Harry intentó no hacerlo. Se esforzó de verdad. Pero la sonrisa de cocodrilo se lo impidió.
– ¿Con un porcentaje de esclarecimiento justo por debajo del cincuenta por ciento también en esos casos?
Sólo se rió uno de los presentes, pero lo hizo con ganas. Y fue Weber.
– Perdón, creo que se me olvidó deciros algo sobre Hole -intervino Ivarsson, ya sin sonreír-. Tiene grandes dotes cómicas. He oído decir que es casi tan bueno como el gran Rene Arve Opsahl.
Se hizo un incómodo silencio, seguido de la risita breve y ruidosa de Ivarsson y de un aciago rumor que se extendió por toda la mesa.
– Vale, empecemos con una síntesis.
Ivarsson pasó la primera hoja del gran bloc. La siguiente estaba en blanco, salvo por el titular «CIENTÍFICA». Retiró el tapón del rotulador y se dispuso a escribir.
– Adelante, Weber.
Karl Weber se levantó. Era un hombre de baja estatura, con barba y una cabellera leonada y cenicienta. Su voz resonaba como un murmullo ominoso de baja frecuencia, pero lo bastante claró.
– Seré breve.
– No te preocupes -lo tranquilizó Ivarsson poniendo el rotulador en la hoja-. Tómate el tiempo que necesites, Karl.
– Seré breve porque no necesito mucho tiempo para decir lo que tengo que decir -gruñó Weber-. No tenemos nada.
– Entiendo -dijo Ivarsson y bajó el rotulador-. Cuando dices nada, ¿a qué te refieres exactamente?
– Tenemos una huella de una zapatilla Nike, totalmente nueva, del cuarenta y cinco. Casi todo lo relativo a este atraco es de lo más profesional, de modo que lo único que me indica este dato es que probablemente no sea ése el número real del atracador. Los chicos de balística ya han analizado el proyectil. Munición estándar de 7,62 milímetros para AG3, la munición más corriente de las utilizadas en todo el reino de Noruega, pues es la habitual en cualquier barracón militar, en todos los arsenales de armamento y en los hogares de los oficiales del ejército o de los miembros de la milicia local de este país. En otras palabras, es imposible de rastrear. Aparte de eso, es como si nunca hubiera estado allí dentro. O fuera, por cierto, pues también hemos buscado rastros en el exterior.
Weber se sentó.
– Gracias, Weber, ha sido… esclarecedor.
Ivarsson pasó a la siguiente página, titulada «TESTIGOS».
– ¿Hole?
Harry se hundió un poco más en la silla.
– Todos los que estaban en el banco durante el atraco prestaron declaración inmediatamente después, y ninguno puede contarnos nada que no se vea en la grabación de vídeo. Bueno, recuerdan un par de cosas que sabemos positivamente que no son ciertas. Un testigo vio al atracador desaparecer subiendo por la calle Industrigata. No disponemos de más testimonios.
– Lo cual nos lleva al siguiente punto, que son los coches de fuga -explicó Ivarsson-. ¿Toril?
Torn Li se acercó y encendió el proyector, donde ya había una transparencia con la lista de los coches robados durante los últimos tres meses. En su duro acento de Sunnmøre, señaló los cuatro coches más probables, en su opinión, para efectuar la fuga, basándose en que pertenecían a marcas y modelos muy comunes, tenían colores neutrales y claros y eran lo bastante nuevos como para que el atracador confiara en que no iban a fallar. Uno de los coches, un Volkswagen Golf GTI aparcado en la calle Maridalsveien, resultaba especialmente interesante, ya que había sido robado la noche anterior al atraco.
– Los atracadores suelen robar el coche de la huida lo más cerca posible del momento del atraco, de modo que no figuren aún en los listados de los policías que patrullan las calles -explicó Toril Li, apagando el proyector y sacando la transparencia antes de volver a su sitio.
Ivarsson asintió con la cabeza.
– Gracias.
– De nada -susurró Harry a Weber.
El titular de la siguiente hoja era «ANÁLISIS DE VÍDEO». Ivarsson había vuelto a tapar el rotulador. Beate tragó saliva, carraspeó, tomó un sorbo del vaso que tenía delante y volvió a carraspear antes de empezar, con la mirada clavada en la mesa.
