Donna Leon - Veneno de Cristal

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¿Qué amenaza se cierne sobre las aguas de la laguna de Venecia? La aparición de un hombre muerto frente a uno de los hornos de fundición de una fábrica de cristal de Murano implicará al comisario Brunetti en una asombrosa trama en la que se mezclan la corrupción política y los delitos ecológicos. La víctima ha dejado pistas en un ejemplar de un libro de Dante, y Brunetti deberá adentrarse en el Infierno para descubrir quién es el autor del crimen y qué intereses ocultos se mueven en la isla de Murano.
Navegando por Venecia, caminando por callejones estrechos y en bares sombríos, Donna Leon nos descubre esa Venecia casi legendaria donde cualquier misterio es posible. Veneno de cristal es una obra fascinante, la mejor Donna Leon en su intriga más inteligente.
«Donna Leon tiene una capacidad maravillosa para captar los males que se esconden detrás de la fachada de la ciudad mágica», The Times.
«Donna Leon es una de las más interesantes damas del crimen», Manuel Rodríguez Rivero, El País.
«Una de las series de detectives más exquisitas e inteligentes jamás escritas», The Washington Post.
«Una de las mejores y más populares escritoras policíacas de nuestros días», El Mundo.

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Brunetti respondió evasivamente:

– De lo dicho, podría deducirse que sí.

Patta suspiró.

– No es eso lo que le he preguntado, Brunetti. ¿Usted cree que él lo mató?

– Sí.

– ¿Por qué no el otro? ¿Cómo se llama? -preguntó, revolviendo los papeles hasta que lo encontró-. ¿De Cal?

– No tenía con Tassini más trato que el de patrono y empleado, y apenas sabía quién era. Por otra parte, ¿qué supondría para él ser acusado de contaminar el medio ambiente? ¿Una multa? ¿Unos miles de euros? Además, está enfermo. Ningún juez lo enviaría a la cárcel. No tiene nada que perder.

– No como Fasano, ¿verdad? -preguntó Patta con lo que a Brunetti le pareció una satisfacción malsana.

Brunetti no sabía si Patta se refería a que Fasano tenía mucho que perder o a que estaba sano.

– Él puede perder mucho. Es presidente de los vidrieros de Murano, pero tengo entendido que eso no es más que un primer paso.

Patta asintió.

– ¿Adónde cree usted que quiere llegar?

– ¿Quién sabe? Primero, a la alcaldía de la ciudad y, después, a Europa, de diputado. Es la trayectoria habitual. Incluso puede que consiga las dos cosas y, además, siga dirigiendo la fábrica. -Brunetti prefería no pensar en los políticos que llegaban a acumular dos, tres y hasta cuatro sueldos-. Ha abrazado la causa ecologista, pero sigue siendo un empresario que, por encima de todo, busca beneficios. ¿Qué mejor combinación en nuestros tiempos? -preguntó Brunetti, pensando que era extraño estar hablando abiertamente de estas cosas nada menos que con. Patta.

El vicequestore volvió a mirar los papeles.

– Ha dicho usted que había enviado unas muestras a Bocchese. ¿Ya tiene los resultados?

– Lo he llamado al llegar, pero aún no habían terminado de analizarlas -dijo Brunetti.

Patta levantó el teléfono y pidió a la signorina Elettra que le pusiera con el laboratorio. Casi al momento, dijo:

– Buenos días, Bocchese. Sí, soy yo. Es sobre esas muestras que le envió el comisario Brunetti.

Patta miraba a Brunetti con una cara tan tersa como pretendía que fuera su voz. Segundos después dijo:

– ¿Cómo? Sí, está aquí. -Los ojos de Patta reflejaron un vivo asombro, como si Bocchese le hubiera dicho que las muestras contenían peste o botulismo-. Sí -repitió-, está aquí. Un momento. -Sostuvo el teléfono en alto, sobre la mesa-. Quiere hablar con usted.

– Buenos días, Bocchese -dijo Brunetti.

– ¿Puedo decírselo?

– Sí.

– Pásemelo.

Inexpresivamente, Brunetti devolvió el teléfono a Patta.

Patta se lo llevó al oído y, con voz seca y autoritaria, espetó:

– ¿Y bien? -Brunetti oía la voz de Bocchese, pero no distinguía las palabras. Patta se acercó una hoja de papel y empezó a escribir-. Repita, por favor -dijo.

Brunetti veía aparecer las palabras cabeza abajo: «manganeso», «arsénico», «cadmio», «potasio», «plomo» y otras más, sustancias nocivas, si no letales, todas ellas.

Patta dejó la pluma y se quedó escuchando unos minutos.

– ¿Por encima de los límites? -Bocchese se extendió un tanto en la respuesta-: Gracias, Bocchese -dijo Patta y colgó. Dio la vuelta a la hoja, para que Brunetti pudiera leer con más facilidad-: Un buen cóctel.

– ¿Qué ha dicho Bocchese cuando le ha preguntado si estaba por encima de los límites?

