Jo Nesbø - Nemesis

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Una cámara de seguridad muestra a un atracador en un banco de Oslo apuntando a un empleado. Le ha dado veinticinco segundos al director para que vacíe el cajero. Dispara. Ha tardado treinta y uno. A Harry Hole, el impredecible detective que ha dado fama mundial a Jo Nesbø, la imagen granulada del homicidio no se le va de la cabeza. Junto a la inexperta Beate Lønn deberá encontrar al asesino. Siguen la pista hasta un famoso atracador. Sólo que está en la cárcel. Además, Harry Hole tiene un gran defecto: nadie como él sabe crearse problemas y casi siempre huelen a alcohol. Cuando parecía que su vida privada había alcanzado la paz con Rakel y sus problemas en la comisaria estaban resueltos, amanece con una resaca que despierta sus peores pesadillas. Sólo recuerda la insensatez que cometió la noche anterior: atender la llamada y la invitación de Anna, una antigua novia, nada más. Lo peor es que Anna ha aparecido muerta esa misma mañana. Y él es el sospechoso, a menos que pueda aclarar y demostrar lo que ha hecho durante las últimas doce horas.

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Harry consiguió ponerse de rodillas. No fue capaz de levantarse más. Intentó mantener el conocimiento mientras esperaba el golpe decisivo. Transcurrió un segundo. Dos segundos. Notaba en la nariz el cortante olor a vómito. Volvió a enfocar la visión y a distinguir las farolas, que parecían suspendidas sobre él. La calle seguía desierta. Totalmente desierta, salvo por el hombre que, tumbado a su lado, hacía gárgaras vestido con un plumífero azul y algo que parecía una camisa de pijama que asomaba por el cuello. La luz de la farola le arrancó un destello a un objeto de metal. No era una pistola, sino un encendedor. Fue entonces cuando Harry vio que aquel hombre no era Arne Albu, sino Trond Grette.

Harry dejó una taza de té muy caliente sobre la mesa de la cocina, delante de Trond, que aún respiraba entrecortadamente y con dificultad, con los ojos tan saltones y empañados por el pánico que se le salían de las órbitas. Él mismo se sentía aturdido y mareado, y el dolor le bombeaba la nuca como si de una quemadura se tratase.

– Bebe -le animó Harry-. Le he puesto muchísimo limón, que tiene un efecto anestésico sobre la musculatura y la relaja. Respirarás mejor.

Trond obedeció. Y, para gran sorpresa de Harry, su remedio pareció funcionar. Después de varios sorbos y un par de ataques de tos, las pálidas mejillas de Trond empezaron a recuperar el color.

– Stsss común… -masculló entre dientes.

– ¿Cómo dices?

– Tienes una pinta horrible.

Harry sonrió y palpó la toalla que se había puesto alrededor del cuello. Estaba totalmente empapada de sangre.

– ¿Por eso vomitaste?

– No soporto la sangre -dijo Trond-. Me vuelvo… -se interrumpió y alzó la mirada al cielo.

– Bueno. Podía haber sido peor. Tú me salvaste.

Trond negó con la cabeza.

– Estaba bastante lejos cuando os vi y lo único que hice fue gritar. No estoy seguro de que fuese ésa la razón de que le ordenara al perro que te soltase. Siento no haberme fijado en la matrícula pero, por lo menos, vi que era un Jeep Cherokee.

– Sé quién es -respondió Harry.

– ¿Y eso?

– Un tipo al que estoy investigando. Pero ¿por qué no me cuentas lo que hacías tú por este barrio, Grette?

Trond jugueteaba con la taza de té.

– Decididamente, deberías ir a urgencias con esa herida.

– Lo pensaré. ¿Has reflexionado un poco desde que hablamos la última vez?

Trond asintió despacio.

– ¿Y a qué conclusión has llegado?

– Que ya no puedo ayudarle más.

A Harry le costó determinar si susurró la respuesta sólo por el dolor en la garganta.

– Entonces, ¿dónde está tu hermano?

– Quiero que le contéis que fui yo quien os lo dijo. Él lo entenderá.

– De acuerdo.

– Porto Seguro.

– Bien.

– Es una ciudad de Brasil.

Harry arrugó la nariz.

– Bien. ¿Cómo lo encontramos?

– Sólo me contó que allí tiene una casa. No ha querido darme la dirección, sólo un número de móvil.

– ¿Por qué no? No está en busca y captura.

– No estoy seguro de que esto último sea cierto -observó Trond dando otro sorbo-. De todas formas, él dijo que lo mejor para mí era que no conociera su dirección.

– Ya. ¿Es una ciudad grande?

– Según Lev, ronda el millón de habitantes.

