– Pelos de nudillo… Esos pelos que crecen encima del dedo… no se llaman…
Ivarsson carraspeó.
– Cierto que era un pelo. Aunque era un pelo de la mano, pero no creo que debamos dedicarle mucho tiempo. ¿No es verdad, Beate? -Sin esperar la respuesta, dio un golpecito con el índice en la esfera de su gran reloj-. Yo tengo que irme a toda prisa. Pasadlo bien con el vídeo.
Tan pronto como la puerta se cerró tras Ivarsson, Beate cogió la casete que Harry tenía en la mano y la insertó enseguida en el reproductor de VHS, que la absorbió con un zumbido.
– Dos pelos -explicó la joven-. En el guante izquierdo. Pelos del nudillo. Y el vertedero era el de Karihaugen, no el de Alnabru. Pero lo de los cuatro años es correcto.
Harry la miró asombrado.
– Pero, ¿eso no pasó bastante antes de que tú llegases aquí?
Ella se encogió de hombros y pulsó el botón de reproducir del mando a distancia.
– No hay más que leer los informes.
– Ya -dijo Harry observándola de soslayo con mucho interés. Se acomodó bien en la silla.
– Vamos a ver si éste ha dejado algún pelo de nudillo.
El reproductor emitió un leve chirrido y Beate apagó la luz. Un segundo después, mientras aún brillaba la imagen azul de pausa en la pantalla, en la cabeza de Harry daba comienzo otra película. Una película breve, de tan sólo un par de segundos, una escena bañada en la luz azul de Waterfront, un club de Aker Brygge cerrado hacía ya mucho. Entonces no sabía cómo se llamaba la mujer de ojos castaños y risueños que intentaba decirle algo y hacerse oír a pesar de la música. Ponían música punk. Green On Red. Jason and The Scorchers. Le puso Jim Bean a la Coca-Cola y le importó un bledo cómo se llamaba. Pero la noche siguiente lo supo: en la cama soltaron todas las riendas del caballo sin cabeza del cabecero, y empezaron su viaje inaugural. Harry sintió en el estómago el calor de la noche anterior cuando oyó su voz al teléfono.
Entonces, prosiguió la otra película.
El hombre mayor había empezado su marcha para cruzar el local en dirección al mostrador mientras la cámara iba cambiando el ángulo de la toma cada cinco segundos.
– Thorkildsen, el de TV2 -explicó Beate Lønn.
– No, August Schultz -dijo Harry.
– Me refiero al montaje -dijo ella-. Parece un trabajo de Thorkildsen, el de TV2. Faltan unas décimas de segundo aquí y allá…
– ¿Que faltan? ¿Cómo ves…?
– Por varias razones. Fíjate en el fondo. El Mazda rojo que se ve en la calle estaba en el centro de la imagen en dos cámaras cuando cambió. Un objeto no puede estar en dos sitios a la vez.
– ¿Quieres decir que alguien ha manipulado la grabación?
– No, hombre. Todo el material de las seis cámaras del interior del local y de la exterior se ha grabado en una sola cinta. En la cinta original, la imagen cambia muy rápidamente de una cámara a otra, de forma que sólo se ve una película. Por eso hay que montar la película de forma que obtengamos secuencias continuas más largas. A veces recurrimos a gente de las cadenas de televisión, si nosotros no somos capaces de hacerlo. Ya sabes, la gente de la tele, como Thorkildsen, hace alguna trampa con la sincronización para que resulte más bonito, no tan intermitente. Una neurosis laboral, supongo.
– Neurosis de trabajo -repitió Harry, extrañado de que una chica tan joven utilizara una expresión tan anticuada como aquélla.
¿O no sería tan joven como él creyó en un principio? Algo pasó en cuanto se apagó la luz, el lenguaje corporal de su silueta se relajó, la voz se volvió más firme.
El atracador entró en el banco y gritó en inglés. Su voz resonó lejana y sorda, como a través de un edredón.
– ¿Qué opinas de esto? -preguntó Harry.
