Ellery Queen - El Cadáver Fugitivo

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`Heredera que huye, padre implacable, madre angustiada, novio en un aprieto. ¿Qué más se puede pedir para empezar?`. Pues aún hay más: una escritora empeñada en contar una buena historia, un hombre dedicado a la adoración del cuerpo, a quien le diagnotican un cáncer, quizás, un impostor, un cadáver fugitivo y un detective kantiano de los que piensan que la razón pura es el bien esencial para descubrir las trampas de este caótico mundo.

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– Tengo que trabajar -protestó.

– ¡Anda ya! Tienes todo el día para escribir esas tonterías. ¿Por qué no intentas levantarte antes de las matinées para variar? -Velie dejó la bandeja y sirvió dos vasos de cerveza. Una espuma densa subió hasta el borde de los vasos. Puso su pulgar en los bordes y presionó hacia abajo-. Esto impide que se salga -dijo sonriendo-. Sabes, Ellery, me siento bien.

– Ya veo -dijo Ellery Queen tristemente.

– Seguro, el caso este de Braun es pan comido. En el saco.

– ¿Cómo es eso?

Velie se echó sobre el diván. Inclinándose hacia delante, sopló la espuma del vaso que estaba sosteniendo entre las palmas de sus grandes manos.

– La chica lo hizo.

– ¿Cuál? ¿La guapa rubia?

– Repórtate. La Porter.

– ¿De verdad? ¿Cómo lo dedujiste?

– Bueno, es así. Tienes que admitir que Nikki Porter y Barbara Braun eran amigas. Te metes tú y anuncias que la policía anda detrás de Barbara. Piensa rápidamente. Barbara odia a su padre, su hermoso cuerpo y todo. El viejo Braun odia a su hija Barbara. Así que suponen que ha sido Braun el que ha dado la lata a la policía para que le devuelvan a su hija. A lo mejor lo planearon todo mucho antes; pero sea como sea, vieron su oportunidad. Te toman por un idiota No es que te culpe, Ellery -dijo con magnanimidad-. Ella se mete en la cama y se esconde detrás de la estatua, esperando su oportunidad.

– ¿Cómo sabes eso? -preguntó Ellery Queen.

– Sus huellas digitales se encuentran por toda la parte de atrás de la estatua. Coinciden con las que cogimos en su apartamento.

– Sigue.

– El que se escondiese detrás de la estatua prueba que el crimen fue premeditado. Espera hasta que los demás hayan salido del dormitorio de Braun, entonces se cuela dentro, agarra el cuchillo de encima del escritorio y se sirve un trocito de garganta.

– ¡Sargento, ha malgastado su talento, con su imaginación…!

– ¡Imaginación!, ¡y un cuerno! Sus huellas dactilares se encontraron en el escritorio del dormitorio. Ahora ríase de eso, señor Queen.

El señor Queen no hizo nada de eso. Se quedó contemplando un cuenco medio lleno de cenizas de pipa. Luego ése era el escenario: las huellas digitales en la estatua y sobre el escritorio del dormitorio. Él había limpiado el otro escritorio, el grande. Ella no había mencionado que hubiese tocado ninguna otra cosa en el dormitorio. Había dicho que había puesto un pañuelo sobre los picaportes de las puertas, y ahora… Sin duda había estado escuchando, con el oído puesto en la rendija de la puerta. Seguro que había oído todo lo que Velie había dicho.

– Bueno, parece que tienes algo ahí, Velie -dijo.

Era casi la una cuando Velie se fue. Ellery estaba exhausto. A pesar de ello sentía que tenía que decir algo optimista a Nikki. Después de haber escuchado a través de la puerta los desvaríos de Velie, debía estar terriblemente preocupada. Fue a la puerta del dormitorio, llamó ligeramente y esperó. No hubo respuesta. Volvió a llamar, más fuerte. Todavía no se oía nada. Dio la vuelta al picaporte, abrió la puerta y miró al interior. A la luz de la luna pudo ver un montículo debajo de la sábana de la cama. Se podía ver sobre la almohada un mechón de cabello oscuro, nada más. Cerró la puerta suavemente. ¡Qué tranquilidad tenía esa mujer!

Se restregó la barba reflexivamente. Bueno, ¿por qué no iba a poder dormirse? El también estaba más cansado que un perro. Se quitó la chaqueta y la corbata, colgándolas en el respaldo de la silla del escritorio. Se quitó los zapatos y se sentó sobre el diván, desabrochándose la camisa. Cogió la bata de franela, la convirtió en una almohada y se reclinó.

