– Pero quizá se pueda entender la actitud de estos políticos -replicó Annika-. Fue en medio de la guerra fría.
– Nada de eso -contestó Berit-. El primer documento sobre el registro de opinión se envió desde la sede central de Sveavägen 68 el 21 de septiembre de 1945. Fue el propio Sven Andersson, secretario general y futuro ministro de Defensa, quien escribió la carta que lo acompañaba.
Annika parpadeó sorprendida.
– ¿Tan pronto? -preguntó desconfiada-. ¿Estás segura?
Berit sonrió.
– Tengo una copia de la carta en mi archivo.
Durante un rato observaron en silencio a los otros clientes del local, unos borrachines habituales y cinco jóvenes animados, que probablemente no tenían edad para beber cerveza.
– Pero entonces -preguntó Annika-, ¿por qué controlar a los comunistas si no existía aún la guerra fría?
– Poder -expuso Berit-. Los comunistas eran fuertes, especialmente en Norrbotten, Estocolmo y Gotemburgo. Los socialistas tenían miedo de perder poder en los sindicatos.
– ¿Qué importaba eso? -repuso Annika y se sintió estúpida.
– Dinero y poder -explicó Berit-. Los socialistas presionaban para que los trabajadores se afiliasen colectivamente al partido. Ya desde 1943, Metal-uno, en Estocolmo, estaba dirigido por comunistas. Cuando se canceló la afiliación colectiva al SAP, los socialistas perdieron 30.000 coronas de las cuotas anuales. Eso, en aquellos tiempos, era muchísimo dinero para el partido.
Llegó la pizza de Annika. Era bastante pequeña y la base estaba dura.
– No comprendo qué tiene que ver -dijo Annika después de un par de voraces bocados-. ¿Cómo pudo el registro contribuir a que los socialistas conservaran el poder en los sindicatos?
– ¿Puedo coger un pedazo? Gracias. Bueno, representantes especiales manipulaban los votos y las nominaciones a los congresos. Se ordenaba a todos los socialistas que votaran a unos candidatos determinados sólo con el fin de derrotar a los comunistas -reveló Berit.
Annika masticaba y miraba a su colega con escepticismo.
– ¡Venga ya! -exclamó-. Mi padre era representante sindical en la acería de Hälleforsnäs. ¿Quieres decir que gente como él suprimió la democracia local para obedecer las órdenes de Estocolmo?
Berit asintió y suspiró.
– No todos, pero sí demasiados. No importaba quién fuera más apto o quién tuviera la confianza de los miembros.
– ¿Y la sede central del partido tenía largas listas con todos los nombres?
– Al principio no -continuó Berit-. A finales de los años cincuenta sólo había información en el campo, en las organizaciones locales. En su punto más álgido contó con más de diez mil representantes, o si lo prefieres espías, en los centros de trabajo de toda Suecia.
Annika cortó una porción de pizza y se la comió con las manos. Masticó en silencio y se chupó los dedos mientras reflexionaba.
– No quiero parecer impertinente -anunció-, pero ¿no estás convirtiendo esto en algo peor de lo que es?
Berit se cruzó de brazos y se recostó.
– Claro que hay gente que piensa así -respondió ella-. La falta de conocimientos históricos va en aumento. Ahora hablamos de los años cincuenta. Auténtica edad de piedra para la generación de hoy en día.
Annika apartó el plato y se limpió con la servilleta.
– ¿Qué pasó entonces, después de los cincuenta? -inquirió ella.
– IB -respondió Berit-. Se creó en 1957.
– Oficina de Información, ¿verdad? -dijo Annika.
– Información Birger -respondió Berit-. En honor al jefe de la oficina nacional, Birger Elmér. La central del espionaje internacional se denominó durante algún tiempo oficina-T, en honor a su jefe, Thede Palm.
Annika le miró con atención.
– Dios mío, qué complicado. ¿Cómo puedes recordarlo todo?
Berit esbozó una sonrisa y se relajó.
– Estaba suscrita a Folket i Bild Kulturfront cuando se descubrió. Fue en el número nueve de 1973. Desde entonces, yo he escrito bastante sobre IB y Säpo. Nada muy destacable, pero lo he estado siguiendo.