– Es noruego. Habla inglés para que no reconozcamos su dialecto, su acento o palabras típicas que podamos relacionar con algún atraco anterior. Lleva ropa lisa que no deja fibras que luego podamos encontrar en el coche de la fuga, en un apartamento de tapadera o en su propia casa.
– Ya, ¿alguna otra cosa?
– Todas las aberturas de la ropa estaban tapadas con cinta adhesiva para no dejar rastros de ADN. Como pelos o sudor. Puedes ver que las perneras están sujetas con cinta alrededor de las botas, y las mangas, a los guantes. Apuesto a que llevaba cinta adhesiva alrededor de toda la cabeza y cera en las cejas.
– Es decir, ¿se trata de un profesional?
Ella alzó los hombros.
– El ochenta por ciento de los atracos a bancos se preparan con menos de una semana de antelación y los llevan a cabo personas que actúan bajo los efectos del alcohol o de las drogas. Este atraco estaba planificado y el atracador parece estar sobrio.
– ¿Y eso cómo lo ves?
– Si contásemos con mejor iluminación y mejores cámaras, podríamos ampliar las imágenes y ver las pupilas, pero aquí no tenemos nada de eso, así que estudio su lenguaje corporal. Movimientos pausados y pensados, ¿lo ves? Si ha consumido algo, lo más probable es que no sea ni speed ni nada que lleve anfetamina. Rohypnol, quizás. Es la droga favorita.
– ¿Por qué?
– Un atraco a un banco es una experiencia extrema. No necesitas speed, sino todo lo contrario. El año pasado hubo un tipo que entró en el banco DnB, el de la plaza de Solli, con un arma automática, pegando tiros al techo y a las paredes y al final salió corriendo sin el dinero. Le dijo al juez que había tomado tantas anfetaminas que tenía que soltarlas de algún modo. A mí me gustan más los atracadores que toman Rohypnol, no sé si me entiendes.
Harry señaló la pantalla con la cabeza.
– Mira los hombros de Stine Grette en el mostrador uno, ahí pulsa la alarma. Y, de pronto, el sonido, de la reproducción se vuelve mucho mejor. ¿Por qué?
– La alarma está conectada a una máquina de vídeo, y cuando se dispara, la película empieza a pasar mucho más deprisa. Eso mejora bastante las imágenes y el sonido. Tanto, que podemos efectuar un análisis de la voz del atracador. Y entonces no le sirve de nada haber hablado en inglés.
– ¿De verdad que es tan eficaz como dicen?
– El sonido de nuestras cuerdas vocales es como las huellas dactilares. Si al analista de voces de la Universidad Politécnica de Trondheim le damos diez palabras en una cinta, él puede cotejar dos voces con un acierto del noventa y cinco por ciento de fiabilidad.
– Ya. Pero no podría hacerlo con la calidad de sonido que se obtiene antes de que salte la alarma.
– No, entonces no es tan fiable.
– Así que por eso grita primero en inglés y luego, cuando calcula que se ha disparado la alarma, utiliza a Stine Grette para que hable por él.
– Eso es.
Estudiaron en silencio al atracador vestido de negro mientras lo veían saltar por encima del mostrador y ponerle a Stine Grette el cañón del arma en la cabeza antes de susurrarle sus órdenes al oído.
– ¿Qué te parece la reacción de ella? -preguntó Harry.
– ¿Qué quieres decir?
– La expresión de su cara. Parece bastante tranquila, ¿no crees?
– A mí no me llama la atención. Por lo general, se puede sacar poca información de una expresión. Apuesto a que rondaba las 180 pulsaciones.
Apareció después Helge Klementsen, trajinando en el suelo delante del cajero.
– Espero que a ése le ofrezcan una buena terapia -observó Beate meneando la cabeza-. Conozco casos de personas que han quedado como auténticas inválidas psíquicas después de pasar por ese tipo de atracos.
Harry no hizo ningún comentario, pero pensó que sería una afirmación que habría oído de cualquier colega de más edad.
El atracador se dio la vuelta y les enseñó seis dedos.
– Interesante -murmuró Beate al tiempo que anotaba algo en el bloc que tenía delante, sin bajar la vista.
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