– Tras estar sobrio unos meses -dijo-, empecé a enterarme de cómo el alcohol destruía las células en el cerebro y me pregunté hasta qué punto estaría mi cerebro deteriorado. Así que me dirigí a mi consejero y le conté mis preocupaciones. El me dijo: "Es posible que tu cerebro haya sufrido daños. Pero déjame hacerte dos preguntas: ¿Eres capaz de recordar dónde tienen lugar las reuniones de un día para otro? ¿Puedes encontrar el camino para asistir a ellas? Yo le respondí que no me parecía muy difícil y él concluyó: "Entonces, creo que tienes todos los detalles que necesitas".
Me marché al descanso.
Tenía otro mensaje de Durkin en la recepción del hotel. Le llamé inmediatamente, pero de nuevo había salido. Dejé mi nombre y mi número de teléfono y subí a la habitación. Estaba mirando otra vez el poema de Donna cuando el teléfono sonó.
Era Durkin, me dijo:
– Hola, Matt. Tan sólo quería decirle que espero no haberle causado muy mala impresión el otro día.
– ¿Con respecto a qué?
– Oh, pues respecto a todo en general -dijo-. Muchas veces mi trabajo me desborda. ¿Sabe lo que quiero decir? Tengo que descargarme, beber un poco de más, irme de la lengua. De veras, no lo tengo por costumbre, pero de vez en cuando tengo que hacerlo.
– Entiendo.
– Disfruto con mi trabajo la mayor parte del tiempo, pero hay ciertas cosas que me afectan demasiado. Trato de evitarlas, sin embargo hay veces en que no puedo más y tengo que salirme de mis casillas. Espero no haber ido muy lejos la pasada noche, sobre todo al final.
Le aseguré que no había hecho nada reprochable. Me preguntaba si se acordaba claramente de lo que había dicho y hecho anoche. Estaba lo bastante borracho como para perder la memoria, pero no todo el mundo pierde la memoria. Quizá no se acordara muy bien de cómo yo había reaccionado ante su embriaguez.
Pensé en lo que la dueña le había dicho a Bill.
– Olvídelo -dije-, le puede pasar a un obispo.
– Hombre, ésa es buena, tengo que aprendérmela. "Le puede pasar a un obispo". Y seguro que más de una vez le pasa a un obispo.
– Seguro.
– ¿Qué tal la investigación? ¿Ha averiguado algo?
– No mucho, es un asunto complicado.
– Le entiendo. Si hay algo que pueda hacer por usted.
– Pues sí. Fui a dar una vuelta por el Galaxy. Hablé con un director adjunto que me mostró la ficha de registro cubierta y rellenada por el Sr. Jones.
– El famoso Sr. Jones.
– No había ninguna firma, el nombre estaba escrito en letras mayúsculas.
– No me sorprende.
– Le pedí que me dejara echar un vistazo a las fichas de los últimos meses para ver si había más firmas con letra de imprenta y compararlas con las del Sr. Jones. El no me dio el permiso.
– Debió haber soltado unos pocos pavos.
– Lo intenté, pero ni siquiera sabía de qué hablaba. Usted puede pedirle que mire a ver si hay otras fichas firmadas de la misma forma. Él no lo haría por mí porque no tengo autoridad, pero si un policía se lo pidiera no dudaría un segundo.
Tardó un momento en responderme. Luego me preguntó si creía que eso llevaría a algún sitio.
– Nunca se sabe.
– ¿Cree usted que el asesino estuvo más veces en el hotel con otro nombre?
– Es posible.
– Pero no con su nombre verdadero, de otro hubiera firmado normalmente en vez de hacer el gracioso. Con lo cual, si tenemos suerte y damos con más fichas, no avanzamos nada; lo que tenemos es otro nombre falso del mismo cabrón y estaríamos igual de lejos de saber quién es él.
– Mientras que se ocupa de esto hay algo más que puede hacer.
– ¿Qué?
– Pedir a los hoteles de la zona que comprueben sus ficheros de los últimos seis meses, o incluso del último año.
– ¿Buscando qué? ¿Firmas en letra de imprenta? Vamos, Matt, ¿sabe la cantidad de horas que llevaría semejante tarea?
