Ellery Queen - El Cadáver Fugitivo

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`Heredera que huye, padre implacable, madre angustiada, novio en un aprieto. ¿Qué más se puede pedir para empezar?`. Pues aún hay más: una escritora empeñada en contar una buena historia, un hombre dedicado a la adoración del cuerpo, a quien le diagnotican un cáncer, quizás, un impostor, un cadáver fugitivo y un detective kantiano de los que piensan que la razón pura es el bien esencial para descubrir las trampas de este caótico mundo.

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Sonó el teléfono. El inspector Queen agarró el auricular. Después de un momento, colgó y apretó fuertemente sus labios contra sus dientes.

– Tienes razón, hijo -dijo ceñudo-. Han recuperado el coche y el cuerpo.

– Veis -continuó Ellery-, las radiografías no sólo convencieron a Braun, sino a los doctores y a todos los demás de que tenía cáncer. Los rayos X mintieron. Es decir, mintieron respecto a Braun. Cómo podía ser eso, si eran las radiografías del cuerpo de otra persona, de alguien que sí tenía cáncer. El asesino presentó esas placas como evidencia en vez de las placas reales de Braun. El asesino, según él mismo afirmó, hizo las placas él mismo. El hombre que hizo eso fue el doctor Jim Rogers, y es su cuerpo el que han pescado junto con mi coche, ¿eh, papá?

– ¿Es eso cierto, inspector? -preguntó Velie.

El inspector Queen asintió.

– ¿Por qué no nos cuentas cómo supiste que el cuervo se hizo con el cuchillo y lo escondió en el árbol?

– Encontré una de las plumas del cuervo en el quicio de la ventana en el dormitorio de Braun -murmuró Ellery-. Estaba mirando por la ventana y un petirrojo saltó por el césped y se fue con un gusano. Yo sólo era medio consciente de lo que veía entonces. Luego me acordé de que el cuervo se había lanzado hacia un trocito de piedra amarilla que Amos había extraído, y recordé que le había fascinado la caperuza de oro de mi pluma estilográfica.

Otra vez el teléfono.

Después de un momento, el inspector dijo al que llamaba:

– No, pueden soltar a Rocky Taylor y a esa mujer, Mullins, supongo que debiera decir el señor y la señora Taylor. Pero traiga a Zachary. Se le requiere por desfalco. ¿Cuarenta mil? -el inspector silbó-. ¿Es eso cierto? -colgó-. Han cogido a Rocky y a Cornelia en la alcaldía -anunció-. Se acaban de casar con una licencia que sacaron hace diez días. Y Zachary había comprado un billete para Chicago. Los chicos le cogieron en la estación Grand Central. Tenía encima cuarenta mil en billetes. Dinero de Braun, sin duda. Los libros que intentó quemar muestran que estuvo robando a Braun durante varios años. Bueno, esto acaba el caso, excepto por… -se volvió hacia el sargento-. Velie, ocúpate de que la búsqueda de Nikki Porter sea cancelada.

– Entonces ¿ya no quieres a la señorita Porter, papá? -preguntó Ellery somnolientamente.

– Bueno, ya está bien, hijo. Naturalmente, tenías razón. Pero no hace falta que lo restriegues. No hay nada contra la chica.

– ¿Ni tan siquiera un par de filetes?

– ¿Qué dices, Ellery? -las pobladas cejas grises del inspector se dispararon hacia arriba.

– Sólo una broma, papá.

– Hablando de bromas -dijo el inspector-, ¿cuál es aquella que hiciste en el nogal, después de que escondieses algo en el bolsillo? Dijiste algo sobre devolvérselo a su verdadero dueño.

– Oh, eso me recuerda algo -dijo Ellery.

Se fue a la sala de espera y le tendió a Nikki su pulsera.

– Aquí está tu brazalete -dijo-. Volveré dentro de un momento.

Al volver a la oficina del inspector dejó a propósito la puerta abierta de par en par. El inspector alzó la vista y vio a Nikki.

– Oye, ¿qué está haciendo aquí Nellie? -aulló-. ¡Te dije que te deshicieras de ella!

– Quiere que le des otra oportunidad.

Los ojos del inspector Queen brillaron repentinamente. Miró fijamente a Ellery y luego empezó a hurgar en su correspondencia de la mañana todavía sin abrir. Después de unos instantes encontró lo que buscaba. Rasgó un sobre matasellado en Rochester, Nueva York, y saco una fotografía de Nikki Porter.

