Lars Kepler - El Hipnotista

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Estocolmo. Una familia es asesinada. El único superviviente de la masacre es Josef, el hijo de la familia que tiene sólo 15 años. También sobrevive Evelyn, su hermana mayor, que se ha salvado porque vive en una casa en el campo. Erik Maria Bark es médico e hipnotizador. La noche del asesinato el comisario Joona Linna, encargado de la investigación, le llama para que someta a Josef a una sesión de hipnotismo en el hospital de Estocolmo, donde está ingresado. Unos días más tarde el hijo de Erik Maria Bark, Benjamin, es secuestrado de su propia cama. Erik emprenderá la búsqueda de su hijo junto a Linna, Simone, su mujer y su suegro Kennet Sträng… Juntos intentarán resolver estos dos misterios…

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– Hola -dice en tono inquisitivo mirando fijamente a Joona.

– Mi nombre es Joona Linna -dice él-. Soy comisario de la policía judicial. ¿Están tus padres en casa?

La chica asiente y se vuelve para llamarlos. Pero una mujer de mediana edad ya está al otro lado del vestíbulo, observando a Joona.

– Amanda -dice, asustada-. Pregúntale… pregúntale qué quiere.

Joona niega con la cabeza.

– Preferiría no estar de pie en la entrada para decir lo que tengo que decirles. ¿Puedo pasar?

– Sí -susurra la mujer.

Joona da un paso hacia el interior y cierra la puerta de la calle. Mira a la chica, a la que ha empezado a temblarle el labio inferior. Luego mira a la madre, Isabella Samuelsson. Ella se lleva las manos al pecho; su rostro está blanco como el de un cadáver. Joona respira profundamente y explica en voz baja:

– Lo siento muchísimo, pero debo comunicarles que hemos encontrado el cuerpo de Johan.

La madre presiona su puño cerrado contra la boca y profiere un lamento. Se apoya en la pared, pero resbala y cae al suelo.

– ¡Papá! -grita Amanda-. ¡Papá!

Un hombre baja corriendo la escalera. Cuando ve a su esposa llorando sentada en el suelo, aminora la marcha. El color desaparece súbitamente de sus labios y de su rostro. Mira a su esposa, a su hija y luego al comisario.

– Se trata de Johan, ¿verdad? -es todo cuanto dice.

– Hemos encontrado sus restos -contesta Joona manteniendo la calma.

Se sientan en el salón. La chica abraza a su madre, que llora desesperada. El padre parece extrañamente calmo. Joona lo ha visto antes. Esos hombres -y a veces también mujeres, aunque no es tan común- que parecen no reaccionar, que continúan hablando y haciendo preguntas con un peculiar timbre en la voz, una cierta vacuidad, mientras interrogan acerca de los detalles.

Joona sabe que no se trata de indiferencia, sino de una lucha. Es un desesperado intento por prolongar el momento anterior a la llegada del dolor.

– ¿Cómo lo encontraron? -gime la madre entre sollozos-. ¿Dónde?

– Buscábamos a otro chico en la casa de la persona sospechosa de haberlo raptado -dice Joona-. Nuestro perro percibió el olor y señaló la zona en el jardín… Johan lleva muerto diez años, según el informe del médico forense.

Joakim Samuelsson alza la mirada.

– ¿Diez años? -Sacude la cabeza-. Pero… han pasado trece desde que Johan desapareció.

Joona asiente y se descubre totalmente agotado cuando explica:

– Tenemos motivos para creer que la persona que se llevó a su hijo lo mantuvo prisionero durante tres años…

Se mira las rodillas, y se esfuerza en parecer tranquilo cuando vuelve a levantar la mirada.

– Johan pasó tres años en cautividad -continúa-, antes de que le quitaran la vida. Tenía cinco años cuando murió.

El padre se desmorona finalmente. Su férreo intento de mantener la calma estalla en mil pedazos como si de un finísimo cristal se tratara. Resulta muy doloroso verlo. Mira fijamente a Joona mientras su rostro se contrae y las lágrimas empiezan a correr por sus mejillas y penetran en su boca abierta. Sus terribles sollozos rasgan el aire.

Joona mira la casa. Observa los retratos enmarcados en las paredes. Reconoce la fotografía de la carpeta del pequeño Johan con dos años y el disfraz de policía. Ve la imagen de la confirmación de una chica. Hay una foto de los padres, que ríen y alzan a un bebé recién nacido. Traga saliva y espera. Realmente odia eso. Pero aún no ha terminado.

