Ellery Queen - El Cadáver Fugitivo

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`Heredera que huye, padre implacable, madre angustiada, novio en un aprieto. ¿Qué más se puede pedir para empezar?`. Pues aún hay más: una escritora empeñada en contar una buena historia, un hombre dedicado a la adoración del cuerpo, a quien le diagnotican un cáncer, quizás, un impostor, un cadáver fugitivo y un detective kantiano de los que piensan que la razón pura es el bien esencial para descubrir las trampas de este caótico mundo.

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– ¿No sabes cocinar?

– Claro que no. Soy escritora, no cocinera.

– Quizá valga más así.

– ¿Qué vale más así?

– Que no cocines. Si cocinases igual que escribes… -comenzó a reír por lo bajo.

El pie de encima resbaló del otro pie y aterrizó sobre la máquina de escribir. El carro saltó hacia la derecha y sonó el timbre.

– ¿Te sientas siempre sobre la nuca? -preguntó Nikki-. ¿Tienes que tener los pies más altos que la cabeza?

– El lugar ideal para apoyar los pies -dijo Ellery Queen- es la repisa de la chimenea. Por desgracia yo no tengo una en esta habitación. ¿Te importa alcanzarme la pipa? La que tiene la boquilla medio comida. Está ahí, en algún lugar del escritorio.

– ¿Le vas a pedir a Annie que me traiga algo de comer, o voy a tener que darte un tortazo? -preguntó ella poniéndose de pie.

– ¿De verdad tienes hambre?

– ¡Estoy muerta de hambre!

– Cielos -dijo él-, y Annie ya no trabaja aquí.

– ¿Qué quieres decir? Pensé que era la dueña del lugar.

– Le acabo de dar una semana de vacaciones.

– ¿Por qué? -Nikki le miró fijamente.

– Para librarme de ella Le habría hablado a papá de ti.

– ¿Quieres decir que tu padre vive aquí? -preguntó ella poniéndose pálida.

– Naturalmente. Es su casa.

– ¡Pero…! ¿Por qué…? -Nikki no podía hablar.

– No te preocupes. No te va a encontrar -Ellery señaló con el dedo, como si fuera el cañón de una pistola, la puerta de su dormitorio. Su pulgar se echó hacia atrás, como el percutor de una pistola, y luego se disparó hacia delante-. Te voy a esconder ahí.

– No lo vas a hacer -dijo ella con firmeza, colocándose bien el sombrero-. Me voy de aquí inmediatamente.

– ¿Te vas? Entonces coge un taxi directamente hasta la Casa de Detención de Mujeres, en la Sexta y Greenwich. Dicen que la comida es excelente. Por ejemplo, sólo utilizan lo mejor de la leche desnatada en los huevos revueltos y, naturalmente, ni tan siquiera soñarían con bacón.

– ¡Huevos revueltos y bacón! -Nikki gimió-. ¡Oh, estoy muerta de hambre!

Ellery Queen se levantó de la silla Morris y agarró a Nikki por el codo.

– Ven conmigo y atiende como una buena chica. Tú no vas a sacar tu chata nariz de aquí hasta que yo haya salido de este lío en que me he metido por tu culpa.

Sentada sobre el taburete de la cocina, cuya parte inferior podía sacarse para hacer una escalera, Nikki, con mirada hambrienta, observaba a Ellery Queen. Había puesto un gran pedazo de mantequilla en una sartén y mantenía ésta sobre la llama. Cuando la mantequilla tomó un color marrón dorado vertió los huevos que Annie había echado en un cuenco y a los que añadió media taza de crema.

– ¿Te gustarían unas salchichas además del bacón? -preguntó, abriendo la puerta del horno y encendiendo el asador.

– ¡Ay, sí!

Fue al frigorífico y, volviendo con seis salchichas de cerdo e igual número de lonchas de bacón, los puso sobre la parrilla.

– Ya está -dijo, colocando dos rebanadas de pan en el tostador eléctrico-. Atiende eso.

– Pero ¿qué tengo que hacer?

– Cuando salten, las sacas, les pones mantequilla y metes otras dos rebanadas a tostar. ¿O es que no sabes cómo untar mantequilla en unas tostadas?

Ella le fulminó con la mirada.

Ellery Queen sacó varios tarros del refrigerador y los colocó sobre la mesa de la cocina. Nikki les dio la vuelta para ver las etiquetas.

– Mermelada de membrillo, fresa, miel, compota. ¡Oh, señor Queen, tiene usted cosas buenas!

– Para postre, ¿quieres ciruelas o higos con crema?

