Donna Leon - El peor remedio

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Un inesperado acto de vandalismo acaba de cometerse en el frío amanecer veneciano. Una mujer impecablemente vestida ha destrozado el escaparate de una agencia de viajes como protesta ante la explotación del turismo sexual en países asiáticos…
Cuando acude, el comisario Brunetti comprueba que el violento manifestante detenido en la escena del crimen no es otro que su esposa, Paola Brunetti. La crisis familiar que desencadena semejante situación somete a Brunetti a una presión extrema también en su trabajo: los jefes exigen resultados inmediatos en el esclarecimiento de un audaz robo y una muerte en extrañas circunstancias que apuntan directamente a la Mafia.
El encontronazo de su vida profesional y su vida privada, ambas en la picota, y esa inexplicable conspiración por la que Paola lo ha arriesgado todo, adoptando el peor remedio posible, le conducen a una dramática encrucijada, al encontrarse ante la historia de una mujer que pasa a la acción y del entramado mundo de la explotación humana y sexual…

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12

Acabó en la puerta de la questura, a la que había puesto sitio una triple fila de reporteros. En primera línea estaban los hombres y mujeres con blocs, después, los que llevaban micrófono y, detrás de ellos, cerca de la puerta, las videocámaras, dos de ellas, montadas en sendos trípodes, con sus correspondientes focos.

Uno de los hombres vio acercarse a Brunetti y volvió hacia él el ojo inerte del objetivo. Brunetti hizo como si no lo viera, ni a él ni a la multitud que lo rodeaba. Lo más curioso era que ninguno le hacía preguntas ni le hablaba; sólo le acercaban los micrófonos y lo miraban en silencio mientras él, al igual que Moisés, cruzaba indemne el mar de su curiosidad que se abría a su paso, y entraba en la questura.

Dentro, Alvise y Riverre lo saludaron. El primero no supo disimular la sorpresa al verlo.

Buon dì, commissario -dijo Riverre, y entonces su compañero lo imitó.

Brunetti movió la cabeza de arriba abajo, pensando que hacer a Alvise alguna pregunta sería perder el tiempo y empezó a subir la escalera en dirección al despacho de Patta. La signorina Elettra estaba hablando por teléfono. Lo saludó con un movimiento de la cabeza, sin sorprenderse de verlo allí y levantó una mano indicándole que esperase.

– Lo necesito para esta tarde -decía, escuchó la respuesta, se despidió y colgó-. Bienvenido, comisario.

– ¿Usted cree?

Ella lo miró interrogativamente.

– Que sea bienvenido.

– Lo es para mí, desde luego. Para el vicequestore no lo sé, pero ha preguntado por usted.

– ¿Y qué le ha contestado?

– Que lo esperaba de un momento a otro.

– ¿Y?

– Me ha parecido que se alegraba.

– Bien. -Brunetti también se alegraba-. ¿Y el teniente Scarpa?

– Está con el vicequestore desde que ha vuelto de la escena del crimen.

– ¿A qué hora?

– La llamada de la signora Mitri se registró a las diez y veintisiete. Corvi llamó a las once y tres. -Miró un papel que tenía encima de la mesa-. El teniente Scarpa llamó a las once y cuarto y fue inmediatamente a casa de los Mitri. No volvió aquí hasta la una.

– ¿Y lleva ahí dentro…? -preguntó Brunetti señalando el despacho de Patta con la barbilla.

– Desde las ocho y treinta de la mañana -respondió la signorina Elettra.

– Pues cuanto antes mejor -dijo Brunetti dirigiéndose a sí mismo tanto como a ella, y fue hacia la puerta. Llamó con los nudillos e inmediatamente sonó la voz de Patta.

Brunetti abrió la puerta y entró. Como de costumbre, Patta posaba detrás de su escritorio. La luz que entraba a raudales por la ventana situada a su espalda incidía en la pulimentada madera y el reflejo daba en los ojos de quien estuviera sentado enfrente.

Junto a su jefe estaba el teniente Scarpa, tan enhiesta la postura y bien planchado el uniforme que el parecido con Maximilian Schell en uno de sus papeles de nazi bueno era francamente inquietante.

Patta saludó a Brunetti con un movimiento de la cabeza y señaló la silla que tenía delante. Brunetti la retiró un poco hacia un lado, para protegerse del reflejo de la luz en la superficie de la mesa amparándose en la sombra que proyectaba Scarpa. El teniente hizo oscilar el cuerpo de un pie al otro dando un pequeño paso hacia la derecha. Brunetti se desplazó entonces hacia su izquierda al tiempo que giraba el cuerpo ligeramente hacia el mismo lado.