– De acuerdo. ¿No tienes nada más? ¿Alguien que también lo conozca y pueda saber cuál es su dirección?

Trond titubeó antes de negar con un gesto.

– Venga -dijo Harry.

– La última vez que nos vimos en Oslo, Lev y yo tomamos café. Dijo que sabía aún peor que de costumbre, que se había habituado a beber cafezinho en un ahwa local.

– ¿Ahwa? ¿Pero eso no es un local de café árabe?

– Correcto. Por lo visto, el cafezinho es una variante brasileña algo fuerte. Lev dijo que va allí casi todos los días. Toma café, fuma narguile y juega al dominó con el propietario turco que ya es algo así como un amigo. Me acuerdo de su nombre: Muhammed Ali. Como el boxeador.

– Y como cincuenta millones de árabes más. ¿Te dijo tu hermano cómo se llamaba ese café?

– Seguro, pero no me acuerdo. ¿No puede haber tantos ahwas en una ciudad brasileña, ¿no crees?

– A lo mejor no.

Harry reflexionó un instante. Al menos, era algo concreto a partir de lo cual ponerse a trabajar. Quiso llevarse una mano a la frente, pero le dolía la nuca si intentaba extender el brazo.

– Una última pregunta, Grette. ¿Qué te hizo decidirte a contarme esto?

Trond hacía girar la taza entre sus manos.

– Sabía que él estaba en Oslo.

Harry sintió la toalla como una pesada soga alrededor del cuello.

– ¿Cómo?

Trond se rascó el mentón un buen rato antes de contestar.

– Llevábamos dos años sin hablar y de pronto, un día, me llamó diciendo que estaba en la ciudad. Nos vimos en un café y hablamos un buen rato.

– ¿Cuándo fue eso?

– Tres días antes del atraco.

– ¿De qué hablasteis?

– De todo. Y de nada. Cuando te conoces desde hace tanto tiempo como nosotros, lo significativo ha crecido hasta tal punto que prefieres hablar de lo insignificante. De… las rosas para la tumba de papá y de esas cosas.

– ¿A qué clase de cosas significativas te refieres?

– Cosas que no se debían de haber hecho. Ni dicho.

– ¿Así que hablasteis de rosas?

– Yo me encargué de cuidar las rosas de mi padre cuando Stine y yo fuimos a vivir a la casa adosada donde él había vivido. Allí es donde crecimos Lev y yo. Y allí era donde yo quería que crecieran nuestros hijos. -Se mordió el labio inferior. Tenía la mirada fija en el hule marrón y blanco que, por cierto, era lo único que Harry había heredado de su madre.

– ¿No dijo nada del atraco?

Trond negó con la cabeza.

– ¿Eres consciente de que el atraco ya estaría planeado? ¿Que iba a asaltar el banco donde trabajaba tu mujer?

Trond exhaló un hondo suspiro.

– Si hubiera sido como siempre, a lo mejor lo habría sabido y habría podido evitarlo. Lev disfrutaba mucho hablando de sus atracos. Consiguió copias de los vídeos que guardaba en el desván de Diesengrenda, y de vez en cuando insistía en que los viéramos juntos. Para que viera lo bueno que era mi hermano mayor, supongo. Cuando me casé con Stine y empecé a trabajar, le dejé muy claro que no quería saber nada más de sus asuntos, porque podían comprometerme.

– Ya. ¿Así que él no sabía que Stine trabajaba en el banco?

– Le conté que trabajaba en Nordea, pero creo que no le dije en qué sucursal.

– ¿Pero ellos dos se conocían?

– Se habían visto algunas veces. En reuniones familiares. Lev nunca fue muy partidario de esas cosas.

– ¿Y qué tal se llevaban?

– Bien. Lev era un tipo encantador cuando quería -dijo con media sonrisa-. Como os dije a ti y a tu colega, nos repartimos un único paquete de genes. Me alegraba que quisiera mostrarle a ella su lado bueno. Y, como le había comentado el modo en que llegaba a comportarse con quienes no le gustaban, ella se sintió halagada. La primera vez que estuvo en nuestra casa se la llevó por los alrededores para enseñarle todos los lugares donde jugábamos de niños.

– El paso elevado de peatones no, ¿verdad?

– No, ése no. -Trond levantó las manos y se las miró pensativo-. Pero no creas que lo hizo por él. Lev contaba con mucho gusto todo lo malo que había hecho. Lo hizo porque sabía que yo no quería que ella conociera la verdadera naturaleza de mi hermano.

– Ya. ¿Estás seguro de que no le atribuyes a tu hermano un corazón más noble del que tiene?

Trond negó con la cabeza.

– Lev tiene un lado claro y otro oscuro. Igual que el resto del mundo. Moriría por aquellos a quienes ama.

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