Liza Marklund - Dinamita

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En las bulliciosas y estresantes oficinas editoriales del periódico Kvällspressen la periodista Annika Bengtzon intenta conseguir el artículo entre los artículos. Para ello se debate en una constante lucha interior entre las exigencias que le suponen su vida familiar y su ambición profesional. Valiente, compasiva, inteligente, con un lado oscuro y autodestructivo, se obstina por informar sobre la verdad, sin importarle cómo conseguirla.
Durante los meses pre-Olímpicos una bomba estalla en uno de los estadios de la ciudad. Christina Furhage, una de las mujeres más importantes del país, vuela en pedazos. Ésta es la oportunidad de Annika para catapultarse a la fama y el reconocimiento de sus compañeros. Tendrá que averiguar quién intenta sabotear los Juegos y por qué. Tiene una pista como punto de partida: en la explosión se utilizó dinamita de la empleada en la construcción.

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– Hay un número de teléfono con su nombre en la guía -intervino Annika-. Le he dejado un mensaje en el contestador, quizá nos llame.

– Okey. Nils Langeby recoge las reacciones en el mundo; habrá un pequeño complemento al lado. Y luego tenemos la reacción de los suecos, llama y opina acaba de comenzar.

Calló y hojeó sus papeles.

– ¿Algo más? -preguntó el director.

– Tenemos las fotos de Henriksson del fuego eterno -dijo Annika-. Salieron en la primera edición, pero el país no las ha visto. Sacó bastantes carretes, quizá nosotros podríamos utilizar alguna variante para el artículo del periódico de mañana sobre la víctima. ¿Recycling?

Pelle Oscarsson asintió.

– Sí, hay cantidad de fotos. Seguro que podemos encontrar una que no sea demasiado parecida.

– Ahora empieza Aktuellt -anunció Ingvar Johansson, y subió el volumen con el mando a distancia.

Todos se volvieron concentrados hacia el aparato para ver lo que había reunido la televisión sueca. Comenzaron con imágenes de la rueda de prensa en la jefatura de policía, luego pasaron al estadio durante la mañana, todavía humeante. Después siguieron entrevistas con distintas personas: el fiscal general Lindström, Evert Danielsson, del comité organizador, un inspector, una anciana que vivía junto al estadio y se había despertado con la explosión.

– No tienen nada nuevo -constató Johansson y cambió a la CNN.

Continuaron con la reunión e Ingvar Johansson expuso el resto de asuntos para el periódico del día siguiente. Dejaron el aparato de televisión con el volumen bajo mientras la CNN pasaba su Breaking News. Un reportero de la CNN reaparecía de vez en cuando para dar paso a sus colegas, en el cordón policial de la villa olímpica. Tenían otro reportero frente a la jefatura de policía y un tercero en las oficinas centrales del Comité Olímpico Internacional, en Lausana. Los reporteros en directo eran interrumpidos de vez en cuando por reportajes grabados sobre los distintos actos violentos que habían ocurrido años atrás en otros juegos. Personajes famosos internacionales comentaban los hechos; un responsable de prensa de la Casa Blanca hizo una declaración condenando el acto terrorista en Suecia.

Annika se dio cuenta de que ya no escuchaba lo que decía Ingvar Johansson. Cuando éste llegó a las páginas de ocio se disculpó y abandonó la reunión. Se fue otra vez a la cafetería, encargó pasta con gambas, pan y cerveza sin alcohol. Mientras el microondas giraba detrás del mostrador, se sentó y miró fijamente a la oscuridad. Si forzaba la vista y enfocaba con cuidado podía ver las ventanas del edificio de enfrente. Cuando se relajó sólo vio el reflejo de su imagen en el cristal.

Después de comer reunió a su pequeña redacción, Patrik y Berit, y concertó un encuentro con ellos en su despacho.

– Yo escribiré sobre el terrorismo -dijo Annika-. ¿Sabes algo de la víctima, Berit?

– Sí, bastante -contestó la reportera y miró sus anotaciones-. Los técnicos han encontrado una serie de objetos que le pertenecían. Estaban bastante destrozados, pero han constatado que era un maletín, un filofax y un teléfono móvil.

Se quedó en silencio y vio que Annika y Patrik abrían los ojos.

– ¡Dios mío! -exclamó Annika-. ¿Entonces saben quién es la víctima?

– Seguramente -dijo Berit-, pero se lo callan como muertos. Me costó dos horas sacar esto.

– ¡Es magnífico! -comentó Annika-. ¡Fantástico! ¡Qué buena eres! ¡Bravo! Esto no lo he oído en ninguna otra parte.

