Sophie Hannah - No es mi hija

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No es mi hija es la historia de una mujer, Alice, que sale a dar un paseo poco después de haber dado a luz a su hija Florence. Al regresar, descubre que el bebé que está en la cuna no es su hija, a pesar de que su marido insiste en que está equivocada. A partir de ese momento empieza la agónica pesadilla de Alice para conseguir que alguien la crea y descubrir qué ha pasado con su bebé.

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– ¿Te importaría si le hago una visita a Darryl Beer en Brimley?

Charlie gruñó:

– Sí, por supuesto que me importaría, ¡carajo! ¿Por qué querrías hacer eso? Simon debes intentar evitar esas extrañas tangentes de las que te gusta ir y venir.

– Excepto cuando resultan ser acertadas, ¿eso quieres decir?

– Si, excepto cuando son exactas. Pero ahora no es una de esas veces. Ya es hora de que admitas que estás equivocado y seguir adelante.

– ¿Sí? ¿Tú cuándo has hecho eso? Eres tan terca como yo y lo sabes. Solo porque tú pienses algo no significa que sea verdad. ¡Siempre lo haces!

– ¿Qué hago?

– ¡Intentar convertir tu opinión personal en una especie de ley moral universal!

Charlie retrocedió. Unos segundos después dijo:

– ¿Nunca te preguntas por qué eres tan mierda conmigo cuando yo soy tan amable contigo la mayor parte del tiempo?

Simon miró hacia sus manos. Sí, se lo preguntaba.

– No es mi opinión personal -dijo con calma-. Es la confesión de Beer. Es la prueba del ADN. ¡La única persona aquí con una opinión ilegítima y sin bases eres tú! Darryl Beer mató a Laura Cryer, ¿de acuerdo? Créeme. Ese caso no tuvo nada que ver con este, con el de Alice y Florence Fancourt.

Simon agitó la cabeza:

– No quise ofenderte -dijo.

– Así que… ¿te has enamorado de ella? ¿De Alice? -preguntó Charlie. Parecía asustada. Apenas lo dijo, Simon supo que esta era la verdadera intención de su visita. Ella quería, quizá necesitaba, hacerle esta pregunta.

Simon se ofendió. ¿Quién se creía que era para preguntarle eso? Únicamente los residuos de culpa que le quedaban evitaron que la echara, culpa por no poder sentir de la forma que ella quería.

Charlie era la única mujer que había perseguido a Simon. El coqueteo comenzó el mismo día que fue trasladado al dic. Primero pensó que estaba bromeando hasta que Sellers y Gibbs lo convencieron de lo contrario.

Si Simon pudiese al menos desarrollar un interés romántico por Charlie, podría cuando menos hacer feliz a ambos. Sin duda su vida se haría un tanto más fácil. A diferencia de muchos hombres -como la mayoría de los policías-, Simon no se preocupaba mucho del aspecto físico. Qué más daba si Charlie tenía pechos grandes o piernas largas y delgadas. Su figura esbelta, combinada con su agudeza y disponibilidad, eran parte de lo que lo desconcertaba. Estaba lejos de su liga, como las chicas con las que se obsesionó en su juventud antes de que las innumerables humillaciones le enseñasen cuál era su lugar. Ella había emprendido con éxito dos carreras. Era el tipo de persona que podía hacer bien cualquier cosa que se propusiera.

Obtuvo su título en asnac -Estudios Anglosajones, Nórdicos y Celtas- en Cambridge. Antes de incorporarse a la policía había sido una prometedora investigadora académica durante cuatro años. Cuando un superior de su departamento, envidioso del intelecto superior de Charlie y su número de publicaciones, le negó un ascenso que estaba segura de merecer, comenzó desde abajo en la policía y ascendió a detective en tiempo récord. Sus logros impresionaban e intimidaban a Simon. Normalmente lo hacía sentir como un inepto.

Mirando en retrospectiva, Simon comprendió lo tonto que había sido. Charlie había dejado claro que lo quería y que indiscutiblemente tenía posibilidades con ella; los convencionalismos dictaban que debía tener una novia y ella era la única voluntaria. Una voz en su interior había expresado su desacuerdo desde el primer día, pero él la había ignorado y se decía a sí mismo lo maravillosa que era Charlie, lo suertudo que debería sentirse.

