– ¡Joder, Bak! Menuda chapuza hicisteis en el caso Lynggaard. Estabais rodeados de indicios que sugerían que había algo que no encajaba. ¿Tenía toda la brigada la enfermedad del sueño, o qué?
Los ojos de Bak eran puro acero cuando sus miradas se cruzaron, forzadas, pero qué cono, no iba a librarse.
– Quiero saber si te has guardado algo más del caso -continuó-. ¿Hay alguien o algo que haya frenado vuestra extraordinaria investigación, Borge?
El jefe de Homicidios estuvo pensando en ponerse las gafas para poder esconderse tras ellas, pero el rostro cabreado de Bak exigía una intervención.
– Si dejamos de lado un par de las últimas observaciones que ha hecho Carl con su peculiar estilo -declaró, enseñando a Carl un par de cejas arqueadas-, comprendo a Carl, porque acaba de comprobar que el difunto Daniel Hale no era la persona que Merete Lynggaard conoció en el Parlamento. Cosa que debería haber quedado patente en la primera investigación, hay que admitirlo.
Un par de pliegues aparecieron en los hombros de la chaqueta de cuero de Bak, pero fue lo único que desveló la tensión que le había provocado aquella información.
Carl no soltó su presa.
– Pero eso no es todo, Borge. ¿Sabíais, por ejemplo, que Daniel Hale era gay, y que además estaba de viaje en el período en que se supone que había mantenido contacto con Merete Lynggaard? Deberíais haberos tomado la molestia de enseñar una fotografía de Hale a Søs Norup, la secretaria de Merete Lynggaard, o al jefe de la delegación, Bille Antvorskov. Si lo hubierais hecho, enseguida os habríais dado cuenta de que algo no encajaba.
Bak se sentó lentamente. Era evidente que le estaba dando vueltas a la cuestión. Claro que había habido montones de casos desde entonces, y la presión del trabajo en el departamento siempre había sido acojonante, pero aun así Bak tuvo que rendirse ante la evidencia.
– ¿Sigues creyendo que podemos excluir por completo la posibilidad del crimen? -continuó Carl, y se volvió hacia su jefe-. ¿Tú qué dices, Marcus?
– Supongo que investigarás las circunstancias de la muerte de Daniel Hale, Carl.
– Estamos en ello.
Después se volvió hacia Bak.
– En Hornbæk, en la Clínica para Lesiones de Médula, está ingresado un viejo compañero avispado que sabe pensar -añadió, arrojando las fotografías sobre la mesa delante de su jefe-. Si no hubiera sido por Hardy, no me habría puesto en contacto con un fotógrafo que se llama Jonas Hess y no estaría en posesión de un par de fotos que demuestran, por una parte, que Merete Lynggaard se llevó a casa el maletín aquel día; por otra aparece una secretaria lesbiana que muestra gran interés por su jefa, y finalmente un tipo con el que Merete Lynggaard cruzó unas palabras en la escalinata del Parlamento un par de días antes de desaparecer. Encuentro que en apariencia la afectó.
Señaló la fotografía del rostro de la mujer y su mirada evasiva.
– El tipo sólo aparece de espaldas, pero si comparamos el pelo, la postura y la altura, de hecho se parece bastante a Daniel Hale, aunque no es él.
Llegado a ese punto, puso una de las fotografías de Hale del folleto de Interlab junto a las otras.
– Y ahora te pregunto, Børge Bak: ¿no crees que es bastante extraño que el maletín desapareciera entre Christiansborg y Stevns? Porque no lo encontrasteis, ¿verdad? ¿Y no te parece también extraño que Daniel Hale muriera al día siguiente de la desaparición de Lynggaard?
Bak se encogió de hombros. Por supuesto que lo pensaba, lo que pasa es que el idiota de él no quería admitirlo.
– Los maletines desaparecen -repuso-. Pudo dejarlo olvidado en alguna gasolinera, en cualquier sitio. Buscamos en su casa y en el coche del transbordador. Hicimos lo que pudimos.
– Oye, a propósito. Dices que lo olvidó en una gasolinera, pero ¿es posible? Por lo que veo en su extracto de cuentas, aquel día no dio ningún rodeo para volver a casa. No hicisteis un trabajo muy concienzudo, ¿verdad, Bak?
En aquel momento, el aludido parecía a punto de explotar.
