– Me parece muy lógico – repuse.
– Las dos prometimos no mencionarle nada. Por ese deseaba conversar con usted acerca de ello. Probablemente no lo hubiese molestado si hubiera podido hablar directamente con Mike.
– No ha sido ninguna molestia – contesté -. Fue un placer.
Dirigí una mirada a mi reloj y ella se percató.
– Tiene todavía quince minutos, Ed. Vincent me avisó, antes de salir esta mañana, que había arreglado hablar con usted a las dos y media. Me pidió que le hiciera compañía hasta que él regresara a la casa, entreteniéndolo. ¿Cómo puedo entretenerlo, Ed?
Pudo haber sido una pequeña broma, mas no lo era.
– Mike me pareció un chicuelo interesante, señora Dolan. ¿Por qué no me habla de él?
Dolan llegó diez minutos retrasado, lo cual no importó. Ya había oprimido el botón correcto. Con una sola interrupción, cuando me pidió que le preparara otra copa y refrescara la mía, no necesitó que la estimulara para hablar. Como yo estaba interesado, la escuché cuidadosamente, y el único dato que adquirí, fue que Mike Dolan era, a su edad, el candidato menos probable de todo Chicago para iniciar de repente una ola criminal juvenil.
Eso era algo que yo había estado sospechando todo el tiempo.
Dolan, cuando llegó, me sorprendió un poco al no llevarme inmediatamente a su estudio. Tomó el vaso de su esposa y el mío, sin pedir permiso a ninguno de los dos, y preparó otras copas además de la suya. Sentóse junto a ella en el sofá, y la señora retomó el hilo:
– Vincent, estaba contando precisamente a Ed acerca de lo que en aquella vez hizo Mike… – Y casi durante una hora, hablando ella todo el tiempo, y Dolan interpelando alguna observación ocasional, no tuve que abrir la boca más que para tomar algún pequeño trago de mi jaibol. Ningún dato nuevo. Sin embargo, tuve la sensación de haber conocido a Mike desde que nació, hasta la noche anterior.
Dolan la interrumpió de pronto, tras consultar su reloj. Mike regresaría de la escuela en cualquier momento, explicó, y prefería que no supiera que yo estaba aquí; si me encontraba, pensaría que no se había creído su versión y continuábamos investigándola. Hasta que decidiera cómo habían de manejarse las cosas con Mike y hubiera sostenido la conversación con él, no quería que Mike imaginara eso.
Así que él y yo nos excusamos, nos dirigimos a su estudio y cerró la puerta. No le echó llave, explicando que nadie, ni siquiera un miembro de su familia, cruzaba la puerta sin llamar. Nos pusimos cómodos; me ofreció llamar a Robert para que me trajera otra copa; no la acepté, lo que me pareció que le agradaba y tampoco ordenó una para él.
– Bueno, Ed – principió -, entendí por nuestra charla por teléfono, de está mañana, que todavía tiene algunas preguntas que desearía hacerme. ¿Quiere proceder? ¿O prefiere que yo lo ponga la tango?
– Continúe usted – repuse -; lo que tenga que decirme puede contestar algunas preguntas, o hasta todas, antes de presentarlas.
– Muy bien. Primero, en el caso de que usted se pregunte lo que Sylvia piense que estamos hablando en privado, no sé trata de Mike. Si yo intentara hablar más con usted acerca del muchacho, y no enfrente de ella, nos echaría a perder nuestra pequeña conspiración para tranquilizarla y evitarle preocupaciones. Usted debe haber hecho un magnífico trabajito, supuesto que ella ni siquiera mencionó lo de anoche después de que yo llegué.
– Así es – aprobé -, pero, ¿de qué estamos hablando? Probablemente su esposa nunca vuelva a estar en comunicación conmigo, pero si lo estuviera, yo debo saber.
– Otro caso o casos que se supone le estoy consultando. Cuando Sylvia y yo hablamos esta mañana, después de que cada uno conversó con usted por teléfono, me informó que le había ofrecido pagarle por su tiempo al venir, y también me sugirió que le diera una especie de gratificación por lo de anoche.
