– María se ha ido -decía Walter, con la voz anegada por las lágrimas. Con la mano sana apretaba con fuerza una pequeña figura de la Virgen María-. El doctor Han me ha inyectado la medicina otra vez en las venas y María ha vuelto a marcharse. Necesito hablar con mi madre, sin ella estoy perdido. Por favor, lléveme a la capilla.
El recuerdo de Fletcher se vio interrumpido bruscamente por la vibración de su teléfono móvil. Respondió la llamada pero no apartó los ojos de los prismáticos. Los perfiles térmicos de cuatro hombres atravesaban corriendo el bosque en dirección al remolque de Reed, que desprendía unas elevadas emisiones de calor.
– ¿Sí, señor Hale?
– Ya he visto el DVD. -Hale tenía la voz espesa por el bourbon-. ¿Es ése el hombre que mató a mi hija?
– Eso creo. Se llama Walter Smith.
– ¿Lo conoce?
– Conocí a Walter cuando era paciente del hospital psiquiátrico Sinclair, en Danvers. Es un esquizofrénico paranoide… la variante más grave, a decir verdad. Su delirio en concreto es muy difícil de tratar aun con la medicación adecuada, la cual, estoy seguro, Walter no está tomando. La medicación le impide oír la voz de María.
– ¿Quién es María?
– La Madre Virgen de Dios -contestó Fletcher-. Walter cree que la Santa Madre le habla directamente. La verdadera madre de Walter lo roció con gasolina mientras él dormía. Sufrió quemaduras en el noventa por ciento del cuerpo, incluida la cara. Su madre murió en el incendio y Walter fue trasladado al Centro de Quemados Shriners, en Boston, para tratarle las heridas.
»Sobrevivió a dos quemaduras graves. La vez anterior, un año antes, la mano izquierda le quedó gravemente desfigurada cuando la madre le metió la mano en una olla de agua hirviendo después de pillarlo masturbándose. No llevó a su hijo al hospital, sino que lo trató en casa. Tampoco asistía a la escuela; ella misma se encargaba de educarlo en casa.
»Cuando quedó claro que Walter era esquizofrénico, lo ingresaron en el Sinclair, donde permaneció muchos años. Cuando la institución se vio forzada a cerrar sus puertas, supongo que o bien redestinaron a Walter a alguna casa de acogida para enfermos mentales de bajo riesgo o lo devolvieron a la calle.
– ¿Cómo sabe todo eso?
– Conocí a Walter por su amistad con un sociópata llamado Samuel Dingle, un hombre al que la policía de Saugus atribuía las muertes de dos mujeres que fueron estranguladas y arrojadas a la cuneta de la Ruta Uno. La policía de Saugus me pidió que interrogase a Dingle porque habían perdido una prueba clave de la investigación, un cinturón empleado para estrangular a una de las mujeres. Mantuve varias sesiones de interrogatorio con Sammy. En aquel momento, no estaba preparado para confesar sus pecados. Tuve que esperar hasta varios años más tarde, cuando tuvimos la oportunidad de hablar en un entorno más… privado.
– ¿Cómo puede estar seguro de que el hombre de la grabación es Walter Smith? Podría ser otra persona.
– Walter ha estado en el Sinclair recientemente.
– ¿Por qué? El hospital está abandonado, yo mismo intenté comprar la propiedad hace años, pero estaba inmerso en una batalla legal. ¿Por qué iba él a ir allí?
– A visitar a María, su verdadera madre -contestó Malcolm Fletcher.
– ¿Walter va ahí a hablar con la Virgen María?
– Sí.
– ¿Ha estado usted en el hospital?
– Sí. De hecho, ahora mismo estoy aquí, esperando a que llegue la policía.
– ¿Cómo han descubierto lo del Sinclair?
– Los he llamado yo.
– ¿Que los ha llamado usted?
– Ya están aquí.
– ¿Saben lo de Walter Smith?
– No. Señor Hale, quiero que me escuche muy atentamente.
