Sí, la situación estaba controlada.
El grupo de periodistas estaba ya preparado en el pasillo.
Cuando vieron a Carl saliendo del ascensor se abalanzaron unos delante de otros para ser los primeros en preguntar.
– ¡Carl Mørck! -gritó uno de los que estaban más cerca-. ¿Qué gravedad tienen las lesiones cerebrales de Merete Lynggaard? ¿Lo sabe?
– ¿Ha visitado antes a Merete Lynggaard, subcomisario? -preguntó otro.
– ¡Eh, Mørck! ¿Qué te ha parecido cómo has llevado el caso? ¿Estás orgulloso? -se oyó desde un lado.
Carl se volvió hacia la voz y vio frente a sí los ojos de cerdo enrojecidos de Pelle Hyttested, mientras los demás miraban con desdén al periodista, como si fuera indigno de su profesión.
Y lo era.
Carl respondió a un par de preguntas y después dirigió la mirada a su interior mientras la presión del pecho arreciaba. Nadie le había preguntado por qué estaba ahí. Ni él mismo lo sabía.
Tal vez había esperado una mayor presencia de visitantes en los pasillos de la planta, pero aparte de la enfermera jefe de Egely, que estaba sentada en una silla junto a Uffe, no reconocía a nadie. Merete Lynggaard era buen material para la prensa, pero como persona sólo era una paciente más. Tratamiento de choque durante dos semanas con médicos especialistas en la cámara de descompresión. Después una semana en tratamiento postraumático. Después a la UVI de Neurocirugía, y ahora estaba en la planta de Neurología.
La decisión de despertarla del coma era un experimento, le dijo la enfermera de la sección cuando Carl se lo preguntó. Reconoció que sabía quién era Carl. Era el que había encontrado a Merete Lynggaard. Si hubiera sido otro, no lo habría dejado entrar.
Carl se dirigió lentamente hacia donde las dos figuras sentadas bebían agua de sendos vasos de plástico. Uffe con ambas manos.
Carl saludó con la cabeza a la enfermera jefe de Egely sin esperar que ella correspondiera, pero la enfermera se levantó y le dio la mano. Parecía conmovida, pero no le dijo nada. Volvió a sentarse y se quedó mirando fijamente la puerta de la habitación con la mano en el antebrazo de Uffe.
Era evidente que había una gran actividad en la habitación. Varios médicos los saludaron con la cabeza al pasar, y al cabo de una hora una enfermera les preguntó si querían un café.
Carl no tenía prisa. Al fin y al cabo, las barbacoas de Morten Holland eran todas parecidas.
Tomó un sorbo de café y observó el perfil de Uffe, que estaba sentado en silencio, mirando la puerta. Cuando las enfermeras pasaban por delante, él seguía con la mirada clavada en la puerta. No la perdía de vista ni un instante.
Carl captó la mirada de la enfermera jefe y, señalando a Uffe, preguntó por gestos qué tal estaba. Ella sonrió y meneó la cabeza. Aquello solía significar que ni muy mal ni muy bien.
Pasaron un par de minutos hasta que el café empezó a hacer efecto, y cuando volvió del servicio las sillas del pasillo estaban vacías.
Entonces avanzó hacia la puerta y la entreabrió.
En la estancia reinaba un silencio absoluto. Uffe estaba a los pies de la cama, con la mano de su acompañante sobre el hombro, mientras una enfermera anotaba las cifras digitales que leía en los instrumentos de medida.
Apenas se veía a Merete Lynggaard, con la sábana hasta la barbilla y la cabeza cubierta de vendajes.
Tenía un aspecto apacible, con los labios entreabiertos y un leve temblor en los párpados. Los cardenales de su rostro parecían estar desapareciendo, pero la situación general seguía siendo preocupante. Si en otra época parecía sana y llena de vida, en la misma medida parecía ahora frágil y amenazada. Blanca como la nieve, piel finísima y ojos como cuévanos.
