Patricia Wentworth - El Estanque En Silencio

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Ninguna ley impide que una famosa actriz, con mucho dinero y algún que otro remordimiento, quiera sentirse acompañada en su vejez, tras retirarse de la escena. Pero el sentido común debiera de impedir que, a cambio de no estar solo, una vieja rica reuniera en una solitaria mansión rural a un conjunto de parientes parásitos dispuestos a quedarse en exclusiva con su herencia. Porque así pasa lo que pasa: se empieza con envidias, rivalidades y rencores y se termina por encontrar cadáveres flotando en el estanque de la finca.

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Meriel se abrió paso entre dos grupos que estaban charlando y rodeó a la vieja Lady Bontine, que ocupaba tanto espacio como otras dos personas y a la que resultaba mucho más difícil desplazar. Eso le llevó al lugar al que quería -llegar. Ninian se vería obligado a regresar por este mismo camino. El dejó la bandeja que llevaba, se volvió, la encontró a su lado y dijo:

– ¡Hola!

Meriel le dirigió la sonrisa que se había pasado ensayando algún tiempo ante el espejo de su tocador.

– ¡Oh, has regresado! ¿Te lo has pasado bien?

– Estupendamente, gracias.

– Me hubiera gustado saber que te marchabas. Yo también hubiese ido a la ciudad. Tengo mucho que hacer allí, pero me disgusta tanto tener que viajar sola… Habría sido delicioso si hubiéramos podido ir juntos.

– Bueno, es que tenía que encontrarme con un hombre y no me sobraba el tiempo.

– ¿Un amigo?

– ¡Oh, no! Sólo un hombre a quien conozco.

Meriel volvió a ensayar la sonrisa.

– Eso suena algo misterioso… e interesante. ¡Cuéntamelo todo! Sólo que… hace tanto calor aquí. ¿No podríamos abrir una de esas ventanas que están detrás de las cortinas y deslizamos fuera? Podríamos ir al jardín y sentarnos junto al estanque. Sería maravilloso, y tú me lo podrías contar todo. ¡Oh, Ninian, hagámoslo!

El muchacho empezaba a preguntarse qué estaría buscando Meriel. Había una cosa de la que uno siempre podía estar seguro con Meriel: y era que estaba representando un papel. Pensó que en esta ocasión representaba el papel de amiga dulce y simpática, en cuyo caso se había equivocado en su arreglo. ¡Aquel vestido provocativamente magenta y aquel color de lápiz de labios! Pocas veces surge una dulce simpatía de unos labios de color magenta. Definitivamente, la nota equivocada para llamar la atención. Ninian pensó entonces que Meriel era muy bruta, y que le colgaran si iba a hacer confidencias en su oído, en la oscuridad del jardín. Sacudió la cabeza y dijo:

– Adriana espera que esté cumpliendo con mi deber… y supongo que lo mismo espera de ti. Nos pondrá una marca negra si no lo hacemos. Tengo que ir a presentarle mis respetos a Lady Isabel.

Meriel se quedó dónde estaba. ¿Por qué Adriana tenía que conseguir siempre lo que deseaba? Todos estaban pendientes de ella. ¿Y por qué? Simplemente porque tenía el dinero. De nada servía tener belleza y juventud y genio, mientras no se tuviera el dinero suficiente para apoyar todas las cualidades. ¿Y por qué tenía que seguir poseyéndolo Adriana y mantenerlo alejado de todos los demás?

Vio a Ninian riéndose y hablando con Lady Isabel, y pensó, furiosa, que si esa mujer no fuera la hija de una duquesa, nadie la miraría dos veces. La furia se reflejó en sus ojos cuando vio a Ninian seguir su camino hacia Janet y Stella.

Stella le cogió.

– Janet dice que es hora de marcharse a la cama. Pero no lo es. ¿Verdad que no lo es?

– Querida, sólo desearía que fuera la hora de irme a la cama.

– Puedes ir en mi lugar. ¿Por qué tengo que irme cuando no lo deseo? ¿Qué haría Janet si me pusiera a gritar?

– Eso es mejor que se lo preguntes a ella.

Stella se dio media vuelta.

– Janet…, ¿qué haría usted?

– No lo sé.

Stella empezó a dar saltitos.

– Piense…, ¡piénselo rápido!

– No hay necesidad alguna de pensar en cosas que no van a suceder.

– ¿Y por qué no van a suceder?

– Porque tú tienes demasiado buen sentido. Sólo una persona muy estúpida quisiera ser recordada para siempre como la niña que se puso a gritar en la fiesta de Adriana y a quien se le echó un vaso de limonada por la cabeza.

Los ojos de Stella se abrieron inmensamente.

