Joseph Teller - El Décimo Caso

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Siempre ha confiado en sus clientes… hasta su última defendida. El abogado defensor Harrison J. Walker, más conocido como Jaywalker, acaba de ser suspendido por usar tácticas “creativas” y por recibir en las escaleras del juzgado “un acto de gratitud” de una clienta acusada de ejercer la prostitución. Jaywalker consigue convencer al juez de que sus clientes lo necesitan y recibe autorización del tribunal para terminar diez casos.
Sin embargo, es el último el que realmente pone a prueba su capacidad y su excelente registro de absoluciones. Samara Moss ha apuñalado a su marido en el corazón. Al menos, eso es lo que cree todo el mundo. Samara, una ex prostituta que se casó con el anciano multimillonario cuando tenía dieciocho años, es el arquetipo de la cazadora de fortunas. Sin embargo, Jaywalker sabe que las apariencias engañan. ¿Qué otra persona podría haber matado al multimillonario? ¿Le han tendido una trampa a Samara para incriminarla? ¿O acaso Jaywalker se está dejando influir por su necesidad de ganar los casos de sus clientes y de conseguir la gratitud eterna de esta clienta en particular?

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Les dio la espalda, se dirigió hacia la mesa de la defensa y se sentó. Había hablado durante casi media hora. No tenía idea de si se los había metido en el bolsillo o no. Sin embargo, al menos les había presentado una teoría, una proposición, como él la había llamado, y ninguno se había echado a reír. Sólo eso podía ser considerado una victoria.

La mala noticia era, por supuesto, que estaba a punto de empezar el desfile de pruebas.

19.

Una muerte truculenta

– Se llama a declarar a Stacy Harrington.

A muchos fiscales les gustaba empezar con un buen golpe, llamando primero a un testigo clave. Aunque esto da mucho juego para un drama de televisión, a menudo sólo consigue confundir a los miembros del jurado en la vida real.

Tom Burke no era un showman, y lo que menos le interesaba eran los dramas. Con su elección de su primera testigo, había dejado bien claro que no quería conseguir un buen índice de audiencia, sino orden cronológico y claridad.

Stacy Harrington, una mujer negra de estatura baja y gran atractivo, era la secretaria de dirección de Tannenbaum International, la empresa más importante de Barry Tannenbaum. Había sido una de las primeras en notar la tardanza de Barry una mañana de agosto, un año y medio antes. Y Barry nunca llegaba tarde a nada.

Señor Burke: ¿Qué hizo usted cuando él no apareció?

Señora Harrington: Llamé a su casa, a sus dos casas.

Señor Burke: ¿Y?

Señora Harrington: No respondió.

Señor Burke: ¿En ninguna de las dos residencias?

Señora Harrington: En ninguna de las dos.

Señor Burke: ¿Qué hizo usted entonces?

Señora Harrington: Llamé a la policía.

Señor Burke: ¿A qué policía?

Señora Harrington: A la policía de Nueva York. Tenía entendido que Barry, el señor Tannenbaum, estaba en la ciudad. Y eso era más fácil. Marqué el número de la policía de Nueva York, el 911.

Señor Burke: ¿Y qué le dijo la policía?

Señora Harrington: Reconocieron su nombre. Dijeron que enviarían a alguien a su casa y que se pondrían en contacto con la policía de Scarsdale para que hicieran lo mismo.

Jaywalker no tenía preguntas para la señora Harrington. Había muchos abogados que se empeñaban en hacer un espectáculo interrogando a todos y cada uno de los testigos que subían al estrado. Para él, eso no tenía sentido. Si una testigo no había dicho nada que pudiera hacerle daño a su clienta, ¿para qué iba a disfrazar ese hecho haciéndole preguntas? ¿Por qué no ponerlo de relieve encogiéndose de hombros y diciendo que no había preguntas?

Burke llamó a Anthony Mazzini. Mazzini era el encargado del edificio en el que Barry Tannenbaum tenía un ático. Alrededor del mediodía, habían aparecido dos policías uniformados en el portal del edificio. Le habían explicado que el señor Tannenbaum no había ido a trabajar aquella mañana, y que el personal de su oficina estaba preocupado por su bienestar. Después de intentar, sin éxito, ponerse en contacto con el señor Tannenbaum por medio del portero automático y por teléfono, Mazzini había acompañado a los policías al ático. Habían llamado al timbre y a la puerta, pero no habían obtenido respuesta. Finalmente, él había abierto con una llave maestra. La puerta no tenía la cadena de seguridad puesta, ni estaba cerrada por dentro, y la alarma no estaba conectada. Mazzini había seguido a los agentes al interior del piso.

Señor Burke: ¿Encontraron algo inusual?

Señor Mazzini: ¿Inusual? Sí, bastante.

Hubo unas risas nerviosas en la tribuna del jurado.

Señor Burke: ¿Qué era?