– He medido la estatura…
– Por favor, habla un poco más alto, Beate. -Dijo Ivarsson con su sonrisa de reptil.
Beate carraspeaba una y otra vez.
– He medido la estatura del atracador a partir de la imagen del vídeo. Mide 1,79 m. Lo he consultado con Weber, que está de acuerdo.
Weber asintió con la cabeza.
– ¡Estupendo! -gritó Ivarsson con forzado entusiasmo en la voz, quitó el tapón del rotulador y anotó: «ESTATURA 179 cm».
Beate continuó con su exposición.
– Acabo de hablar con Aslaksen, de la Politécnica de Oslo, nuestro analista de voces. Ha estudiado las cinco palabras que el atracador dice en inglés. Dijo que… -Beate lanzó una mirada angustiada en dirección a Ivarsson, ahora de espaldas, listo para anotar- dijo que la grabación era de muy mala calidad, inservible.
Ivarsson bajó el brazo al mismo tiempo que el sol desaparecía detrás de una nube y el gran rectángulo de luz que se reflejaba en la pared posterior pareció desaparecer al mismo tiempo. Se hizo un silencio total en la sala de reuniones. Ivarsson tomó aire y se puso de puntillas, a la ofensiva.
– Menos mal que hemos guardado el triunfo para el final.
El jefe del Grupo de Atracos pasó a la hoja final del bloc: «VIGILANCIA DE PERSONAS».
– Probablemente debamos explicar a los que no hayáis trabajado en el Grupo de Atracos que los primeros a los que implicamos cuando disponemos de una grabación de un atraco es a los compañeros de vigilancia. En siete de cada diez casos, una buena grabación revela quién es el atracador, siempre que se trate de un viejo conocido nuestro.
– ¿Aunque estén enmascarados? -preguntó Weber.
Ivarsson hizo un gesto afirmativo.
– Un observador atento detectará a un viejo conocido por la constitución, el lenguaje gestual, la voz, la forma en que habla durante el atraco, todos esos detalles que no puedes ocultar tras una máscara.
– Pero no basta con saber quién es -intercaló, Didrik Gudmundson, el segundo de Ivarsson-. Necesitamos…
– Exacto -lo interrumpió Ivarsson-. Necesitamos pruebas. Un atracador puede deletrearle su nombre a la cámara de vigilancia pero, mientras permanezca enmascarado y no deje pruebas técnicas, estamos en las mismas, desde un punto de vista jurídico.
– ¿Y cuántos de los siete que reconocéis por las grabaciones son condenados por robo?-intervino Weber
– Algunos -respondió Gudmundson-. En cualquier caso, es mejor saber quién es el autor de un atraco aunque luego no lleguen a condenarlo porque así adquirimos información sobre sus pautas y métodos. Y la próxima vez que lo intentan, los atrapamos.
– ¿Y si no hay una próxima vez? -preguntó Harry, a quien no pasó inadvertido el modo en que se dilataban las venas que pasaban justo por encima de las orejas de Ivarsson cuando éste se reía.
– Querido experto en asesinatos -respondió Ivarsson, aún risueño-. Si miras a tu alrededor, verás que la mayoría de los aquí presentes se ríe en tu cara de lo que acabas de preguntar. Y la razón es muy sencilla: un atracador que lleva a cabo un buen golpe siempre, siempre lo intentará otra vez. Es la ley de la gravedad del atraco.
Ivarsson miró por la ventana y se permitió otra risa más antes de girarse bruscamente sobre los talones.
– Si estamos de acuerdo en dar por finalizada la sesión de educación de adultos, quizá podamos pasar a comprobar si tenemos a alguien en el punto de mira. ¿Ola?
Ola Li miró a Ivarsson, no estaba seguro de si debía levantarse o no, y al final optó por permanecer sentado.
– Sí, resulta que yo estaba de guardia el fin de semana. A las ocho de la tarde del viernes teníamos un vídeo preparado, así que llamé a los de vigilancia que estaban de guardia para repasarlo en House of Pain. A los que no estaban de guardia se les pidió que lo estudiaran el sábado. Un total de trece personas de vigilancia estuvieron presentes, el primer grupo, el viernes a las ocho, y el segundo…
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