Finalmente ella había decidido hacer su intento en la fiesta de cumpleaños de Sellers. Simon, asombrado y un tanto zombi, no necesitó hacer ningún esfuerzo. Ella lo acaparó por completo, tomó la iniciativa en todo. Incluso había reservado la habitación de huéspedes de Sellers para ellos, según le confesó. «¡Si alguien más se mete ahí dentro antes que nosotros, Sellers tendrá que buscar otro trabajo!», bromeó.

Esto alarmó a Simon, pero aun así no dijo nada. Temía que fuese en la cama igual que era fuera de ella, que se la pasara todo el tiempo dando instrucciones sobre lo que quería que se hiciera, cuándo y dónde, en un tono que no permitía discusión.

Simon sabía que algunos hombres no tenían problemas con eso, pero él personalmente encontraba repelente esa posibilidad. Sabía que de todas formas el asunto iría mal, sería un desastre.

Aun así, se dejó llevar. Mientras el besuqueo continuaba Charlie parecía entusiasmarse cada vez más, así que Simon se comportó de la misma manera. Imitó su respiración rápida, dijo algunas cosas que esperaba fueran románticas, frases que nunca hubiese pensado si no las hubiera visto en las películas.

Charlie lo llevó a la pequeña habitación de Sellers y lo empujó sobre la cama individual. Qué suerte tengo, se repetía Simon nuevamente. La mayoría de los hombres regalarían sus entradas para la final de la Copa del Mundo con tal de estar en su mismo lugar. Miró con fascinación y horror mientras Charlie se desvestía frente a él. Lógicamente, con la parte racional de su cerebro, la admiraba por ser liberada, por negarse a seguir la tontería sexista de que los hombres deben tomar la iniciativa. Sin embargo, aunque demasiado avergonzado como para admitirlo, todos los instintos de Simon se amotinaron contra la idea de una mujer sexual- mente agresiva.

Es demasiado tarde, se dijo a sí mismo mientras Charlie le desabotonaba la camisa. Lo mejor que podía hacer era continuar hasta terminar con el asunto. Pasó las manos a lo largo de su cuerpo, haciendo lo que suponía que debía hacer.

En este punto del relato, la memoria de Simon siempre evitaba los detalles específicos, eran demasiado terribles para poder soportarlos. Bastaba con recordar que en cierto momento supo que no podía seguir adelante. Quitó a Charlie de sus rodillas, masculló una disculpa y salió rápidamente del cuarto sin mirar atrás. Ella seguramente pensaba en lo cobarde y perdedor que era él. Esperaba que las noticias de su humillante fracaso estuvieran esparcidas por toda la comisaría de policía, pero nadie dijo nada. Cuando Simon intentó disculparse, Charlie lo interrumpió: «Estaba algo achispada de todos modos. No recuerdo mucho», intentando sin duda ahorrarle mayor vergüenza.

– ¿Y bien? -dijo ella. La respuesta vino de donde no la había, cómo diría Proust -. ¿Qué hay con Alice Fancourt? ¿Te apetece porque tiene cabello largo y rubio?

– Claro que no. -Simon sintió que la Inquisición española había aterrizado en su salón. Estaba ofendido porque le imputaban semejante superficialidad. El cabello largo y rubio no tenía nada que ver con él. Era la transparencia en el rostro de Alice, su vulnerabilidad, la forma como él podía ver lo que ella sentía con tan solo mirarla. Quería ayudarla y estaba seguro de poder hacerlo. Tenía una cierta gravedad que lo conmovía. Él no era un bufón para ella. Alice parecía ver a Simon exactamente como él quería ser visto. Ahora que se había esfumado, la veía en su mente constantemente, repasaba todo lo que le había dicho, se estremecía con la necesidad de decirle finalmente que le creía, sin reservas, en todo. Ahora que quizás fuese demasiado tarde ella consumía sus pensamientos; era como si de algún modo al desaparecer hubiese trascendido la realidad, convirtiéndose en una leyenda.

– Te has enamorado de ella -dijo Charlie con abatimiento-. Ten cuidado, ¿de acuerdo? Asegúrate de no estallar. El Muñecode Nieve ha puesto sus ojos redondos y brillantes sobre ti. Si la jodes de nuevo…

– Proust me dijo lo mismo esta mañana. No sabía de qué hablaba. Está bien, he tenido unas pocas amonestaciones disciplinarias pero no más que la mayoría.

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