– Buenos días, vicequestore -dijo Brunetti y movió la cabeza de arriba abajo en dirección a Scarpa.

– ¿Así que ya se ha enterado? -dijo Patta.

– Sólo sé que lo han matado, nada más.

Patta levantó la cara hacia Scarpa.

– Infórmele, teniente.

Antes de hablar, Scarpa miró a Brunetti y luego a su jefe. Cuando empezó, inclinó un poco la cabeza en dirección a Patta.

– Con el debido respeto, vicequestore, tenía entendido que el comisario estaba en situación de baja administrativa. -Patta no dijo nada, y el teniente prosiguió-: No pensé que se le readmitiera en el servicio para esta investigación. Y, si me lo permite, yo diría que a la prensa puede parecerle extraño que se le asigne a él.

A Brunetti le pareció interesante que, por lo menos en la mente de Scarpa, todo se englobara en una misma investigación. Se preguntó si este planteamiento era señal de que el teniente no descartaba que Paola pudiera estar involucrada en el asesinato.

– Yo decido qué se asigna y a quién se asigna, teniente -dijo Patta con voz llana-. Exponga al comisario lo ocurrido. Ahora es asunto suyo.

– Sí, señor -respondió Scarpa en tono neutro. Irguió el cuerpo un poco más todavía y empezó su exposición-: Corvi me llamó un poco después de las once de la noche e inmediatamente me dirigí a casa de los Mitri. El cadáver en el suelo de la cocina. Por el aspecto del cuello, parecía haber sido estrangulado, aunque no vi el arma. -El teniente hizo una pausa y miró a Brunetti, pero éste no dijo nada, por lo que prosiguió-: Examiné el cadáver y llamé al dottor Rizzardi, que llegó al cabo de una media hora y confirmó mi opinión de la causa de la muerte.

– ¿Manifestó el doctor alguna idea o sugerencia acerca de lo que pudiera haber sido utilizado para el crimen? -interrumpió Brunetti.

– No. -Brunetti observó que Scarpa omitía el tratamiento al hablar con él, pero lo dejó pasar. Suponía cómo habría hablado el teniente al dottor Rizzardi, hombre que, era bien sabido, simpatizaba con el comisario. No era de extrañar que el médico se hubiera mostrado reacio a especular sobre lo que se había utilizado para estrangular a Mitri.

– ¿Y la autopsia? -preguntó Brunetti.

– Hoy, si es posible.

Brunetti llamaría a Rizzardi al salir de esta reunión. Sería posible.

– ¿Puedo continuar, señor? -preguntó Scarpa a Patta.

Patta miró a Brunetti abriendo mucho los ojos, como para indagar si tenía más preguntas obstructoras, pero, como Brunetti no acusara la mirada, se volvió hacia Scarpa diciendo:

– Por supuesto.

– La víctima estaba sola en el apartamento. Su esposa había ido a cenar con unos amigos.

– ¿Por qué no fue Mitri? -preguntó Brunetti.

Scarpa miró a Patta, solicitando su beneplácito para contestar la pregunta del comisario y, cuando Patta movió la cabeza afirmativamente, explicó:

– La esposa dijo que eran unos antiguos amigos de ella, de cuando era soltera, y que Mitri rara vez la acompañaba cuando salía a cenar con ellos.

– ¿Hijos? -preguntó Brunetti.

– Una hija, pero vive en Roma.

– ¿Criados?

– Todo está en el informe -dijo Scarpa con petulancia, mirando a Patta y no a Brunetti.

– ¿Criados? -repitió Brunetti.

Scarpa hizo una pausa y luego contestó:

– No. Por lo menos, fijos. Hay una mujer que va dos veces por semana a limpiar.

– ¿Dónde está la esposa? -preguntó Brunetti a Scarpa poniéndose en pie.

– Estaba en la casa cuando yo me fui.

– Gracias, teniente -dijo Brunetti-. Me gustaría ver una copia de su informe.

Scarpa asintió en silencio.

– Tengo que hablar con la esposa -dijo Brunetti a Patta y, sin dar al vicequestore tiempo para hacer la recomendación, agregó-: Tendré cuidado.

– ¿Y qué me dice de la suya? -preguntó Patta.

Esto podría significar muchas cosas, pero Brunetti optó por dar a la pregunta la interpretación más obvia.

– Estuvo toda la noche en casa conmigo y con nuestros hijos. Ninguno de nosotros salió después de las siete y media, la hora en que mi hijo llegó de casa de un amigo con el que había estado estudiando. -Brunetti miró a Patta, por si tenía más preguntas y, en vista de que no era así, salió del despacho sin decir ni preguntar más.

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