Hasta las diez y media estuvieron sentados en el estudio de Ellery Queen discutiendo el asesinato de Braun, historias de misterio, cómo debía Nikki eludir a la policía, política internacional y las aventuras de Ellery en la investigación criminal. Luego Ellery oyó el ruido de un llavín al ser introducido en el cerrojo de la puerta de la calle. Empujó a Nikki y su maleta dentro del dormitorio, cerró la puerta y, estaba golpeando ruidosamente la máquina de escribir, cuando el inspector, seguido por el sargento Velie, entró por el vestíbulo hasta la habitación.

– Otra vez trabajando, según veo -dijo el inspector bostezando.

– Qué, ¿todavía no has cogido a esa Porter? -preguntó Velie irónico-. ¡Vaya, hombre!, siempre agarras al asesino, ¿no?

– Bueno, la cogeremos nosotros esta vez; no te preocupes -gruñó el inspector-. ¿Te dio bien de comer Annie, hijo?

– No. Me tuve que preparar un huevo. Annie se ha ido a Ohio: Wapakoneta, Auglaiza County, Ohio.

– ¿Cómo? -el inspector pareció asombrado.

– Wapakoneta, papá. Ya sabes, está al suroeste de Bluffton.

– ¿Estás intentando hacerte el gracioso?

– Al contrario. Ahí es donde vive la familia de Annie. Le mandaron un cable diciéndole que fuese inmediatamente. Su abuela Amanda está enferma.

– Supongo que eso quiere decir que tendremos que comer fuera. ¡Ojalá se pudran los parientes de esa mujer! -el inspector parecía muy desgraciado.

– ¡Oh, no pasa nada! Annie consiguió que viniese alguien a ocupar su puesto. Estará aquí mañana. Annie dice que es una cocinera maravillosa -Ellery alzó la voz para que le escuchase Nikki, que estaba seguro, se encontraba escuchando al otro lado de la puerta.

– Annie dijo que tenemos que conseguir que la nueva cocinera nos haga puding de Yorkshire y bizcochos. Es maravillosa.

– ¿Seguro? -el inspector se relamió-. Si Annie dice que vale, es suficiente para mí. ¿Bizcochos? ¡Hum!

– ¡Eh! -dijo Velie, tirando su sombrero al diván-. ¿Qué hay de esas botellas de cerveza, jefe?

– Hay muchas en el refrigerador -dijo el inspector Queen alegremente-. Ve y coge lo que quieras. Trae alguna para Ellery. Te acompañará, es muy trasnochador. Yo me voy a la cama Tengo que levantarme mañana fresco y temprano. La red de caza, como la llamas en tus libros, está tendida para agarrar a esa Porter, y Sam Prouty va a hacer la autopsia al amanecer.

Ellery Queen silbó.

– ¿Cómo conseguiste ese milagro?

El inspector hizo una mueca.

– Le dije que un viejo mulo había muerto envenenado en la casa de Braun y que tenía que hacer el informe a las ocho; ya conoces a Prouty. Estaba a la mitad de una partida de póquer cuando le llamé. Por poco si quema el cable. Así que le dije que llamaría a un veterinario para que estudiase al mulo, si me prometía darme el informe de Braun a las ocho de la mañana.

– Tu padre ha conseguido hoy todo lo que quería -dijo Velie-. Voy por unas cervezas, Ellery -su gran masa llenó el hueco de la puerta y luego desapareció por el vestíbulo.

– Buenas noches, señor Queen -dijo el inspector, dirigiéndose a su habitación.

– Buenas, papá -Ellery Queen miró de mal humor a la máquina de escribir. La llegada inesperada de Velie era un estorbo. Velie, en general, no era muy comunicativo, pero de noche, con un vaso de cerveza en la mano… ¿Y qué le hacía tardar tanto? Sabía dónde estaba cada cosa.

Ellery Queen completó la frase inacabada en el papel de la máquina. «Punto; cerrar comillas», murmuro mientras golpeaba las teclas.

El gran cuerpo de Velie volvió a dibujarse en la puerta. Llevaba una bandeja de laca negra. Sobre la bandeja había dos vasos, un cuenco de pretzels y una enorme jarra de estaño.

– ¿Qué llevas ahí? -preguntó Ellery Queen.

– He echado seis botellas de cerveza en la jarra -dijo el gigante alegremente-. La hace parecer de barril. Un vaso de cerveza no sirve para nada. Apenas si moja el gaznate. Quita algo de esa chatarra de en medio, Ellery.

Ellery Queen empujó el montón de encima del escritorio a una esquina.

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