– Perdona, Harry. Pensarás que soy una llorona empedernida. Ya sé que estás ahí -susurró ella-. Sé que puedo confiar en ti.
Harry tomó aire. El dolor de cabeza llegó lento pero implacable, como una cinta de hierro ciñéndose despacio alrededor de su frente. Cuando colgaron, notaba cada pulsación en la sien.
Apagó el televisor y puso un disco de Radiohead, pero no soportó la voz de Thom Yorke. Fue al baño y se lavó la cara. Luego fue a la cocina y echó una mirada frívola al interior de la nevera. Ya no podía retrasarlo más. Entró en el dormitorio. La pantalla del ordenador cobró vida y lanzó su luz fría y azul a la habitación. Estableció contacto con el resto del mundo. Informó de que había recibido un mensaje de correo electrónico. Ahora era perfectamente consciente.
La sed. Tiraba de las cadenas como una jauría de perros queriendo soltarse. Pulsó sobre el icono del correo.
Debí mirar en sus zapatos. La foto estaría encima de la mesilla de noche y ella la cogió mientras yo cargaba el arma. Está claro que esto añade emoción al juego. Un poco más.
S#MN
PD: Anna pasó miedo. Sólo quiero que lo sepas.
Harry se metió la mano en el bolsillo y sacó el llavero. Tenía una placa de latón con las iniciales A.A.
El aterrizaje
¿Qué piensa una persona que se enfrenta al cañón de un arma? A veces creo que no piensa. Como esa señora de hoy. «No me dispares», dijo. ¿De verdad creía que podía cambiar las cosas con semejante petición? En su tarjeta de identificación ponía DnB y Catherine Schøyen, y cuando le pregunté por qué había tantas ees y haches en su nombre, me miró con cara de vaca boba y repitió las mismas palabras.
– No me dispares.
Estaba apunto de perder el control, mugí y le disparé entre los cuernos.
Veo el tráfico detenido ante mí. Noto el asiento contra la espalda, pegajosa, sudorosa. La radio está sintonizada en la emisora NRK Todo Noticias. Aún no han dicho nada. Miro el reloj. Si todo fuese normal, estaría a salvo en la cabaña dentro de media hora. El coche que me precede tiene un condensador y yo apago el ventilador. Ha empezado el atasco de la tarde, pero el tráfico es más lento que de costumbre, si es que puede ser. ¿Habrá habido un accidente más adelante? ¿O la policía habrá montado los controles? Imposible. La bolsa con el dinero está bajo una chaqueta, en el asiento trasero, junto al rifle AG3. El motor que tengo delante acelera con determinación antes de que el conductor consiga soltar el embrague y hacer avanzar el coche dos metros. Volvemos a estar parados. Sopeso si aburrirme, preocuparme o, simplemente, sentirme decepcionado. Y entonces los veo. Dos personas se acercan a pie por la línea que separa ambos carriles. Una es una mujer de uniforme, la otra un hombre alto con gabardina gris. Escrutan atentos los coches de la derecha y de la izquierda. Una de las dos personas se detiene e intercambia unas palabras amables con un conductor que, al parecer, no lleva puesto el cinturón de seguridad. Será un control rutinario. Se acercan. En el informativo de NRK Todo Noticias, una voz nasal anuncia en inglés que la temperatura ambiente supera los cuarenta grados y recomienda tomar precauciones para evitar la insolación. Automáticamente empiezo a sudar, aunque sé que fuera hace frío. Están justo delante de mi coche. Es el comisario Harry Hole. La mujer se parece a Stine. Me mira al pasar. Respiro aliviado. Estoy a punto de romper a reír cuando alguien golpea la ventanilla. Me giro despacio. Muy despacio. Ella me sonríe y reparo en que la ventanilla ya está bajada. Es raro. Ella dice algo pero sus palabras quedan ahogadas por el motor del coche de delante que está acelerando.
– ¿Cómo? -pregunto y vuelvo a abrir los ojos.
– ¿Could you please put your seat in an upright position?
– ¿El respaldo? -pregunto confuso.
– We'll be landing shortly, sir.
