Sophie Hannah - No es mi hija
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Charlie respiró profundamente:
– Unas cuantas más que la mayoría, de hecho. Yo nunca he tenido ninguna, y Gibbs y Sellers tampoco.
– No dije que fuera perfecto -dijo para sí, poniéndose instantáneamente a la defensiva. Era mejor policía que Gibbs o Sellers y Charlie lo sabía. Proust lo sabía-. Me arriesgo. Sé que a veces las cosas se me van de las manos pero…
– Simon, esas amonestaciones disciplinarias se quedaron en amonestaciones porque le rogué a Proust de rodillas que no se pasara contigo. ¡No puedes ir por ahí aplastando a cualquiera que cuestione tu juicio!
– Sabes que no fue algo tan simple como eso.
– El Muñeco de Nieve estaba a punto de echarte. Tuve que lamerle el culo hasta que casi se me cae la lengua y él mismo tuvo que lamer unos cuantos culos más arriba, cosa que no le sentó muy bien.
Todo esto era nuevo para Simon. Había perdido los estribos solo con aquellos que lo merecían.
– ¿Qué estás diciendo? -preguntó, sintiéndose un idiota. Debería saber más sobre aquello que Charlie-, ¿Por qué no me lo dijiste?
– ¡No lo sé! -dijo bruscamente-. No quería que sintieras que todo el mundo estaba en tu contra, aunque pareces sentirte de esa forma pase lo que pase. Mira, tenía la esperanza de que mejorases tu conducta. Y últimamente has mejorado bastante, por eso no quiero que este asunto de Alice Fancourt te joda. Le prometí a Proust que te mantendría bajo control, así que…
– ¿Así que también vas a comenzar a controlar lo que siento por la gente? -Simon estaba indignado. Charlie le había resuelto el problema y al mismo tiempo se lo había ocultado. No podía pensar en nada más condescendiente. Como si fuera un niño que no puede manejar la dolorosa verdad.
– No seas ridículo. Solo trato de ayudar. Si yo estuviese a punto de cagarla quisiera también que me aconsejaras no hacerlo. Eso es lo que hacen los amigos. -Había un temblor en su voz.
Simon vio su expresión de dolor, temerosa casi hasta las lágrimas.
– Lo lamento.
Decidió mientras lo decía que realmente tenía que lamentarlo, que quizás de verdad lo lamentaba. Charlie podía parecer que llevaba una coraza pero Simon sabía que a menudo se sentía herida y traicionada. Como él. Otra cosa que tenían en común, hubiese dicho ella.
Se levantó. -Mejor me voy. Quizás vaya al bar -dijo con mordacidad.
– Gracias por el libro. Te veo mañana.
– Sí, claro.
Una vez que se hubo marchado, Simon se hundió en el sillón sintiéndose descolocado, como si hubiese perdido una parte importante de sí mismo.
Necesitaba pensar, reescribir la historia de su vida de acuerdo a la nueva información que Charlie le había dado. Las mentiras eran letales, no importaba cuán honorables hubiesen sido las intenciones del mentiroso. Privaban a la gente de la oportunidad de saber los hechos fundamentales de sus propias vidas.
El impulso de huir, de empezar de nuevo en algún lugar lejano, regresaron con todo el encanto de las nuevas ideas. Sería demasiado fácil no aparecer por el trabajo al día siguiente. Si tan solo pudiera confiar en Charlie, o en cualquiera, para encontrar a Alice. Pero sin él, el equipo no podría hacer un trabajo completo, no de acuerdo a sus estándares. No es que Simon confiara particularmente en sí mismo en ese momento. Quizás no era tan bueno en su trabajo como pensaba. Quizás la obediencia y el conformismo valían más que la pasión y la inteligencia en este mundo llano y superficial.
Descubrir, retrospectivamente, que la mayoría de sus superiores había deseado deshacerse de él, hizo que Simon se sintiera como si todos sus esfuerzos hubiesen sido en vano. Podría quizás comenzar a patear algunas cabezas en ese preciso momento. Pero, ¿qué más da si la cronología estaba equivocada? No cambiaba cómo se sentía. Hoy dormiría muy mal.
