Encontró a Adriana en su canapé. Se había cambiado de ropa, poniéndose una bata de estar por casa, suelta, de color púrpura, tan profundo que parecía casi negro. Se la veía cansada a pesar del cuidadoso maquilla je, y en el tono de su voz se notó la exasperación.
– Siéntese y póngase cómoda. Bueno, supongo que estará deseando saber por qué la he hecho venir con tanta prisa.
Miss Silver tosió ligeramente.
– Me imagino que tiene algo que ver con la muerte de Miss Mabel Prestayne.
Adriana lanzó una breve risita.
– Supongo que habrá leído la noticia en los periódicos. Pobre Mabel…, ¡cómo le hubiera disgustado saber que sería recordada por haber interpretado el papel de Nerissa en mi Porcia!
Miss Silver estaba abriendo su bolsa de labor de punto. Tras haber sacado un par de agujas y una madeja de fina lana blanca continuó con el cálido chal destinado a los inesperados mellizos de Dorothy Silver. Los escarpines y una pequeña chaqueta ya habían sido completados y enviados y después pensó que debía dar preferencia al chal sobre la segunda chaqueta. De las agujas de madera colgaban como un fleco ornamental, unos cinco centímetros de lana tejida. Levantó la mirada por encima de ella y preguntó:
– ¿Tuvo un accidente?
– No lo sé…; tenemos que dejarlo así, supongo. Mire, será mejor que le diga lo que sucedió. Después de haber ido a verla, llegué a la conclusión de que me había estado portando como una tonta. Pensé que ya había permanecido muerta durante tiempo suficiente y que era hora de despertarme y hacerles ver que aún era demasiado pronto para pensar en enterrarme. Fui a un especialista y él me aconsejó que siguiera adelante. Y así lo hice. Me compré mucha ropa nueva y empecé a bajar a comer y envié invitaciones para celebrar una gran fiesta y demostrar así a la gente que yo aún estaba aquí. Mabel Preston vino a quedarse una temporada…, ya sabrá usted que ése es su verdadero nombre, lo de Prestayne sólo fue para el escenario. A mí me parecía tonto, pero así era ella. Solía venir a pasar algunos días de vez en cuando. Le encantaban las fiestas. Pues bien, aquí estuvo ella y, a su alrededor, aproximadamente otras ciento cincuenta personas. Fue todo perfectamente. Cada vez que miraba a Mabel la veía disfrutar…, tomando muchas copas y acercándose a la gente y hablando con ella, como si hubiera conocido a todos desde hacía años. Estaba disfrutando. Una vez que se hubo marchado todo el mundo, subí aquí. Me arreglé un poco la cara y pensé en bajar un rato para saber qué opinaban los demás sobre cómo había ido la fiesta. Pero cuando llegué al descansillo, me di cuenta de que algo había sucedido. Lo primero que me lo hizo notar fue un gran estrépito. Me asomé a la barandilla de la escalera y miré hacia abajo. Simmons acababa de dejar caer al suelo una bandeja llena de copas y botellas. La puerta de la entrada estaba completamente abierta y Sam Bolton, el ayudante del jardinero, estaba en medio del vestíbulo, chorreando agua. Allí parecía encontrarse también todo el mundo, todos mirándole. Y no es extraño que fuera así, porque cuando empecé a bajar las escaleras, le oí decir: «¡La señora está muerta! ¡Se ha ahogado en el estanque… y ahora está muerta!»
Adriana se detuvo y emitió aquella breve risa dura, tan suya.
– ¡Y se estaba refiriendo a mí! -añadió.
Miss Silver empleó su comentario más fuerte.
– ¡Ay!
Adriana Ford la observó con una cierta expresión de impaciencia.
– Cuando yo seguí bajando hacia ellos, quedaron todos aterrados, como nunca lo habían estado en sus vidas. Sam perdió el color de la cara, poniéndose muy pálido.
– ¿Y qué le hizo pensar que la persona ahogada era usted?
– Porque llevaba mi abrigo.