– Te digo que buscamos a fondo ese maletín.
– Creo que tanto Bak como yo somos conscientes de que nos queda trabajo por hacer -medió el jefe.
Nos queda, dijo. ¿Ahora iban a meterse todos en el caso?
Carl apartó la mirada de su jefe. No, por supuesto que Marcus Jacobsen no sugería nada con aquella formulación. Porque no iba a llegarle ninguna ayuda desde arriba. Carl sabía perfectamente cómo funcionaban las cosas en aquella casa.
– Vuelvo a preguntarte, Bak: ¿estás seguro de que no nos dejamos nada? No incluíste a Hale en tu informe, y tampoco ponía nada acerca de las observaciones de Karen Mortensen sobre Uffe Lynggaard. ¿Falta algo más, Bak? ¿Puedes decírmelo? Me hace falta apoyo, ¿comprendes?
Bak se quedó mirando con atención el suelo mientras se frotaba la nariz. Dentro de poco la otra mano alisaría el mechón de pelo que le cubría la calva. Podría haber saltado y montado un numerito por las insinuaciones y acusaciones, habría sido comprensible, pero en resumidas cuentas era un Investigador con mayúscula, y en aquel momento estaba en otro mundo.
El jefe dirigió a Carl una mirada que decía «tómatelo con calma», y éste se calló. Estaba de acuerdo con el jefe de Homicidios. Había que dar a Bak algo de tiempo.
Estuvieron así un rato, hasta que Bak se tocó otra vez el pelo con la mano.
– Las huellas de los frenos -dijo-. Me refiero a las huellas de los frenos en el accidente de Daniel Hale.
– ¿Qué pasa con ellas?
Bak levantó la vista.
– Como pone en el informe, no había ninguna huella en la calzada, ni de un vehículo ni del otro. Lo que digo: ni rastro de huellas. Hale se descuidó e invadió la calzada contraria. ¡Bum! -exclamó, dando una fuerte palmada-. Nadie acertó a reaccionar hasta que el choque fue una realidad, eso fue lo que supusimos.
– Sí, lo pone en el atestado de Tráfico. ¿Por qué lo mencionas?
– Porque casualmente pasé por allí varias semanas después y recordé lo ocurrido, así que paré.
– Ya.
– Como estaba escrito, no había ninguna huella de frenazos, pero no cabía duda de lo que había ocurrido allí. Ni siquiera habían retirado el árbol tronchado y medio quemado, ni reparado la pared, y todavía se veían las huellas del otro coche en el descampado.
– ¿Pero…? Habrá un pero, ¿verdad?
Bak asintió en silencio.
– Pero después encontré unas huellas de frenazo veinticinco metros más allá, camino de Tåstrup. Estaban bastante borradas ya, y eran muy cortas, de medio metro o algo así. Entonces pensé: ¿Y si esas huellas fueran del mismo accidente?
Carl trataba de seguirlo. Pero, para su irritación, su jefe se le adelantó.
– ¿Huellas de un frenazo para esquivar? -preguntó.
– Podrían serlo, sí -convino Bak, asintiendo con la cabeza.
– ¿Quieres decir que Hale estuvo a punto de chocar contra algo que no sabemos qué era, pero que después frenó y dio un volantazo? -continuó Marcus.
– Sí.
– Entonces la calzada contraria, ¿no habría estado libre?
Marcus Jacobsen movió la cabeza arriba y abajo. Parecía posible.
Entonces Carl levantó el dedo.
– El informe dice que el choque se produjo en la calzada contraria. Creo que estás sugiriendo que no tuvo por qué ser así. ¿Quieres decir que pudo ocurrir en medio de la carretera, y que allí quien venía en sentido contrario no pudo hacer nada? ¿Es eso lo que dices?
Bak inspiró profundamente.
– Lo pensé por un momento, pero después lo olvidé. Claro que ahora veo que podría ser una posibilidad. Que algo o alguien sale a la calzada, que Hale lo esquiva y que alguien que viene a toda velocidad en sentido contrario lo embiste aproximadamente en la mediana. Puede que de forma premeditada. Sí, tal vez habría podido encontrar huellas de aceleración en la calzada contraria si hubiera retrocedido cien metros. Puede que el que venía en sentido contrario acelerase para embestirlo perfectamente cuando Hale dio un volantazo en la parte central para evitar atropellar a alguien o algo.
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