– Hay algo más que debo saber -agrega.

Se arma de paciencia un momento más para que puedan calmarse lo suficiente como para comprender lo que va a decir.

– Debo preguntarles si alguna vez han oído hablar de una mujer llamada Lydia Evers.

La madre niega desesperada con la cabeza. El padre pestañea un par de veces y luego se apresura a responder:

– No, nunca.

Amanda suspira.

– ¿Es ella? -pregunta-. ¿Fue ella quien se llevó a mi hermano?

Joona la mira con expresión seria.

– Eso creemos -contesta.

Cuando se pone de pie, nota que tiene las palmas húmedas y el sudor corre por los costados de su cuerpo.

– Lo siento -dice nuevamente-. Lo siento muchísimo, de verdad.

Deja su tarjeta sobre la mesa delante de ellos, así como el número de teléfono de un asistente social y de un grupo de apoyo.

– Llámenme si recuerdan algo, o si necesitan hablar.

Está a punto de irse cuando ve por el rabillo del ojo que el padre se pone de pie.

– Espere…, debo saberlo -dice-. ¿Ya la han encontrado? ¿La han detenido?

Joona aprieta las mandíbulas cuando se vuelve y separa las manos:

– No, aún no. Pero vamos tras ella. Pronto la atraparemos. Estoy convencido de ello.

Joona marca el número de Anja nada más subir al coche. Ella responde al primer tono.

– ¿Ha ido bien? -pregunta.

– Nunca va bien -replica Joona, sereno.

Quedan en silencio un breve instante y luego ella dice:

– ¿Me llamabas para algo en especial?

– Sí -responde Joona.

– Sabes que es sábado…

– El padre miente -continúa Joona-. Conoce a Lydia. Ha dicho que nunca había oído hablar de ella, pero mentía.

– ¿Cómo sabes que mentía?

– Por sus ojos, por su mirada cuando se lo pregunté. Sé que tengo razón.

– Te creo, siempre tienes razón, ¿no es así?

– Sí, así es.

– Si una no te cree, luego tiene que soportar que vengas diciendo: «¿Qué te había dicho yo?»

Joona sonríe para sus adentros.

– Veo que ya vas conociéndome…

– ¿Querías decirme algo más, aparte de que tienes razón?

– Sí, que voy a ir a Ulleräker.

– ¿Ahora? ¿No sabes que esta noche es la cena de Navidad?

– ¿Es hoy?

– Joona… -lo amonesta Anja-. Es la fiesta del personal, la cena de Navidad en Skansen. No lo habrás olvidado, ¿no?

– ¿Es obligatorio asistir? -pregunta Joona.

– Sí -responde Anja con decisión-. Y te sentarás junto a mí, ¿verdad?

– Sólo si no te pones indiscreta tras tomar algunas copas.

– No podrías soportarlo…

– ¿Quieres ser un verdadero ángel? Llama a Ulleräker y ocúpate de que haya alguien allí con quien pueda hablar de Lydia. Luego podrás hacer conmigo casi cualquier cosa que quieras -dice Joona.

– ¡Dios mío! Llamaré en seguida -exclama Anja alegremente, y luego cuelga.

Capítulo 49

Sábado 19 de diciembre, por la tarde

El calambre en el estómago de Joona Linna ya casi ha desaparecido cuando pone la quinta y el coche zumba sobre la nieve derretida de la E 4 en dirección a Uppsala. La institución para enfermos mentales de Ulleräker sigue en funcionamiento, a pesar de los grandes recortes en la atención psiquiátrica que se introdujeron con la reforma llevada a cabo a principios de la década de los noventa, con la que el gobierno sueco pretendía que una gran cantidad de personas enfermas se las arreglaran por sí mismas tras haber pasado allí media vida. Se les ofrecieron viviendas, pero obviamente tuvieron que abandonarlas pronto, ya que no pagaban las facturas ni estaban en absoluto capacitados para ocuparse de las tareas de la casa. Los internamientos disminuyeron, pero los sin techo aumentaron en la misma proporción. La gran crisis financiera surgió como consecuencia de las políticas neoliberales, y de repente las autoridades no tuvieron recursos suficientes para volver a acoger a esas personas. En la actualidad sólo están en funcionamiento dos instituciones psiquiátricas en Suecia, y Ulleräker es una de ellas.

Como de costumbre, Anja ha hecho un buen trabajo. Cuando Joona cruza la entrada principal se da cuenta por la mirada de la chica de recepción de que lo están esperando.

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