Liza Marklund - Studio Sex

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Ocho años antes de los dramáticos sucesos de Dinamita…
La reportera novata Annika Bengtzon acaba de empezar unas prácticas de verano en un importante periódico de Estocolmo, el Kvällspressen. Allí se encarga de la aburrida tarea de atender la línea telefónica de los chivatazos. Pero antes de que haya tenido la menor oportunidad de adentrarse en el frenético mundo del periodismo, aparece el cadáver desnudo de una chica joven en un cementerio. Una stripper que trabajaba en el club Studio Sex ha sido violada y estrangulada, y el principal sospechoso es un secretario del Gobierno. Annika rápidamente se da cuenta de que este caso puede ser la oportunidad para escribir su primer gran artículo y catapultarse a la fama. Aunque a medida que descubre el oscuro infierno de los clubes de alterne, se va internando peligrosamente en un mundo de sexo y violencia.

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Annika respiró silenciosamente en el auricular algunos segundos.

– Imposible -respondió a continuación-. Eso es completamente imposible.

– ¿Estás segura? -dijo la chica del auricular.

– Nunca en mi vida he estado tan segura -replicó Annika.

– Entonces llamaremos al Konkurrenten -avisó la chica.

– Muy bien, hazlo. Ahí te darán la misma respuesta. Te lo garantizo.

Oyó un clic en el auricular y la línea enmudeció. Annika colgo, cerró los ojos y escondió el rostro entre las manos. Dios mío, ¿qué coño haría ahora? ¿Llamar a la policía? ¿Contárselo a Spiken? ¿Olvidarlo? Tenía la sensación de que recibiría una reprimenda de toda formas.

– Aquí están los reporteros de noche -oyó decir al jefe de la redacción. Levantó la vista y vio al equipo de dirección acercarse desde la mesa de fotografía. Estaba compuesto, además del jefe de la redacción, por el nuevo director Anders Schyman, los jefes de deportes, espectáculos, fotografía, cultura y uno de los editorialistas. Todos eran hombres y todos, menos Anders Schyman, vestían similares chaquetas de fieltro, vaqueros y relucientes zapatos. De pronto recordó cómo le llamaba Anne Snapphane y le entró la risa: «La banda del fieltro».

El grupo se detuvo junto a su mesa.

– Los reporteros de noche comienzan a trabajar a las doce del mediodía y acaban a las once de la noche -dijo el jefe de la redacción dándole la espalda a Annika-. Trabajan siguiendo un horario rotativo, muchos de ellos son becarios. El pase nocturno lo consideramos una especie de aprendizaje…

Se aprestó a continuar cuando Anders Schyman se separó del grupo y se acercó a ella.

– Me llamo Anders Schyman -dijo y alargó la mano.

Annika lo miró precavidamente.

– Sí, ya lo sé -respondió, sonrió y tomó su mano-. Annika Bengtzon.

Él devolvió la sonrisa.

– Tú eres la que ha escrito sobre la muerte de Josefin Liljeberg -comentó él.

Ella se sonrojó.

– ¡Vaya control! -contestó ella.

– ¿Eres fija?

Annika negó con la cabeza.

– No, becaria estival. Mi beca acaba dentro de un par de semanas.

– Ya tendremos tiempo de hablar más tarde -dijo Anders Schyman y se volvió de nuevo hacia «la banda del fieltro». Todas las miradas, que estaban fijas en Annika, despegaron y volaron sobre la redacción. Al notarlo se sintió incómoda.

Cuando el grupo desapareció en la redacción de deportes tomó una decisión.

No era una necia. No llamaría a la policía para contarles lo de las Barbies Ninja. Tampoco se lo diría a Spiken. Llamaban tantos locos a lo largo del día… Ella no podía ir corriendo al jefe de redacción por cada uno de ellos.

Continuó su artículo sobre los avances policiales en la investigación del asesinato de Josefin, consiguió parecer informada sin citar a Patricia, escribió sobre el sospechoso sin delatar al portavoz de prensa, dejó entrever que el novio era el malo sin escribirlo explícitamente. Mencionó corta y escuetamente la orgía de dolor de Täby.

Se dio una vuelta por la cafetería, compró una Coca-Cola y escuchó los titulares de Studio sex, el programa de debate de P3. Trataba del papel del periodismo en la campaña electoral. Apagó la radio e hizo un gráfico con las actividades y las direcciones de las últimas horas de Josefin. Lo único que dejó fuera fue el nombre del local de alterne en el que trabajaba Josefin, lo denominó simplemente «El Club». A continuación fue al departamento de dibujo, aquí transcribirían los datos en un mapa o en fotografía aérea de Kungsholmen.

