Jo Nesbø - La estrella del diablo

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En un verano excepcionalmente caluroso en Oslo, el cuerpo de una joven aparece en el suelo de su apartamento, en medio de un charco de sangre. Tiene amputado un dedo de la mano izquierda, y bajo un párpado le han colocado un pequeño diamante rojo con la forma de una estrella de cinco puntas: el símbolo de las tinieblas, el emblema del diablo. Cinco días después del tétrico hallazgo, un hombre denuncia la desaparición de su esposa. Otro dedo cercenado aparece en escena: lleva un anillo con un diamante rojo engarzado, tallado como una estrella de cinco puntas. Tendrán que pasar cinco días más para que aparezca el tercer cadáver… y se repita el ritual. Son demasiadas coincidencias, y todo apunta a que un asesino en serie está actuando en la ciudad.
Harry Hole no tiene vacaciones, por lo que el jefe Moller le asigna el caso y le impone como compañero a Tom Waaler, un tipo corrupto, implicado en el tráfico de armas y de alguna manera responsable de la muerte de Hellen Gjelten, compañera y amiga de Hole, en el transcurso de una investigación. Harry está decidido a demostrar que sus sospechas sobre Waaler están fundadas, e incluso empieza a preguntarse si no estará relacionado con los crímenes. Los demonios reales y los imaginarios se mezclan en la mente del policía, que se tiene que enfrentar a un criminal sanguinario y a un enemigo implacable dentro del departamento. Sólo tiene una cosa clara: la estrella de cinco puntas es la clave para resolver el misterio.

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– Entre los pisos no, así que en invierno no se oye mucho. Pero en verano con las ventanas abiertas… Ya sabes, el sonido…

– … se trasmite bien a través de esos patios.

– Exacto. Anders solía levantarse y cerrar de golpe la ventana del dormitorio. Y si a mí se me ocurría decir que Camilla Loen se lo estaba pasando bien, podía llegar a enfadarse tanto que terminaba acostándose en el salón.

– ¿Así que intentaste localizarme para contármelo?

– Sí. Eso y una cosa más. Recibí una llamada. Primero pensé que era Anders, pero normalmente sé por el ruido de fondo que se trata de él. Suele llamar de alguna calle de alguna ciudad de Europa. Lo raro es que el sonido siempre es el mismo, como si cada vez llamase desde el mismo lugar. Bueno, como sea. Esto sonaba diferente. En condiciones normales, habría colgado sin pensar más en ello, pero con lo que le ocurrió a Camilla, y estando Anders de viaje…

– ¿Sí?

– Bueno, no fue nada dramático. -Sonrió como cansada. A Harry le pareció bonita su sonrisa-. Sólo era alguien que respiraba en el auricular. Pero me asusté. Y quería comentarlo contigo. Waaler dijo que lo investigaría, pero por lo visto no pudieron localizar el número desde el que se había realizado la llamada. A veces esos asesinos atacan de nuevo en el mismo lugar, ¿no?

– Creo que eso es más bien en las novelas policiacas -aseguró Harry-. Yo no pensaría demasiado en eso.

Giró el vaso. La medicina empezaba a hacer efecto.

– ¿Tú y tu compañero no conoceréis por casualidad a Lisbeth Barli?

Vibeke enarcó las cejas maquilladas claramente sorprendida.

– ¿La tía que ha desparecido? ¿Por qué demonios íbamos a conocerla?

– Sí, claro, por qué demonios ibais a conocerla -murmuró Harry preguntándose qué era lo que lo había impulsado a preguntar.

Eran cerca de las nueve cuando se encontraban en la acera delante del Underwater.

Harry tuvo que hacer un esfuerzo para guardar el equilibrio.

– Yo vivo en esta calle -le dijo- ¿Qué tal si…?

– No digas nada de lo que te puedas arrepentir, Harry.

– ¿Arrepentirme?

– Llevas la última media hora hablando exclusivamente de esa tal Rakel. No lo habrás olvidado, ¿verdad?

– Ella no me quiere, ya te lo he dicho.

– No, y tú tampoco me quieres a mí. Tú quieres a Rakel. O a una sustituía de Rakel.

Vibeke puso la mano sobre su brazo.

– Y quizá me habría gustado serlo por un rato, si las cosas fueran de otra manera. Pero no lo son. Y Anders no tardará en llegar a casa.

Harry se encogió de hombros y dio un paso de apoyo.

– Al menos, deja que te acompañe hasta la puerta -farfulló.

– Son doscientos metros, Harry.

– Podré hacerlo.

Vibeke se rió de buena gana y se cogió de su brazo.

Caminaron despacio por la calle Ullevålsveien mientras los coches y los taxis ociosos los adelantaban sin prisa, el aire de la noche les acariciaba la piel como sólo ocurre en Oslo en el mes de julio. Harry escuchaba el flujo incesante y monótono de su voz y pensó en lo que estaría haciendo Rakel en aquel momento.

Se detuvieron delante de la puerta negra de forja.

– Buenas noches, Harry.

– Sí. ¿Cogerás el ascensor?

– ¿Por qué lo preguntas?

– Por nada -Harry se metió las manos en el bolsillo del pantalón y estuvo a punto de perder el equilibrio-. Ten cuidado. Buenas noches.

Vibeke sonrió, se fue hacia él y Harry aspiró su olor cuando ella lo besó en la mejilla.