– Así -dijo-. ¿Así que es eso? Has llegado a eso, ¿no? ¿Mi propio hijo, mi propia carne y sangre, esconde a un fugitivo de la justicia en mi propio apartamento? ¿Así que es por esto por lo que estabas tan nervioso la otra mañana? ¡Por eso dormiste en el diván! Ellery, podría… ¡Si no fueses tan grande, te zurraría!

– Compraría un palco para ver eso -dijo el doctor Prouty. La boca del sargento Velie dibujó una enorme O.

– A eso le llamo yo gratitud -dijo Ellery tristemente-. Evito que cometas una estupidez, evito que arrestes a alguien equivocadamente, y me lo agradeces así -suspiró-. No importa, papá -dijo con aire de perdonavidas-. Simplemente, olvídalo. Te veré más tarde en el apartamento. Comemos fuera, recuerda.

Esta vez cerró la puerta cuidadosamente.

Postdata

Ellery Queen había evitado decirle a Nikki quién era el asesino hasta que tuviese confirmación positiva del hecho de que el doctor Rogers era culpable. Se daba cuenta de que, a causa de su amistad con Barbara, las noticias representarían un fuerte golpe para Nikki.

Después que se lo hubo dicho, mientras caminaban por la calle Centre hacia Broome, dijo:

– Sé cómo te sientes, Nikki. Es bastante horrible. Pero no tanto como hubiera sido si él y Barbara se hubiesen casado. Ésa es la forma en que tienes que mirarlo, que ella escapó a una terrible tragedia. Cuando se recupere del choque estará agradecida.

Nikki asintió.

– Supongo que sí. ¡Pobre Babs!

– Después de todo -continuó Ellery-, cualquiera que sea capaz de cometer un asesinato es un psicópata. A lo mejor Rogers la amaba, a lo mejor no. Nunca sabremos eso.

Nikki asintió otra vez sin alzar sus ojos. Había cogido el brazo de Ellery y miraba el pavimento mientras andaba.

– Supongo que fue el modo de Braun de tratarla a ella lo que finalmente animó a Rogers. Pero lo más horrible de todo es que el crimen fue premeditado. No mató en un momento de ira incontrolable. Planeó el suicidio-asesinato de Braun a sangre fría. Luego puedes dar gracias a Dios de que Barbara escapara. Para todos a los que afectaba acabó de la mejor manera posible. Si hubiesen cogido a Jim, si no se hubiese matado, si hubiera tenido que ir ajuicio, piensa qué prueba habría sido para tu amiga.

Ellery llamó un taxi, ayudó a subir a Nikki, y le dio al conductor la dirección de los Queen.

– Pero ¿por qué vamos a tu apartamento? -preguntó Nikki.

– A coger tu maleta, ¿lo olvidaste? Después te llevaré en coche a casa.

Ellery abrió la puerta del apartamento de los Queen. Siguió a Nikki a lo largo del vestíbulo hacia el estudio.

Ella miró con tristeza la desordenada habitación, fue al escritorio, y sacó la cámara de un neumático de bicicleta de entre las páginas de un manuscrito.

– ¿Para qué quieres esto? -preguntó ella.

– No sé -dijo él distraídamente-. Llegó ahí de alguna manera. Es una reliquia de algún caso. No hace ningún daño.

– Aquí está tu pipa -dijo ella, sacándola de la punta de la zapatilla al lado de la máquina de escribir-. ¿Tanto te gusta la boquilla que tienes que morderla hasta partirla en pedacitos?

Ellery aparentemente no escuchaba. Perdido en sus pensamientos, estaba mirando sin ver las invisibles profundidades de la jardinera azul.

Nikki miró a su alrededor una vez más y suspiró.

– ¡Qué lío!

Ellery se enderezó de pronto y se encaró con ella.

– Nikki.

– ¿Sí?

– ¿Qué te propones hacer ahora?

Nikki se quedó muy quieta.

– Oh, seguiré con mi trabajo -dijo en voz baja.

– ¿Qué trabajo? -Ellery estaba confundido.

– Mi trabajo de escribir. He comenzado un nuevo libro.

– ¿De verdad? ¿De qué tipo?

– Una novela de misterio.

– Bien -dijo él sonriendo-. ¿Cuándo lo empezaste?

– Mientras te esperaba.

– ¿Quieres decir allí en comisaría?

– Sí.

– Déjame verlo.

Ella le tendió un pedazo de papel. Estaba cubierto de letra pequeña escrita con un lápiz muy afilado.

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