– No hay que mirar las firmas. Simplemente clientes que se llamen Jones. Piense que los hoteles como el Galaxy -hoteles modernos y caros- están informatizados. No les llevarían ni cinco encontrar todos los Jones, pero para eso tienen que tener una placa delante.
– ¿Y con esto qué sacamos?
– Una vez que tenga las fichas busca a un Jones que sus iniciales sean C. o bien C.O., compara las firmas y trata de encontrarle en alguna parte. Si encuentra una pista no voy a ser yo quien le diga lo que tiene que hacer con ella.
De nuevo se calló un momento.
– No sé -dijo-. Me parece algo firme.
– Yo creo que lo es.
– Le voy a decir lo que creo que es. Creo que es una pérdida de tiempo.
– No de mucho tiempo. Y es firme. Lo haría si no tuviera el caso ya cerrado en su cabeza.
– No estoy seguro.
– Desde luego que sí. Usted cree que es obra de un matón a sueldo o de un loco. Si es un matón, lo da por cerrado; y si es un loco, esperará a que lo haga de nuevo.
– Yo no llegaría tan lejos.
– Pues anoche bien que llegaba.
– Anoche fue anoche. Ya le he explicado lo de anoche.
– No es un matón -dije-. Y no fue un loco producto del azar.
– Parece muy seguro.
– Tengo mis razones.
– ¿Cuáles?
– Un matón a sueldo no actúa de esa manera. ¿Cuántas veces la golpeó? ¿Sesenta veces con un machete?
– Creo que fueron sesenta y seis.
– Y no tuvo que ser necesariamente con un machete. Algo como un machete.
– El la obligó a desvestirse para después masacrarla de aquella manera. Las paredes se cubrieron de tanta sangre que tuvieron que pintar la habitación entera. ¿Cuándo ha visto a un matón obrar de esa manera?
– ¿Quién sabe a qué monstruo un chulo puede llegar a pagar? A lo mejor le dijo que la destrozara para que otra gente se enterara de que con él no se juega. ¿Quién sabe lo que a tipos semejantes se les puede pasar por la cabeza?
– ¿Y luego me contrata para que investigue el caso?
– Reconozco que es extraño, Matt, pero…
– Tampoco se trata de un loco. Sí fue alguien que se comportó como un loco, pero no un desequilibrado.
– ¿Cómo lo sabe?
– Ha tomado demasiadas precauciones. Firmó la ficha con mayúsculas. Se llevó las toallas sucias consigo. Está claro que tomó mucho cuidado de no dejar ninguna prueba concreta de su paso por el hotel.
– Creía que se había llevado las toallas para envolver el machete.
– ¿Por qué iba a hacer eso? Tras lavar el machete lo colocó en la maleta, de la misma manera que lo trajo. Si quisiese envolverlo en toallas usaría las limpias. No creo que se llevara toallas de las que se sirvió a no ser para evitar que las encontráramos. Es muy fácil dejar una huella en una toalla -un cabello, una mancha de sangre- y él sabía que podría ser sospechoso porque de una forma o de otra estaba ligado a Kim.
– No tenemos seguridad de que las toallas estuvieran sucias, Matt. Ni tampoco sabemos que se haya duchado.
– Él la cortó en trocitos, la sangre cubre las paredes, y, ¿piensa usted que salió del cuarto sin ducharse?
– No, no lo creo, pero…
– ¿Acaso piensa que se llevó las toallas como recuerdo? Tuvo que tener un motivo.
– Bien, de acuerdo -hizo una pausa-. Pero un desequilibrado también puede tomar precauciones para no dejar evidencias. Usted dice que fue alguien que la conocía, que tuvo una razón para matarla, pero no está seguro de ello.
– ¿Por qué la hizo venir al hotel?
– Porque ahí era donde la esperaba. Con su pequeño machete.
– ¿Por qué no se fue con su pequeño machete al apartamento de Kim en la calle 37?
– ¿En vez de obligarla a desplazarse?
– Correcto. Me he pasado todo el día con prostitutas. No les gusta en absoluto rendir visitas a hoteles ya que pierden mucho tiempo en los desplazamientos. Es verdad que algunas veces aceptan, pero prefieren que los tipos que les llaman vengan a sus pisos, es más cómodo para ambos. Ella debió intentar convencerlo de esto pero él no la hizo caso.
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