– ¿Me echaría limonada por la cabeza?

– Podría hacerlo, pero estoy segura de que no tendré que hacerlo.

Stella bajó la mirada, observando su vestido amarillo.

– Eso me mancharía el vestido -dijo.

Mabel Preston se quedó mirando al pequeño grupo. Vio a todos algo turbiamente. Empezó a abrirse paso hacia la puerta.

Esmé Trent estaba de espaldas a la sala, hablando con Geoffrey Ford.

– ¿Dónde te has estado escondiendo? -preguntó ella-. Pensé que nunca te acercarías a mí.

– ¡Oh! Siempre hay mucha gente con la que uno tiene que hablar en una fiesta como ésta. Tengo que actuar de anfitrión para Adriana.

– ¿Entrenándote para hacerlo para ti mismo?

– ¡Pero querida!

Ella se echó a reír.

– Nadie puede oírme con todo este ruido. Aquí se puede hablar como si estuvieras en una isla desierta. Y a propósito, ¿quién es esa fantasmagórica criatura llamada Mabel que me abordó? Parece como si estuviera viviendo aquí.

– ¿Mabel Preston? ¡Oh! Es una vieja conocida de escenario de Adriana… una persona que llega y se va de vez en cuando. Adriana la hace venir, le da su ropa… ya sabes, toda esa clase de cosas.

– Bueno -dijo Esmé Trent con un lenguaje deliberadamente rústico, a eso le llamo yo crueldad para con los invitados. La persona más pelmaza con la que jamás me he encontrado, y con el aspecto más fantasmagórico. Como una de esas avispas que uno encuentra a veces revoloteando alrededor de la casa después de una helada, cuando ya tenía que haberse muerto. Y a propósito, ¿dónde está Adriana?

– Estaba al lado de la chimenea -contestó él-. ¿No la viste? Un efecto de escenario muy bueno… una de esas sillas talladas españolas en contraposición al verde y a los crisantemos… y una pocas sillas más para unos pocos favorecidos.

– Sí, la he visto -y lanzó una pequeña y dura sonrisa-. ¡Cómo adora la luz de los focos! Pero ahora no está allí.

Geoffrey frunció el ceño.

– Hace un calor terrible aquí…, puede que eso fuera demasiado para ella. Edna me pidió que abriera una ventana detrás de esas cortinas. Ya hace tiempo de eso. Será mejor que lo haga ahora.

Empezaron a abrirse pasó por entre la multitud.

No habían visto a Mabel Preston entre ellos y la puerta. Cuando se alejaron, Mabel consiguió abrirla y se deslizó al exterior. Aquellas palabras falsas y crueles… ¿Cómo podía una mujer así decir cosas tan terriblemente retorcidas? ¡No eran ciertas!… ¡No podían serlo! ¡Sólo eran fruto del desprecio y la envidia! Pero le latía las sienes y las lágrimas rodaban por sus mejillas, estropeando su maquillaje. No podía regresar, y tampoco podía quedarse allí, esperando que alguien la viera como estaba. Una persona venía desde el vestíbulo…

Empezó a caminar en dirección opuesta, hasta que llegó al final del pasillo y a la puerta de cristal que conducía al jardín. Aire fresco… eso era lo que deseaba, y estar tranquilamente sola consigo misma, hasta que hubiera olvidado las cosas insultantes que había dicho aquella horrible mujer. Pero sería mejor ponerse algo. El vestido negro y amarillo era muy fino. Allí había un guardarropa, junto a la puerta que daba al jardín, y lo primero que vio cuando miró en su interior fue el abrigo que Adriana le iba a regalar… aquel por el que Meriel había armado tanto jaleo. Pero Adriana no se lo iba a dar a Meriel, ¡se lo iba a dar a ella! Allí estaba, colgado con sus grandes cuadros blancos y negros y la raya de color esmeralda que tanto le había gustado. No recordaba haber visto una prenda más elegante que aquélla. Se lo puso y salió a la oscuridad.

El aire parecía fresco, después del calor del interior de la casa. Anduvo sin rumbo fijo, y sin ningún objetivo concreto. Realmente, había bebido demasiado. O quizá fue el salón, que estaba tan caliente, y los insultos de aquella Mrs. Trent. Le había preguntado quién era, porque tenía el aspecto de ser alguien. Mabel Preston sacudió la cabeza. Las miradas inteligentes no lo significan todo. No era una dama. Ninguna dama habría usado unas expresiones tan insultantes. Las palabras terminaron por convertirse en algo borroso y confuso. Cuando trató de decirlas en voz alta, sonaron exactamente como si estuviera borracha. Un salón demasiado caliente y demasiadas copas…, ¡no volvería hasta que no se sintiera bien de nuevo!

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