– En otra vida, ¿quién sabe? -le susurró.

La puerta se cerró con un suave chasquido. Harry se quedó inmóvil un instante para orientarse, cuando, de pronto, algo que había en el escaparate que tenía delante llamó su atención. No era el repertorio de lápidas, sino lo que se reflejaba en el cristal. Un coche rojo junto a la acera de enfrente. Si a Harry le hubieran interesado los coches un mínimo, se habría dado cuenta de que aquel exclusivo juguete era un Tommy Kaira ZZ-R.

– Joder -masculló Harry poniendo un pie en la calzada. Un taxi le pasó a un centímetro y su conductor tocó el claxon indignado.

Cruzó hasta el coche deportivo y se detuvo en el lado del conductor. La ventanilla blindada bajó silenciosamente.

– ¿Qué coño haces aquí? -farfulló Harry-. ¿Me estás espiando?

– Buenas noches, Harry -dijo Tom Waaler con un bostezo-. Estoy vigilando el apartamento de Camilla Loen. Observando quién viene y quién va. No es sólo un cliché, ¿sabes?, el autor del crimen siempre vuelve al lugar de los hechos…

– Sí que lo es -dijo Harry.

– Pero, como seguramente habrás deducido, es lo único que tenemos. El asesino no nos ha dejado muchas pistas.

– El homicida -precisó Harry.

– O la homicida.

Harry se encogió de hombros y dio otro paso de apoyo. La puerta del acompañante se abrió de golpe.

– Entra, Harry. Quiero hablar contigo.

Harry miró la puerta abierta. Vaciló. Dio otro paso de apoyo. Rodeó el coche y entró.

– ¿Has pensado en lo que te dije? -preguntó Waaler bajando la radio.

– Sí, lo he pensado -dijo Harry retorciéndose en el estrecho asiento en forma de cubo.

– ¿Y has encontrado la respuesta correcta?

– Parece que te gustan los deportivos japoneses rojos -Harry levantó la mano y golpeó el salpicadero con fuerza-. Sólido. Dime… -Harry se concentraba en articular bien-. ¿Fue así cómo conversaste con Sverre Olsen en Grünerløkka la noche en que mataron a Ellen? ¿Dentro del coche?

Waaler se quedó mirándolo un buen rato, antes de abrir la boca para responder.

– Harry, no sé de qué me estás hablando.

– ¿No? Tú sabías que Ellen había descubierto que tú eras el cerebro de la banda que trafica con armas, ¿verdad? Tú te encargaste de que Sverre Olsen la matara antes de que ella pudiera contárselo a alguien. Y cuando te enteraste de que yo seguía el rastro a Sverre Olsen, te las ingeniaste para que pareciera que él había sacado la pistola cuando ibas a detenerlo. Igual que con ese tío del almacén del puerto. Parece que es tu especialidad, deshacerte de detenidos molestos.

– Estás borracho, Harry.

– He tardado dos años en descubrir algo que te implique, Waaler. ¿Lo sabías?

Waaler no contestó.

Harry rompió a reír y dio otro golpe. El salpicadero emitió un crujido ominoso.

– ¡Claro que lo sabías! El Príncipe Heredero lo sabe todo. ¿Cómo lo haces? Cuéntamelo.

Waaler miró por la ventanilla. Un hombre salió del Kebabgården, se paró y miró a ambos lados antes de empezar a bajar hacia la iglesia Trefoldighetskirken. Ninguno de los dos dijo nada hasta que el hombre se metió en la calle, entre el cementerio y el hospital Vor Frue.

– Vale -dijo Waaler en voz baja-. Puedo confesarme, si eso es lo que quieres. Pero recuerda, cuando se recibe una confesión es fácil encontrarse con dilemas desagradables.

– Benditos dilemas.

– Le di a Sverre Olsen su merecido.

Harry volvió la cabeza lentamente hacia Waaler, que estaba apoyado en el reposacabezas, con los ojos entornados.

– Pero no porque tuviese miedo de que contase que éramos cómplices ni nada por el estilo. Esa parte de tu teoría es errónea.

– ¿Ah, sí?

Waaler suspiró.

– ¿Has pensado alguna vez en por qué la gente como nosotros se dedica a esto?

– No hago otra cosa -aseguró Harry.

– ¿Cuál es tu primer recuerdo nítido, Harry?

– ¿El primer recuerdo de qué?

– Lo primero que yo recuerdo es que es de noche, estoy en la cama y mi padre se inclina sobre mí.

Waaler pasó la mano por el volante antes de continuar.

– Yo tendría unos cuatro o cinco años. Él olía a tabaco y a protección. Ya sabes. Como tienen que oler los padres. Tal y como solía, había llegado a casa cuando yo ya estaba en la cama. Y sé que se habrá ido a trabajar mucho antes de que yo me despierte por la mañana. Sé que, si abro los ojos, sonreirá, me pasará la mano por la cabeza y se marchará. Así que finjo estar dormido para que se quede un ratito más. Sólo a veces, cuando tengo la pesadilla de la mujer con la cabeza de cerdo que deambula por las calles en busca de sangre infantil, me descubro y le pido que se quede un poco más cuando noto que se levanta para irse. Y él se queda y yo me quedo mirándolo. ¿A ti te pasaba igual con tu padre, Harry? ¿Experimentabas lo mismo con él?

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