– Que habría que tomar una muestra mayor, pero que, si ésta es indicativa, el lugar es peligroso.

Brunetti sabía que ése era un término relativo. Peligroso ¿para quién, para qué clase de criaturas y con cuánto tiempo de exposición? Pero, no deseando poner en peligro la tregua con Patta, sólo dijo:

– Necesitará que un juez le autorice a tomar muestras.

– Eso ya lo sé -dijo Patta secamente.

Brunetti calló.

Patta extendió el brazo y volvió a golpear el periódico.

– ¿Esto es todo mentira? ¿No hay investigación?

– No, señor.

Vio a Patta sopesar la información. La respuesta de Brunetti destruía las esperanzas de Patta de sumarse a otra investigación y no le dejaba más opción que la de hacer de tiburón en lugar de carroñero. Miró a Brunetti, apoyó la palma de la mano en los papeles que éste le había traído y preguntó:

– ¿Cree que tiene suficientes pruebas para relacionarlo con el vertido?

El vertido, en opinión de Brunetti, podía ser el motivo por el que Fasano había eliminado a Tassini. Si se demostraba que venía haciéndose durante mucho tiempo y que Tassini lo había descubierto, ¿se podría relacionar a Fasano con Tassini, quizá encontrar una prueba tangible, quizá un testigo que recordara haber visto a Fasano cerca de la fábrica la noche en que murió Tassini? Nada más considerar tal posibilidad, Brunetti se preguntó qué podía haber más natural en una fábrica que la presencia de su dueño. Decidió responder a la pregunta brevemente:

– Sí. Si no él personalmente, su fábrica. Alguien utilizó ese tubo, y quizá otros tres, para eliminar el sedimento de la molatura.

– Como en los viejos tiempos -dijo Patta, sin asomo de ironía, y luego preguntó-: ¿Cuánto puede haberse ahorrado?

– No lo sé.

– Averígüelo. Pregunte cuánto cuesta cada recogida. -Patta hizo una pausa, lanzó a Brunetti una mirada larga y calculadora y dijo-: Lo conozco del Lions Club, y nunca nadie le ha visto invitar. No me sorprendería que esa rata roñica hiciera cualquier cosa con tal de ahorrarse un par de cientos de euros. O menos.

No se habría sorprendido más Brunetti si hubiera oído a una dama de honor llamar furcia a una reina. Fasano, un hombre rico y poderoso, ¿era «una rata roñica» a los ojos de Patta?

– ¿Algo más, señor? -dijo Brunetti, al que el asombro había vuelto lacónico.

– Nada más, de momento. Yo me encargaré de que un juez firme la orden para que Bocchese pueda tomar más muestras. Y dígale que vale más que se deshaga de las que tiene. Es una investigación nueva, y no quiero que haya pruebas de que ya hemos indagado.

– Sí, señor -dijo Brunetti poniéndose en pie.

– Y vuelva usted a hablar con los fontaneros, pero aquí, delante de una cámara de vídeo. -Brunetti asintió y Patta prosiguió-: Asegúrese de que describen ese tubo de la pared trasera y pregúnteles si sabe qué minerales hay en los residuos que se llevan y si son peligrosos. Y pregúnteles otra vez cuándo les parece que pusieron esa plancha en el tubo.

– Sí, señor.

– Puede venir a recoger la orden después de comer, y en cuanto la tenga, quiero allí a Bocchese -dijo Patta con creciente perentoriedad. Y añadió-: Y que lleve consigo a los de Medio Ambiente. No quiero que puedan decir que las muestras han sido contaminadas. Quizá también los de Medio Ambiente deberían tomar muestras y hacer sus propios análisis, al mismo tiempo que Bocchese.

– Entendido.

– Bien. -Patta sonrió con fruición-. Eso será suficiente.

– ¿Suficiente para qué, señor? ¿Para demostrar que tenía un motivo para asesinar a Tassini?

Patta no habría mostrado más estupefacción si a Brunetti se le hubiera incendiado el pelo de repente.

– ¿Quién ha hablado de asesinato, Brunetti? -El vicequestore ladeó la cabeza y miró al comisario como si dudara de que habían estado todo el rato en este mismo despacho, hablando del mismo asunto-. Lo que yo quiero es pararle los pies. Si consigue el cargo y nombra a un nuevo consistorio, ¿en qué quedarán las relaciones que he estado tejiendo durante diez años? -inquirió-. ¿Se le ha ocurrido pensarlo? -Estudió la expresión de Brunetti y agregó-: Y no vaya a creer, Brunetti, que Fasano utiliza esas monsergas del medio ambiente con fines políticos. Él se las cree. -Patta levantó las manos ante la idea-. Yo le he oído hablar. Es un fanático, como todos los conversos. Es lo único que le importa. Si Fasano sale elegido alcalde, ya puede usted despedirse del metro del aeropuerto, de los diques de la laguna y de las licencias para la construcción de más hoteles. Hará que la ciudad vuelva atrás cincuenta años. ¿Y qué haremos entonces?

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