»Le contesté que se olvidara de eso, que yo me ocuparía de todo. Que usted probablemente no aceptaría ninguna recompensa, y que yo lo resarciría dándole más negocios a su agencia. Le expliqué que de vez en cuando sospechábamos de alguno de los corredores que se embolsaran apuestas o fueran morosos, y utilizábamos entonces a determinados detectives privados para que investigaran. Por supuesto, eso no es verdad. Tenemos nuestros propios métodos para comprobar esos casos; sin embargo, no lo sabe, y se figura que le estoy dando en este momento algún trabajito.
Asentí con la cabeza y Dolan continuó:
– Ahora, volvamos a Mike. He estado pensando en ello desde anoche, y me siento más preocupado que antes. Tanto, que he decidido que no soy competente para encargarme del caso. Tomé la decisión de llevarlo con un sicólogo de niños.
»Así, en lugar de sostener una larga conversación con él, antes del desayuno esta mañana, como lo había planeado, me limité a una cortísima. Y me desvié un poco; ni siquiera mencioné lo de la pistola. Pretendí preocuparme más por si realmente había escuchado la conversación o la había soñado. Le indiqué que me gustaría le contara su historia a un experto en tales cosas. Me figuré que sería más efectivo hablar libremente con uno, si lo dejaba suponer que ése era el punto en cuestión.
– Creo que usted mismo es un sicólogo, señor Dolan.
– He leído bastante acerca de ello. Pero no sobre sicología infantil; y los actos de Mike, de anoche, me han dejado confuso. Sea como fuere, después del desayuno traje a Ángela y le pedí que utilizara mi teléfono para buscarme al mejor sicólogo de niños, de Chicago. Está siguiendo algunos cursos en la Universidad de Chicago, y pensé que podría conseguirme lo que buscaba por medio de alguna relación. Hizo algunas llamadas y obtuvo el nombre que yo deseaba.
»Un doctor Walter Werther. Es de renombre mundial. Reconocí el nombre desde luego; no sabía que viviera en Chicago, así que por eso no pensé buscarlo en el directorio telefónico. Le pedí a Ángela que saliera y lo llamé, teniendo la suerte de comunicarme en cuanto llegó allí, antes de su primer paciente, por lo que no tuve que discutir con una secretaria para hablar con él personalmente.
»Y todavía una suerte mejor, en cierto sentido: reconoció mi nombre – lanzó un graznido a modo de sonrisa -. Pudiera ser un aficionado a las carreras o un reformador que estudiara las condiciones que aquí prevalecen con la mira de acabar con ese negocio. No importa qué, puesto que hablé con él.
»Le expliqué bastante como para despertar un poco su curiosidad, y después le aseguré que el precio no era ningún inconveniente si podía veme o escucharme durante media hora el día de hoy, y hablar con Mike mañana. Lo arreglamos, pues aunque no tenía un momento libre hoy, convinimos en una cita para el almuerzo. Verá a Mike mañana a las ocho y media, antes de su hora de consulta.
– ¿Los dos van a hablar con él? – inquirí.
Encogióse de hombros.
– Él lo decidirá. Me dijo que empezaría reuniéndose con Mike y conmigo, aunque luego me diera algún encargo para conversar solo con Mike. Y que si considera que Mike necesita atención continua, me lo avisará y arreglaremos las cosas después de que hable con Mike. – Se interrumpió, contemplándome, prosiguió -: Así están las cosas. Ahora, Ed, ¿qué deseaba preguntarme? ¿Sabe usted algo que yo no sepa?
– No, no sé. Sólo me he estado preguntando. Todos, empezando con usted cuando traje a Mike anoche, a la casa, suponen simplemente que soñó la conversación o que dio libertad a la imaginación. Pero, ¿Ha considerado la posibilidad de que haya escuchado esa conversación? O, pongámoslo en esta forma, ¿algún fragmento de conversación que pudiera haber entendido o interpretado mal para pensar que se refería a su muerte?
Читать дальше