Elizabeth George - Tres Hermanos

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Ness, Joel y Toby afrontan un nuevo cambio en sus vidas. Su excéntrica abuela, dispuesta a eludir sus responsabilidades, decide abandonarlos frente a la puerta de la casa de su hija, la tía de los niños, que vive en la periferia marginal de Londres. La vida de los tres hermanos no ha sido fácil hasta ese momento, y no lo será a partir de ahora. Ness es una adolescente desagradable que juguetea con las drogas y con la delincuencia. El más pequeño, Toby, es un niño con problemas de aprendizaje y que vive anclado en la dependencia que siente por su hermano Joel, un poco mayor que él y que parece asumir la responsabilidad de mantener unida a su extraña familia. Tal ambiente, como prueba la autora del libro, enmarca el camino que se ha de desandar para hallar el origen del mal, para encontrar el principio casi invisible de sucesos terribles que un día coparán las primeras páginas de los periódicos. En su momento, el asesinato de Helen Lynley ocupará la atención de todos, pero ¿cuál fue el verdadero origen del crimen?
La presente novela, desde un planteamiento original y arriesgado que la autora resuelve con maestría, propone la «deconstrucción» de un asesinato. Elizabeth George plantea que al revés no interesa tanto qué pasará tras el asesinato, pues éste es el punto final del libro; lo que se ha de buscar es el origen, lo que se ha de averiguar es aquello que provocó que alguien disparara a una mujer de buena posición en un callejón de un barrio de Londres. Ahí, en el principio, se esconde siempre la explicación del trauma que arrastra el inspector Lynley, protagonista de la serie.

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– Totalmente de acuerdo -dijo Kendra-. Creía que yo estaba a salvo y mira lo que ha pasado. He acabado con tres.

– ¿Cómo lo llevas?

– Bien, considerando que no tengo ni idea de lo que estoy haciendo.

– ¿Y cuándo los voy a conocer? ¿Los tienes escondidos o qué?

– ¿Escondidos? ¿Por qué iba a querer hacer eso?

– Yo qué sé. Quizás uno tiene dos cabezas.

– Sí. Eso es.

Kendra se rió, pero el hecho era que sí estaba escondiendo a los Campbell a su amiga. Mantenerlos en secreto obviaba la necesidad de tener que explicar nada a nadie sobre ellos. Y haría falta una explicación, por supuesto. No sólo por su físico -Ness era la única que parecía remotamente emparentada con Kendra, y lo conseguía principalmente a base de maquillaje-, sino también por las rarezas de su comportamiento, en particular el de los chicos. Si bien Kendra podría excusar la introversión persistente de Joel, sabía que se sentiría presionada a aportar una razón de por qué Toby era como era. En cualquier caso, al intentar hacerlo, corría el peligro de entrar en todo aquel asunto de su madre. Cordie ya conocía la suerte del padre de los niños, pero el paradero de Carole Campbell era un tema de conversación que nunca habían abordado. Y Kendra quería que siguiera siendo así.

Las circunstancias hicieron que una parte de aquello resultara imposible. Ni un minuto después de que hablara, la puerta de la tienda se abrió otra vez. Joel y Toby se refugiaron de la lluvia: Joel con el uniforme del colegio empapado sobre los hombros, Toby con el flotador inflado, como si esperara un diluvio de proporciones bíblicas.

A Kendra no le quedó más remedio que presentarles a Cordie, y lo hizo deprisa, diciendo:

– Bueno, aquí tienes a dos. Éste es Joel. Y éste es Toby. ¿Os apetece una porción de pizza de pepperoni de Tops, chicos? ¿Necesitáis comer algo?

Para los chicos, su lenguaje fue casi tan confuso como el ofrecimiento inesperado de pizza. Joel no supo qué decir, y como Toby siempre hacía lo mismo que su hermano, ninguno de los chicos ofreció una palabra como respuesta. Joel simplemente bajó la cabeza, mientras que Toby se puso de puntillas y bailó hasta el mostrador, donde cogió varios collares de cuentas y se engalanó como un viajero del tiempo salido del verano del amor.

– ¿Se os ha comido la lengua el gato? -dijo Cordie en tono amigable-. ¿Sois tímidos? Vaya, ojalá mis hijas siguieran vuestro ejemplo durante una hora o así. ¿Dónde está esa hermana vuestra? También tengo que conocerla.

Joel levantó la vista. Cualquier experto en interpretar rostros habría sabido que buscaba una excusa para Ness. Rara vez alguien preguntaba por ella directamente, así que no tenía nada preparado para responder.

– Con sus amigas -dijo al fin, pero habló con su tía y no con Cordie-. Están haciendo un trabajo para el colegio.

– Toda una estudiante, ¿verdad? -preguntó Cordie-. ¿Y vosotros? ¿También sois estudiosos?

Toby eligió ese momento para hablar.

