Lars Kepler - El Hipnotista

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Estocolmo. Una familia es asesinada. El único superviviente de la masacre es Josef, el hijo de la familia que tiene sólo 15 años. También sobrevive Evelyn, su hermana mayor, que se ha salvado porque vive en una casa en el campo. Erik Maria Bark es médico e hipnotizador. La noche del asesinato el comisario Joona Linna, encargado de la investigación, le llama para que someta a Josef a una sesión de hipnotismo en el hospital de Estocolmo, donde está ingresado. Unos días más tarde el hijo de Erik Maria Bark, Benjamin, es secuestrado de su propia cama. Erik emprenderá la búsqueda de su hijo junto a Linna, Simone, su mujer y su suegro Kennet Sträng… Juntos intentarán resolver estos dos misterios…

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Se calla, tiene un aspecto inquisitivo. Mira ante sí con expresión adormilada.

Erik nota que el pulso del chico se acelera y comprende que la tensión arterial está cayendo al mismo tiempo.

– Quiero que te sumerjas más aún -dice Erik en voz baja-. Te hundes, te sientes más tranquilo, más cómodo, y…

– ¿Mamá no? -pregunta el chico con voz lastimera.

– Cuenta, Josef… ¿Has visto también a tu hermana mayor, Evelyn?

Erik observa el semblante de Josef, consciente de que aventurar eso puede crear problemas, una grieta en la hipnosis si resulta que está equivocado. Sin embargo, está obligado a dar un paso arriesgado porque el tiempo se le acaba. Tendrá que interrumpir la hipnosis en seguida: el estado del paciente vuelve a ser crítico.

– ¿Qué pasó cuando viste a Evelyn? -pregunta.

– Nunca debería haber ido a verla.

– ¿Fue ayer?

– Se escondía en la cabaña -susurra el chico, sonriente.

– ¿Qué cabaña?

– La de Sonja, mi tía materna -dice él, cansado.

– Describe lo que pasa en la cabaña.

– Estoy ahí sin más. Evelyn no está contenta, sé lo que piensa -murmura él-. Sólo soy un perro para ella, no valgo nada.

Las lágrimas resbalan por las mejillas de Josef, le tiembla la boca.

– ¿Evelyn te dice eso?

– No quiero, no tengo por qué, no quiero… -se lamenta Josef.

– ¿Qué es lo que no quieres?

El párpado le empieza a temblar espasmódicamente.

– ¿Qué pasa ahora, Josef?

– Ella dice que tengo que morder y morder para conseguir mi recompensa.

– ¿A quién tienes que morder?

– Hay una foto en la cabaña…, una foto en un marco con forma de seta… En ella están papá, mamá y Knyttet, pero…

El cuerpo del chico se tensa de repente, sus piernas se mueven rápida y pesadamente, está saliendo de la hipnosis profunda. Erik lo guía con cuidado, lo tranquiliza y lo hace subir varios niveles. Con meticulosidad, cierra las puertas de todos los recuerdos del día y también de los de la hipnosis. Nada puede quedar abierto cuando empiece el delicado proceso de despertar.

Josef está tumbado en la cama, sonriendo, cuando Erik lo deja. El comisario se levanta de la silla del rincón y acompaña a Erik fuera de la habitación. Una vez en el pasillo, camina hasta la máquina de café.

– Estoy impresionado -dice Joona en voz baja, y saca su teléfono.

A Erik lo embarga un sentimiento desolador, la sensación de que algo está irrevocablemente mal.

– Antes de que llame usted a nadie quiero hacer hincapié en una cosa -dice-. El paciente siempre dice la verdad durante la hipnosis, pero por supuesto se trata sólo de su verdad; solamente habla de lo que él percibe como verdad, es decir, describe sus recuerdos subjetivos, no…

– Lo entiendo -lo interrumpe el policía.

– He hipnotizado a esquizofrénicos -continúa Erik.

– ¿Adonde quiere ir a parar?

– Josef ha hablado de su hermana…

– Sí, ha dicho que ella le exigió que mordiera como un perro y todo lo demás -asiente Joona.

Marca un número y se lleva el teléfono a la oreja.

– No es seguro que la hermana le dijera que hiciera eso -explica Erik.

– Pero podría haberlo hecho -dice Joona, y levanta una mano para silenciar a Erik-. Anja, tesoro…

Se adivina una voz suave a través del teléfono.

– ¿Puedes comprobar una cosa? Sí, eso es. La tía materna de Josef Ek tiene una casita o una cabaña en algún sitio y… Sí, eso… Qué maja eres.

