboliza la Luz Inteligible que hay más allá del cosmos.
PLUTARCO
Haced lo que teméis y el temor morirá.
KRISHNAMURTI
Cuando estés frente a la muerte, no luches. Abandónate, déjate ir. El impulso que te arrastrará es cósmico ¿Acaso alguien sabe lo que hará en la tierra cuando llega a ella? ¿Por qué no ha de suceder lo mismo después de la muerte?
SHRI ANIRVAN
El Cairo, 5 de julio de 1991
MI QUERIDO F.S.D.: en este mismo instante descubro que las iniciales de tu nombre completo suenan casi igual que las siglas de la dietilamida del ácido lisérgico [43]. ¿Casualidad o causalidad?
Son las seis de la tarde y afortunadamente, a pesar de la fecha, empieza a refrescar. Ya sabes cómo las gasta el desierto.
Estoy en la terraza de una habitación del Hotel Mena House con los pies apoyados en un sillón de mimbre idéntico al que acoge mis posaderas.
Desde aquí puedo ver el geiser desdentado de las pirámides recortándose contra el resplandor rojizo del crepúsculo. Un espectáculo que los teólogos podrían utilizar como prueba visible y fehaciente de la existencia de Dios. Tú ya lo conoces.
Fuiste el mensajero de los faraones que hace un cuarto de siglo me indicó este hotel. Los tiempos han cambiado. Hay ahora en sus dependencias muchos más tourists que travellers y la tecnología de punta, que por desgracia ha llegado incluso aquí, corrompe y adocena la vieja atmósfera colonial que tanto nos gustaba, pero en fin… Las pirámides siguen en su sitio, la Esfinge aún no le ha contado su secreto a los chicos de la CNN y el desierto no sólo no retrocede, sino que avanza. La misericordia de Alá es infinita.
Supongo que te extrañará recibir esta carta.
Es la primera que escribo desde que el quince de mayo entré en Egipto por la frontera nazi del golfo de Acaba. Sólo les faltó mirarme el ojo del culo con un telescopio. ¡Y menuda sorpresa se habrían llevado! Porque ni tú ni nadie sabe que, por fin, he perdido la virginidad de la región trasera. Antes o después tenía que suceder. Lo mismo le pasó a Lawrence de Arabia, ¿no? Mi violador ha sido un chinón de chocolate cero cero importado del Rif. Por cierto: ya no me queda ni una mala raspadura. Esta noche tendré que fumarme los flecos de las cortinas. ¿Tú crees que pegarán? Mañana, si la Air India quiere, dormiré en el Nataraj de Bombay. Y allí, Dios mediante, se acabó el problema. Nada es imposible en esa ciudad putrefacta ni en el resto del maravilloso país que la envuelve.
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