– Pero si estaba oscuro…, supongo que tenía que estar oscuro, puesto que sus invitados ya se habían marchado…
– Tenía una linterna -dijo Adriana con impaciencia-. Una linterna pequeña y débil, pero suficiente para ver con ella el dibujo de mi abrigo. Lo había estado llevando durante algún tiempo y es… bastante llamativo… grandes cuadrados negros y blancos cruzados por una raya de color esmeralda. Es inconfundible y todo el mundo lo conoce. Sam me ha visto llevarlo durante años.
– ¿Y cómo es que en ese momento lo llevaba Miss Preston?
– Porque estaba colgado en el guardarropa, justo al lado de la puerta que da al jardín -dudó un momento y después continuó-: No sé por qué salió, pero su vestido era muy fino… sin duda necesitaba algo con que cubrirse. Y supongo que, en cierto sentido, pensó que el abrigo era suyo. Es que, ¿sabe?, ya casi se lo había dado.
– ¿Casi? -preguntó Miss Silver, mirándola con expresión interrogativa.
Adriana se removió en su asiento, con impaciencia.
– Meriel armó un jaleo. Había puesto su corazón en el abrigo. Pero estaba demasiado usado… No podía permitir que la gente fuera diciendo por ahí que yo le daba mi ropa usada. ¡Y eso era precisamente lo que ella hubiera querido! Sabía que no lo podía conseguir, pero hizo una escena, así es que pensé que lo mejor sería dejarlo abajo, usarlo unas cuantas veces más y después dejar que Mabel se lo llevara cuando se marchara. No quería que Meriel la hiciera enfadar…, ella era una persona que se enojaba con facilidad.
Miss Silver hizo otra pregunta.
– ¿Ha llevado usted últimamente ese abrigo?
Adriana apartó la mirada.
– El día anterior -contestó.
– ¿Quiere usted decir el día antes de que Miss Preston muriera ahogada?
– Sí.
– ¿Quién la vio con él puesto?
La mano de Adriana se alzó y volvió a caer.
– Todo el mundo -contestó.
– ¿Quiere decir que todos los de la casa? -preguntó.
– ¡Oh, sí! ¿Sabe? Fui a dar una vuelta por el jardín poco antes del almuerzo, y hacía tan buen tiempo que me acerqué al pueblo. He andado un poco más cada día. En realidad, hay menos de medio kilómetro.
– ¿Se encontró con alguien a quien conociera?
Adriana se echó a reír, sin sentirse divertida.
– ¡Difícilmente podría ir al pueblo sin hacerlo! ¿Por qué me está haciendo todas estas preguntas? -su tono de voz se había elevado de repente.
– Porque creo que las contestaciones pueden ser interesantes.
Sus ojos se encontraron. Los de Miss Sil- ver tenían una mirada amable y firme. Fue Adriana quien giró la cabeza.
– Pues muy bien. Entonces… mire: el vicario pasó junto a mí en su bicicleta, y vi a su esposa y a su prima Ellie Page en el jardín. Ellie Page tiene una clase para niños…, mi pequeña sobrina Stella acude a ella. Me detuve y hablé unas cuantas palabras con ellas. Mientras lo estaba haciendo, pasó Esmé Trent…, supongo que iba a coger el autobús para Ledbury, pues parece pasar allí la mayor parte de su tiempo e iba vestida de punta en blanco. Es una joven viuda con un niño pequeño a quien descuida y no existe ningún amor perdido entre ella y Ellie Page.
– ¿Acude ese niño a la clase de Miss Page?
– ¡Oh, sí! ¡Cualquier cosa con tal de sacarle de las manos de su madre! Y a propósito, no le mencione su nombre a Edna.
– ¿De veras?
Adriana asintió con un gesto de la cabeza.
– Me figuro que Geoffrey y ella se han estado viendo con la frecuencia suficiente como para que la usual amiga amable que hay en todas partes se lo haga saber a Edna. Es muy estúpido y probablemente no significa nada, pero Edna no tiene filosofía por lo que se refiere a Geoffrey. Es una tonta, desde luego, porque él es así y ella no le cambiará nunca, así que sería mucho mejor que se las arreglará lo mejor que pudiera.
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