Se recostó en la silla, riéndose y aplaudiendo. Patrik sonrió.

– ¿Cómo te va a ti? -preguntó Annika.

– Estoy con los hechos, puedes verlo, está en el ordenador, reconstruido alrededor de la foto del estadio, como dijiste. De la caza del asesino no tengo demasiado, lo siento. La policía ha ido de casa en casa por el puerto durante el día, pero la gente todavía no se ha mudado a las casas de la villa olímpica, así que la zona está bastante vacía.

– ¿Quién es el hombre de oscuro, y quién es el testigo?

– No he conseguido averiguarlo -dijo Patrik.

De repente Annika recordó algo que le había dicho el taxista camino del estadio por la mañana temprano.

– Hay un club ilegal por ahí -comunicó y se enderezó en la silla-. El taxista herido tenía una carrera allí cuando todo estalló. Debe ser alguno de la zona, cliente o personal. Ahí tenemos a nuestro testigo. ¿Hemos hablado con ellos?

Patrik y Berit se miraron.

– ¡Tenemos que ir al puerto y hablar con ellos! -dijo Annika.

– ¿Un club ilegal? -observó Berit escéptica-. ¿Crees que querrán hablar con nosotros?

– ¡Espero que sí! -exclamó Annika-. Nunca se sabe. Pueden hablar anónimamente o hasta off the record, contando sólo algo de lo que vieron o saben.

– No está tan mal, no… -dijo Patrik-. Podríamos sacar algo.

– ¿Ha hablado la policía con ellos?

– En realidad no lo sé, no lo he preguntado -respondió Patrik.

– Okey -añadió Annika-. Yo llamaré a la policía si tú tratas de encontrar a alguien del club ilegal. Llama al taxista herido, lo tenemos oculto en el Royal Viking, y él sabe dónde está exactamente el club. No creo que abran esta noche, el local seguramente está dentro del cordón policial. Pero de cualquier manera habla con el taxista, entérate si tiene el nombre del cliente al que llevó, quizá fue él quien le recomendó el club porque conoce a alguien allí, nunca se sabe.

– Me voy ahora mismo -dijo Patrik, cogió la chaqueta y salió.

Annika y Berit se quedaron sentadas en silencio después de que Patrik saliera.

– ¿En realidad qué piensas de todo esto? -preguntó al fin Annika.

Berit suspiró.

– Me resulta difícil creer que sea un acto terrorista. ¿Contra quién, y por qué? ¿Contra los Juegos Olímpicos? ¿Por qué comenzar ahora? ¿No es un poco tarde para eso?

Annika garabateaba en su bloc.

– Sé una cosa -dijo-. Es de absoluta importancia que la policía detenga al Dinamitero; si no, este país tendrá una resaca como no se conocía desde que dispararon a Palme.

Berit asintió, cogió sus cosas y fue a su mesa.

Annika llamó a su fuente, pero no estaba localizable. Envió a Patrik un correo electrónico con el comentario oficial de la policía sobre el club ilegal. Luego cogió la guía estatal y buscó el nombre del jefe local de Hacienda de Tyresö. Ahí constaba su nombre y el año de nacimiento. A causa de que su nombre era demasiado común no fue posible encontrarlo en la guía de teléfonos, así que tuvo que buscarlo primero en el ordenador. De esa forma consiguió su dirección particular y número de teléfono en pocos segundos.

Contestó a la cuarta señal. Al fin y al cabo era sábado. Annika conectó la grabadora.

– No puedo decir nada del empadronamiento de Christina Furhage -respondió el jefe de Hacienda y pareció como si fuese a colgar.

– Claro que no -contestó Annika tranquila-. Sólo quisiera hacerle algunas preguntas sobre este tipo de empadronamientos y las clases de amenazas.

De fondo, al mismo tiempo, se oían las risas de una gran reunión. Debía de haber llamado en medio de una cena o una fiesta con glög.

– Llámeme mañana a la oficina -dijo el jefe de Hacienda.

– Es que entonces el periódico ya estará impreso -contestó Annika suavemente-. Los lectores tienen derecho a tener un comentario sobre esto mañana mismo. ¿Qué razones les doy a los lectores de su negativa a responder?

El hombre respiraba en silencio en el auricular. Annika sentía cómo sopesaba su respuesta en silencio. Seguramente habría comprendido su alusión a la bebida. Por supuesto, ella nunca escribiría algo así en el periódico, eso no se hace. Pero si las autoridades se negaban a colaborar no dudaba en contraatacar y fanfarronear para conseguir lo que quería.

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