Ella vuelve a sonreír y desaparece.
Me froto los ojos para ahuyentar el sueño y todo se repite. El atraco. La fuga. La maleta, con el billete de avión, preparada en la cabaña. Los SMS del Príncipe avisándome de que hay vía libre. Pero, aun así, esa pequeña punzada de nerviosismo cuando enseñé el pasaporte en el mostrador de facturación de Gardermoen. La salida. Todo fue según lo previsto.
Miro por la ventanilla. Es obvio que aún no me he despertado del todo porque, por un momento, tengo la sensación de que volamos por encima de las estrellas. Pero entonces comprendo que son las luces de la ciudad y empiezo a pensar en el coche de alquiler que he reservado. ¿Sería mejor pasar la noche en un hotel de esa gran ciudad humeante y pestilente, y continuar mañana? No, mañana estaré igual de cansado debido al jet-lag. Mejor llegar a puerto cuanto antes. El lugar al que voy es mejor de lo que dicen, incluso viven allí algunos noruegos con quienes podré hablar. Despertar para ver el sol, el mar y vivir una vida mejor. Ése es el plan. Al menos, el mío.
Me aferró a la copa que conseguí rescatar antes de que la azafata doblase la mesita que tenía delante. Entonces, si ése es mi plan, ¿por qué no confío en él?
El ruido del motor se intensifica y se amortigua. Ahora noto que descendemos. Cierro los ojos y tomo aire automáticamente sabiendo lo que vendrá. Ella. Lleva el mismo vestido que la primera vez que la vi. Dios mío, ya la estoy deseando. El hecho de que sea un deseo imposible de saciar aunque estuviera viva, no cambia nada. Porque todo lo relacionado con ella era imposible. La virtud y el frenesí. El cabello que debía usurpar toda la luz pero que, sin embargo, brillaba como el oro. La risa obstinada mientras las lágrimas descendían por sus mejillas. Esa mirada llena de odio cuando la penetraba. Sus falsas declaraciones de amor y la alegría sincera cuando yo venía con pobres excusas después de haber faltado a alguna cita. Las mismas que repetía cuando permanecía a su lado en la cama con la cabeza hundida en la huella dejada por otra. De eso hace ya mucho tiempo. Millones de años. Cierro los ojos con fuerza para no ver lo que sigue. El disparo que le pegué. Sus pupilas se abrieron lentamente, como una rosa, la sangre fluía lenta, caía y aterrizaba acompañada de débiles suspiros. El ángulo de la cabeza, ésta cayendo hacia atrás. Y ahora la mujer que amo está muerta. Es tan sencillo… Pero sigue sin tener sentido. Por eso es tan bello. Tan sencillo y bello que resulta casi imposible convivir con eso. La presión de la cabina desciende. Oprime. Desde dentro. Una fuerza invisible presiona los tímpanos y el cerebro. Algo me dice que sucederá así: nadie me encontrará, nadie me arrebatará mi secreto. Pero el plan se irá al traste de todas formas. Desde dentro.
Monopolio
La alarma de la radio y las noticias despertaron a Harry. El bombardeo se había intensificado. Sonaba como una retransmisión.
Intentaba recordar alguna razón para levantarse.
La voz de la emisora contaba que el peso medio del hombre y de la mujer en Noruega había aumentado trece y nueve kilos, respectivamente, desde 1975. Harry cerró los ojos y pensó en algo que había dicho Aune: que el escapismo tiene una mala reputación inmerecida. Llegó el sueño. La misma sensación dulce y cálida que experimentaba de niño cuando, desde su cama, con la puerta abierta, oía a su padre recorrer la casa apagando una a una las lámparas y él notaba que, a medida que las apagaba, aumentaba la oscuridad.
«Tras los atracos con violencia registrados en Oslo durante las últimas semanas, los empleados de banca de la capital noruega exigen vigilancia armada en las sucursales más vulnerables del centro. El atraco perpetrado ayer en la sucursal de Gjensidige NOR de Grønlandsleiret se suma a la lista de robos que la policía atribuye al llamado Dependiente. La misma persona que disparó y mató a…»
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