Donna Leon - Veneno de Cristal

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¿Qué amenaza se cierne sobre las aguas de la laguna de Venecia? La aparición de un hombre muerto frente a uno de los hornos de fundición de una fábrica de cristal de Murano implicará al comisario Brunetti en una asombrosa trama en la que se mezclan la corrupción política y los delitos ecológicos. La víctima ha dejado pistas en un ejemplar de un libro de Dante, y Brunetti deberá adentrarse en el Infierno para descubrir quién es el autor del crimen y qué intereses ocultos se mueven en la isla de Murano.
Navegando por Venecia, caminando por callejones estrechos y en bares sombríos, Donna Leon nos descubre esa Venecia casi legendaria donde cualquier misterio es posible. Veneno de cristal es una obra fascinante, la mejor Donna Leon en su intriga más inteligente.
«Donna Leon tiene una capacidad maravillosa para captar los males que se esconden detrás de la fachada de la ciudad mágica», The Times.
«Donna Leon es una de las más interesantes damas del crimen», Manuel Rodríguez Rivero, El País.
«Una de las series de detectives más exquisitas e inteligentes jamás escritas», The Washington Post.
«Una de las mejores y más populares escritoras policíacas de nuestros días», El Mundo.

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Atónito, Brunetti no pudo decir sino:

– No lo sé, señor.

Sonó el teléfono y Patta lo cogió. Al oír la voz del otro extremo, agitó una mano, despidiendo a Brunetti, que salió del despacho.

CAPITULO 27

Brunetti, como gran lector que era, estaba familiarizado con Juggernaut, el ídolo de Krishna en la religión hindú, que es llevado en procesión en un enorme carruaje bajo cuyas ruedas se arrojan los piadosos, con el resultado de que muchos de los imprudentes son aplastados. Era la imagen que se le aparecía una y otra vez al ver cómo todos los indicios que podrían conducir al esclarecimiento de la muerte de Tassini iban cayendo o siendo arrojados, uno tras uno, bajo las ruedas de la investigación promovida por Patta.

Desde el momento en que Bocchese, acompañado por los inspectores de Medio Ambiente, envueltos en sus monos protectores, y armado de un mandamiento firmado por el más acérrimo ecologista de los jueces locales, se presentó en la fábrica de Fasano, éste emprendió el contraataque. Respaldado por su abogado y seguramente alertado por el artículo del Gazzettino, se encaró con Bocchese en el campo de detrás de la fábrica. En un principio, trató de impedir que los inspectores pusieran los pies en su propiedad, pero cuando Bocchese mostró al abogado la orden del juez, Fasano tuvo que claudicar.

Una vez que los técnicos empezaron a cavar, recoger, etiquetar y guardar, Fasano señaló que se encontraban trabajando sobre la línea que separaba su propiedad de la de De Cal, y que fuera lo que fuese lo que estuvieran buscando -aquí hizo alarde de su ignorancia-, debía de proceder de su vecino. Los técnicos hicieron oídos sordos, y al fin Fasano y su abogado volvieron a la fábrica y los dejaron trabajar en paz.

Brunetti pensó otra vez en Juggernaut dos días después, cuando el Gazzettino publicó una foto de la excavadora gigante que iba descubriendo la tubería que se extendía desde el descampado -muy contaminado- hasta la vetreria. Revelaba el artículo que, al acercarse a las fábricas, la máquina había puesto al descubierto la unión de dos tuberías más pequeñas, procedentes cada una de una fábrica.

Brunetti miraba la foto, consciente de que, bajo las anchas huellas de la oruga que con tanto empeño perseguía la destrucción de las aspiraciones políticas de Fasano, quedaba enterrada toda esperanza de que Patta se interesara por esclarecer la muerte de Tassini. Patta, siempre dispuesto a aprovechar cualquier oportunidad en beneficio de sus intereses, se volcó en la tarea de demostrar que Fasano había incurrido en el delito en cuya denuncia había basado su carrera política: la degradación de la laguna. Una condena por delito contra el medio ambiente frustraría sus aspiraciones políticas, y esto era suficiente para satisfacer a Patta y, de paso, a los estamentos a los que el vicequestore esperaba complacer con la destrucción de Fasano. Este objetivo era seguro, mientras que la solución del misterio de la muerte de Tassini implicaría una larga y complicada investigación que muy bien podía no acabar en una condena. Así que mejor dejarlo, considerarlo muerte accidental y archivarlo todo.

Brunetti siguió el caso a distancia y -gracias a la signorina Elettra- leyó las transcripciones de las sesiones grabadas en vídeo, durante las cuales Fasano, y después De Cal, fueron interrogados por un magistrado y por el teniente Scarpa.