Cuando todo estuvo listo eran casi las siete de la tarde. Tenía calor, estaba cansada y no tenía fuerzas para seguir indagando. En cambio, se sentó cómodamente y leyó los periódicos matutinos. A las siete y media subió el volumen y vio Rapport. No tenían nada ni de Josefin ni de IB. El único reportaje interesante era el del corresponsal en Rusia, que concluyó su pequeña serie sobre la guerra civil en el Cáucaso con un experto que, desde Moscú, daba su opinión sobre la situación.

– El presidente necesita armas -resumió el experto-. El país no tiene nada, ni municiones, ni granadas, ni defensa antiaérea, ni fusiles, ni ametralladoras. Le resultará muy difícil conseguir armamento ya que la ONU ha decretado un embargo al país. La única alternativa es el mercado negro, pero haría falta dinero y no lo hay.

– ¿Cómo puede la guerrilla tener tantas armas? -preguntó el corresponsal.

El experto sonrió incómodo.

– En realidad la guerrilla es muy débil, deficientemente preparada y con malos mandos, pero tienen acceso al armamento ruso. Rusia tiene intereses políticos en el Cáucaso, razón por la que, desgraciadamente, mi país apoya materialmente a la guerrilla…

Annika recordó al anciano que hablaba sueco, el presidente cuyo país sufría los ataques de la guerrilla. ¡Joder, qué cobardes y partidistas eran las Naciones Unidas! ¿Por qué no le apretaban las tuercas a Rusia por apoyar la guerra civil?

Al finalizar Rapport la calma envolvió a la redacción. Spiken se había marchado a casa y Jansson estaba sentado en la silla del jefe. Annika hojeó los últimos teletipos de TT, leyó los artículos de «la lata» y ojeó los titulares de Aktuellt. Luego se encaminó hacia Jansson.

– Bonito mapa -dijo el jefe de noche-. Y está muy bien eso de que el novio es sospechoso. Era previsible.

– ¿Puedo hacer algo más? -preguntó ella.

Sonó el teléfono de Jansson.

– Creo que ahora debes irte a casa -respondió él-. Has trabajado las veinticuatro horas del día durante todo el fin de semana.

Annika titubeó.

– ¿Seguro?

Jansson no respondió. Annika se fue a su mesa y recogió sus cosas y la ordenó, estaría fuera durante cuatro días y otro reportero la utilizaría.

Se tropezó con Berit al salir.

– ¿Nos tomamos una cerveza en la pizzería de la esquina? -preguntó la colega.

Annika se sorprendió pero se recompuso rápidamente.

– Sí, vale -respondió-. Todavía no he comido.

Bajaron las escaleras. La noche era tan bochornosa como cálido había sido el día. Aún zumbaba el aire acondicionado sobre el cemento del estacionamiento.

– Nunca habíamos tenido un verano igual -dijo Berit.

Las mujeres caminaron lentamente hacia Rålambsvägen, a la pizzería que, con licencia para vender cerveza y alcohol, había sobrevivido de una forma milagrosa año tras año.

– ¿Tienes familia aquí en la ciudad? -preguntó Berit mientras esperaban para cruzar junto al semáforo.

– Un novio en Hälleforsnäs -contestó Annika-. ¿Y tú?

– El marido en Täby, mi hijo estudia en Lund y la niña está de au pair en Los Angeles. ¿Te propones continuar en el periódico durante el otoño?

Annika rió nerviosa.

– Bueno -dijo-. Me gustaría quedarme, e intento hacerlo lo mejor que puedo.

– Esto es bueno, es lo más importante -indicó Berit-. Mirar y aprender, y decidir una misma si desea quedarse o no.

– Es duro -confesó Annika-. Me parece que se utiliza a los becarios de una forma bastante cínica. Cogen a muchos y se les deja pelear por el trabajo, en lugar de cubrir las plazas que realmente están libres.

– Es cierto -afirmó Berit-. Pero al mismo tiempo eso hace que muchos tengan una oportunidad.

La pizzería estaba casi vacía. Eligieron una mesa en medio del local. Annika encargó una pizza y una cerveza para cada una.

– He leído tu artículo sobre IB en «la lata» -informó Annika-. ¡Brindemos por la primicia!

Golpearon sus vasos, bebieron un trago.

– La historia sobre IB parece no tener fin -informó Berit al colocar el vaso empañado sobre el mantel-. Mientras los socialistas mientan y se escabullan siempre habrá un artículo que escribir.

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