Joona levanta la mirada hacia Erik.

– Perdone, iba a decir algo más.

– Que tampoco es seguro que fuera Josef quien asesinara a su familia.

– Pero ¿es posible que se causara esas heridas a sí mismo? Según su opinión, ¿podría haberse hecho él mismo esos cortes?

– Es difícil, pero no imposible -contesta Erik.

– Entonces creo que nuestro asesino está ahí dentro -dice Joona.

– Yo también lo creo.

– ¿Está en condiciones de poder huir del hospital?

– No. -Erik sonríe, sorprendido. Joona echa a andar en dirección al pasillo. -¿Va a ir a casa de su tía? -pregunta Erik. -Sí.

– Lo acompaño -dice Erik, y echa a andar a su vez-. La hermana podría estar herida o en estado de shock.

Capítulo 9

Martes 8 de diciembre, hora del almuerzo

Simone está sentada en el vagón del metro mirando por la ventana. Aún está sudorosa por haberse marchado corriendo del piso vacío para ir a la estación.

El tren está ahora parado en Huvudsta.

Piensa que debería haber cogido un taxi, pero intenta convencerse de que no ha pasado nada, se repite que siempre se preocupa innecesariamente.

Mira su teléfono de nuevo y se pregunta si la mujer rara con la que ha hablado antes será la madre de Aida, y si habrá acertado al decir que la chica está en el estudio de tatuajes de Tensta Centrum.

Las puertas del vagón se cierran, pero vuelven a abrirse inmediatamente. Se oyen gritos más adelante, las puertas se cierran una vez más y el tren se pone por fin en movimiento.

Un hombre sacude ruidosamente un periódico enfrente de ella. Lo extiende en el asiento de al lado, parece comparar algo y vuelve a doblarlo. En el cristal de la ventana, ella ve su reflejo y comprueba que él la mira de reojo de vez en cuando. Sopesa cambiar de sitio pero desiste cuando un pitido de su móvil le comunica que ha recibido un mensaje. Es de Ylva, de la galería. Simone no tiene fuerzas para abrirlo. Esperaba que fuera de Erik. No sabe cuántos intentos ha hecho ya pero, aun así, vuelve a llamar a su móvil. Escucha los tonos sordos y el repentino desvío al buzón de voz.

– Eh, tú -le dice entonces el hombre de enfrente en un tono irritantemente exigente.

Ella intenta aparentar que no lo oye, mira por la ventana y finge escuchar por teléfono.

– ¿Hooo-la? -dice el hombre.

Ella se da cuenta de que no piensa rendirse hasta conseguir su atención. Como muchos hombres, parece no entender que las mujeres tienen vida propia, ideas propias, que no viven permanentemente dispuestas a escucharlos.

– Eh, ¿no oyes que te estoy hablando? -repite el hombre.

Simone se vuelve hacia él.

– Te oigo perfectamente -dice ella, tranquila.

– ¿Y por qué no contestas? -pregunta.

– Estoy contestando ahora.

El guiña el ojo un par de veces y luego lo suelta:

– Eres una mujer, ¿verdad?

Simone traga y piensa que es el tipo de hombre que piensa obligarla a decirle su nombre, revelarle su estado civil y al final provocarla para que se comporte de un modo desagradable.

– ¿Eres una mujer?

– ¿Eso es todo cuanto quieres saber? -pregunta ella con brevedad y luego se vuelve nuevamente hacia la ventana.

Él se levanta y se sienta a su lado.

– Verás… -dice-. Yo estaba con una mujer, y mi mujer, mi mujer… -Simone nota que le caen unas gotas de saliva en la mejilla-. Era como Elizabeth Taylor -continúa él-. ¿Sabes quién es?

La sacude por el brazo.

– ¿Sabes quién es Elizabeth Taylor?

– Sí -dice Simone, impaciente-. Claro que lo sé.

Él se reclina complacido hacia atrás.

– Cambiaba de amante constantemente -se queja-. Siempre tenía que ser todo cada vez mejor: anillos de diamantes, regalos, collares…

El tren aminora la marcha y Simone se da cuenta de que tiene que bajarse, ya están en Tensta. Se levanta pero él le corta el paso.

– Dame un abrazo pequeño, sólo quiero un abrazo.

Ella se excusa con serenidad, le aparta el brazo y nota una mano en el trasero. En ese mismo momento el tren se detiene, el hombre pierde el equilibrio y vuelve a sentarse pesadamente en el asiento.

– Puta -dice con toda tranquilidad tras ella.

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