De Cal lo admitió todo desde el principio, dijo que él había hecho lo que cualquier empresario sensato haría: utilizar el recurso más barato para resolver un problema de producción. Los tubos ya estaban allí en tiempos de su padre y él había seguido utilizándolos. Cuando el juez ordenó que se purgaran los tanques de sedimentación, en todos ellos se encontró, a unos cuarenta centímetros del borde superior, un segundo tubo de desagüe que atravesaba la pared. Cada tubo estaba provisto de un disco, lo mismo que los de la fábrica de Fasano, que podía hacerse girar para abrir o cerrar el tubo y regular así el caudal del desagüe que vertía los residuos a la laguna. El encharcamiento del campo se debía a una fuga de la centenaria tubería. La excavadora puso al descubierto que llegaba hasta el borde del agua, y allí se adentraba en la laguna, por debajo de un muelle abandonado.

Cuando se le notificó que sería multado, De Cal se quedó impasible, porque sabía que la multa sería irrisoria. El magistrado le preguntó si le constaba que el signor Fasano utilizaba el mismo sistema, a lo que De Cal contestó riendo que eso debía preguntárselo al signor Fasano.

La reacción de Fasano a las preguntas del juez fue totalmente distinta. Explicó que él se había hecho cargo de la dirección de la fábrica hacía sólo seis años y que no sabía nada de los tubos. Seguramente, los habría puesto su padre, cuya memoria él veneraba, pero que era un hombre de su tiempo y, por lo tanto, no se preocupaba por los problemas ecológicos de Venecia. Por supuesto, Fasano había sido informado de la fuga del tanque de sedimentación y del trabajo del fontanero. En aquel momento, él se encontraba en Praga, en viaje de negocios, y del asunto se había ocupado su encargado, que le había puesto al corriente a su regreso. Era tarea del encargado atender los pequeños problemas de la vetreria. Para eso lo tenía.

Scarpa, provocado sin duda por la altanería de Fasano, intervino para preguntar -al leer el informe, a Brunetti le parecía oír el sarcasmo en la voz del teniente- si era también su encargado el que se había ocupado de la muerte de uno de sus trabajadores.

«Pobre diablo -decía la transcripción-. Aquella mañana, yo volvía de mi casa de campo y me enteré al llegar a la fábrica. Pero no, teniente, eso no lo dejé en manos de mi encargado. Aunque apenas conocía al hombre, fui a preguntar si podía hacer algo, pero ya se lo habían llevado.»

Resentido, al parecer, Scarpa no hizo más preguntas y el magistrado volvió a referirse a los tanques de sedimentación y a los discos que abrían y cerraban los tubos. Todos estaban cerrados cuando los hombres de Bocchese los habían descubierto, y Fasano insistía en que no sabía nada de ellos. Al leer este pasaje de las actas, Brunetti empezó a pensar que Fasano podía librarse. Su venerado padre, o quizá su no menos venerado abuelo, sería el responsable de la colocación de aquellos tubos, que debían de haber sido utilizados cuando aún era legal verter a la laguna. No había pruebas concluyentes de que se hubieran utilizado recientemente, y el proceder de Fasano, por lo que a la defensa del medio ambiente se refería, no quedaba en entredicho.

El magistrado no hizo preguntas acerca de la relación de Fasano con Tassini ni presentó pruebas de que entre los dos hombres hubiera más trato que el normal entre patrono y trabajador. El magistrado tampoco mencionó las conversaciones telefónicas entre Tassini y Fasano. Brunetti imaginaba que, si se hubiera referido a ellas, Fasano habría protestado que no se le podía pedir que recordara todas las conversaciones que mantenía con sus trabajadores. Ni Patta ni ningún juez de la ciudad autorizaría una investigación ante esta falta de pruebas.

Brunetti ignoraba en qué medida la investigación de la contaminación de la laguna podía afectar a las ambiciones políticas de Fasano. Ya hacía tiempo que la asociación con delincuentes o las pruebas de conducta delictiva no eran obstáculo para el desempeño de un cargo político, por lo que era posible que un número suficiente de votantes estuvieran dispuestos a elegirlo para alcalde. Si esto sucedía, lo mejor que podría hacer Brunetti sería consolarse pensando en el berrinche de Patta y, por lo demás, seguir el consejo que Paola le había dado, extraído de una novela de Jane Austen que acababa de leer: «Guárdate tus alientos para enfriar el té.» Por otra parte, Patta preferiría ver a Fasano de alcalde que tener que enfrentarse al clamoroso escándalo suscitado por la investigación de un asesinato en el que estuviera involucrado un hombre rico y poderoso, relacionado con hombres aún más ricos y poderosos.

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