El camarero retiró lo que quedaba de la pizza de Annika, los bordes y algunos pedazos de morro de cerdo difíciles de masticar.
– Mi padre me habló bastante del IB -dijo Annika-. Él creía que lo habían exagerado casi todo. Se trataba de la seguridad del país; decía, que los socialdemócratas, en realidad, deberían ser alabados por responsabilizarse del bien de la nación.
Berit dejó el vaso de cerveza con un golpe.
– Los socialistas registraron la forma de pensar de la gente por el bien de los socialistas -repuso-. Rompieron sus propias leyes, mintieron, manipularon. Aún continúan mintiendo. Hoy hablé con el presidente del parlamento. Niega rotundamente haber conocido a Birger Elmér o haber tenido algo que ver con el IB.
– Quizá diga la verdad -replicó Annika.
Beirt la miró condescendientemente.
– Créeme. El IB es el talón de Aquiles de los socialistas, su gran y gigantesco error y eso ha sido al mismo tiempo lo que los ha mantenido en el poder. Harán cualquier cosa por ocultar sus abusos. A través del Säpo trazaron un mapa de la población sueca. Persiguieron a personas por sus ideas, consiguieron que fueran acosadas y expulsadas de sus puestos de trabajo. Mentirán siempre que este asunto no esté más que demostrado. Después empezarán a inventarse excusas.
– ¿Entonces qué era el Säpo? ¿Una policía secreta socialdemócrata?
– No, en realidad Säpo quiere decir organización de representantes laborales socialdemócratas -socialdemokratiska arbetsplatsombudsorganitationen-. A simple vista no realizaban ninguna actividad extraña, Säpo debía llevar la voz del partido a los lugares de trabajo.
– ¿Entonces por qué era tan secreto?
– Las hormigas de toda la organización de IB eran de Säpo. Todo lo que reportaban acababa en Elmér y el registro. Säpo es el quid de la cuestión, la prueba de que IB y los socialistas son la misma cosa.
Annika miró por la ventana la noche estival. Tres polvorientos ficus benjamina de tela le tapaban la vista. Tras ellos estaban las sucias vidrieras del restaurante como una membrana gris frente al tráfico exterior.
– ¿Y qué había en el archivo internacional? -preguntó.
Berit suspiró.
– El nombre de muchos agentes, periodistas, marineros, trabajadores voluntarios; en pocas palabras, personas que viajaban mucho. Entregaban informes con el propósito de predecir futuras crisis. Entre otros lugares tenían agentes en Vietnam que informaban a casa, a continuación la información iba directamente a los americanos, y mucha de ésta a los británicos. Pierre Schori fue uno de esos que viajaba y que después entregaba los llamados relatos de viaje. Estos informes contenían cosas sobre las infraestructuras vietnamitas, sobre el modo de vida de la gente, y la situación en que se hallaban.
– ¡Pero Suecia era neutral! -exclamó Annika sorprendida.
– Sí, gracias -replicó Berit con acritud-. Birger Elmér solía ir a comer a Stallmästaregården con el embajador americano y su jefe de agentes secretos. Elmér y Palme conversaban con frecuencia. Yo me ocupo de la política, tú de mantener a los americanos contentos, decía Palme. Yo iré a gritar en las manifestaciones, pero tú debes encargarte de que los yanquis estén de buen humor.
– Y ahora una copia de sus archivos aparece repentinamente -dijo Annika.
– Estoy convencida de que el original aún existe -declaró Berit-. La pregunta es dónde.
– ¿Y el archivo nacional?
– Era totalmente ilegal y contenía datos personales detallados de personas consideradas enemigas de los socialdemócratas, al parecer cerca de veinte mil nombres. Todos los que estaban en estas listas debían ser detenidos en caso de guerra y en tiempo de paz pasaban dificultades para conseguir trabajo. Algunos fueron expulsados de sus puestos sindicales. No era necesario ser comunista para estar en la lista. Bastaba con leer los periódicos incorrectos, tener relaciones poco apropiadas o estar en la puerta de un local poco recomendable en el momento inoportuno.
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