Pobre chica. Estaba en apuros. El también lo estaba, si de eso se trataba. Lo imposible tenía que ser posible. Se piensa sobre eso y el cerebro salta -por lo menos se retuerce de mala manera-, Nikki no haría daño a una mosca. Sus ojos, asustados, aterrados. Ojos oscuros. Largas pestañas de un marrón oscuro. Inocente.

«Ellery Queen, eres un idiota», murmuró e, incorporándose, apagó la luz.

El cuerpo, el cuerpo, ¿quién tiene el cuerpo?

Ellery Queen abrió los ojos. La luz del sol se filtraba por la ventana. El inspector Queen, vestido sólo con sus largos calzoncillos, atravesaba de puntillas el estudio hacia la puerta, cerrada, del dormitorio.

– ¡Papá! -bramó Ellery Queen, y saltó del diván. Con la mano estirada para agarrar el picaporte, el inspector Queen dio un salto como si se hubiese disparado una escopeta a su espalda. La brocha de afeitar que sujetaba cayó en la jardinera que utilizaba Ellery para tirar las cenizas de la pipa y las colillas. Con cara de susto, el inspector dio media vuelta.

– ¿Se puede saber qué te pasa, hijo? -dijo de mal humor-. ¿Por qué bramas como un toro?

– Lo siento, papá. Estaba dormido.

– Ya sé que estabas dormido. Intentaba no despertarte. ¿Es ésa razón para que des un salto y te pongas a chillarme?

– Tuve una pesadilla, papá.

– Bueno, ¿por qué no duermes en tu cama? ¿Por qué duermes vestido? ¿Por qué estás tan nervioso?

– Velie se quedó hasta muy tarde. Luego intenté escribir un rato. Me tumbé para pensar. Me debí quedar dormido.

El inspector recuperó su brocha de afeitar.

– Debo decir, Ellery, que tienes algunos hábitos de lo más desordenado -dijo, cogiendo la brocha y sacudiendo las cenizas.

– Lo siento. Oye, papá -dijo Ellery Queen al ir el inspector a agarrar otra vez el picaporte de la puerta.

– ¿Qué pasa ahora?

– ¿Qué hora es?

– Las ocho menos cinco. Me dormí. ¡Maldita sea!

– ¿Has oído algo de Prouty sobre la autopsia?

– Claro que no. ¡Suéltame!

– ¿Me harás un favor? -Ellery seguía sujetando el brazo de su padre, apartándole de la puerta.

– Seguro, ¿qué es?

– ¿Me telefonearás tan pronto como hayas conseguido el informe de la autopsia? Estoy muy interesado en este caso.

– Seguro, pero deja de tirar de mí. ¿Por qué tiras de mí? Déjame ir.

– ¿Querías algo, papá?

– Sí, yo… -el inspector miró los vasos y la jarra de estaño sobre la bandeja-. ¿Velie llenó eso de cerveza?

– Sí, pensé que nunca se iría.

– Bueno, mejor te vas a la cama y duermes un rato. Sólo vine a cogerte la cuchilla de afeitar -con agilidad inesperada, el inspector se dio la vuelta y se encaminó hacia la puerta.

Horrorizado, Ellery vio cómo su padre hacía girar el picaporte, abría la puerta y entraba en la habitación. Con un gemido se hundió en el diván, sujetándose la cabeza con las manos, y esperó la explosión. En el instante siguiente escucharía un bufido de sorpresa de su padre. Luego el inspector se ofendería y más tarde se enfadaría. Gritaría que Ellery Queen era no sólo culpable de traición, mutilación y asesinato, sino que había escondido a un criminal. El hijo del inspector Queen, el hijo había…

Ellery oyó la puerta del cuarto de baño, que estaba al otro lado de su dormitorio, abrirse y cerrarse. Luego, el inspector reapareció, agitando la cuchilla de afeitar envuelta en papel azul y sonriendo feliz. Ellery le miró con la boca abierta, mientras se apresuraba a través de la habitación.

– Es mejor que duermas un rato, Ellery -dijo el inspector-. Miras y actúas como si fueses un imbécil.

En el momento en que su padre salió al vestíbulo, Ellery Queen corrió hacia el dormitorio. Nikki no estaba en ningún sitio a la vista. La cama estaba hecha. Todo estaba en orden, tal como lo había dejado Annie. Abrió la puerta del armario. Vacío. El cuarto de baño. Vacío. Se quedó al pie de la cama, pensando intensamente.

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