– Me han dado un Twix por no hacerme pis ni caca encima hoy. Me entraron ganas, pero no lo he hecho, tía Ken. Así que me han dado un Twix porque he preguntado si podía ir al baño. -Cuando concluyó, ejecutó una pequeña pirueta.

Cordie miró a Kendra.

– ¿Qué me decís de esa pizza de pepperoni? -dijo Kendra cálidamente.

Joel aceptó con una celeridad que declaraba que quería irse tanto como Kendra deseaba que él y su hermano desaparecieran. Cogió las tres libras que le dio, condujo a Toby fuera de la tienda y salieron en dirección a Great Western Road.

Dejaron tras de sí uno de esos momentos en los que se banalizan, abordan u obvian por completo los temas. Qué sucedería exactamente era algo que estaba en manos de Cordie, y Kendra decidió no ayudarla en la cuestión.

La cortesía social dictaba cambiar de tema educadamente. La amistad exigía una evaluación sincera de la situación. También había un término medio entre estos dos extremos y fue ahí donde Cordie encontró un terreno seguro.

– Lo has pasado mal -dijo mientras aplastaba el cigarrillo en un cenicero de segunda mano que encontró en uno de los estantes-. No imaginabas que ser madre fuera así, ¿verdad?

– Nunca imaginé que sería madre -contestó Kendra-. Lo llevo bastante bien, supongo.

Cordie asintió. Miró pensativa hacia la puerta.

– ¿Su madre va a hacerse cargo de ellos, Ken?

Kendra negó con la cabeza, y para alejar a Cordie del asunto de Carole Campbell, dijo:

– Ness me está ayudando. Mucho. Joel también es muy bueno. -Esperó a que Cordie sacara el problema de Toby.

Cordie lo hizo, pero de un modo que provocó que Kendra la quisiera aún más.

– Si necesitas ayuda, dame un toque, Ken -dijo-. Y cuando estés lista para salir a bailar, yo también lo estaré.

– Lo haré, guapa -dijo Kendra-. Pero por ahora estamos bien.

* * *

La responsable de Admisiones del colegio Holland Park sacó de repente a Kendra de su error. Aunque esa persona -que se identificó como señora Harper cuando telefoneó al fin- tardara casi dos meses en hacer la llamada que iba a trastocar la vida tal como había transcurrido en el número 84 de Edenham Way, tenía sus razones. Como no había aparecido más de una hora por el colegio, como, en realidad, nunca había puesto los pies allí, salvo el día que hizo la prueba de admisión, Ness había logrado perderse en las grietas del sistema. Puesto que el alumnado era dado a la itinerancia -el Gobierno no dejaba de ubicar y reubicar a los inmigrantes que buscaban asilo en el país-, el hecho de que una tal Vanessa Campbell apareciera en la lista de un profesor, pero no en el aula, hizo que muchos de sus maestros creyeran que su familia simplemente se había trasladado forzosa u obligatoriamente a otro lugar. Por lo tanto, no redactaron ningún informe sobre las ausencias de Ness; pasaron siete semanas desde su inscripción en el colegio antes de que Kendra recibiera una llamada acerca de la falta de asistencia a clase de la chica.

Esta llamada no llegó a casa, sino a la tienda benéfica. Como Kendra estaba sola -algo que sucedía habitualmente-, no pudo marcharse. Quiso hacerlo. Quiso subirse a su coche y recorrer las calles en busca de su sobrina, tal como había hecho la noche en que los Campbell llegaron a North Kensington. Como no podía hacerlo, caminó por la tienda. Fue de una hilera de vaqueros azules de segunda mano a una hilera de abrigos de lana gastados e intentó no pensar en las mentiras: las mentiras que Ness le había contado durante semanas y las que ella misma había articulado a la señora Harper.

Con el corazón latiéndole en los oídos con tanta fuerza que apenas oía a la mujer al otro lado del hilo telefónico, le había dicho a la responsable de Admisiones:

– Cuánto siento la confusión. Justo después de inscribir a Ness y a su hermano, tuvo que ir a Bradford a ayudar a cuidar a su madre.

Cómo se le ocurrió la idea de Bradford, habría sido incapaz de decirlo. Ni siquiera estaba segura de poder localizarlo rápidamente en el mapa, pero sabía que tenía una población inmigrante considerable, pues se habían producido disturbios tiempo atrás: asiáticos, negros y los cabezas rapadas de la ciudad, todos dispuestos a matarse entre ellos para demostrar lo que fuera que, al parecer, sintieran la necesidad de demostrar.

– Entonces, ¿va al colegio en Bradford? -preguntó la señora Harper.

– Está yendo a clases particulares -dijo Kendra-. Volverá mañana, precisamente.

– Ya veo. Señora Osborne, en realidad tendría usted que haber llamado…

– Por supuesto. De algún modo, yo… Su madre ha estado mal. Es una situación extraña. Ha tenido que vivir alejada de los niños…, de sus hijos…

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