Señor Mazzini: Encontramos al señor Tannenbaum tendido en el suelo de la cocina, en mitad de un charco de sangre.

Jaywalker tampoco hizo preguntas. Mazzini estaba en su corta lista de sospechosos, pero él sabía que aquél no era el momento apropiado para ir tras él. Para empezar, no le estaba permitido abordar temas que no hubiera mencionado el fiscal en su primera batería de preguntas. Si Jaywalker quería atacar al encargado, tendría que llamarlo después, durante el caso de la defensa, y si era necesario, declararlo testigo hostil. Sin embargo, aparte de aquel detalle técnico, ¿qué iba a hacer? ¿Preguntarle directamente a Mazzini si había asesinado a Tannenbaum y le había tendido una trampa a Samara?

Burke llamó a Susan Connolly, una de las primeras agentes que llegó a la escena del crimen. La oficial Connolly había determinado rápidamente que Tannenbaum estaba muerto, y que probablemente llevaba muerto varias horas. Su compañero y ella habían marcado la escena del crimen y habían prohibido la entrada a las personas no autorizadas para que nada resultara alterado. Después habían llamado a su supervisor, que les había ordenado que esperaran hasta que llegaran los detectives.

Señor Burke: ¿Cómo estaba situado el cuerpo?

Oficial de policía Connolly: ¿Disculpe?

Señor Burke: ¿Estaba boca abajo o boca arriba?

Oficial de policía Connolly: Boca abajo, casi por completo.

Señor Burke: ¿Usted o su compañero le dieron la vuelta?

Oficial de policía Connolly: No, señor.

Señor Burke: Gracias. No hay más preguntas.

En aquel momento, Jaywalker decidió que debía aprovechar la oportunidad para suscitar algunas dudas sobre el testigo anterior.

Señor Jaywalker: ¿Y el señor Mazzini, el encargado? ¿Qué hizo él?

Oficial de policía Connolly: Él tampoco tocó el cuerpo.

Señor Jaywalker: No, no quiero saber lo que no hizo, sino lo que hizo.

Oficial de policía Connolly: ¿Cuándo?

Señor Jaywalker: Durante todo el tiempo que estuvo en el apartamento.

Oficial de policía Connolly: No lo sé. Estuvo mirando por allí, sobre todo.

Señor Jaywalker: ¿Miró por varias habitaciones?

Oficial de policía Connolly: Supongo que sí.

Señor Jaywalker: Usted se quedó junto al cuerpo, ¿no es así?

Oficial de policía Connolly: Sí, una vez que hubimos marcado el área y nos hubimos asegurado de que no había nadie más en el apartamento.

Señor Jaywalker: Entiendo. ¿Cuánto tardaron en llegar los detectives?

Oficial de policía Connolly: (Consultando sus anotaciones). Veinticinco minutos.

Señor Jaywalker: Cuando llegaron al apartamento, ¿hablaron mucho con el señor Mazzini?

Oficial de policía Connolly: Un poco. Yo no diría que mucho.

Señor Jaywalker: Entonces, ¿él todavía estaba allí?

Oficial de policía Connolly: No estoy segura.

Señor Jaywalker: ¿No acaba de decirnos que los detectives hablaron un poco con él cuando llegaron al apartamento?

(No hay respuesta)

Señor Jaywalker: ¿Estaba allí todavía el señor Mazzini?

Oficial de policía Connolly: Sí.

Señor Jaywalker: Entonces, en ese momento, él ya llevaba allí más de media hora, ¿no es así?

Oficial de policía Connolly: Supongo que sí.

Señor Jaywalker: Como usted ha dicho, había estado mirando por varias habitaciones, ¿no es así?

Oficial de policía Connolly: Sí.

No era mucho, pero al menos era un comienzo. Había demostrado que el encargado del edificio, que tenía una llave maestra, también había tenido acceso al apartamento el día siguiente al asesinato. Y que la integridad de la escena del crimen había quedado comprometida, hecho que podía ser perturbador para los miembros del jurado, que seguramente conocían el caso de O. J. Simpson y veían regularmente CSI. No obstante, ¿qué estaba haciendo de veras Jaywalker? ¿Esperar que los policías hubiesen metido la pata? ¿Que se produjera el milagro? Eso parecía.

Hicieron un descanso para comer.

Aquella tarde, Burke comenzó con la detective Anne Maloney. Maloney pertenecía a la Unidad de la Escena del Crimen, cosa que rápidamente llamó la atención del jurado. Después de haber trabajado durante años casi en la oscuridad total, la Unidad de la Escena del Crimen se había convertido en la niña mimada del departamento de policía. El motor del cambio había sido la televisión, por supuesto, con series como CSI y otras de sus competidoras, que habían puesto a la unidad al frente del trabajo policial. En aquellos tiempos, los niños y los adolescentes ya no querían ser médicos, estrellas de cine, jugadores de béisbol, bomberos ni guardias forestales; querían ser David Caruso o Marg Helgenberger.

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