Capítulo 1 3
27/09/03
Vivienne y yo estamos en la comisaría, en una sala de interrogatorios. Es uno de los espacios más desagradables en los que he estado jamás, pequeño y mal ventilado, de aproximadamente tres metros cuadrados y paredes desconchadas y empalagosamente verdes. A medida que entramos, nuestros pies se adhieren al linóleo gris. Tenemos que despegarlos a cada paso. La única ventana tiene barrotes y todas las sillas están atornilladas al suelo. La mesa que está ante nosotras está cubierta por quemaduras de cigarrillo. Respiro por la boca para evitar inhalar el desagradable hedor, una mezcla de orina, cigarrillos y sudor.
– ¿Qué clase de lugar horrible es este? -dice Vivienne-. Ésta es una habitación para criminales. Una habría creído que, solo con mirarnos, se darían cuenta de que no somos criminales.
Con toda seguridad Vivienne no lo parece. Lleva un traje de lana gris y zapatos de tacón de ante grises. Su pelo plateado y corto es inmaculado y lleva las uñas pintadas con esmalte incoloro, como siempre. Quien no la conociera no diría que se encuentra en estado de angustia extrema.
Vivienne no vocifera, no solloza ni crea alboroto. Cuanto más abatida se siente, más silenciosa y serena está. Se sienta y medita. Mira hacia la pared y fuera de las ventanas, su rostro no revela nada, es siniestra en su quietud. Ni siquiera por el bien de su querido Felix puede fingir que está en su estado de ánimo habitual. Lo abraza fuertemente, como temiendo que él también pueda desvanecerse. Esta mañana le he dicho que creía que Felix debería irse y quedarse en casa de unos amigos, pero ella ha respondido con firmeza: «Nadie dejará esta casa».
Siempre ha dado órdenes así, como una fuerza dominante, segura de su poder absoluto. La primera vez que David me llevó a su casa para conocerla, me gustó su forma autoritaria de indicarme el tren que debía tomar para volver a Londres y lo que debía comer en el restaurante al que nos había llevado. Me parecía entonces que los amigos te ofrecen consejos gentiles antes de abandonarte para que te abras camino en la vida tú solo, asumiendo todo el peso de la responsabilidad. No trataban de entrometerse demasiado o de imponer sus puntos de vista porque, en lo más profundo, no les importaba.
Cuando Vivienne asumió sin lugar a dudas la idea de controlar mi vida, creí que me estaba tratando como si fuera una hija.
Yo le importaba mucho, de lo contrario ¿por qué tendría que molestarse tanto? Y tenía razón sobre el tren, y también sobre la comida. Vivienne no es ninguna tonta. Las decisiones que tomaba por mí eran mejores que las que yo habría tomado por mí misma. En el lapso de dos meses de haber conocido a David, yo lucía un corte de pelo más favorecedor y llevaba una ropa que me encantaba y que me quedaba fantástica, pero que nunca me habría atrevido a elegir por mí misma.
Llegamos a la comisaría justo a tiempo para la cita de Vivienne. Ella explicó quiénes éramos, y el hombre de la recepción, un oficial de mediana edad en uniforme, nos condujo aquí dentro y nos ordenó esperar mientras él iba a buscar al oac de nuestro caso. Ninguna de nosotras sabía lo que quería decir, si debíamos esperar a una persona, un documento o un comité.
Vivienne está aquí para hacer su declaración. Le he suplicado que me dejara acompañarla. Me parece demasiado amargo y espantoso estar cerca de David. Pero estoy más nerviosa de lo que suponía. Nunca antes había estado dentro de una comisaría y no estoy disfrutando de la experiencia. Siento como si, en cualquier momento, me fueran a declarar culpable de algo.
La puerta se abre y Simon entra, seguido por una mujer alta y delgada de pecho abundante que encajaría mejor en alguien más metido en carnes. Su lápiz de labios es rojo vivo y no le sienta bien. Tiene pelo castaño oscuro corto y usa gafas ovaladas de montura dorada, un jersey rojo y una falda negra. Mira fugazmente a Vivienne, después se inclina contra la pared y me mira fríamente. Me siento desaliñada con mi vestido premamá de corte imperio. Mi barriga aún está demasiado abultada para la ropa normal. La mujer tiene un aspecto duro y mezquino en su rostro, e instantáneamente siento temor y desagrado ante ella. Simon se sonroja cuando sus ojos encuentran los míos. Estoy segura de que no le ha contado a su antipática compañera la reunión que nosotros dos hemos organizado para el lunes por la tarde. Cuando sugerí que debería ir a la comisaría, él inmediatamente repuso que era imposible. Yo tampoco se lo he dicho a Vivienne.
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