– Podéis acercaros -dijo la enfermera, metiendo el bolígrafo en el bolsillo superior-. Voy a volver a despertarla. No es seguro que vaya a reaccionar. No es sólo por los daños cerebrales y el período en coma, hay muchas otras razones. Sigue viendo muy mal con ambos ojos, y sigue teniendo parálisis debido a los trombos, y sin duda también lesiones cerebrales generalizadas. Pero por lo que vemos tiene probabilidades de salir adelante. Creemos que algún día podrá caminar, pero la cuestión es en qué medida va a ser capaz de comunicarse. Ya no hay más trombos, pero sigue en silencio. La afasia debe de haberse llevado para siempre su don del habla, creo que debemos estar preparados para eso.
Después asintió en silencio para sí misma.
– No sabemos qué piensa ella, pero no hay que perder la esperanza.
Luego avanzó hacia su paciente y ajustó alguno de los numerosos goteros que colgaban sobre la cama.
– ¡Bueno! Creo que dentro de poco estará con nosotros. Apretad ese interruptor si os hace falta algo -añadió, y se marchó con chacoloteo de zuecos y un montón de trabajo por delante.
Los tres observaron a Merete en silencio. Uffe completamente inexpresivo, y su acompañante con una mueca triste en la boca. Tal vez hubiera sido mejor que Carl nunca se hubiera mezclado en aquel caso.
Al cabo de un minuto Merete abrió los ojos poco a poco, visiblemente molesta por la luz del exterior. El blanco de sus ojos era una red marrón-rojiza, y aun así verla despierta dejó a Carl sin aliento. La paciente parpadeó varias veces, como si tratara de enfocar la mirada, pero en apariencia no lo consiguió. Después volvió a cerrar los ojos.
– Ven, Uffe -dijo la enfermera jefe de Egely-. Siéntate un poco junto a tu hermana.
Uffe pareció entenderlo, porque avanzó hacia la silla y se sentó junto a la cama con el rostro tan cerca del de su hermana que la respiración de aquélla hacía vibrar su flequillo rubio.
Después de estar observándola un rato, levantó una punta de la sábana y dejó al descubierto uno de los brazos de su hermana. Después la tomó de la mano y se quedó así, con la mirada vagando lentamente por su rostro.
Carl avanzó un par de pasos y se colocó junto a la enfermera jefe a los pies de la cama.
La imagen del taciturno Uffe con la mano de su hermana en la suya y su rostro apoyado en la mejilla de ella era de lo más conmovedora. En aquel momento Uffe parecía un cachorro de perro extraviado que tras buscar sin descanso acaba de encontrar el camino de vuelta al calor y la seguridad de la guarida.
Entonces Uffe se retiró un poco, volvió a observarla con atención, posó los labios en su mejilla y la besó.
Carl vio que el cuerpo de Merete se estremecía ligeramente bajo la sábana y que el ritmo cardíaco subía un poco en la pantalla del electrocardiograma. Dirigió la mirada hacia el siguiente monitor. Sí, el pulso también había subido algo. Después Merete emitió un profundo suspiro y abrió los ojos. Esta vez la cabeza de Uffe le daba sombra, y lo primero con que topó su mirada fue la sonrisa de su hermano.
Carl se dio cuenta de que hasta él abría los ojos desmesuradamente mientras la mirada de Merete se hacía cada vez más consciente. Sus labios se separaron. Después se estremecieron. Pero entre los dos hermanos había un campo de tensión que no permitía el contacto. Se notaba directamente en Uffe, cuyo rostro iba oscureciéndose, como si contuviera la respiración. Después empezó a balancearse un poco atrás y adelante mientras de su garganta salían quejidos. Abrió la boca y pareció presionado y confuso. Entornó los ojos y soltó la mano de su hermana mientras se llevaba las manos a la garganta. Los sonidos no querían salir, pero los pensaba, era algo evidente.
Entonces soltó todo el aire del sistema y pareció que tampoco esa vez iba a conseguirlo. Pero entonces volvió a oírse el ruido gutural, y esta vez más arriba en la garganta.
– Mmmmmmmm -dijo, respirando con dificultad por el agotamiento-. Mmmmmmmee.
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