A lo largo de los diez minutos siguientes, Fletcher le explicó a Hale lo que iba a suceder. Cuando terminó, Hale se quedó en silencio.
– Es imposible que la policía lo relacione con esto, pero no puedo impedir que centren su atención en usted.
– ¿Lo sabe Karim? -preguntó Hale.
– Hemos discutido el tema pormenorizadamente.
– ¿Y da su aprobación?
– Desde luego. Sin embargo, como no tenemos más remedio que implicarlo a usted, el doctor Karim y yo hemos convenido en que la decisión es suya: si cambia de idea, ya sabe cómo localizarme, pero no tarde demasiado. Ya se han hecho todos los preparativos.
– ¿Cuánto tiempo tengo?
– Una hora -dijo Fletcher-. Le sugiero que salga para Nueva York esta misma noche. El doctor Karim ha realizado una búsqueda en una base de datos de pacientes de ámbito nacional llamada Medical Information Bureau. Walter se visita con un médico del Centro de Quemados Shriners, pero en el MIB figura una dirección antigua.
– ¿Podrá encontrarlo?
– Karim no puede acceder a la base de datos del Shriners. Tengo planeado hacerlo yo más tarde, hoy mismo. Supongo que encontraré a Walter en los próximos días. Mientras tanto, tal vez quiera reconsiderar lo que me pidió durante nuestra conversación inicial.
– No he cambiado de parecer.
– Cuando cuelgue, quiero que llame al detective Bryson y le diga lo del DVD que ha recibido en su buzón. Dígale lo que ha visto y asegúrese de entregarle el sobre.
– Su nombre figura en él.
– Junto con mis huellas dactilares -dijo Fletcher.
– No lo entiendo.
– La policía ya sabe que estoy aquí. Quiero que piensen que trabajo por mi cuenta.
– ¿Y no lo averiguará el FBI?
– Para cuando lleguen sus fuerzas operativas, yo ya me habré ido.
Un Mustang negro se abrió paso por la carretera serpenteante.
– Volveré a ponerme en contacto con usted en breve -se despidió Fletcher-. Si cambia de idea, ya sabe cómo localizarme.
Darby McCormick salió del coche y mostró su tarjeta de identificación a los dos guardias de seguridad que había junto a una camioneta. Al parecer, los había llamado de antemano para advertirles de su llegada.
Todo parecía indicar que la joven era brillante y valiente; ahora bien, ¿seguiría investigando hasta averiguar la verdad? Había llegado el momento de descubrirlo.
Darby se paseó por delante de la habitación donde había encontrado la fotografía y la figura. Los dos detectives de paisano de Boston que la acompañaban estaban por allí en alguna parte, vigilando.
Pulsó el botón que iluminaba la esfera de su reloj. Eran casi las nueve, y Malcolm Fletcher todavía no había llamado.
El vetusto edificio crujía a su alrededor. Al fondo del pasillo, el viento soplaba a través de una ventana, emitiendo un sonido similar a un grito agudo.
Darby percibía la presencia del hospital como si fuese un ente con vida, capaz de respirar, como el hotel Overlook de El resplandor. No creía en fantasmas, pero sabía que había lugares en este mundo que estaban malditos, donde los hombres habían cometido actos de una crueldad y violencia extremas contra sus semejantes, donde los gritos de las almas en pena resonaban para el resto de la eternidad. Mientras esperaba, se preguntó sobre los posibles secretos que la aguardaban entre aquellas paredes.
Sonó su teléfono. Contestó y sólo oyó el silencio al otro lado de la línea. Luego se dio cuenta de que su teléfono no podía sonar, estaba configurado en el modo de vibración.
El timbre procedía del interior de la habitación para los pacientes.
Darby ya había acoplado la linterna a su SIG. La encendió y encontró un teléfono móvil en el suelo, detrás de la puerta de acero.
– Sal de la habitación y gira a la izquierda -le indicó Malcolm Fletcher-. Al final del pasillo, verás una escalera.
Darby encontró la escalera, que sólo iba en una dirección: hacia abajo.
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